Másteres oficiales

Presentación

El Máster en Biología de la Conservación surge como iniciativa de los departamentos de la Facultad de Ciencias Biológicas de la UCM más vinculados con la conservación de la naturaleza (Biología Vegetal, Ecología, Genética y Zoología), desde finales de 2017 fusionados en los Departamentos de Biodiversidad, Ecología y Evolución y de Genética, Fisiología y Microbiología. Su objetivo es dirigir hacia ese campo una parte de los estudios de postgrado de nuestro centro y proyectar su contenido en el entorno iberoamericano, con el que nuestra Universidad, a través de diferentes convenios, tiene estrechas relaciones. La oportunidad de esta iniciativa se justifica con los siguientes argumentos:

La preocupación por la conservación de la naturaleza no es algo novedoso en el mundo de la Biología pues el deterioro ambiental, sobre todo la desaparición de poblaciones, especies, sistemas ecológicos y paisajes emblemáticos, ya preocupaba a los naturalistas del siglo XIX desde planteamientos muy similares a los actuales (McIntosh 1985). De hecho, a mediados del siglo pasado los biólogos participaban ya muy activamente en el candelero de la conservación al constatar los nocivos efectos de una crisis ambiental creciente y globalizada (White 1967). Desde entonces, la situación no ha hecho más que empeorar. Hoy hemos rebasado los 7000 millones de personas, ocupamos el 75% de la tierra agrícola útil, monopolizamos buena parte de la producción primaria del planeta, lo contaminamos cada año con millones de toneladas de insecticidas y herbicidas y estamos cambiando el clima con la descomunal cantidad de combustibles fósiles que arrojamos a la atmósfera (Hannah et al. 1994, Vitousek et al. 1997, Hughes 2000, Woodruff 2001, Loh 2004), causando con todo ello un grave deterioro y pérdidas importantes en la diversidad de la vida. Se sabe, por ejemplo, que cerca de 12% de las especies de aves y el 23 % de las de mamíferos, los dos grupos taxonómicos mejor inventariados, están amenazadas a escala planetaria (Vié et al. 2009), y que los efectivos de las poblaciones objeto de seguimiento numérico han experimentado una reducción media de un 40% en las últimas tres décadas (Loh 2003, 2004). También se sabe que la pérdida actual de especies es comparable con la acaecida en cualquiera de las grandes revoluciones ambientales de épocas pasadas, como la de la transición cretácica (hace 65 m.a.), en la que se extinguieron de forma casi repentina seres tan diversos y abundantes como los dinosaurios (McKinney 1997).

Como respuesta a esta situación, y en consonancia con respuestas procedentes de otros ámbitos científicos, tecnológicos, legislativos y/o políticos, la Biología ha desarrollado durante los últimos treinta años un cuerpo de conocimientos dirigido a conservar la variedad de la vida en nuestro planeta, junto con los procesos ambientales y evolutivos que la mantienen (Meffe y Carroll 1994, Wilson 2000). La Biología de la Conservación, como se la conoce desde hace un par de décadas, es una respuesta multidisciplinaria a la actual crisis planetaria de biodiversidad (Soulé 1985), entendida ésta como la “variedad de la vida en todas sus formas y en todos sus niveles de organización” (Hunter 1996). Incluye, por tanto, a todos los animales, plantas, hongos, bacterias y otros micro-organismos, así como a los diferentes niveles de integración en los que se organiza la vida (genes, poblaciones, ecosistemas, etc.). Además de esta biodiversidad estructural, la Biología de la Conservación reconoce la importancia de proteger la biodiversidad funcional, es decir, la variedad de procesos ecológicos  y evolutivos que garantizan la permanencia de los seres vivos (Primack 1995).  Además, y desde una perspectiva más instrumental, se define como una ciencia aplicada a la diagnosis de las causas del deterioro de la biodiversidad, con el fin de atenuarlas o eliminarlas (Hunter 1996, Primark 1995).

Dado el antiguo compromiso de esta ciencia con la conservación, pudiera pensarse que la Biología de la Conservación, un término de cuño relativamente reciente, no es sino la nueva denominación de una vieja disciplina. Hay, sin embargo, aspectos de esta nueva aproximación que merecen ser resaltados por suponer una mejora objetiva de las aportaciones de la Biología al campo de la conservación:

