Grupos de investigación

El libro de horas de Isabel la Católica

El libro de horas de Isabel y los objetos de lectura de su tiempo

Donde se abren los libros, se recoge el alma

Una reina entre páginas: el libro de horas como lugar de encuentro interior.

A lo largo de los siglos XIV y XV, la lectura piadosa vivió una transformación silenciosa pero profunda. El auge de la devotio moderna, una corriente que promovía la introspección y la meditación personal cambió el modo en el que los fieles se relacionaban con los textos sagrados. Los libros de horas surgieron como respuesta a la creciente demanda de textos religiosos que fueran accesibles para público laico. Estos libros de carácter devocional seguían el ciclo diario de oraciones conocidas como "horas canónicas" articulado en torno al llamado Pequeño oficio de la Virgen María, compartían elementos comunes con el breviario, el libro que ejemplificaba la oración oficial, pero también favorecían la inclusión de variables personales en función de quien encargara o utilizara el libro, lo que los convierte en piezas de estudio especialmente interesantes.

Su uso cotidiano, los convertía en compañeros íntimos de la vida espiritual, muy relacionados también con la educación, ya que podían ser utilizados como materiales docentes, una actividad que en muchas ocasiones era responsabilidad de las mujeres en la corte, encargadas de la educación de sus vástagos. Al mismo tiempo los libros de horas eran símbolos de estatus, reflejaban el poder y la piedad de sus comitentes, su valor artístico los transformaba en piezas clave del coleccionismo nobiliario.

La reina Isabel fue propietaria de numerosos libros devocionales, tanto breviarios como libros de horas.  El libro de horas conservado hoy en la Real Biblioteca (II/Tesoro) destaca por su excelencia artística y su valor dinástico. Atribuido al taller de Willem Vrelant en Brujas (ca. 1460-1468), incluye algunas rúbricas en catalán así como festividades catalanas en el calendario y es que en origen fue un regalo nupcial para la reina Juana Enríquez, segunda esposa de Juan II y madre de Fernando de Aragón; la reina Juana aparece representada y citada en varias ocasiones a lo largo del manuscrito. El libro también llegó a manos de Isabel como regalo, en este caso de su prometido, por lo que, no fue solo un objeto devocional, sino un artefacto de carácter dinástico y político.

El modelo devocional que tuvo la reina se extendió a sus hijas; en 1501 envió a Catalina y María libros devocionales seleccionados para "mantener su cultura hispánica" al haberse ido a cortes extranjeras, convirtiendo estos manuscritos en herramientas de cohesión y pervivencia dinástica.

Los libros de la reina se encontraban dispersos en varias residencias, algunos la acompañaron en sus desplazamientos, aunque la biblioteca regia estaba depositada mayoritariamente en el alcázar de Segovia. Este palacio funcionaba como el gran repositorio de la memoria de los Trastámara. Allí, en la torre del homenaje, se custodiaban no solo joyas y documentos, sino los libros "patrimoniales" de la Corona, obras jurídicas e históricas que Isabel podía consultar en sus visitas. El Alcázar simbolizaba la continuidad del poder: un lugar donde los objetos de lectura se entrelazaban con la identidad dinástica.

Objetos al servicio del alma: leer con el cuerpo

Para que la reina pudiera entregarse a sus oraciones y lecturas, no bastaban los libros. El espacio, el mobiliario especializado y los instrumentos de lectura eran parte fundamental del proceso. El libro no era una pieza aislada, sino el centro de un pequeño ecosistema espiritual e intelectual en el que cada objeto tenía una función precisa.

Los atriles -como el conservado en el Museo Lázaro Galdiano, datado entre los siglos XV y XVI-, se convirtieron en una pieza clave; su estructura permitía mantener el códice en posición elevada, facilitando una lectura contemplativa sin forzar la postura. Su diseño se ajustaba a un uso doméstico, versátil, posiblemente instalado en estancias privadas o capillas palaciegas en las residencias utilizadas por la reina, como las del alcázar de Segovia, donde Isabel residió y probablemente leyó con frecuencia.

El uso de lentes también supuso una gran novedad. Los anteojos, como los que aquí mostramos, permitían vislumbrar textos e iluminaciones con claridad. Este invento, surgido a finales del siglo XIII, se extendió rápidamente y su uso ya se había generalizado a lo largo del siglo XIV. Estos objetos, así como las piedras de buril, podían facilitar la lectura, especialmente a quienes tuvieran problemas de visión.

Guardar los sagrado: custodias de lo íntimo

Estos códices manuscritos, cuidadosamente realizados, además de ser portadores de contenidos religiosos, eran objetos en los que se mezclaba lo espiritual y la belleza material. Muchos de ellos contaron con ricas encuadernaciones que enfatizaban aún más su valor como objeto distinguido. En las representaciones de mujeres u hombres leyendo libros de horas es habitual que los manuscritos cuenten con una “camisa”, un tipo de encuadernación textil, habitualmente de terciopelo, que servía para proteger el volumen y le otorgaba un aura de sacralidad. Se conserva la camisa de terciopelo rojo del misal que la reina le regaló a su hija Juana en 1496 (El Escorial, RBME Vitrinas 8).

