Actividades, congresos y jornadas

Iria Pazos


Iria Pazos (Galicia, 1997) empezó a escribir verso a sus trece años, y desde entonces fue reconocida en certámenes locales a nivel autonómico, tanto de poesía como de ensayo (Certame de Ensaio Subversivo Guillermo Domínguez, Certame de Poesía Ben Veñas Maio) así como algunos premios universitarios a la creación. Tiene un libro publicado, “Largo tren nocturno” en colaboración con otros artistas plásticos y visuales, en el que se percibe su inquietud multidisciplinar por diversas doctrinas artísticas: desde la fotografía hasta la cinematografía pasando por la performance y la teoría estética, se plasman en sus poemas una inquietud que pretende aunar y trascender dichas categorías. Su propia visión estética está por encima de la categorización y en muchas ocasiones está por encima de sí misma. Es alumna del grado de Lengua y Literatura española de la UCM


Poemas

 

(I)

¿tú sabes que has defraudado el mismísimo albor,

la mismísima luz nueva de cada día de mi vida,

que has malogrado cada una de las briznas de brisa

fresca que me han acariciado el rostro de niña

desde el momento ingrato en el que me dejaste aquí

y sangrando?

 

(II)

de la misma manera en la que se que se escriben

algunas cartas que sin ser incautadas nunca llegan,

se dan algunos relatos que no dejan de transcurrirse,

infectándose así de otros relatos ajenos que concurren

porque no han acabo de deshacerse y siguen dando vueltas.

 

 

(III)

Este estarse sin estar,

este haberse perdido hace tiempo

en el tiempo o en el diálogo interno

contigo mismo y siempre contra ti,

en el que no dejas de preguntarte

una y otra vez por qué estás solo

y preguntándote. Preguntándote.

Por qué. Esta forma de asustar a tus amigos.

Esta manera de seguir y seguir perdiéndote

hacia más y más adentro, hacia

el momento mal llamado porvenir

(todo cuanto está por llegar llegará tarde,

todo cuanto está por llegar está escrito).

¿Quién te dijo alguna vez que merecías esto?

¿quién pude alguna vez resolver una condena

semejante a esto en lo que te estás obligando

a caer cada vez? ¿de dónde sale toda esta sangre?

¿no ves que no te queda cuerpo y aquella fuerza

absurda que te mantenía pertenecía a un mundo

que por su propio peso interno ha implosionado?

Demasiado tiempo desafiando las leyes naturales.

Demasiado tiempo contándote tu propio cuento

inacabado. Has quemado un relato sin terminar.

Los Dioses no ignoran a un hombre que patalea

sobre piedras sagradas. Pero tampoco se pararán

a escucharle. No esta vez. Ya es suficiente.

 

(IV)

   Te di un corazón partido en trozos de cristal afiladísimo

clavados en un cuerpo joven y abierto, clavados por dentro,

te di mi corazón y te di mi cuerpo entero (mi cuerpo entero

que yo misma no reconocía en las fotos, que no se reflejaba

en los espejos y que no se podía retratar). Tuviste mi alma

en tus manos blancas y tiernas de niño mágico, de niño

aterrorizado. Tuviste mi alma en tus manos, temblando.

Temblábamos. Te caíste en mí por un instante, por un

mísero instante me daba en ti y te dabas en mí y estábamos

enteros otra vez y estábamos en el otro que nos estaba

mirando. Me hacías nueva y me hacías completa, mirándome.

Te lo dije alguna vez. Pude decírtelo alguna vez antes

de que te fueras. Antes de que todo volviera a difuminarse,

antes de que mi rostro perdiese de nuevo la constitución

y la armonía del primer día que nací y tuve nombre y tuve

origen y destino. Antes del momento exacto en el que me miraste.

 

 

(V)

mi vida debió de ser aquello que pasaba;

dos o tres niñas que se enredaban entre ellas

y se reían y me invitaban mientras yo les decía:

es tan tarde, siempre es tan tarde desde hace

ya tanto tiempo… y después me huía. Aquello

debió de ser la vida. Hoy la tarde remansa

en acero y parece que hasta en el atardecer

se suicida la última fe en la que oscurecemos creyendo.

