Proyectos de Investigación

Testimonio desde la lucha contra la pandemia

por Rodrigo Guzmán Lorente

 

Ante la excepcionalidad de los hechos acontecidos durante este 2020 – año en el que se realizó la siguiente entrevista – la comprensión de la importancia de este contexto ha motivado múltiples actividades destinadas al análisis que permitan ver la profundidad de los hechos. Es por ello que los historiadores contemporáneos debemos cumplir nuestro rol a partir del contexto en el que nos encontramos, esgrimiendo una de las armas más importantes con la que tratar la Historia Contemporánea como es la Historia Oral. Desde sus orígenes nuestra profesión se ha sustentado en la recolección y consulta de fuentes, un pilar imprescindible para poder interpretar la Historia a pesar de que los focos y métodos han ido evolucionando a lo largo de los años. Realizamos la elaboración de la siguiente entrevista con la esperanza de que su testimonio permita un acercamiento útil para las futuras generaciones que busquen reconstruir las eventualidades acontecidas en el primer año de pandemia a partir de la cotidianidad.

Nuestra protagonista en cuestión es María Belén Lorente Lumbreras, residente del barrio Puerta del Ángel (dentro del distrito Latina) de 52 años. Belén es natural de Ajofrín (Toledo) y ha estado acostumbrada a lo largo de su vida a los diferentes traslados y vaivenes, sin embargo, ahora mismo se encuentra en uno de los momentos más difíciles que recuerda. En buena medida eso debe a la exposición dentro de la lucha contra la pandemia a la que se ve forzada por su trabajo: Belén es auxiliar de enfermería en el Hospital de la Princesa, un oficio lleno de complicaciones en este contexto y mucho más para una madre de familia numerosa. Su peculiar situación como empleada de la sanidad pública y madre de tres hijos dotan al testimonio de Belén de una riqueza considerable para todo aquel interesado en ahondar en el corazón de la pandemia.

 

¿Cómo has sentido que ha variado tu cotidianidad laboral a partir de la pandemia?

Lo primero son pequeñas cuestiones a las que te tienes que acostumbrar, por ejemplo, ahora tenemos que cambiarnos los uniformes diariamente, en nuestra unidad utilizamos mascarillas FFP2 y encima la quirúrgica, está la tenemos que cambiar también todos los días y también gafas y bata de protección para cada paciente sospechoso de contagio. Al final hemos cambiado también los típicos hábitos de reunirnos con los compañeros para desayunos o cenas cuando nos toca de noche para reunirnos en grupos más reducidos, también a la hora de entrar al trabajo nos toman la temperatura y nos obligan a lavarnos con gel hidroalcohólico. Cuando hemos tenido un positivo en la planta se generaba un estado de tensión por el miedo, hay compañeras que lo pasan mal, tienen ansiedad, en parte por el miedo de contagiar a tus familiares y entre todas tenemos que apoyarnos un poco. También los enfermos se sienten solos, no tienen visitas por la prohibición del hospital y tienes que ayudarles a comer, aseo, medicación y atenderlos en todas sus necesidades, el enfermo demanda muchas más dolencias de las que en realidad tiene, psicológicamente necesitan nuestra compañía ya que somos su único contacto a lo largo del tiempo que pertenecen, para ellos es muy largo. Una peculiaridad es que hemos notado más demanda del servicio religioso del hospital, parece que necesitan más alivio espiritual en estos momentos de soledad, el COVID 19 les da mucho miedo. En mi núcleo familiar tenía que usar mi vehículo particular para trasladarme al trabajo para evitar lógicamente el transporte público y evitar el riesgo de contagiar. Cuando volvía dejaba zapatos en el garaje y me cambiaba allí, la ropa usada allí la tenía que meter en una bolsa para lavarla a 60º, evitando contactar con cualquiera de mi núcleo, me volvía a duchar en casa a pesar de que en el hospital ya me obligaban a irme duchada. Durante los meses más intensos al comienzo llegué a usar un cuarto y un baño propio.

¿Cómo cambió el barrio?

En los primeros meses cuando salía a trabajar era abrumadora la imagen solitaria de la calle. Nunca fue un barrio con demasiada actividad social que digamos, pero se notaba la ausencia de paseantes, los niños en el parque o nuestros mayores en los bancos. También es cierto que todos los vecinos se volcaron solidariamente, en las primeras semanas había mucha ansiedad al hacer las compras en el supermercado. Hubo muchos vecinos que se interesaron por mi situación dada mi condición de sanitaria. Ahora parece que el ambiente ha aumentado un poco, pero creo que tardará el volver a ser como antes. Todas las navidades era habitual que todo el vecindario nos juntáramos a mediodía en los bares, pero parece que este año va a ser imposible (…).

¿Cómo se desarrollaron las visitas de familiares y amigos?

Cuando estábamos en el periodo de confinamiento tuvimos que comunicarnos a través de sistemas de tecnología como la videollamada a los cuales ni yo ni mis padres estamos acostumbrados, recuerdo especialmente que la primera vez fue por mi cumpleaños en marzo. A partir de verano, pudimos tener algunos breves encuentros donde intentábamos situarnos en el porche al ser el espacio con mejor ventilación y espacio para separarnos, tratando de mantener la mascarilla en todo momento hasta cuando comíamos (…).