Cinco lecciones de vulcanología que hemos aprendido con La Palma

Desde que el pasado 19 de septiembre el volcán Cumbre Vieja de La Palma (Islas Canarias) entrase en erupción cincuenta años después de la última vez en la superficie terrestre española, hemos sido testigos de datos e informaciones referentes a los volcanes. ¿Qué hemos aprendido con este suceso? María José Huertas y David Orejana, investigadores del Departamento de Mineralogía y Petrología de la Universidad Complutense de Madrid nos detallan cinco lecciones de este curso acelerado de vulcanología.

 

 

Volcán en plena erupción en La Palma. / Eduardo Robaina

Volcán en plena erupción en La Palma. / Eduardo Robaina

Los suelos son más fértiles después de la erupción

La mayoría de los suelos derivados de las cenizas volcánicas muestran propiedades distintivas que no se encuentran en suelos derivados de otros materiales “parentales” con la misma vegetación y clima. Esto se debe a que la ceniza volcánica se compone principalmente de vidrio volcánico que, entre otros componentes, contiene óxidos de sílice, aluminio y hierro que con la meteorización permiten la formación de arcillas.

Además, los suelos volcánicos tienen altos valores en carbono, fijan muy bien el fósforo y son muy porosos. En definitiva, son suelos muy ricos en nutrientes.

¿Cuándo estará el suelo del volcán de La Palma de nuevo preparado? La formación de un suelo es el efecto combinado de cinco factores: material “parental” –roca base-, clima, topografía, vegetación y tiempo. Un pequeño nivel edáfico podría tardar en formarse entre 100 y 150 años, pero un suelo bien desarrollado tardaría varios miles de años en formarse.

Produce gases que impactan en la salud humana

Cada erupción volcánica aporta gases diferentes y en proporciones diversas según la composición del magma, pero los más comunes son: agua, dióxido de carbono, dióxido de azufre, ácido sulfhídrico, ácido clorhídrico, fluoruro de hidrógeno, ácido bromhídrico, hidrógeno, monóxido de carbono, azufre, cloro, flúor, nitrógeno  y helio.

La práctica totalidad de estos gases son inherentes al propio magma excepto el agua, que puede ser absorbido por el magma del entorno por el que asciende o del propio ambiente.

No se puede evitar que los volcanes y las coladas de lava emitan gases.

En relación con su impacto en la población (o en el entorno, entendiendo por tal cualquier ser vivo, planta o animal) este puede ser muy poco significativo si el tiempo de exposición es corto.

Si aumentara el tiempo de exposición, sería necesario utilizar mascarillas con filtros absorbentes de gas o incluso la evacuación de la población. La estimación del tiempo de exposición o la “distancia” a la que los gases pueden afectar de forma nociva para la salud y el entorno viene dado por un valor que se denomina PEL y que se define como el límite de exposición recomendado para un compuesto químico por encima del cual puede haber riesgos para la salud. Este límite se calcula haciendo un promedio 8 horas al día, 40 horas a la semana y se mide en partes del compuesto (por ejemplo, CO2) por millón (ppm).

Los efectos que pueden provocar en el organismo son muy variados, pues va a depender del tiempo de exposición y de la concentración del gas. Tomando como ejemplo dos de los compuestos más abundantes, el dióxido de carbono y el dióxido de azufre, el primero de ellos produciría en menos de un minuto que cualquier ser vivo quedara inconsciente si se respira en una proporción superior al 11%. El segundo, en proporciones comprendidas entre 6 y 20 ppm, causa la inmediata irritación de garganta, ojos y nariz. Concentraciones superiores a 10.000 ppm causarían graves problemas en la piel y en las mucosas de los seres vivos en cuestión de minutos

Las formas del magma cambian según si hay o no explosión

La UME apoyando el trabajo de científicos que analizan muestras de lapili del volcán. / IGME.

La UME apoyando el trabajo de científicos que analizan muestras de lapili del volcán. / IGME.

Los magmas que se emiten por los volcanes lo hacen de forma masiva o fragmentaria. En el primer caso, se obtienen coladas de lava, más o menos fluidas, según la composición del magma, que se desplazan a velocidades muy variadas dependiendo, además de esa composición, de la superficie topográfica por la que avanzan. 

Los productos piroclásticos, ceniza (menos de 2 mm), lapilli (entre 2 y 64 mm) y bombas (más de 64 mm) son el propio magma que se fragmenta en diversos tamaños mediante mecanismos de explosión. Estos son más o menos intensos, dependiendo de la composición de los magmas y de su contenido en gases. Estas explosiones tienen lugar en el interior del conducto eruptivo o chimenea y este magma fragmentado se proyecta al aire a través de la columna eruptiva, para posteriormente depositarse sobre la superficie topográfica.

Choque térmico cuando la lava llega al mar

Cuando una colada de lava llega al mar genera, más que explosiones, un “enorme chisporroteo” que da lugar a grandes nubes blancas de vapor de agua. Esto se debe a la diferencia térmica tan enorme que hay entre la temperatura de las coladas y el agua del mar. Al mismo tiempo, y debido a este súbito enfriamiento, se produce una fragmentación del magma en forma de pequeños trozos angulosos de vidrio (denominados hialoclastitas) que se expande por los alrededores y se deposita, más tarde, en las playas. Por eso,  cuando la colada de este volcán llegó al mar en la noche del martes, generó estas nubes blancas de vapor.

La emisión de gases nocivos para la población, conjuntamente con este vapor de agua, es poco probable o, de darse el caso, sería en muy baja concentración. Primero, porque la máxima emisión de estos gases tiene lugar en la columna eruptiva que se emite por el cráter del edificio y, segundo, porque las coladas, en su discurrir sobre la superficie topográfica, desgasifican continuamente por lo que la concentración de gases nocivos con la que llegarían al mar sería muy escasa.

Conforme la colada de lava avance en el mar, se enfriará, se consolidará y se convertirá en una roca sólida que lógicamente se hundirá en el mar y “agrandará” la superficie costera.

El dióxido de azufre puede generar lluvia ácida, pero menos que el ser humano

La lluvia ácida se produce por la combinación del dióxido de azufre, bien de origen volcánico o antropogénico, con H2O, bien en forma de vapor de agua o de agua líquida.

Los volcanes activos producen, aproximadamente, del orden de 3 x 106 t/año de SO2 o lo que es lo mismo un 11%, mientras que las fuentes antrópicas –producidas por el ser humano- emiten 79 x 106 t/año, es decir el 68%.

Queda claro que los volcanes no son los máximos responsables de las lluvias ácidas, aunque sí son responsables de una liberación rápida y súbita de este gas. No obstante, solo en las grandes erupciones volcánicas, que incluso modifican el clima del planeta durante varios años, la emisión de este compuesto genera abundantes lluvias acidas nocivas para el medio ambiente.


 

      
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