Justicia del siglo XIX, avatares con NFT y el dilema ético de la IA: Los Cursos de Verano Complutense exploran las fracturas de una sociedad en plena transformación
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Un sistema judicial colapsado, con 4 millones de casos pendientes y esperas de hasta 12 años, convive con la propuesta de economías digitales en videojuegos basadas en blockchain y transacciones a coste cero, un universo que, según los expertos, plantea enormes riesgos de seguridad y centralización.
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La lucha de una escritora contra la censura franquista para poder pagar las medicinas de su hijo enfermo contrasta con la actual carrera científica por rejuvenecer nuestra edad biológica, un objetivo que, según un estudio, podría lograrse en solo dos meses gracias a los probióticos.
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Mientras se diseña la Inteligencia Artificial que decidirá sobre empleos o seguros, los especialistas alertan de la falta de un proceso de auditoría claro: “¿A quién puedo discriminar? ¿Qué hace que una característica sea éticamente aceptable?”, se preguntan, advirtiendo sobre el peligro de vender los datos de los usuarios a terceros.
San Lorenzo de El Escorial, 24 de julio de 2025.- En las últimas jornadas de la 38ª edición de Cursos de Verano de la Universidad Complutense de Madrid se ha dibujado el retrato de una sociedad fracturada, atrapada entre las pesadas herencias del pasado y los vertiginosos y anárquicos desafíos del futuro digital. Las aulas se han convertido en un espejo donde se reflejan las contradicciones de nuestro tiempo: un sistema de justicia anclado en el siglo XIX, la memoria de una escritora obligada a mutilar su obra para sobrevivir a la dictadura, y, al mismo tiempo, la creación de universos virtuales con sus propias economías y el desarrollo de una Inteligencia Artificial cuyo poder para decidir sobre nuestras vidas crece sin un manual de instrucciones éticas.
El debate ha dejado una pregunta flotando en el aire: ¿estamos preparados para gobernar las nuevas tecnologías cuando aún no hemos resuelto nuestras viejas deudas institucionales y morales? Las ponencias han revelado un mundo que avanza a dos velocidades: por un lado, la ciencia nos ofrece las claves para vivir más y mejor; por otro, la tecnología despliega un poder inmenso sin que hayamos definido quién es el responsable de sus errores o de sus sesgos, mientras la justicia, el pilar que debería garantizar la convivencia, se desmorona por su propia obsolescencia.
La frontera digital: Entre la utopía económica y la anarquía ética
El futuro ya está aquí, pero carece de reglas claras. Así lo expuso Asgeir Thor Oskarsson, CEO de BSVA, al describir un nuevo paradigma económico dentro de los videojuegos. Habló de la tokenización de activos (NFTs) y de un modelo donde millones de microtransacciones podrían tener un coste cercano a cero. “Imaginaros 2.000 millones de jugadores. Si las transacciones cuestan mucho, el modelo no funciona”, explicó. Su propuesta pasa por un sistema donde la propia plataforma del juego garantiza y procesa las operaciones, creando una economía interna ágil.
Sin embargo, esta visión utópica choca con una realidad peligrosa. Las objeciones no tardaron en llegar: ¿no convierte esto a la plataforma en una entidad centralizada, similar a un ‘exchange’, con los mismos riesgos de robos millonarios que vemos cada día? “En todos los ‘exchanges’ pueden pasar esas cosas”, admitió Oskarsson, abriendo la puerta a un debate sobre la tensión entre descentralización y control.
Este dilema se agiganta en el campo de la Inteligencia Artificial. Adrián Gavornik, especialista en ética de la IA, lanzó una batería de preguntas incómodas que los creadores de estos sistemas deben afrontar. “¿Qué pasaría si alguien hiciera un mal uso de su sistema? ¿Cómo lo evitaría?”. Gavornik advirtió sobre el peligro real de que los datos de los usuarios, recopilados para entrenar a una IA, sean vendidos a terceros, como “compañías de seguros”. Puso como ejemplo el caso de una startup japonesa que vendió datos de solicitantes de empleo a grandes empresas.
El problema fundamental, según Gavornik, es la falta de rendición de cuentas. “Es bueno documentar las decisiones que toman y ser transparentes”, afirmó, pero la pregunta clave sigue sin respuesta: “¿A quién puedo discriminar? ¿Qué hace que una característica sea éticamente aceptable de considerar y otras no, más allá de lo que dice la ley?”. Sin un proceso de auditoría robusto y transparente, nos enfrentamos a sistemas que operan como cajas negras, tomando decisiones cruciales sin que nadie sepa explicar por qué, o peor, sin que nadie se haga responsable de sus fallos.
