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Jesús F. Úbeda: “Los reporteros de 'Pueblo' eran corsarios de la información”

Por Manuel Tapia Zamorano

Si el término “canallesca” fue aplicado en su día por el tardofranquismo para definir a los periodistas demócratas, hubo un diario que contó entre sus filas con una legión de redactores que reivindicaron aquel apelativo de forma simbólica como una orgullosa seña de identidad, sin sentirse aludidos por la connotación peyorativa de la palabra.

Ese diario, posiblemente el mejor de su época, tenía en plantilla, entre otros, a Raúl del Pozo, Arturo Pérez-Reverte, José María García, Carmen Rigalt, Raúl Cancio, Manuel Marlasca, Yale o Tico Medina. Todos ellos representantes de una “canallesca” obsesionada con encontrar la mejor información y llevar su firma a la portada.

Aquella redacción de la calle Huertas, 73, que apestaba a tabaco negro, whisky y plomo de linotipia, donde era incesante el tecleo de las Olivettis y los teletipos, se convirtió a la vez en la mejor escuela de periodismo y en el caldo de cultivo perfecto para la manipulación y la invención.

La fascinante historia de ese periódico, Pueblo, ha sido recogida por Jesús Fernandéz Úbeda (Ciudad Real, 1989) en Nido de piratas (Debate), donde conviven los testimonios de los supervivientes del diario y una abundante documentación, necesarios para entender aquel periodismo bronco, caótico y bohemio, tan alejado de las rutinas profesionales de hoy en día.

“Fueron en buena parte golfos, puteros, tahúres, escépticos, resabiados y sin escrúpulos, pero los redimía siempre aquella manera de salir disparados sin decírselo a nadie cuando olfateaban la noticia”, escribe Pérez-Reverte en el prólogo del libro.

 

¿Qué razones te llevaron a escribir un libro sobre la historia del diario Pueblo?

A Arturo Pérez-Reverte le gustó mucho No le des más whisky a la perrita, un libro que escribí con mi compañero Julio Valdeón sobre la figura de Raúl del Pozo. Y fue Arturo quien me propuso como el autor perfecto para escribir un libro sobre la historia de Pueblo. Acepté la propuesta con mucha alegría y con mucho vértigo porque la tarea era tremenda, pero estoy muy feliz con el resultado.

¿Qué diferenciaba a Pueblo de otros periódicos de la época para representar como nadie ese espíritu bohemio y romántico de la profesión?

Hay una razón de tipo material. Como era el periódico de los sindicatos verticales, tenía mejor financiación que ningún otro, con grandes rotativas que permitían confeccionar un periódico que, a nivel visual, era muy atractivo.

Recomiendo a todo el mundo que vaya a la Hemeroteca Municipal, en el Cuartel de Conde Duque, y que se sumerja en los tesauros que contienen los ejemplares de Pueblo. En un principio, pensaba que el trabajo de hemeroteca para elaborar el libro me ocuparía diez días, pero luego lo prolongué hasta el mes y medio por puro placer, por el mero hecho de entrar en contacto con el periódico como objeto.

Por otra parte, si hay una razón por la que brilló Pueblo es por los reporteros que tenía, unos corsarios que se dedicaban al mundo de la información y que podrían encajar a la perfección en novelas picarescas o de aventuras. Al margen de su carácter más o menos literario, eran capaces de encontrar historias que no encontraba ningún otro y contarlas de una manera que no las contaba ningún otro.

Si hablamos de Felipe Navarro, Yale, Tico Medina, Arturo Pérez-Reverte, Raúl del Pozo,  Manolo Molés, Julia Navarro o Rosa Villacastín, comprobamos que la nómina de periodistas de Pueblo era increíble, eran como “Los Vengadores” del periodismo de la época.

En el prólogo del libro, Arturo Pérez-Reverte recuerda que en la redacción de Pueblo había golfos, puteros, tahúres y resabiados sin escrúpulos. ¡Menudo plantel! Aquello parecía un Patio de Monipodio periodístico.

