Páginas personales

Notas textuales del Libro de horas

Libro de horas

Madrid, Calambur, 2000

Comprar


Notas textuales

Libro de horas

(Madrid, Calambur, 2000)

Publicado en José Manuel Lucía Megías, El único silencio (Poesía reunida, 1998-2017), Madrid, Sial/Contrapunto, 2017, pp. 585-589

 

            A pesar de comenzar a escribir poesía desde niño (la poesía y el teatro fueron siempre mis pasiones infantiles, más allá de la narrativa, que siempre he sentido como un lenguaje lejano a mis posibilidades creativas), lo cierto es que fui un poeta impreso tardío. Aunque Libro de horas fue mi primer libro impreso, lo cierto es que Prometeo condenado fue, realmente, el primer libro que terminé, del que me dije que quería verlo publicado. Pero fue el segundo que vio la luz, cuatro años después, en la editorial Calambur.

            Libro de horas nació de una apuesta personal en el año 1997: un libro de poemas que pudieran leer todos aquellos que dicen que no son capaces de leer poesía. Por esta razón, el libro está estructurado como una “narración”, a partir de un género más conocido y transitado por los no lectores de poesía. Un día. Tan solo una día. La historia de un día que comienza con una pregunta, que tenía intención de ser un misterio, el comienzo de un misterio: “Pero ¿hasta cuándo seré capaz de sobrevivir a tu silencio?”. Un día que termina a la una de la madrugada con una constatación, con una claudicación: “Pero ¿hasta cuándo seré capaz de sobrevivir a tu silencio?”. Dos años tardé en escribirlo. Y otro en encontrar editor, en convertirlo en libro.

            La forma final de los poemas, de estos versos que iba escribiendo en un cuaderno que todavía conservo, la reescritura total del mismo, se debió a las páginas del libro de Fernando Gómez Redondo, El lenguaje literario: teoría y práctica (Madrid, EDAF, 1994), que por aquel entonces me servía de libro de cabecera en las clases de teoría de literatura que impartía en la Universidad de Alcalá. Gracias a Fernando entendí el “verso libre”, su capacidad de organizar el discurso, la necesidad de una explosión inicial que va encontrando acomodo en su desarrollo, frente a las estructuras fijadas de los versos regulares, de las estrofas canonizadas, que han de buscar su explosión poética en sus últimos versos, en la culminación de un edificio previamente pensado, meditado, asumido. Mi poesía encontró su cauce en el verso libre, en esa búsqueda continua que realizo en el propio acto de escritura.

Si a Fernando Gómez Redondo le debo la forma final del texto, Libro de horas se convirtió en libro, después de haber pasado sin pena ni gloria por varios premios poéticos, gracias a Emilio Torné, que lo acogió con amistad en la editorial Calambur. Sin esta publicación, sin este libro, después de cientos y cientos de versos que “tiritaban de inéditos” desde hacía muchos años, no sé si la poesía, esta poesía que ahora tienes en las manos, lector curioso, hubiera sido posible. Publiqué tarde, pero lo hice acompañado de los mejores, en uno de los proyectos editoriales poéticos más interesantes que se han dado en España en los últimos años.

Era tal mi emoción por lo que estaba viviendo, que comencé a escribir un diario de todo lo que me estaba pasando, y del que ahora me permito rescatar algunos instantes que, sinceramente, había olvidado. Transcribo tan solo un párrafo de un diario lleno de anécdotas y de vivencias, pues me parecen un buen recuerdo de aquellas emociones que ahora he vuelto a revivir. Todo nuevo libro es una experiencia única, pero nada comparado al primer libro. Al primer libro impreso.

