El caballero Zifar
Al albor de un nuevo trazo
El Libro del caballero Zifar en su contexto
El Libro del caballlero Zifar es uno de los puntos de partida de la narrativa caballeresca hispánica. Aunque su autoría sigue siendo discutida, su creación se ha vinculado a Ferrand Martínez, canónigo y figura cercana a la cancillería de Alfonso X y Sancho IV, que aparece citado en el prólogo; no obstante, su redacción se sitúa ya durante el reinado del monarca castellano Alfonso XI, ca. 1331-1350.
El relato se nutre de fuentes procedentes de diversas tradiciones y ámbitos culturales que se dan cita en un argumento de ficción en el que se narran las andanzas de Zifar, “el caballero de Dios”, quien debe afrontar diferentes tipos de penalidades a lo largo de su existencia. La narración de sus peripecias se alterna con enseñanzas destinadas a nobles y aspirantes a caballeros, los cuales podrían extrapolarse a aquellos que leyeran las líneas del manuscrito y contemplaran su rico repertorio de imágenes. Existen tres planos de lectura: el cuerpo principal de la novela, con el relato caballeresco, un sustrato de carácter didáctico y relatos ejemplarizantes. El humor y el ingenio también está presente en este fantástico relato de aventuras.
En la actualidad existen varios testimonios de esta obra, el códice de la Biblioteca Nacional de España (Mss/11309, inicios del siglo XV, conocido como M o manuscrito de Madrid) y el de la Bibliothèque nationale de France, (Espagnol 36, también conocido como P o manuscrito de París, realizado en el tercer tercio del siglo XV), pero debieron existir otras copias manuscritas. Una de esas copias que lamentablemente no se ha conservado debió quedar en Sevilla y servir de base para la edición de La coránica del muy esforçado y esclarescido cavallero Cifar realizada por el impresor Jacobo Cromberger en 1512 de la que conservamos dos ejemplares (BnF Rés. Y-2-259 y RB VIII-2054).
El llamado manuscrito de París fue encargado para Enrique IV (r. 1454- 1474) cuyas armas aparecen en la orla del primer folio, lo que explica su rica factura. Realizado en papel, salvo un primer folio en pergamino, es uno de los ejemplos fundamentales de la iluminación castellana que en este periodo experimentó un momento de apogeo.
Por sus características estilísticas se ha atribuido al taller de Juan de Carrión, uno de los iluminadores más importantes de la segunda mitad del siglo XV, activo en el entorno de Ávila y Segovia y que trabajó para la corte y ambientes catedralicios. El amplio ciclo de imágenes que distingue a este manuscrito nos muestra todo tipo de situaciones, lugares y objetos, y documenta usos y costumbres de la corte castellana en este momento.
A pesar de haber formado parte de la biblioteca regia castellana en algún momento debió venderse o regalarse ya que en 1526 se encontraba en la colección de Margarita de Austria desde la que inició un largo periplo hasta los fondos de su sede actual.
Ríos de tinta y vino. La literatura y su difusión oral en las cortes bajomedievales
Durante la Baja Edad Media hispana, el aprecio por el libro y su difusión fue signo de cambio social. Las élites nobiliarias valoraron la posesión de libros y el conocimiento de los autores antiguos, cuyas obras se copiaron para su estudio; además, se crearon numerosas obras literarias, las cuales adquirieron gran protagonismo en las cortes. Este cambio de paradigma cultural se debió en buena medida al surgimiento de un numeroso grupo de nobles y caballeros letrados que incorporaron la cultura libraria entre sus prioridades de ocio y la asumieron como un elemento identitario.
En este entorno cortesano el libro se entendía como símbolo de poder y autoridad, así como pieza imprescindible en la suntuosidad del escenario palatino. Además, se consideraban obras de arte y muestra de sofisticación. Junto a los libros se utilizaban otros útiles como escribanías, tinteros y portaplumas, que también se convirtieron en piezas artísticas.
En las residencias palaciegas las tertulias literarias fueron una práctica frecuente y leer en voz alta distintos tipos de textos fue una actividad común. Estas obras, además de ser piezas fundamentales para el disfrute y entretenimiento cortesano, también ejercían una labor docente y tenían un componente aleccionador a partir del uso de modelos de comportamiento. En estas sesiones realizaban lecturas de obras literarias e históricas que eran escuchadas por los caballeros y damas. Uno de los escenarios elegidos para las lecturas colectivas fueron los salones, espacios polivalentes en los que se llevaban a cabo las actividades destinadas al entretenimiento y ocio entre las que destacaban los banquetes. Como si de un refectorio se tratase, en estos salones se podía disponer de un lugar preferente, a modo de tribuna-púlpito, para que se efectuara la lectura.
