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Notas textuales a Canciones y otros vasos de whisky

Notas textuales

Canciones y otros vasos de whisky

(Madrid, Sial, 2006)

Publicado en José Manuel Lucía Megías, El único silencio (Poesía reunida, 1998-2017), Madrid, Sial/Contrapunto, 2017, pp. 593-596

 

            Si Acróstico es un homenaje, un canto al amor, Canciones y otros vasos de whisky lo es a la amistad. Entre dos apartados escritos en años anteriores y que ahora rescataba: Luna de agosto (poemas nacidos en Alcalá de Henares en un lejano mes de agosto cuando la ciudad quedaba vacía y deshabitada) y Diálogo entre el ángel y el demonio (un proyecto de poemas escénicos que quedó en el tintero, pues se basaba en esa enseñanza católica que nos impusieron de niños y a la que me sigue dando mucha pereza y rabia retornar), las Canciones escritas a lo largo de los años como homenaje y recuerdo de tantos amigos, ahora tomaban forma de una conversación, de una charla informal en torno a un vaso de whisky.

            Segundo libro publicado en Sial, y segundo prólogo. Y para esta ocasión, el poeta colombiano Jaime Jaramillo, uno de los más fascinantes que he conocido en mi vida, me regaló este prólogo, que vino acompañado de una de sus bromas: un soneto que había escrito cuando saqué la plaza de profesor titular en la Universidad Complutense de Madrid en el año 2000:

 

Llegó a Medellín (Antioquia) un poeta griego. Le pedí permiso para palparlo y saber que era real. Le dije que lo respetaba y admiraba por asumir la tremenda responsabilidad de ser poeta griego a comienzos de este siglo XXI, que poco promete para la poesía. Es la misma responsabilidad que tiene el poeta español de hoy, asentado sobre una abrumadora tradición. No es nada fácil ser poeta español en este 2006, con tan grandes voces acosándolo desde un pasado portentoso que la Historia reverencia por considerarlo insuperable. Los poetas y escritores en América tienen todavía la libertad de inventar un mundo. Los herederos de excelsas tradiciones soportan un reto poco menos que imposible, y sin embargo se atreven.

El autor de estos cantos ha podido hacer eso porque conoce muy bien sus tradiciones. Cervantista erudito como el que más, investigador del Centro de Estudios Cervantinos en Alcalá, profesor titular de Filología Románica en la Universidad Complutense, estudiante y profesor en famosas universidades de Europa y América, autor de muchos libros importantes en espléndidas ediciones, y conferencista insigne, su trayectoria intelectual no cabe en un simple prólogo. Mejor consúltela en Internet. Viajero por medio mundo (escribió un libro en la China), es uno de esos hombres de excepción que uno no se explica cómo pueden hacer tantas cosas y además escribir perdurable poesía. Hasta en Colombia (donde escribo) ha estado varias veces, y por eso puede decir que “Solo en algunos rincones de Colombia uno puede imaginarse el paraíso”. En este paraíso donde vivimos también hay diablos y serpientes, pero de todos modos es el paraíso. Diablos y serpientes –usted sabe– son habitantes naturales del paraíso. Y También sobre ese tema tiene el autor otro libro. Qué no tendrá: teatro, ensayo, crítica, extensos estudios, y no continúo porque la envidia es mejor sentirla que provocarla. Cuando, hace unos años, las universidades de Alcalá y la Complutense se lo disputaban, y entonces él se encontraba en un dilema, le escribí un soneto jocoso para burlarme de su situación:

 

SONETO

en donde se relata el suceso que ocurrió en las ilustres universidades de Alcalá de Henares y Complutense de Madrid con motivo de una célebre oposición de Filología Románica en las postrimerías del año de gracia de 1999.

 

La de Alcalá, que no conoce el pánico,

ornada de blasones y prestigio,

la Complutense desafió en litigio

por un joven filólogo románico.

