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Ignacio Bel: “Los principios esenciales del periodismo se han olvidado en gran medida en la práctica diaria”

Por Manuel Tapia Zamorano

La profesión periodística atraviesa una de las etapas más duras y complejas de su historia por la pérdida de credibilidad, las crecientes presiones de los poderes políticos y financieros y la repercusión de las sucesivas crisis económicas, que han supuesto la quiebra de los tradicionales modelos de negocio.

Todos estos aspectos, y otros que tienen que ver con el impacto de internet y las tecnologías de la información, la pérdida de talento en las redacciones y el olvido de los principios básicos del periodismo, son objeto de análisis en el libro Recuperemos el periodismo. Ideas para regenerar la profesión periodística, (Gestión 2000. Grupo Planeta).

Esta obra colectiva, coordinada por Ignacio Bel Mallén, doctor en Ciencias de la Información y profesor durante 44 años en la Universidad Complutense, cuenta con la colaboración de grandes firmas del periodismo escrito, la empresa y la Academia, que aportan ideas para revitalizar una profesión que, para muchos analistas, se encuentra en una fase casi agónica.

En esta entrevista, realizada mediante cuestionario por correo electrónico, el profesor Bel hace una encendida defensa de la esencia y de los principios clásicos del periodismo, y hace un llamamiento a las organizaciones profesionales, las empresas informativas y los informadores para que luchen por una necesaria e indispensable regeneración periodística.

 

¿Por qué este libro en este momento? Regenerar y recuperar el periodismo son los propósitos que inspiran la obra. ¿Tan mal está la profesión?

Cualquier profesional del periodismo, e incluso cualquier estudioso del tema de la comunicación, sabe perfectamente que en estos momentos la situación crítica de la profesión periodística es absolutamente crítica. Es tema de conversación entre los periodistas y conclusión fácil de llegar por todos aquellos que se acercan o viven el mundo de la información. En un reciente libro aparecido en nuestro país en estos meses, se llega a decir en su reclamo de portada:“…apuntes sobre un oficio en peligro de extinción”. No sé si la afirmación es exagerada, pero lo que sí es cierto es que la profesión periodística se encuentra en una situación crítica, difícil como quizás no se ha encontrado en su larga historia.

No es un problema de falta de libertad, como ocurrió durante los cuarenta años de la dictadura del general Franco.  Hoy, gozando gracias a la Constitución de un régimen de libertades que bien podemos calificar de positivo, la información, la actividad informativa, discurre por uno de sus peores momentos profesionales. La información y la actividad profesional que ella conlleva no desparece nunca, porque es una necesidad absoluta en una sociedad democrática como la nuestra, pero lo que si ocurre, y gravemente, es la forma negativa de ejercer esa actividad, que es lo que está, desde mi punto de vista, ocurriendo en estos momentos. Por lo tanto, no existe un peligro de extinción sino más bien un problema de grave deterioro del cumplimiento de los fines que siempre le han sido propios a nuestra profesión.

¿Qué criterios se han seguido a la hora de elegir los temas y los autores que componen el libro colectivo?

 Los criterios vienen emanados fundamentalmente del análisis que en su momento hice sobre los principales problemas que, a mi juicio, acechaban a la profesión periodística en el momento de redactar mi anterior libro, La Ética Informativa en la era de la era de la posverdad. Durante la investigación para su redacción tuve la oportunidad de estudiar y enumerar los principales problemas que existían en el periodismo español, sobre todo desde esa vertiente ética que era el objetivo de aquel libro. De ese análisis fui extrayendo lo que a mí me parecían las principales cuestiones que constituían los peligros del periodismo en este momento.

