Segunda parte: El primer viaje a Italia
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Y en cumplimiento del gran deseo que tenía de ver a Italia y las grandiosas cosas que en ella hay, habiéndoselo prometido varias veces, cumpliendo su Real palabra y animándole mucho le dio licencia y para su viaje 400 ducados en plata, haciéndole pagar dos años de su salario. Y despidiéndose del Conde Duque le dio otros 200 ducados en oro y una medalla con el Retrato del Rey y muchas cartas de favor.
Partió de Madrid por orden de Su Majestad con el marqués Espinola. Embarcóse en Barcelona día de San Lorenzo del año 1629. Fue a parar a Venecia y a posar en casa del Embajador de España, que le honró mucho y le sentaba a su mesa; y por las guerras que había, cuando salía a ver la ciudad enviaba sus criados con él que guardasen su persona. Después (dejando aquella inquietud), viniendo de Venecia a Roma, pasó por la ciudad de Ferrara, donde a la sazón estaba, por orden del Papa, gobernando el Cardenal Saquete, que fue Nuncio en España, a quien fue a dar unas cartas y besar la mano (dejando de dar otras a otro cardenal). Recibióle muy bien, e hizo grande instancia en que los días que allí estuviese había de ser en su palacio, y comer con él. Él se excusó modestamente con que no comía a las horas ordinarias, mas con todo eso si Su Ilustrísima era servido obedecería y mu[104]daría de costumbre. Visto esto, mandó a un gentilhombre español de los que le asistían que tuviese mucho cuidado de él y le hiciese aderezar aposento para él y su criado y le regalasen con los mismos platos que se hacían para su mesa, y que le enseñasen las cosas más particulares de la ciudad. Estuvo allí dos días y la noche última que se fue a despedir de él le detuvo más de tres horas sentado tratando de diferentes cosas. Y mandó al que cuidaba de él que previniese caballos para el siguiente día y le acompañase 16 millas hasta un lugar llamado Ciento, donde estuvo poco, pero muy regalado, y despidiendo la guía siguió el camino de Roma por Nuestra Señora de Loreto y Bolonia, donde no paró ni a dar cartas al Cardenal Ludovicio ni al Cardenal Espada, que estaban allí.
Llegó a Roma, donde estuvo un año, muy favorecido del Cardenal Barberino, sobrino del Pontífice, por cuya orden le hospedaron en el Palacio Vaticano. Diéronle las llaves de algunas piezas, la principal de ellas estaba pintada a fresco, todo lo alto sobre las colgaduras, de historias de la Sagrada Escritura, de mano de Federico Zúcaro, y entre ellas la de Moisés delante de Faraón, que anda cortada de Cornelio. Dejó aquella estancia por estar muy a tras mano y por no estar tan solo, contentándose con que le diesen lugar las guardas para entrar cuando quisiese a dibujar del Juicio de Micael Angel o de las cosas de Rafael de Urbino, sin ninguna dificultad, y asistió allí muchos días con grande aprovechamiento. Después, viendo el Palacio, o Viña de los Médices, que está en la Trinidad del Monte, y pareciéndole el sitio a propósito para estudiar y pasar allí el verano por ser la parte más alta y más airosa de Roma y haber allí excelentísimas estatuas antiguas de que contrahacer, pidió al Conde de Monterei, Embajador de España, negociase con el de Florencia le diesen allí lugar, y aunque fue menester escribir al mismo Duque, se facilitó esto, y estuvo allí más de dos meses, hasta que unas tercianas le forzaron a bajarse cerca de la casa del Conde, el cual, en los días que estuvo indispuesto, le hizo grandes favor[105]res, enviándole su médico y medicinas por su cuenta, y mandando se le aderezase todo lo que quisiese en su casa, fuera de muchos regalos de dulces y frecuentes recaudos de su parte.
Entre los demás estudios, hizo en Roma un famoso retrato suyo que yo tengo, para admiración de los bien entendidos y honra del arte. Determinóse de volver a España por la mucha falta que hacía y a la vuelta de Roma paró en Nápoles, donde pintó un lindo retrato de la Reina de Hungría para traerlo a Su Majestad.
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Diego Velázquez, Vista del jardín de Villa Medici en Roma, h. 1630. Madrid, Museo Nacional del Prado
Diego Velázquez, Vista del jardín de Villa Medici en Roma, con la estatua de Ariadna, h. 1630. Madrid, Museo Nacional del Prado
Diego Velázquez, Retrato de María de Austria, reina de Hungría, h. 1630. Madrid, Museo Nacional del Prado