 

Y ahora con la publicación del libro vivo, por primera vez, la experiencia de ver cómo el libro vive también en otras manos, en otros ojos. Durante el tiempo de la escritura, mis lectores eran mis amigos y sus opiniones formaban parte de mis propias palabras y decisiones. Pero ahora el libro es y no me pertenece. Ahora no es posible cambiar una coma sin llegar a crear un nuevo libro, un nuevo texto. No me pertenece. Es su momento. Luis Alberto de Cuenca lo leyó en unas fotocopias que le entregué: me llamó desde la Biblioteca Nacional al Instituto Cervantes porque no quería limitarse a entregarme una nota. ¡No sabe cómo le agradezco el gesto! Habló de épica, habló de una nueva forma en poesía… palabras muy cariñosas de un buen lector de poesía. Lo mismo mi buen maestro Jaime Jaramillo, el gran poeta colombiano. Pero eran comentarios sobre lo que podría ser, sobre lo que esperaban que fuera… pero el libro como tal no existía: Libro de horas era un proyecto, como tantos otros que tengo en los cajones: “Geografía de Roma”, “Luna de agosto”, “Prometheus”… ahora ha llegado el momento de la verdad. Emilio Torné me ha abierto un hueco en su espléndida Calambur, y ahí está el libro, con su franja de sangre de toro esperando a los lectores, con su espléndido diseño. Un libro de lujo. Confieso que tengo mucha suerte con los libros que he publicado: quedan estupendos en las estanterías. Son libros presentables. Libros que se dejan mimar.

 

Por esta razón, por estar al margen de los círculos poéticos de Madrid, por conseguir publicar mi libro más por la amistad con Emilio Torné, y el amor compartido a los libros antiguos, no puedo dejar de recordar la inmensa alegría que sentí al leer por casualidad la generosa reseña de Lovat en Ariadna, la plataforma digital que sigue haciendo las delicias de tantos lectores, que nos sigue descubriendo tantas obras y a tantos autores. Por aquel entonces todo era un sueño, estar, por fin, viviendo el centro de un sueño… había conseguido publicar mi primer libro de poesía, y, además, alguien lo comentaba, y con estas palabras. ¡Para no sentirme el hombre más afortunado del mundo! Había conseguido hacer realidad mi apuesta:

            Hacía tiempo que no se hablaba tanto de un primer libro como de este en el que ahora me detengo, lo que resulta curioso, sobre todo si se tiene en cuenta que no trae faja de premio ni padrinos ilustres, que yo sepa.

            El Libro de horas es un único poema dividido en dieciocho fragmentos sin más título que la hora exacta en que el poeta se detiene para contemplar aquello que le rodea, el día mismo desde las siete y media de la mañana hasta la una de la madrugada, un día intencionadamente lluvioso, anodino y oficinesco, en un Madrid con el que resulta difícil reconciliarse, lo que, por cierto, también ocurre con el Madrid de verdad, si es que Madrid es de verdad, cuestión que no hemos de debatir ahora. O sí debemos. El poema está enfermo de cansancio, cansancio por el amor lejano, por las calles lejanas, por las canciones lejanas. Cansancio por la lejanía del mismo poema, que está en el poema como deuteragonista de su transcurso, un tanto burlón y obcecado pero insuficiente, como ese amigo del bueno que en la película llega siempre tarde para ayudar en la pelea. Madrid no presta su paisaje al poema, apenas un par de pinceladas permiten reconocer la ciudad, y lo mismo me equivoco, pero sí su hostilidad, la necesidad constante de refugio, la contradicción de ser caldo de poema y a la vez aplastar el poema, de derrumbar los días que en ella se abren como quien sopla sobre un castillo de naipes. Ninguna de las muchas críticas que el libro ha tenido, todas elogiosas, lo que me parece muy justo, ha señalado esta presencia de la ciudad concreta, prefiriendo contemplarlo como si fuera una suerte de fábula existencialista, que pueda pertenecer a cualquiera y en cualquier momento. Pero no creo que este poema busque tal estilizamiento. Las horas de José Manuel Lucía Megías son estas mismas horas en que yo escribo esta reseña y en que el despistado lector abre esta página para curiosear lo que hoy despellejo. No puedo dejar de pensar que tal día es real, que sigue siendo real como lo es José Manuel, que no ha querido esconderse ni inventarse, y que se ha sacado de la manga de esta perra vida un gran poema acerca de lo que nunca dejará de abandonarnos en esta ciudad, en este preciso momento.