Ello se completó con el análisis de los informes que la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) realiza anualmente. El contenido de los informes de los años 2012 a 2021, donde los propios periodistas enumeran los problemas para ellos más importantes, me permitió con las conclusiones ya existentes del anterior libro elegir el elenco de los problemas que el libro analiza. Obviamente, podrían haberse seleccionado otros, pero a mí los contenidos en el libro me parecían los más importantes. Respecto a la segunda parte de su pregunta, la razón es bien clara: no me consideraba con los conocimientos suficientes, tanto en el campo docente como profesional, para abordar las cuestiones que era necesario analizar. Por ello elegí personalmente a las personas que, por su especialidad, me parecían tener el conocimiento que permitiese llevar a cabo con éxito el estudio de cada uno de los puntos elegidos.

El libro comienza con una dedicatoria a los periodistas que hacen de su profesión “un acto de servicio para que la sociedad esté informada, con verdad y a través de unos medios de comunicación libres, independientes y que ejerzan su papel de contrapoder de cualquier poder legítimo”. Esos principios forman parte del genuino espíritu clásico de la profesión, pero ¿siguen siendo respetados hoy en día o se han desdibujado hasta el punto de que se hace difícil reconocerlos?

 Desgraciadamente, es difícil cuantificar el tanto por ciento de deterioro de los principios que han configurado la profesión periodística a lo largo de los tiempos, pero que sin duda es alto. Los principios esenciales del periodismo se han olvidado en gran parte en la práctica diaria, de tal manera que, en ocasiones, es difícil aceptar que estemos ante la esencia que la profesión periodística exige, sobre todo en el terreno de la verdad o de la objetividad, palabra maldita en calificación de Justino Sinova. Pongamos un ejemplo bien claro.

Uno de los principios básicos de la profesión es la vigilancia y critica del poder político. ¿Se realiza hoy en día esta función? Desde mi punto de vista, y salvo honrosas excepciones, la respuesta es claramente negativa. Más bien estamos en unos momentos que nos recuerdan cada vez más a la llamada, en otras épocas, prensa de partido. Por no hablar del tema de la independencia, tanto respecto a los poderes políticos como a las propias empresas. Podríamos también entra en el terreno de la confusión, voluntaria y querida por muchos periodistas, entre opinión e información, dos realidades distintas que sin embargo hoy en día se confunden, adrede, impidiendo que el público reciba el conocimiento exacto de los hechos que poco a poco van siendo sustituidos por lo que el periodista quiere que sean esos hechos, no lo que son. Podríamos poner muchos más ejemplos, pero con los citados creo que sobra.

En el prólogo, el catedrático emérito de la UCM Javier Fernández del Moral apunta que todo el mundo sabe lo que es un médico, un abogado, un arquitecto o un administrador de fincas, pero no existe consenso sobre lo que significa ser periodista. Y añade, con cierta ironía, que los periodistas son “lo que otros quieren que sean, o que no sean”. ¿Sería imprescindible conseguir una definición aceptada mayoritariamente sobre lo que es el periodista y sus funciones para empezar a abordar el debate sobre la regeneración del oficio?

Mi buen amigo Javier y nunca ponderado como merece, amén de irónico, establece una afirmación un poco exagerada a mi modo de ver. Sería fácil dar una definición de periodista como la persona que realiza una actividad informativa que permite al público el conocimiento de los hechos que le son ajenos, como podríamos decir que médico es el que ejerce la medicina. Otra cosa es que intentásemos definir lo que debe ser un buen periodista, momento en que las dificultades aumentan y yo creo que es en ese sentido en el que habla Javier. Él, como maestro de muchos periodistas, podría dar perfectamente una definición de lo que es un periodista.

La ironía que cita usted, muy propia de mi querido amigo Javier, es, a mi modo de ver, un tanto exagerada, porque eso nos llevaría a la conclusión de que existen tantas definiciones de periodistas como intereses de las personas relacionadas con la información y ello no creo que sea así. Más bien entiendo que esa afirmación se quiere referir a los intereses, en muchos casos espurios, que el público pueda tener respecto a los periodistas, sobre todo en el terreno político y económico.