 

(VI)

No reconoce. Si el mundo fuese de algún otro modo

distinto, sería distinto de algún otro modo. Nunca estás

en el lugar idóneo, nunca estás en el lugar correcto,

¿no? ¿qué sentido tiene entonces seguir estando aquí,

seguir buscando algún lugar mejor donde colocar

estos huesos dislocados, estas extrañas sombras

que provocas dentro de ti? Todo parece la propia expresión

de su mismo contrario. Un despropósito argumentado.

Paso a paso, y a conciencia. Eres y llevas contigo, parece,

por momentos, no más que el daño que te han hecho.

Todo el daño que te han hecho, que es cierto y que cubre

todo el cuerpo y te alimenta. Duermes sobre ello cada noche.

Sobre el daño que te han hecho es también que te despiertas.

 

(VII)

Siempre amanece

siempre amanece para todos

el cielo es claro y es abierto y es hermoso;

siempre amanece para todos, al menos

un poco, en algún rincón del globo está amaneciendo

y es temprano todavía y todavía existe -de nuevo-

la posibilidad de algo inédito, quizás. Quizás

no se ha agotado la modernidad, quizás

los niños puedan venir al mundo con rostros

distintos cada vez a decirnos cosas, con el tiempo,

que no hayamos oído aún, incluso. Estamos consagrados,

estamos condenados, pero a cada paso que nos estamos

desmayando sobre la carretera abierta vamos dejando

un señuelo de sangre y restos de cera: es nuestra carne

humana adherida al tiránico imperio de la estadística

que trata en en vano de adherírsenos, a su vez, y no consigue.

 

(VIII)

Todo es una variación macabra

de un dejavú original en el que tú te vas

y me quedo esperándote durante algunos años

en los que se suceden tus sucedáneos

dejándome huérfana de nuevo y sedienta

pero viva todavía, Dios mío, todavía.

 

No tendré piedad. Me estoy rompiendo,

a cada paso que das a mi costado

yo me estoy desangrando, Pablo, me estoy

desmayando. Todos estos años, todo este

tiempo en vano, todo este dolor y todo

este amor vacuo, tanta sangre, tanto cuerpo

humano alimentado y tanto dinero,

tanto tiempo viviendo hacia delante

y esperando, desayunando cada mañana

y envejeciendo, toda la respiración y toda la piel

que hemos ido dejando sobre el mundo

todo el mundo que ha ido girando

con nosotros encima y sobre nosotros,

debajo, todos estos años, todas las noches

acallando unas voces que volvían al día

siguiente y se hacían más y más fuertes

todas las veces que parecía que quizás

hubieses podido estar aquí de vuelta

y haber podido abrir el cielo de nuevo,

todo el tiempo, niño, toda mi vida

vacía, extravagante, errando, buscándote.

 

(IX)

ustedes no saben todavía en qué consiste la vergüenza

ustedes no entienden, no han podido experimentar

en su carne tierna de extraños seres deshumanizados

lo que supone estar en el mundo ocupando un lugar

deshabitado, cubriendo una ausencia, esperando

una segunda, una tercera, una cuarta mitad

que ya no llega y en la que nos hemos quedado.

En la que nos han dejado. Es tan poderoso este gesto

violento y desgarrado de arrancarse la dignidad

y tirarla al suelo. Tan jóvenes. Tan desarraigados.

Tan faltos de nosotros mismos y de todo cuanto

de nosotros mimos ha ido quedando. A cada paso.

 

 

(X)

Todos esos años que he pasado

absolutamente incapaz de ordenar mi propio cuarto,

de clasificar papeles, de enhebrar un diálogo

y no terminar hesitándolo y dejando abierta

la consciencia -abierta- delante de cualquiera.

Todos esos años, amor mío, y tanto

tiempo que he pasado sola en mi habitáculo

mental sin pavimento ni techo ni paredes,

mi habitáculo sin cielo ni suelo siquiera,

todos estos años esperándote con el cuerpo

pidiendo vivir y ser joven y envejeciendo

todo este tiempo por encima de mí, detrás, por delante.

 

(XI)

toda esta rabia apelmazada toda esta

sangre agarrotada en la garganta todo

cuanto pude haber tenido y perdí porque

mi voluntad no fue mía / porque me quitaron

de mí mismísima potestad / mi mísera

visión universal, mi totalidad.

