Páginas personales

Presentación de José Manuel Lucía (2000)

Libro de horas

Madrid, Calambur, 2000

Comprar


Presentación Libro de horas

Círculo de Bellas Artes, 19 de marzo de 2001

 

            Con el Libro de horas, mi primer texto poético publicado, he tenido la oportunidad de vivir todos los momentos tópicos que una y otra vez se empeñan en comentar los escritores. Y los he vivido, a pesar de intuidos y ya oídos, con la fascinación de la primera vez.

            El Libro de horas, en su forma y estructura definitiva, se escribió en los meses de octubre y noviembre de 1997. Y digo “se escribió” como el primer lugar tópico en donde quisiera detenerme. Se “escribió” en las noches de otoño de aquel año al llegar a casa, dejando a un lado las preocupaciones del Instituto Cervantes y las clases de la Universidad. Tumbado en el sofá de mi salón, me recuerdo como un mero transcriptor de versos... la imagen ha sido demasiado utilizada, pero no se trata de un lugar común, ni mucho menos.

            Luego vendría el trabajo de pulir y dar forma definitiva a esos versos “transcritos”; un esfuerzo mucho menor gracias a las lecturas de los amigos que me obligaron a sacrificar algunos versos (el libro era mucho más extenso en sus primeras versiones), y gracias a un libro de mi amigo y colega Fernando Gómez Redondo que me enseñó la esencia del verso libre. Sin sus ideas, que yo intentaba explicar en la Universidad, este libro no se hubiera terminado nunca. No sabe hasta qué punto le estoy agradecido.

            Y ya escrito, y ya leído y ya criticado y comentado, seguí viviendo con el Libro de horas un recorrido de tópicos: el de la presentación a concursos poéticos que siempre ganaban otros, el balancearse entre la certeza (“seguro que se lo han dado a un amigo de algún miembro del jurado”) y la duda (“acaso el libro no se merecedor de tal premio”), el llamar a las puertas de las editoriales y recibir, en el mejor de los casos, buenas palabras y promesas a muy, pero que muy, largo plazo.

            Hasta el día en que me atreví a dejárselo leer a Emilio Torné, más que editor, amigo. Y gracias a él, aquí está: un libro que ha salido embellecido por su diseño, como todos los que aparecen en la editorial Calambur. Aunque se lo imagina (y esto es también un tópico), no sabe hasta qué punto le estoy agradecido. Y sobre todo, agradecido, porque me quitó el libro de las manos, y me permitió vivir un nuevo tópico: hasta que lo vi publicado, el Libro de horas todavía me pertenecía, podía volver a él y cambiar versos, poemas enteros (normalmente, para estropearlos, como todo el mundo sabe), pero en el momento en que se imprimió el libro dejó de ser mío, y empezó a ser de los lectores.

            Y este lugar común  es en cambio un lugar muy personal, apasionante para un autor recién publicado.

            Una mañana me acerqué a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá y allí escuché por primera vez un poema mío en otras voces, en un nuevo escenario: una escalera, decenas de personas en silencio oyendo algo que yo había escrito, y que ahora sentía diferente en sus voces. Era el poema que yo había escrito, pero era también algo más que ese poema. Mil gracias al grupo de teatro Brócoli por haberme permitido estar tan a gusto en un lugar que hasta entonces creí común.

            Y publicado el libro, empecé a recibir las primeras cartas y las primeras críticas:

 

  • “Maravilloso tu libro. Me ha encantado, aunque a veces te dejes llevar por la complacencia. Me vuelven loco los poemas nocturnos, más intensos y desgarrados. Genial el momento Nacha Guevara”.
  • “Un primer libro atípico, extraño y maduro. [...] En el fondo, se trata de un largo poema, de una suerte de novela en verso en la que el paso del tiempo respira a través de una palabra que reinventa los objetos cotidianos, la realidad más prosaica, para convertirlos en poema, en experiencia irrepetible. Poemario valiente y renovador que no parece un primer libro”.

 

            Y de nuevo el tópico: leo estos comentarios como si el Libro de horas no me perteneciera, como si lo hubiera escrito un buen amigo, de quien me alegro que haya cumplido un sueño, un sueño que, con el paso del tiempo, se estaba convirtiendo en una obsesión, en una pesadilla.

            Y así debe ser. Ahora el Libro de horas debe ser suyo, de todos ustedes y de todos los que se acerquen a sus páginas, de todos los que se dejen llevar por sus horas, por sus apuestas formales, pos sus sentimientos a flor de piel. Libro que no merece presentaciones, en realidad, sino que se lea, como así debería sucederle a todos los libros.

            Y así me permitirán un último lugar común: un libro existe y vive sólo si es leído.

            Por eso, sin más preámbulos, quisiera leerles en este momento algunos poemas, leerles algún verso con la ilusión de que el libro viva en ustedes, lectores, con la ilusión de que este último lugar común también se haga realidad.

 

10 horas

 

Las horas en el despacho son una balsa en el aceite de tu despedida...