Explica usted que los impactos negativos que ha sufrido recientemente la profesión periodística, como la crisis económica de 2008 y el cambio radical de las rutinas de trabajo propiciado por los adelantos tecnológicos, hace pensar en dos posibles escenarios: la desaparición del oficio tal y como se ha ejercido durante décadas o el nacimiento de una nueva manera de hacer y desarrollar la información. ¿Por cuál de los dos se inclina usted? ¿Acaso no se ha impuesto ya el segundo modelo?

No son, a mi modo de ver, dos mundos o dos campos contrapuestos. Aunque en estos momentos parece dar la sensación de que se haya impuesto el segundo enfoque que usted plantea. En mi opinión, perdura el primero porque es consustancial a la profesión periodística y entiendo que con todas las limitaciones siempre estará presente en la actividad informativa. Lo que ocurre es que hoy en día hay una nueva forma de desarrollar la profesión periodística, y por tanto de informar, en razón de la eclosión de las tecnologías de la información. Lo que cambia es el modo de transmisión de la información, pero los principios periodísticos deben ser inalterables. Esa es para mí la batalla del momento.

Da igual que sea a través de un medio on line o por una red social o una página web, etc, lo importantes es que la verdad, por ejemplo, sea la esencia de la información transmitida por esos medios. El oficio o profesión, como prefiero catalogarlo, no ha desaparecido y sigue habiendo excelentes periodistas que ejercen su labor atendiendo a los principios que han sido constantes en la profesión periodística. Lo que ocurre que tanto ellos como los nuevos profesionales se han tenido que adaptar a las nuevas formas de comunicar, sobre todo en los medios on line, que exigen, por diversas razones incluidas las publicitarias, un enfoque de parcelación de la noticia que no es propio, por imposible, en los medios tradicionales, que no son esclavos del clic. No se trata de inclinarse por uno u otro, sino de tratar de conseguir que el segundo sistema se desarrolle de acuerdo con los principios del primero.

En su colaboración para el libro, la periodista Lucía Méndez denuncia que los periodistas han perdido su capacidad de mediación ante la sociedad, de jerarquizar las noticias y de marcar la agenda política. Señala que los políticos ya no necesitan intermediarios y que se relacionan con los ciudadanos a través de sus perfiles en las redes sociales. ¿Facilita este escenario la manipulación informativa y la propagación de falsedades ante la ausencia de intermediarios y verificadores de información?

Por supuesto. La denuncia, lúcida como todo el contenido del artículo de Lucia Méndez es absolutamente cierta y es bien fácil verlo, por desgracia, de manera cotidiana. Otro de los colaboradores del libro, José Antonio Zarzalejos, lo ha denunciado de manera clara al afirmar que “la política y la empresa -en realidad lo ha perdido la sociedad entera- han perdido un mecanismo de defensa frente a la posverdad: la intermediación periodística”. Ello es una grave pérdida porque ocasiona, junto el malísimo uso de las redes sociales, que las fake news, la posverdad y como consecuencia la desinformación esté en estos momentos en un auge verdaderamente peligroso, no solo para la información, sino sobre todo para que el ciudadano medio obtenga una información verdadera, objetiva y puntual.

El papel de intermediación es esencial y era una labor, cada vez más difuminada, que ejercía la prensa, los medios en general. La aparición de los medios on line, y en general todas las iniciativas tecnológicas en el campo de la comunicación, han hecho desaparecer este papel de intermediación. Las noticias se publican, se editan a toda velocidad, sin comprobación de los datos en muchos casos, bajo la tiranía de la instantaneidad y de la exclusividad, y ello origina un olvido grave de ese papel de intermediación que le daba el necesario sosiego a la publicación de noticias. Este es uno de los más graves problemas que plantean los nuevos medios tecnológicos de comunicación.

¿Cómo se ha llegado a la situación que describe Lucía Méndez, en la que a veces resulta difícil distinguir a un periodista de un activista político que favorece a unas siglas y arremete contra otras, sin respetar ningún criterio periodístico?