 

(XII)

Me arrojaron, me lanzaron, me desecharon,

me precipitaron al mundo y luego me dejaron

sola con un mapa desgastado del paraíso que además

resultó ser falso. Cuando me escapé del lugar

en el que de alguna manera pretendieron cercarme

(después de excretarme y de darme un nombre

que ni siquiera era el mío), abrieron los cercos

que durante mis primeros quince o veinte

años de vida habían estado cerrados a cal

y canto. Cuando volvieron a cerrarlos, me decapitaron.

 

Pero yo había llegado al mundo arrojada

y podía seguir haciendo camino, podía seguir caminando.

 

(XIII)

Se hace justicia. Se hace la justicia, con las manos,

como el pan, con los años, se lleva a efecto,

se hace cuerpo, la justicia también se materializa,

se trabaja la justicia como la tierra y el campo

y al final se hace la justicia. Se lleva a cabo.

 

(XIV)

Hace tantos años que no puedo ordenar

mi propio cuarto, hace tantos años

que no puedo habitar mi propio cuerpo

que sería extraño si incluso por un momento

me viera en mí y me retuviera. Quizá

es por eso que nunca vuelva. Quizá

es por eso que nunca esté en el lugar

adecuado para la adecuada situación,

quizá es por eso que no tenga un sitio

para ocupar en el mundo en que ocupo

lugar y hago parte.

 

(XV)

Que ya no hay dolor, niña. que te dijeron

durante años que te dolería, durante

años, que nunca te olvidarías del día

que se abrió la carne viva y conociste

la sangre y conociste el desastre

porque te levantaste tarde de un mal

sueño y fue tanto que te desgarraste

por dentro de llorar que vomitaste

y te dejaste el cuerpecito seco. Que

te dijeron que tendrías tanto miedo

que pronto ya no te importaría

y tu propia identidad y tu propia

imagen íntima, última, no valdría siquiera

para mantenerte una mísera mirada

frente al espejo, que tú misma

te girarías la cara y te desconocerías.

Te dijeron que el daño iniciático significaba

que purgarías aquel dolor el resto de tu vida

pero era mentira, ya no hay dolor, niña:

Era sólo el mundo, lo que sentías desgarrando

dentro de tu cuerpito y tu cerebro limpio y nuevo

era el mundo lo que te estaba doliendo por dentro.

 

(XVI)

lo que soy hoy es el daño que me has hecho

el daño que me hiciste hace diez o quince años

y que llevo dentro porque no te quiero dejar ir de mí

porque no te quiero dejar ir de aquí, a mi lado,

en mis manos, a cada instante que pasa, en mi costado

izquierdo marcado desde dentro por una ausencia

flagrante y afilada que se va abriendo paso a través

de la piel, cada noche, cada noche, acariciando.

 

(XVII)

a una le gustaría tener sus prioridades claras,

mínimamente, hablar con el objeto de decir

algo, en algún momento, a una le haría ilusión

caminar conociendo un lugar que pudiese

alcanzar, un punto en concreto, ir haciéndose

camino al caminar, hacerse hueco, asistir, ocupar

espacio físico, ir envejeciendo, estar, también

en el tiempo, referir el sufrimiento, la sed,

el endeble estertor del desapego, el endeble

estertor del objeto del desapego, que siempre

parece se está muriendo pero nunca se muere,

nunca nos mata; no lo sé, a una le gustaría vivir

como si le importase, quién sabe, como si

le fuese la vida en ello, como si pudiese decírselo

a alguien y quedarse un poco más tranquila,

como si pudiese denotar en un derrame de tinta,

de sangre líquida, lo que tiene y no se puede decir,

lo que está por hacer otro cuerpo dentro del cuerpo

y coagularse en otra mujer dentro de la mujer y desdecirse.

 

(XVIII)

Sigo alejándome para buscarte

vengo huyendo de ti desde cría

para encontrarnos así de pronto

un día y ya nunca separarnos.

De cualquier modo mis sueños

está rotos, ya nunca se hace

verano como en la infancia

(antes de todas estas palabras)

y así como sólo he conocido

-constituyendo mi cuerpo- tu ausencia,

he debido enamorarme, en esencia, del vacío.