 

José Manuel Lucía es el ingrato

por el que Manuel Gala se pelea

con Rafael Puyol que lo desea

y le pide su firma en un contrato.

 

Cual dos aves que pican un sombrero,

los contendientes con igual esmero

se baten por su honor o por sus celos

 

ante siglos atónitos y mudos,

y arrojando por tierra sus escudos,

terminan agarrados de los pelos.

 

Desde que los profesores decidieron escribir también la poesía, esta entró en decadencia porque los profesores manejan moldes. Por excepción, la que en este momento tenemos en las manos, usted y yo, y que aparece firmada con el nombre de José Manuel Lucía Megías, puede leerse como se ha leído siempre la poesía, sin la tutela académica. Dichas estas palabras, nos disponemos a leerlo, cada quién en el resguardo de su casa. No es para leer en el tráfago de las vías públicas. Aunque parece fácil, requiere privacidad y atención, como toda gran poesía. Porque cada autor es la suma de sus maestros, y en estas canciones se encuentran, con la claridad del clásico las sugerencias del Simbolismo, las intuiciones del Surrealismo, las imágenes del Modernismo, el tono engañoso de la poesía conversacional y los imprevistos recursos de los posmodernistas. Todo lo cual requiere discreta ayuda de la Hermenéutica.

 

La amistad, lo cotidiano y la ciudad afloran en este libro como tres líneas que nunca me han abandonado en mi poesía, como bien supo destacar Antonio Joaquín González Gonzalo en un artículo al año siguiente:

 

¿Cómo definir la poesía de José Manuel Lucía Megías? Hay dos factores, además del amor, que definen esta poesía en un libro como puede ser Canciones y otros vasos de whisky. José Manuel Lucía es un poeta de ciudades y paisajes urbanos: Madrid (el Madrid de agosto, la estación del amor, o el Madrid de otoño que marca, en septiembre, el comienzo de la despedida); la Plaza de Comendadoras o Colombia sentida desde la lejanía en una enumeración de palabras con sabor a tierra. En el reflejo de la ciudad está el autoconocimiento del poeta. El otro factor es la importancia que tiene el otro en la ausencia del amor cuando se imagina en pleno detalle las circunstancias que lo rodean, como un conjuro que hiciese desaparecer el espacio. El otro también es aquel que sirve de reflejo en el que buscar la propia identidad como ocurre en la acción de mirar a la lectora que lleva en sus manos un libro del poeta.

            Uno de los elementos que predomina en la poesía de José Manuel Lucía Megías es la vida de lo cotidiano, unas veces sentido como ausencia, otras como alegría del encuentro amoroso. En Canciones y otros vasos de whisky, en un primer momento prima la sensación de soledad, de pesadilla reflejada en las calles sin nadie y la ausencia de alguien que está tan lejos que la distancia puede ser comparable a la que aleja a Ángel y Demonio en el bellísimo “Diálogo entre el ángel y el demonio”. Un abismo tan profundo que solo una blasfemia puede salvarlo.

            En muchos momentos, la realidad representada en la poesía de José Manuel Lucía Megías es una realidad imaginada en la que predominan los sentimientos como son la soledad y la compasión. Tal es así que hay muchos instantes de Canciones y otros vasos de whisky en los cuales las palabras recuerdan los cuadros de Edward Hopper, sin su frialdad, porque hay un sentimiento profundo en la mirada de José Manuel Lucía desde la lejanía. Hay una realidad plagada de tristezas y recuerdos como lágrimas, hasta que una sonrisa haga que todo se transforme: “sonríes con tantas ganas que todo lo iluminas” y es entonces cuando lo cotidiano se transforma en el todo.  (“Desde la realidad al sentimiento. La poesía de José Manuel Lucía Megías”).

 

Para este libro, ahora añado al libro diez canciones inéditas que he ido escribiendo en estos años, o algunas otras que, por diferentes circunstancias, no quise incluir en la primera edición del libro. Nuevas canciones, nuevas conversaciones, nuevos amigos, nuevos vasos de whisky.