Lo he adelantado en una respuesta anterior. Porque cada vez estamos más ante medios y periodistas de partido que ante periodistas verdaderamente profesionales para los cuales la deontología es una parte importante de su profesión, junto a la imparcialidad de criterio. Esta cuestión que usted acertadamente plantea, siguiendo el pensamiento de Lucía Méndez, es una verdadera lacra para la información en estos momentos y supone uno de esos peligros más acuciantes a los que me he referido anteriormente en la actividad informativa.

Nadie discute que el periodista tenga derecho a sus opiniones, a sus preferencias políticas, pero en el momento de informar esos puntos de vista propios deben desaparecer para dar paso a la verdad, a la objetividad a la realidad los hechos, no queriéndolos modificar en función de sus propias opiniones. Da sonrojo, o al menos a mí me lo da, oír determinadas tertulias, la mayoría en donde de antemano ya sabes los puntos de vista de uno u otro tertuliano, en relación a un tema, según su contenido venga de uno u otro político. La objetividad, el reconocimiento aunque se parcial del buen hacer de ese determinado personaje, se convierte en una imposibilidad manifiesta ya que el partidismo político ciega la veracidad de los hechos. Todo es negro o blanco. No hay grises.

Y lo más peligroso es que esas opiniones ya se saben de antemano. Es inútil esperar un mínimo de objetividad informativa. Y eso en lo referente a las tertulias políticas, porque si pasamos a las relacionadas con los temas sociales, también mal llamados del corazón, o a las deportivas, la calificación negativa sube de tono, al observar, propio de la telebasura como se denuncia en otro capítulo del libro, que los criterios deontológicos desaparecen en su totalidad.

¿Cómo repercute en el trabajo periodístico la pérdida de talento en los medios como consecuencia del adelgazamiento de plantillas y el abuso de becarios y trabajadores con poca experiencia?

Esa es una de las consecuencias más nefastas de la situación que vivieron las empresas periodísticas a raíz de la pandemia, como reconocen los editores entrevistados. Hay que decir, en honor a la verdad, que esta pérdida de talento empieza ya antes de la pandemia, en la medida en que los grupos editoriales, comandados cada vez más por personas ajenas a la información, miraban la cuenta de resultados antes que la calidad de la información de sus medios. La pandemia y los años posteriores supusieron una brutal pérdida de talento de las redacciones muy difícil de recuperar porque hace falta tiempo, que no sobra; recursos, que no los hay, y, sobre todo, afán empresarial en hacerlo, que también parece ser escaso.

El cambio operado en el mundo empresarial informativo, recogido también en el libro a través de los artículos de Antonio Fernández-Galiano y Bieto Rubido, ha significado una modificación sustancial en el enfoque de las empresas periodísticas. El acceso a los puestos de decisión de personas ajenas a la información, y preocupadas tan solo por la cuenta de resultados, ha convertido a la información en una mercancía en muchos casos, no importando los contenidos de la misma. Lo malo es que ni con esas medidas se están solucionando los problemas económicos de las empresas, que deberían estar más preocupadas en descubrir su verdadero e idóneo papel en el actual mundo informativo, que en el de reducir las plantillas buscando beneficios económicos.

De ahí surge la falta de credibilidad de los medios de comunicación, la falta de confianza del público en dichos medios y, en general, una falta de sintonía entre la sociedad y el mundo de la información, que lamentablemente repercute negativamente en la valoración de la actividad informativa.

¿Existe todavía algún tipo de reconocimiento social hacia el trabajo de los periodistas? ¿Se recuperarán algún día los niveles de prestigio alcanzados en España durante la Transición y los primeros años de la democracia?

Por mi manera de ser me niego a ser pesimista. Creo que aún no se han destruido las premisas para que la sociedad deje de creer en la información y en los que trabajan en ella, pero hay que hacer un gran esfuerzo, periodistas y empresarios, para recuperar esa credibilidad. No hay demasiado tiempo. El recuperar el prestigio que tuvo la prensa en la época de la Transición es difícil, pero más que nada porque la situación política de aquellos momentos exigía esa calidad, ese prestigio, ese buen hacer. Los momentos actuales, en donde la corrupción esta al orden del día, el servilismo político es una triste realidad, el relativismo y subjetivismo se han convertido en enseñas de nuestro tiempo, en donde, por otra parte, la “seguridad” democrática no es puesta en duda, facilitan la fragilidad de ese esfuerzo que se hizo en la Transición.