Era una redacción hija de su tiempo, no sé si mejor o peor que las que hay ahora. Creo que hoy en día no estaría bien que en las redacciones se bebiera, se fumara y se le diera al burle, pero tampoco me parece del todo bien ese rollo que una parte de los profesionales de la información tienen de que los periodistas tenemos que ser casi monaguillos correctísimos del padre Ángel y que tenemos que hilar, no ya fino, sino extrafino. Evidentemente, no hay que inventarse informaciones y hay que evitar en lo posible putear al compañero, pero lo que movía a aquella gente de Pueblo era encontrar la mejor información para firmar en la primera página. La vanidad era el motor principal de su trabajo. En este caso, el fin justificaba los medios.

De la lectura del libro se desprende que en Pueblo se practicaba un periodismo con muy pocas reglas, sin libro de estilo, en el que por encima de todo se peleaba por obtener la exclusiva periodística. ¿Era entonces Pueblo un claro exponente de prensa sensacionalista, con permiso de El Caso?

Absolutamente. Cuando preparaba el libro, la parte que más me divirtió y que revienta muchos libros de ética profesional es la investigación sobre la sección de Sucesos. Nido de piratas empieza, precisamente, contando la peripecia de Yale para conseguir las fotos del primer trasplante de corazón que se practica en España, que se publicaron en la portada y a doble página en el interior.

Fueron unas fotografías que solo tuvo Pueblo. ¿Cabe preguntarse si algunas de aquellas informaciones podrían mostrarse de una forma menos explícita? Pues seguro que sí, pero insisto en que Pueblo fue un hijo de su época. Yo no abriría el periódico con una información que hablara de que un tigre que se había comido a una persona en Murcia, ni colocaría en portada fotos con la garganta sangrando de la víctima y el tigre que lo había devorado. Hoy no lo haría, pero eso se hizo en su momento y reconozco, con cinismo, que lo he disfrutado y que ese material que encontré es fabuloso para preparar un libro.

“La objetividad les daba mucha risa y jamás la realidad les estropeaba un buen reportaje”. Es Pérez-Reverte quien vuelve a hablar de Pueblo, un diario que llegó a publicar falsas entrevistas con Bob Dylan e Indhira Ghandi, y en el que José María García publicó, sin su permiso, unas fotografías de la gran periodista de la época, Oriana Fallaci, cuando se recuperaba en el hospital de las heridas que tuvo durante la masacre de la Plaza de las Tres Culturas, en México, en 1968.

Y hay ejemplos peores que, por una parte, me rompen el corazón y, por otra, me divierten mucho. Es el caso de Julio Camarero, un grandísimo periodista de sucesos que, sin saber una palabra de inglés, logró entrevistar a Caryl Chessman, “El Bandido de la Luz Roja”, un preso estadounidense condenado a muerte y ejecutado en 1960 por secuestrar y violar a varias mujeres en Los ángeles, y que se hizo famoso por su lucha contra la pena de muerte y por denunciar las deficiencias del sistema penitenciario de su país. Horas antes de la ejecución, el periodista de Pueblo jugó al ajedrez con el recluso y se fotografió con él en plena partida.

Camarero, que iba acompañado de su fotógrafo, Enrique Verdugo, se hacía pasar por policía y, cuando acudía a los domicilios de las víctimas de algún suceso sangriento, les pedía que no hicieran caso a ningún periodista y que nadie tocara nada de la casa. El periodista aprovechaba para llevarse las fotos de los implicados para publicarlas en el periódico e ilustrar sus historias. Y cuando terminaba sus reportajes, ni siquiera se molestaba en devolver las fotos.

Cuentas en el libro que la época dorada de Pueblo coincidió con la etapa en que lo dirigió Emilio Romero, un declarado franquista, que supo imprimir su sello personal en el periódico. ¿Cómo lo definiría?

Como un gran seleccionador de periodistas, un “mujerista”, como él mismo se reconocía, y muy contradictorio, maravillosamente contradictorio.

