Proyectos de Innovación

Primera Parte: Inicio y llegada a la Corte

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Diego Velázquez, Retrato de Luis Góngora y Argote, 1622. Boston, Museum of Fine Arts.


 

[PRIMERA PARTE: Inicio y llegada a la corte de Felipe IV]

 

[101] Diego de Silva Velázquez, mi yerno, ocupa (con razón) el tercer lugar, a quien después de cinco años de educación y enseñanza casé con mi hija, movido de su virtud, limpieza y buenas partes, y de las esperanzas de su natural y grande ingenio. Y porque es mayor la honra de maestro que la de suegro, ha sido justo estorbar el atrevimiento de alguno que se quiere atribuir esta gloria, quitándome la corona de mis postreros años. No tengo por mengua aventajarse el discípulo al maestro (habiendo dicho la VERDAD que no es mayor), ni perdió Leonardo de Vinci en tener a Rafael por discípulo, ni Jorge de Castelfranco a Ticiano, ni Platón a Aristóteles, pues no le quitó el nombre de Divino. Esto no se escribe no tanto por alabar el sujeto presente (que tendrá otro lugar) cuanto por la grandeza del arte de la pintura. Y mucho más por reconocimiento y reverencia a la Católica Majestad de nuestro gran monarca Filipo IV, a quien el cielo guarde infinitos años. Pues de su mano liberal ha recibido y recibe tantos favores.

[102] Deseoso pues de ver El Escorial, partió de Sevilla a Madrid por el mes de abril del año 1622. Fue muy agasajado de los hermanos dos hermanos don Luis y don Melchior del Alcázar, y en particular de don Juan de Fonseca, sumiller de cortina de Su Majestad (aficionado a la pintura). Hizo a instancia mía un retrato de don Luis de Góngora [fig. 1], que fue muy celebrado en Madrid; y por entonces no hubo lugar de retratar los reyes, aunque se procuró.

El de 1623 fue llamado del mismo don Juan (por orden del Conde Duque). Hospedóse en su casa, donde fue regalado y servido, e hizo su retrato. Llevólo a palacio aquella noche un hijo del Conde de Peñaranda, camarero del Infante Cardenal, y en una hora lo vieron todos los de Palacio, los Infantes y el Rey, que fue la mayor calificación que tuvo. Ordenóse que retratase al Infante, pero pareció más conveniente hacer el de Su Majestad primero, aunque no pudo ser tan presto por grandes ocupaciones; en efecto se hizo en 30 de agosto 1623 a gusto de su Majestad y de los Infantes y del Conde Duque, que afirmó no haber retratado al Rey hasta entonces; y lo mismo sintieron todos los Señores que lo vieron. Hizo también de camino un bosquejo del Príncipe de Gales, que le dio Cien escudos.

Hablóle la primera vez Su Excelencia del Conde Duque, alentándole a la honra de la Patria, y prometiéndole que él solo había de retratar a Su Majestad, y los demás retratos se mandarían recoger. Mandóle llevar su casa a Madrid y despachó su título último día de octubre de 1623, con 20 ducados de salario al mes y sus obras pagadas y, con esto, médico y botica. Otra vez, por mandado de Su Majestad, y estando enfermo, envió el Conde Duque el mismo médico del Rey para que lo visitase. Después de esto, habiendo acabado el retrato de Su Majestad a caballo, imitado todo del natural hasta el país, con su licencia y gusto se puso en la Calle Mayor enfrente de San Felipe, con admiración de toda la Corte y envidia de los del arte, de que soy testigo. Hiciéronsele muy gallardos versos, algunos acompañarán este discurso. Mandóle dar Su Majestad trescientos ducados de ayuda [103] de costa y una pensión de otros trescientos, en que, para obtenerla, dispensó la Santidad de Urbano VIII, año de 1626. Siguióse la merced de casa de aposento, que vale 200 ducados cada año.

Últimamente hizo un lienzo grande con el Retrato del Rey Filipo III y la no esperada expulsión de los Moriscos, en oposición de tres pintores del Rey, y habiéndose aventajado a todos, por parecer de las personas que nombró su Majestad (que fueron el Marqués Juan Batista Crecencio, del hábito de Santiago, y fray Juan Batista Maíno, del hábito de Santo Domingo, ambos de gran conocimiento en la Pintura), le hizo merced de un oficio muy honroso en Palacio, de Ujier de Cámara con sus gajes. Y no satisfecho de esto le añadió la ración que se da a los de la Cámara, que son 12 reales todos los días para su plato, y otras muchas ayudas de costa. 

 

[Seguir a SEGUNDA PARTE: El primer viaje a Italia (1629-1631)]


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vicente Carducho, Expulsión de los moricos, h. 1627. Madrid, Museo Nacional del Prado.