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Noticias - Universidad Complutense de Madrid

Benavides ahoga sus penas y ennoblece sus triunfos en vino y literatura

17 jul 2017 - 20:12 CET

Javier Picos / Foto: Nacho Calonge

El maridaje del vino y la comida es un recurso fértil para los creadores a la hora de narrar sus ficciones. Estas paradas y fondas, entre descripciones de paisajes y avances en la trama, suponen un canto a la vida y a la cultura. El escritor, y apasionado de estos placeres terrenales, Jorge Eduardo Benavides precisó que “al vino es necesario rescatarlo de las páginas literarias con el cuidado de la recogida de la uva de las vides”

En su peculiar viaje literario, el autor de Un millón de soles disertó sobre los “placeres refinados” del vino y la literatura en su doble vertiente de “disfrute y exceso, que ahoga las penas y ennoblece los triunfos”. En su discurso no faltaron referencias al carácter “epicúreo y sacramental” del llamado néctar de los dioses y al “inmenso viñedo” del Mediterráneo. “El hambre y el vino son dos formas de una misma voracidad, siempre alimentada por el placer”, paladeó.

Durante la jornada inaugural del curso Vino, letras y “un par de besos callados”: el viñedo en el paraíso, dirigido por el filólogo y periodista David Felipe Arranz, el escritor peruano enumeró  sus primeros contactos con el vino: los libros, las misas, las escapadas con sus amigos y el momento en el que vio como su padre descorchaba una botella.

“El agua, para lavar; el vino, para beber”

Y entre medias del torrente de palabras, vino y buen yantar, Jorge Eduardo Benavides buceó en las páginas de los clásicos que han ligado comida y bebida de forma magistral a la altura de Petronio, los epigramas de Marcial, los cantos de Píndaro, la descripción de beodos del Arcipreste de Hita y de Gonzalo de Berceo, o Quevedo y su Dómine Cabra de El Buscón. La Celestina (1499), de Fernando de Rojas, también refleja a la perfección la altura del vino en la frase “Cada cosa es para su oficio: el agua, para lavar; el vino, para beber”.

Benavides también alabó el Siglo de Oro español como un espacio “que apuntala un mundo hambriento, que va en busca del queso rancio y el mendrugo de pan, con las mesas opíparas de carneros y jarras de vino”. En este período, según él, también Quevedo y Góngora utilizaban la comida y la bebida para insultarse como bien reflejan estos versos del primero al segundo: “Yo te untaré mis obras con tocino/ porque no me las muerdas, Gongorilla,/ perro de los ingenios de Castilla,/ docto en pullas, cual mozo de camino;”. Además, Lope de Vega, según Benavides, es el primer autor clásico que practica el maridaje entre comida y bebida con una loa al vino y al jamón en El Anticristo: “Desde hoy me acojo a un jamón,/ pues ya no hay ley que me obligue. Al vino no se persigue,/ esta es famosa invención:/ no consentía Moises/ que comiésemos tocino,/ y quien da tocino y vino,/ sin duda que buen dios es”.

Después de retratar “el humilde yantar de los pobres” y pasajes como el vino de las bodas de Camacho de El Quijote, Benavides transitó por Blasco Ibáñez y su obra La bodega, y los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós, al que se asoman oraciones como “si las huestes francesas se han hecho ya al vino de España”. El gazpacho andaluz, que se ofrece a los invitados fuera de la casa, reflejado en el Manual para viajeros por España, de Richard Ford; la excepcional La cocina cristiana de Occidente, de Álvaro Cunqueiro; y las ingeniosas frases de Julio Camba -“La comida de España está llena de ajo y preocupaciones religiosas”- y Miguel Mihura –“Yo nací en Madrid porque Chicote me quedaba cerca”- conformaron el compendio de alusiones gastronómicas y enólogas del autor peruano.

"Trepidación de fábrica"

Para finalizar su ruta por los fogones literarios, el autor de El enigma del convento encumbró a Antonio Muñoz Molina y su Ardor guerrero, que ofrece una imagen de las cocinas de cuarteles, en las que suena “una trepidación de fábrica y un rumor de fragua de Vulcano”; Las cenizas de Ángela, deFrank McCourt, y su “capacidad de convocar el hambre ancestral del hombre”; y Manuel Vicent y su Comer y beber a mi manera, donde la comida es “una fiesta constante”.

Por otro lado, Benavides recaló en su Perú natal, un país donde “las novelas glosan más la cocina que el vino”, en su recorrido por la bebida y la comida desde la mirada de la literatura. Ricardo Palma (1833-1919), Rodolfo Hinostroza (1941-2016), Ventura García Calderón (1886-1959)  y su cuento Sopa de piedras, y Miguel Gutiérrez, que, en la policiaca Confesiones de Tamara Fiol, sus personajes se deleitan en pausas gastronómicas en medio de la trama, son tres claros ejemplos de maridaje literario.

También hace acopio de sabor el poema Telúrica y magnética, de César Vallejo, que degusta un cuy, un roedor comestible parecido a un hámster, y la Historia de Manuel de Masías, el hombre que creó el rocoto relleno y cocinó para el diablo, del diplomático y escritor Carlos Herrera.

No obstante, fue Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) quien glosó “mejor” el vino en sus cuentos. Escritor de culto, decían de él “que era el mejor escritor del siglo XIX que tiene Perú actualmente”. En sus cuentos, aparece el vino y sus excesos, y en sus diarios, La tentación del fracaso, “contaba que con una pipa sin tabaco y con un vaso de agua que parecía vino, se sentaba delante del escritorio como si escribiera”.

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