El edificio de “Pueblo” albergaba en la planta baja una cantina a la que todo el mundo conocía como “La Whiskería” y contaba también con el padre Aradillas, un cura rojo con planteamientos muy progresistas para la época. Parece todo pensado para un guion de alguna película de Luis García Berlanga o José Luis Cuerda.

Totalmente de acuerdo. Y a esa nómina de personajes para una película “berlanguiana” o “cuerdiana” habría que añadir a Paco “El Pata”, de la UGT (Unión General de Televisores), que montó una red de robo de electrodomésticos que luego vendía, a bajo precio, a los compañeros de la redacción. Un día la policía acudió al periódico y la abogada Cristina Peña lo defendió y consiguió una especie de indulto para él.

Otro de los pasajes más sorprendentes del libro se refiere al periodista Felipe Mellizo, quien era capaz de escribir unas deliciosas crónicas londinenses, pero desde El Escorial o Villalba, sin pisar suelo británico. Ahora puede que también muchas crónicas y reportajes se hagan a través de Google, sin necesidad de que el periodista salga de la redacción, y todo a base de refritos. ¿Se puede establecer un paralelismo entre ambos casos?

Nihil obstat a lo que acabas de decir. Soy de los que piensan que el periodismo se hace extramuros, yendo, viniendo, pateando, llamando y preguntando; citándose con el que dice “a” y luego llamando al que dice “b” para contrastar. El requisito artesanal es indispensable en periodismo, por muy todopoderoso que sea Google. En mi tarea periodística, me dedico fundamentalmente a las entrevistas y no hay color entre una entrevista presencial y otra telefónica, y no digamos ya si la entrevista es por cuestionario por correo electrónico. Entonces no estamos ante una entrevista, sino ante otra cosa.

Por Pueblo pasaron también periodistas como Juan Luis Cebrián o Jesús de la Serna, quienes poco después tomarían las riendas de un periódico como El País, muy alejado de los planteamientos del viejo periódico de los sindicatos verticales. ¿Participaban ellos de las mismas rutinas y criterios profesionales de sus compañeros?

Ellos estaban considerados como del grupo de los “buenos chicos”. A mí me habría gustado contar con el testimonio de Jesús de la Serna para elaborar el libro, pero por motivos evidentes no ha sido posible. Y también me habría gustado contar con Cebrián, aunque no ha atendido mis requerimientos por teléfono y por WhatsApp. No obstante, entiendo que Cebrián quiera pasar de puntillas por su pasado en el diario Pueblo porque Cebrián venía de donde viene y estuvo en Pueblo por lo que estuvo. Y lo dejamos ahí.

¿Qué pasará por la cabeza de un estudiante de periodismo cuando termine de leer tu libro?

Lo que yo le diría a ese estudiante de periodismo, como a cualquier otra persona, es que lea Nido de piratas como si fuera una novela de aventuras. Pero debe tener en cuenta una cosa: todo lo que se cuenta ahí es real. Del mismo modo que a finales de los noventa del siglo pasado subieron notablemente las matriculaciones en las facultades de periodismo por el éxito de la serie “Periodistas”, emitida en Telecinco, creo que Nido de piratas puede ayudar a mucha gente que piensa que el periodismo es una cosa funcionarial, terriblemente mal pagada, hiperprecaria y en la que hay gente que escribe maniatada y con cadenas, a cambiar de opinión y descubrir que eso no fue así en un momento en el que había una dictadura. Encontrarán una serie de testimonios y de historias que pueden enganchar y una serie de personajes a los que pueden admirar y, hasta cierto punto, imitar.

¿Sería posible ver nacer un periódico como Pueblo en los tiempos actuales?

Eso es absolutamente imposible. Para bien o para mal Pueblo tuvo su momento. Brilló y dejó de brillar, y el gobierno de Felipe González lo ajustició con los instrumentos que le dejó el gobierno de Adolfo Suárez. Lo deseable sería que se pudiera recuperar de Pueblo el espíritu y el trabajo de sus reporteros y corresponsales, fundamentales para un periódico contemporáneo.