Estas eran acompañadas por el engalanamiento de las paredes de los palacios con pinturas y tapices, que eran seleccionados según los temas del momento y podían contribuir a ilustrar con sus imágenes los contenidos de la narración. En el Libro del caballero Zifar podemos encontrar un interesante episodio que en cierta medida nos conduce a una de estas sesiones de lectura. Se trata de una escena en la que el infante Roboán se encuentra con dos mujeres, una de ellas:
“llevava el libro de la estoria de don Yván e començó a leer en él. E la donzella leyé muy bien e muy apuestamente e muy ordenadamente, de guissa que entendié el infante muy bien todo lo que ella leyé, e tomava en ello muy grand plazer e grand solaz [...]. E todo ome que quisiere aver solaz e plazer e aver buenas costunbres deve leer el libro de la estoria de don Yván”.
Si los libros tenían distintas funciones, también eran varios los espacios destinados a acogerlos. Es conveniente recordar que durante la Baja Edad Media las cortes eran itinerantes, lo que implicaba el transporte de los ajuares entre los que se encontraban los libros; estos, además de ser transportados también debían ser protegidos de factores como la humedad, para lo que se usaban paños y telas específicas para ello. Las fuentes e inventarios evidencian cómo libros y documentos eran almacenados, junto a objetos variopintos, en arcones, arquetas y cajas de tamaños y tipologías diversas. Este mobiliario estaba diseñado para aislar su contenido de la humedad mediante el uso de “pies” que elevaban el fondo del recipiente del frío pavimento y disponían de planchas y remaches de metal que contribuían a evitar que la madera sufriera deterioro.
PIEZAS SELECCIONADAS
Libro del caballero Zifar (P)
Taller de Juan de Carrión
Ca. 1454-1474
Manuscrito iluminado, pergamino y papel
Paris, Bibliothèque nationale de France, Ms. Espagnol 36
Se trata del manuscrito de El caballero Zifar más rico que hemos conservado. Fue realizado para el rey Enrique IV (r. 1454-1474). El texto escrito a doble columna en escritura gótica cursiva, con la participación de dos copistas, se enriquece con escenas de diferentes tamaños que ilustran la narración. Sorprende la creatividad del iluminador para crear diferentes tipos de situaciones, edificios, vestimentas y objetos que remiten a la corte castellana.
Escribanía
Taller granadino
Siglo XIV
Técnica de la taracea en madera de pino, marfil y bronce policromado
Madrid, Museo Arqueológico Nacional, 1972/105/3
La pieza tiene un formato prismático que posee diversos compartimentos destinados a guardar materiales de escritura y asas para asegurar su transporte. Se conservaba en espacios destinados al fomento de la sabiduría, como los salones de los palacios o cámaras privadas. Es multifuncional, podía atesorar desde libros a utensilios para confeccionarlos.
Portaplumas
Taller de alfareros de Teruel
Siglo XV
Cerámica. Modelado y esmaltado
Museo de Teruel, 13015
Esta pieza se torneó con el aspecto exterior de un castillo posicionado sobre una base ancha y cilíndrica, la cual está
perforada para que este elemento pueda realizar su función. Estructurado en cinco torres cilíndricas, siendo la posicionada en el centro aquella que más sobresale. Las cornisas se decoran con almenas concluidas con forma esférica. También la cerámica respira por pequeñas ventanillas de aspecto triangular, las cuales parecen invitar al espectador a mirar el interior de la pequeña escultura.
Púlpito
Segunda mitad del siglo XV
Madera de nogal. Tallado
Madrid, Museo Arqueológico Nacional, 60703
Procedente de Dueñas (Palencia), este púlpito del que se conserva únicamente la tribuna es de interés por su función
de “oralizar” los textos desde un lugar elevado y en comunidad. Cuenta con seis caras con decoración de tracería y un espacio para su acceso. La pieza ha sido restaurada en varias ocasiones, como muestra de la voluntad de conservación desde época moderna.
Tintero
Finales del siglo XV-primera mitad del siglo XVI
Técnica del nielado sobre latón dorado
Madrid, Museo Lázaro Galdiano, inv. 2038
Se trata de un tintero de latón dorado, elaborado entre finales del siglo XV y la primera mitad del XVI en un entorno cristiano. Sin embargo, evoca una tipología de raíces islámicas, con decoración vegetal e inscripciones que imitan la caligrafía árabe. Tiene forma octogonal y cuenta con anillos metálicos para su suspensión. Su función era almacenar tinta y su rica decoración refleja su relevancia en los scriptoria bajomedievales.
Tapiz de La muerte de Aquiles
[Maestro de Cöetivy (diseño cartón); taller de
Pasquier Grenier, Tournai]
ca. 1475-1485
Lana y seda
Museo Catedralicio de Zamora
Las piezas de tapicería cumplían con varias funciones: embellecían el espacio, daban calidez y servían para crear esenografías con temas de actualidad en las cortes del momento. Uno de los temas más importantes fue la guerra
de Troya, del que se realizaron varias series. Sus escenas, identificadas con inscripciones, podían servir como elementos
complementarios en la narración de historias, reuniones y lecturas colectivas. El tapiz perteneció a la Casa Mendoza.