 

Otros se han acercado al texto desde otros ángulos y miradas a lo largo del tiempo, como la lectura que Antonio Joaquín González Gonzalo le dedicó en su artículo “Desde la realidad al sentimiento. La poesía de José Manuel Lucía Megías” (2007):

 

Ya en el primer libro de poemas publicado por José Manuel Lucía Megías, Libro de horas, aparecen una serie de temas que van a caracterizar su escritura. En este libro asistimos al desarrollo de la experiencia de un día completo que comienza con un significativo verso, a las 7:30, “Pero ¿hasta cuándo seré capaz de sobrevivir a tu silencio?”, un verso que representa lo que es el amanecer marcado por un abismo sin suelo que se abre en la tierra; una sensación de desasosiego en la ausencia que marca el desarrollo de toda una jornada. Desde la hora del nuevo amanecer a la vida, poco a poco el cuerpo va recuperando sus formas perdidas durante el sueño. Los sonidos cotidianos del hogar protegen hasta que llega el momento de salir a la calle impregnada de lluvia. Y en el exterior, la realidad se manifiesta en un lento recorrido por las calles, en el atasco que se ve como el cortejo galante e imposible de los automóviles; en una oficina donde es imposible reconocerse, ni en la existencia de los otros, ni en el teléfono que debería desaparecer ni en las noticias contenidas en el periódico con su carga diaria de escepticismo y dolor. Todas esas sensaciones originadas en una realidad hostil explican un verso como: “y la sensación de vacío me llena la boca del áspero sabor de la arena del desierto”, un verso que anuncia la presencia, poco después, de una mención a Álvaro Mutis y su Ilona llega con la lluvia, como expresión de una muerte metafórica que se oculta entre la lluvia de la realidad exterior. Más allá del vacío se mantiene la sensación de ausencia del tú, buscando su nombre en el periódico o a la hora de la comida, descubriendo “el apetito de tener de nuevo tu cuerpo en mis brazos”. Y es que la poesía de José Manuel Lucía nace desde el sentimiento romántico, en este caso de la ausencia del tú. El día transcurre en cada poema que supone una reflexión de cada momento de la existencia, o, lo que es lo mismo, el recuerdo continuo de alguien que está lejos. Y cuando llega la noche se maldice la ausencia. Al anochecer, el recuerdo del amor que fue permite afrontar la oscuridad para seguir viviendo más allá de un mundo en el que se ha perdido la inocencia, como muy bien dejan ver los informativos de la televisión.

El Libro de horas se cierra a las 1:00 horas con el mismo verso que acompañaba el despertar. Cada día es sobrevivir sin más, puesto que lo único que pervive en la consciencia es la ausencia, el vacío que no puede ser llenado con lo cotidiano.

 

El 19 de marzo de 2001, presentamos Libro de horas en la Sala Antonio Palacios del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Digo presentamos, porque la editorial Calambur aprovechó para dar a conocer junto al mío el texto Las verdades del arce de Enrique García Santo-Tomás. Una tarde mágica, pues conté con la complicidad del grupo de teatro Brócoli, con Ernesto Filardi, Soraya Gonzalo, Déborah Vukusic e Iria Márquez. Allí, ellos, entremezclados entre el público, leyeron, vivieron e hicieron sentir mis versos cotidianos. Una tarde mágica. Recuerdo que Natalia Meléndez, que estaba en la mesa para leer versos del otro libro de poemas, me pidió mi ejemplar, el regalo de mi ejemplar, que estaba marcado, anotado, sudado, leído y vivido… “Mejor así. Es un libro con vida”, me dijo.

Y así lo sentí hace casi veinte años en Alcalá de Henares cuando lo escribí. Y así he sentido Libro de horas, mi primer libro de poesía de vida, cuando lo he releído, lo he revisitado para incluirlo en este volumen. Un libro de vida.