Ciencia en residencia: cuando no hay edad para disfrutar del conocimiento

La ilusión de tocar por primera vez, a los 90 años, un microscopio. El asombro de ver, a través de él, secciones de cerebro. El empoderamiento de descubrir que había mujeres en la Escuela de Cajal. El alivio de que les recuerden que forman parte de la sociedad, esa por la que trabajaron toda su vida. Todas estas sensaciones se vivieron en la actividad de divulgación científica organizada en una residencia de la tercera edad en la Semana Internacional del Cerebro de la Universidad Complutense de Madrid. Como bien describe Reyes, una de las residentes: “esto es emocionante”.

 

La exposición permanente de Cajal acogió a los estudiantes del colegio Chesterto de Meco (Madrid).  / Ana Casado.
Cuatro residentes interseadas en el discurso de Elena y José Ángel. / Ana Casado.

María Milán, 17 de marzo de 2023.

Son las 11 de la mañana, la hora a la que les han dicho que viene la “visita”. Solo el mero hecho de que “venga alguien” es una fiesta, así que sacan sus mejores galas y ganas. Algunos necesitan ayuda de un andador, otros manejan con soltura su silla de ruedas y, los más afortunados, caminan erguidos a las primeras filas. Nadie quiere perderse el acontecimiento: vienen científicos a la residencia de mayores en la que viven.

Los asistentes posan en el hall del Museo del Prado antes de la actividad. / Ana Casado.
Elena Giné al inicio de su charla. / A. Casado.

Y eso, no pasa todos los días. En realidad, no pasa casi nunca. La divulgación científica y la transferencia del conocimiento en general siempre se suman la coletilla de “a la sociedad” pero, ¿realmente estamos llegando a toda la sociedad?

Esta es la pregunta que se hicieron José Ángel Morales García y Elena Giné, profesores e investigadores del Departamento de Biología Celular de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), y que le trasladaron a la Unidad de Cultura Científica, quien también reflexionó sobre el público habitual que tienen sus actividades de divulgación.

Así surgió, en el marco de la Semana Internacional del Cerebro 2023 la actividad “Conviértete en Ramón y Cajal por un día” en la residencia y centro de día Sergesa Boadilla (Madrid).

Neuronas de colores y mujeres olvidadas

La primera en romper el hielo ante una audiencia de cincuenta hombres y mujeres de entre 70 y 95 años es Elena Giné. Con la dulzura y la calma que la caracteriza, empieza a hablarles sobre la figura de Santiago Ramón y Cajal, el neurocientífico más importante del siglo XX y Premio Nobel en 1906.

Una alumna observa las preparaciones en el microscopio. / María Milán.
José A. les acerca la ciencia de Cajal. / A.C.

Sus hallazgos y cómo cambió, con su teoría neuronal, la visión que se tenía hasta entonces del cerebro, del que se pensaba que estaba formado por redes, centraron el discurso. Al final, Elena muestra una fotografía de la Escuela de Cajal, los discípulos que trabajaban con él en el laboratorio.

“¿Qué falta en esta foto?”, pregunta la investigadora. “Mujeres”, contestan al unísono varios residentes sin dudarlo. Así, Elena les explica la investigación en la que lleva sumergida, junto a otras compañeras del departamento, desde hace años, buscando y reivindicando la figura de las mujeres que trabajaron en labores científicas y técnicas de la mano de Cajal. “Hemos logrado cambiar el dibujo que se tenía de la Escuela”, reconoce.

Con José Ángel llega el turno de tocar ciencia, de tener entre sus manos partes que componen el organismo y de aprender, porque nunca es tarde, cómo estudió Ramón y Cajal el sistema nervioso. “Estamos en la Semana Internacional del Cerebro y queremos pasar la mañana con vosotros”, les recuerda.

Con las manos en la ciencia

Francis e Iván ante una impresora 3D. / Ana Casado.
Un día para tocar la ciencia. / M. Milán.

Para quienes la movilidad y la vista se lo permiten, hay preparado, como colofón final, la observación de secciones de cerebro bajo el microscopio. “Yo veo una amalgama de colores, ¿por qué?”, pregunta Pilar, una residente, con curiosidad. “Es la corteza cerebral, donde hay distintos tejidos, por eso aparecen diferentes colores”, apunta Elena.

Carmen espera su turno para acercarse al microscopio. “Porque nací en 1932, si llego a nacer ahora estudiaría ciencia. Es apasionante, prefiero esta actividad a ver una película”, se muestra agradecida. Para Puri, ver un microscopio por primera vez es una aventura: “quién me iba a decir que lo haría con 91 años”.

La emoción generada en esta actividad se multiplica si echamos la vista atrás a hace justo tres años, cuando la pandemia de COVID-19 se ensañó especialmente con este colectivo, aislándoles de la sociedad aún más.

Para Pilar, era la primera vez que miraba en un microscopio. / M.M.
Para Pilar, era la primera vez que miraba en un microscopio. / M.M.

“Están deseando tener este tipo de actividades. Nos lo requieren cada vez más porque los residentes tienen un nivel educativo y cultural más alto y, quienes no lo tienen, todavía les quedan muchas ganas de aprender”, explica Nuria Rodríguez Salas, subdirectora del centro y psicóloga.

Hora de recoger. Mientras los residentes bajan a comer, llegamos a la conclusión de que el regalo que veníamos a hacer en la residencia, traerles un poco de ciencia, nos lo han hecho ellos: recordarnos que trabajamos por y para todos los estamentos de la sociedad. Porque sí, ellos y ellas lo siguen siendo.