Misal de la reina Isabel la Católica, RBME Vitrinas 8

Los libros de horas de especial riqueza solían guardarse y protegerse en estuches que además se utilizaban para transportarlos de forma segura, cuestión importante teniendo en cuenta que hablamos de cortes itinerantes. Arquetas de madera, a veces forradas en terciopelo o cuero, o cajas metálicas habitualmente con decoración de tracerías góticas, se utilizaron como contenedores de libros, así como para su transporte. Esta tipología fue muy habitual en los reinos hispanos. Estas cajas, lejos de ser simples recipientes, también formaban parte del ritual de la lectura: abrir la arqueta era en sí mismo un gesto devocional.

El retrete de la reina: espacios de lectura en una corte itinerante

El espacio más privado de Isabel no era un simple dormitorio, sino un refugio espiritual diseñado para la introspección. Según los inventarios de su camarero Sancho de Paredes, en su retrete, la estancia más reservada de la cámara real, la reina guardaba sus libros, joyas, relicarios y objetos de devoción. Allí, alejada del bullicio cortesano, Isabel seguía el consejo de su confesor, fray Hernando de Talavera: dedicar las primeras horas del día a la oración, "en el retrete más quito de ruido".

PIEZAS SELECCIONADAS

Libro de horas de Isabel la Católica
Willem Vrelent (m. 1481)
Brujas, ca. 1460-1465
Manuscrito iluminado, pergamino
UCM-FGH,FAG394-01 / Madrid, RealBiblioteca, Ms.II/Tesoro

Este manuscrito, escrito en un ámbito catalano-parlante y posiblemente elaborado en un taller de Brujas, había pertenecido previamente a la reina Juana Enríquez, madre de Fernando de Aragón. Isabel, educada en la tradición letrada de los Trastámara, amplió la biblioteca regia con numerosos ejemplares. Empleó libros como este en la instrucción de sus hijas, preparándolas para sus roles políticos. Las marcas de uso evidencian su función pedagógica, mientras que su lujosa factura subraya el valor dinástico de la cultura escrita.

Arqueta
c. 1500
Cuero, madera de roble y hierro. Técnica de calado
Madrid, MNAD, CE03066

 

 

 

 

 

Arqueta de tapa plana usada como recipiente librario. De uso extendido por toda Europa desde finales del siglo XV, en los inventarios franceses se mencionan como "coffrets á la maniére d'Espagne". Su decoración, a menudo con motivos heráldicos o religiosos, convertía estos cofres en símbolos de poder y piedad. La reina Isabel contó con varios ejemplares, como el que figura en su testamento: "un cofre pequeño guarnecido de cuero colorado, con una guarnición de hierros de bararas e follajes, con una correa alrededor que cuelga".

Silla gótico-mudéjar
Siglo XV-XVI
Madera policromada, tallada y ensamblada
Nueva York, The Metropolitan Museum of Art, inv. 58.35

Esta silla gótico-mudéjar de origen hispano, elaborada en madera policromada tallada, muestra la fusión entre la tipología mobiliaria cristiana y motivos decorativos de raíz islámica, típica del arte peninsular en los siglos XV y XVI. Este mobiliario, de uso versátil, podría haber servido como asiento tanto durante la lectura de textos religiosos como para atender otras actividades domésticas en las residencias palaciegas.

Anteojos de hueso
Siglo XV
Hueso, hierro; ensamblaje manual
Londres, London Museum, 94.49

 

 

 

 

 

 

Esta montura de anteojos de hueso y hierro, típica del siglo XV, ejemplifica una de las primeras soluciones ópticas para la lectura. Una pieza metálica une los marcos para las lentes y permite su articulación. Se conocen referencias a este tipo de objetos desde el siglo XIII, pero su desarrollo tuvo lugar especialmente a partir del siglo XV. Su evolución refleja la creciente importancia de la experiencia lectora. En el inventario de bienes de la reina Isabel se recogen varios pares de anteojos.

Atril de lectura
Anónimo
Siglo XV
Hierro forjado, cuero labrado y textil – 150,5 x 54 cm
Madrid, Museo Lázaro Galdiano, inv. 07955

 

 

 

 

 

 

 

 

Atril del siglo XV en hierro forjado con patas cruzadas, plegable de fácil transporte. Presenta un soporte superior de cuero labrado con motivos vegetales dorados sobre fondo verde y bandas textiles en rojo y amarillo. Estos soportes librarios se utilizaron tanto en espacios religiosos como laicos, normalmente para actos de carácter colectivo que requirieran la posición erguida de quien condujera la lectura, a diferencia de los atriles de sobremesa comunes en oratorios privados.

Encuadernación con las iniciales de los Reyes Católicos
Anónimo
Siglo XV
Terciopelo morado estampado al fuego, plata; cierres de oro brocado y seda; broches de esmalte
Madrid, BNE Vitr/4/6, funda

 

 

 

 

 

Encuadernación textil en terciopelo morado con motivos florales con las iniciales "Y" y "F" coronadas. Cuatro broches con el yugo, las flechas y la figura del arcángel san Miguel. Más allá de su función protectora, simboliza el poder y estatus de sus dueños. El códice que cubre es un ejemplar de las Siete Partidas de Alfonso X que perteneció a don Álvaro de Zúñiga y posteriormente pasó a la biblioteca regia.