En primer lugar, la Biología de la Conservación ha incorporado las ideas evolutivas al campo de la conservación. Sin duda, esta es una contribución original a un campo dominado tradicionalmente por la protección de las especies y hábitats amenazados (biodiversidad estructural) y de los sistemas ecológicos que los mantienen (una parte de la aproximación funcional; Caughley 1994). No parece gratuito indicar que la incorporación de los problemas relacionados con la pérdida de identidad genética, los riesgos de la endogamia o la disminución de la variabilidad genética de las poblaciones ha supuesto un claro enriquecimiento del discurso conservacionista (Soulé y Wilcox 1980, Caughley 1994, Lynch 1996). O, con otras palabras, la incorporación del discurso neo-darwinista al mundo de la conservación ha integrado en un objetivo aplicado aproximaciones hasta ayer puramente académicas. Como consecuencia, la preocupación por la protección de los procesos evolutivos ha ganado terreno en esta disciplina. Por eso, la Biología de la Conservación centra buena parte de su entramado conceptual alrededor de las poblaciones de organismos, el nivel de integración de la materia viva donde transcurren los procesos evolutivos. Muchos autores consideran hoy que las poblaciones son las entidades idóneas para diseñar estrategias de conservación, dado que su protección exige el mantenimiento de los sistemas ecológicos que las soportan (Crandall et al. 2000). Desde esta perspectiva, una correcta gestión de las poblaciones debería implicar la consideración de todos los niveles de la diversidad biológica (genética, organísmica y ecosistémica; Meffe y Carroll 1994, Caughley y Gunn 1996). Esta transversalidad conceptual de la Biología de la Conservación ha atraído la atención de muchos biólogos procedentes de campos dispares: los taxónomos adquieren hoy un papel relevante al ser los encargados de delimitar las unidades de gestión; los genéticos de poblaciones de valorar la capacidad evolutiva de las poblaciones o de diseñar las mejores estrategias de reproducción ex-situ; los ecólogos estudian sus interacciones con los sistemas ambientales en los que viven y diagnostican las eventuales causas de su declive; y los biogeógrafos proyectan los patrones de configuración espacial de las poblaciones más acordes con dinámicas de recolonización capaces de paliar las extinciones locales. No ha de extrañar, por tanto, la rapidez y vitalidad con la que en la última década se ha desarrollado este campo científico, constatable en la rápida inclusión y/o apreciación de publicaciones específicas sobre el particular en el ISI (por ejemplo, Conservation Biology, Biological Conservation, Biodiversity and Conservation, Animal Conservation, etc), en la inclinación hacia el campo conservacionista de otras más centradas en la explotación de recursos (Applied Ecology, Journal of Wildlife Management, Forest Ecology and Management, etc.) e, incluso, en publicaciones de investigación básica (Bioscience, Ecography, Journal of Biogeography, etc.).

En segundo lugar, los planteamientos de la Biología de la Conservación han reforzado el papel de la ciencia en un campo tradicionalmente dominado por los gestores (Caughey 1994, Morrison et al.1998). La conservación bascula entre el estudio y la gestión; es decir, entre el diagnóstico de los problemas relacionados con la desaparición de la biodiversidad y la respuesta dada con el fin de solucionarlos. Ambos procesos son complementarios e igualmente necesarios: es tan ilógico sacar conclusiones sobre las causas del declive de una especie o el deterioro de un sistema ecológico sin aplicarlas a su conservación, como tomar decisiones de manejo sin saber lo que ocurre. Y no es raro que, con frecuencia, se den ambas situaciones, creando problemas de coordinación que es necesario atajar mediante la formación de los científicos en el campo aplicado. Después de todo,  la ciencia se define más por el método de trabajo (el método científico) y no tanto por los objetivos de estudio, que pueden ser básicos o aplicados (como es el caso de la conservación).

Por lo comentado, parece razonable contribuir a la formación de expertos capaces de diagnosticar los problemas de conservación de la biodiversidad (en su acepción más amplia; ver arriba) y de gestionar buena parte de las posibles soluciones. Y también parece lógico asumir que tal objetivo forma parte de lo que nuestra sociedad exige de la Biología. Esta formación de expertos necesita de aproximaciones “transversales” que rompan el aislamiento en el que, con no poca frecuencia, se desenvuelve la docencia adscrita a diferentes departamentos y/o áreas de conocimiento.  La Biología de la Conservación es una disciplina de clara vocación integradora en la que, como se ha indicado anteriormente, tienen cabida disciplinas de signo diverso (Genética, Ecología, Zoología, Biología Vegetal, etc.) que hoy se imparten de forma autónoma en la Licenciatura y en el Grado. Esta autonomía es lógica en la medida que cada una atiende a su particular campo de actividad científica y profesional. Pero faltan esfuerzos adicionales conducentes a integrar tales aproximaciones básicas alrededor de objetivos aplicados comunes, como es el caso de la conservación de la biodiversidad. Para conseguir tal objetivo, creemos que hay dos estrategias complementarias a desarrollar en el postgrado y que pretendemos cubrir con este máster:

  • Configurar una estructura formativa que permita al alumno dirigir muchos de los conocimientos básicos adquiridos en los estudios de Licenciatura y Grado en Biología (Taxonomía, Ecología, Genética, Botánica, Zoología, etc.) hacia el campo de la Biología de la Conservación.

  • Completar su formación en aquellos aspectos conceptuales e instrumentales relevantes no abordados, o desarrollados de forma muy limitada.

Por ello, y conscientes de la necesidad de cubrir la oferta de estudios en Biología de la Conservación en nuestro ámbito de actuación (pertenecemos a una Facultad de Ciencias Biológicas con 2000 alumnos), y de la tendencia internacional a cubrir dicho objetivo (Tromblulak et al. 2004), los cuatro departamentos implicados en el campo de la conservación (Genética, Zoología y Antropología Física, Biología Vegetal y Ecología) decidieron en 2002, tras diversas experiencias comunes (seminarios, cursos, etc.), emprender un Programa Inter-departamental de Doctorado en Biología de la Conservación, que fue el germen del máster actual.

 

Referencias

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