El peso de la historia: Justicia lenta y creación amordazada
Mientras la tecnología avanza sin frenos, las estructuras fundamentales del Estado se muestran incapaces de seguir el ritmo. El magistrado Juan Carlos Campo fue tajante al describir la justicia como un sistema que “responde a criterios del primer tercio del siglo XIX”, con un atasco de 4 millones de asuntos pendientes y pleitos que se eternizan “8, 10 o 12 años”. “Sin justicia no hay sociedad”, sentenció, alertando de la 2gran desafección ciudadana” que esto provoca.
El eco de esa justicia fallida resuena en la historia de la literatura española. El profesor Fernando Valls Guzmán desgranó la odisea de la escritora Ana María Matute y su novela Luciérnagas. Escrita entre 1949 y 1953, la obra fue prohibida por la censura franquista por “razones morales”. Matute, en una situación económica desesperada y con su hijo enfermo de difteria, se vio forzada a aceptar los cambios. “Aquellos censores me prohibieron un libro. Nos habían cortado la luz por falta de pago y yo necesitaba dinero como fuera. Así que dije: que cambien lo que quieran. La vida de mi hijo es lo más importante”, confesó la propia autora años después.
La historia de Matute, acogida por Camilo José Cela en sus peores momentos y despojada de la custodia de su hijo por las leyes franquistas, es el retrato de una “francotiradora”, como a ella le gustaba definirse, que tuvo que luchar contra un sistema opresor para poder crear. Su caso evidencia cómo la debilidad de las instituciones y la falta de derechos impactan de forma devastadora en la vida y el arte.
La revolución biológica: La conquista de una vida mejor
En medio de este panorama de crisis institucional y dilemas tecnológicos, la ciencia ofrece un camino de esperanza y empoderamiento personal. La catedrática Mónica de la Fuente reveló en su ponencia que la clave para un envejecimiento saludable está en nuestro interior, concretamente en la microbiota. “Si tenemos un buen sistema inmunitario, vamos a envejecer más lentamente”, aseguró.
Sus investigaciones demuestran que la edad biológica es un concepto flexible. Los centenarios, por ejemplo, tienen una microbiota “más parecida a la de una persona de 30 o 40 años”. Y lo más impactante: “este proceso se puede modular”, indicó. De la Fuente presentó los resultados de un estudio piloto en humanos donde, tras administrar ciertas cepas probióticas durante solo dos meses, se logró una mejora de todas las funciones inmunitarias y una reducción significativa de la edad biológica de los participantes.
La lección es clara: un estilo de vida saludable, que incluye ejercicio, una buena actitud y una nutrición adecuada con probióticos, puede ser la herramienta más poderosa para nuestra longevidad. Como resumió citando a una centenaria japonesa: “Comer la mitad, andar el doble y reírse el triple”.
Una encrucijada ineludible
El diagnóstico que deja la 38ª edición de los Cursos de Verano Complutense es el de una gran paradoja: la misma sociedad que ha desarrollado el poder para tokenizar la realidad, rejuvenecer sus células y automatizar la inteligencia, se muestra incapaz de modernizar sus pilares fundamentales. El brillo cegador de los avatares con NFT y la promesa de una vida casi eterna no logran ocultar el polvo que se acumula en los cuatro millones de expedientes que atascan una justicia decimonónica. No se trata de una simple brecha de velocidades, sino de una fractura sistémica que amenaza con convertir el progreso en un espejismo para la mayoría, accesible solo para quienes puedan permitírselo al margen de un Estado lento e ineficaz.
El verdadero desafío, por tanto, trasciende la propia innovación. La Inteligencia Artificial no es una herramienta neutral esperando instrucciones; es ya un actor que aprende, decide y discrimina, ocupando el vacío que dejan las instituciones tradicionales. El código fuente de nuestro futuro social se está escribiendo ahora, en tiempo real, con o sin nuestro consentimiento. El debate que definirá el legado de esta generación es quién ostentará el poder de redactar las normas en este nuevo paradigma: si será el interés público a través de instituciones renovadas y transparentes, o el interés privado a través de algoritmos opacos y plataformas centralizadas. Porque mientras la ciencia nos da las claves para alargar la vida, la tecnología está redefiniendo su valor. La batalla por una existencia más larga ya se libra en los laboratorios, pero la lucha por una vida más digna y soberana se decidirá en el terreno de la ética, la ley y la responsabilidad colectiva.
Gabinete de Comunicación Cursos de Verano
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