Los periodistas no son más que hijos de su tiempo y de la sociedad en la que viven y, si esta tiene unas características negativas en muchos casos, comenzando por una grave pérdida de valores, no se puede esperar que los periodistas sean ajenos a esa realidad social. Desde ese punto de vista, la situación es difícil, pero no nos podemos rendir, cada uno en su papel deben hacer un esfuerzo para revertir la situación.

¿En qué medida, como afirma usted en su libro, el desarrollo de la comunicación corporativa ha significado para muchos profesionales el principio del fin de la propia profesión periodística?

No es una afirmación mía, o por lo menos no ha sido esa mi intención, al plantear el tema de la comunicación corporativa, campo en el que he trabajado más de cuarenta y cinco años, como el principio del fin de la profesión periodística, sino que recojo esa afirmación que muchos periodistas hacen, creo que con una evidente exageración y una visión distorsionada, de lo que es la comunicación corporativa. No creo sinceramente que haya significado el principio del fin de la profesión periodística. Es un tema complejo, que precisamente me va a ocupar mi tiempo y reflexión en los próximos tiempos, que espero culmine con una aportación que dé luz al tema, porque creo que es necesario una reflexión seria y profesional en ese campo, si caer en tópicos.

Por ejemplo, se comenta que la publicidad condiciona esa actividad y presiona al periodista. No digo que no ocurra en muchos casos, pero recordando la parábola evangélica ¿qué empresa puede tirar la primera piedra y afirmar que nunca ha aceptado presiones empresariales, políticas, etc, en sus informaciones o incluso que haya buscado compensaciones económicas por determinadas informaciones? Todos los que estamos en este mundo de la información sabemos esos casos con nombres y apellidos. Hay que ser sinceros y analizar desapasionadamente el tema.

¿Qué organización, colectivo o institución puede hacer más por revertir esta situación de crisis que afecta al periodismo?

Personalmente, creo que las organizaciones periodísticas como la APM o la FAPE tienen mucho que decir en este punto y hace falta, como expuse en el último capítulo del libro sobre la ética antes citado, que tomen posición clara y contundente al frente de las exigencias periodísticas, no solo salariales, que son importantes, sino sobre todo las de carácter profesional antes los diversos poderes existen en la sociedad, fundamentalmente los de carácter político y económico. La inexistencia de un colegio profesional dificulta el tema, pero ello no debe ser obstáculos para que las asociaciones de profesionales y medios luchen por esa necesaria regeneración.

Y por supuesto, como he indicado anteriormente, los propios profesionales y las empresas periodísticas deben dar un paso adelante decidido en esa búsqueda de la regeneración periodística. En caso contrario estamos perdidos.

¿Qué mensaje trasladaría a los jóvenes universitarios que se inician en el Grado de Periodismo? ¿Qué es mejor, un discurso de esperanza y ánimo o un baño de la dura realidad que les aguarda?

Ambas cosas. Creo que una persona que ya está en la universidad debe tener el suficiente temple para entender la realidad de la profesión por la que ha optado y, por lo tanto, entiendo que debe ser consciente de sus ventajas e inconvenientes. Yo, al menos, recuerdo mi interés en mi época universitaria por conocer a fondo la realidad de lo que era el periodismo. Ese conocimiento le va a dar la posibilidad de enterarse de la realidad profesional del periodismo y encarar con optimismo su vida profesional.

Son edades en donde el desaliento no debe existir, más bien la ilusión de mejorar las cosas, en este caso la labor informativa. Por ello pienso que, teniendo un conocimiento real de la situación, su respuesta debe ser esforzarse en formarse adecuadamente mediante los principios y formas que han sido siempre propias del periodismo y luchar desde el primer momento para ser consecuente con ellas en su actividad profesional.