Grupos de investigación

El Beato de Fernando I y doña Sancha

Cultura libraria y poder regio

El rey Fernando I (1029-1065) y la reina Sancha (1018-1067) impulsaron la creación de este libro del Comentario al Apocalipsis para el entonces monasterio de San Pelayo y San Juan, en la ciudad de León, en cuyo scriptorium probablemente se realizó. Sus nombres aparecen recogidos en el laberinto (f. 7r), FREDENANDUS REX DEI GRA[TIA] M[EMO]R[I]A LIBER/SANCIA M[EMO]R[I]A L[I]BRI], y en el colofón (f. 316v) junto a Facundus, copista, tal vez iluminador, del manuscrito.

Este códice se sumaba al rico corpus de la obra de Beato de Liébana, quien en el último tercio del siglo VIII había redactado un texto con el objetivo de hacer más accesible el contenido del Apocalipsis. Para su redacción Beato recurrió a numerosas fuentes y desde el principio incluyó un ciclo pictórico. La obra de Beato se copió durante siglos, por lo que el códice de Fernando y Sancha recogía esa larga tradición hispana de la que los monarcas eran depositarios, pero al mismo tiempo introducía novedades acordes a la cultura artística de su tiempo. Al ser un códice de promoción regia, se realizó con materiales de gran calidad. Sorprende el abundante uso de oro y plata, sin precedentes en manuscritos hispanos previos, el uso del color púrpura y la complejidad y sofisticación de sus iluminaciones. Una pieza de estas características, más allá de su contenido religioso, servía para manifestar el poder de la monarquía leonesa.

Esa abundancia y gusto por la ornamentación también se puede apreciar en las obras de eboraria realizadas en el taller de León, que por su técnica y sus motivos decorativos remiten a piezas de origen andalusí. Objetos islámicos circularon por otros territorios convirtiéndose en modelo e inspiración de la producción cristiana. En el taller leonés, entre otras piezas, se realizó un crucifijo también encargado por los reyes, como revela su inscripción. La cruz, con un fuerte componente funerario, organiza su programa iconográfico en torno a la salvación. En esta obra, al igual que hemos visto en el Beato, confluyen motivos y técnica andalusí con novedades centroeuropeas. En 1063 el crucifijo fue donado por los reyes al tesoro del monasterio donde compartió espacio con nuestro Beato, por lo que ambas piezas participaron en los ceremoniales y usos religiosos del lugar.

El monasterio leonés inicialmente había sido sede de un monasterio femenino fundado por Sancho I el Gordo (956-966), lugar al que se llevaron las reliquias del niño mártir Pelayo, que dieron nombre al cenobio. Alfonso V (ca. 994-1028) añadió al monasterio una iglesia dedicada a san Juan Bautista después de que la ciudad de León fuera arrasada por Almanzor a finales del siglo X. Fernando I y Sancha renovaron la iglesia en piedra, cambiaron su advocación al recibir las reliquias de san Isidoro desde la ciudad de Sevilla en 1063 y construyeron el panteón real donde fueron enterrados junto a otros miembros de la casa real.

Si bien este Beato fue un encargo real, la mayor parte de los que hemos conservado fueron obras de promoción eclesiástica, siendo todos de producción monástica; no obstante, no todos los monasterios dispusieron de un taller propio. Los copistas e iluminadores se trasladaban de un lugar a otro allá donde sus servicios eran requeridos, llevando sus materiales e instrumentos de escritura y pintura, tablillas de cera para realizar borradores y tomar notas, pergamino y pigmentos.

Sobre la situación de los scriptoria de los monasterios altomedievales existen aún numerosas incógnitas, pero en el caso de los Beatos contamos con un documento excepcional, la representación de un taller junto a la torre del monasterio de Tábara; en una pequeña estancia aparecen dos personas identificadas por su correspondiente inscripción, Emeterius y Senior, trabajando en la realización del manuscrito; junto a ellos un joven aprendiz está recortando los folios de pergamino (Beato de Tábara, 968- 970. Madrid, AHN Cod. L. 1097, f. 167v). Esta misma imagen fue copiada años más tarde en otro manuscrito, el Beato de las Huelgas, 1220 (Nueva York, Morgan Library, MS M.429, f. 183r).

Precisamente en el monasterio de San Salvador de Tábara trabajó el monje Maius (Magio), quien a mediados del siglo X realizó un Beato para el monasterio de San Miguel de Escalada (Nueva York, Morgan Library, MS M.644). A Magio se le adjudica la creación de nuevos temas y composiciones para la revisión que experimentó la obra de Beato hacia el 940, así como de un característico estilo pictórico, con imágenes a doble página y fondos con  bandas cromáticas, que fue extendiéndose al resto de talleres. Sobre las influencias que pudo tener Magio hay un amplio debate, se baraja el uso de manuscritos islámicos, de obras locales precedentes, pero también de manuscritos realizados en el ámbito de San Martín de Tours. Otros talleres importantes fueron los del monasterio de San Facundo en Sahagún, lugar en el que algunos autores han querido situar la realización de nuestro Beato. En su scriptorium se copió e iluminó otro de los manuscritos más importantes de este corpus, el Beato de Osma, datado en 1086 (Burgo de Osma, Archivo Capitular, Cód. 1), el primero en incluir un estilo ya propiamente Románico; o el del monasterio de San Millán de la Cogolla, que gozó de una gran fama por su asociación con el patronazgo real y la popularidad del culto hacia san Millán.  Conocemos al menos tres manuscritos realizados en este taller, el Beato de la Real Academia de la Historia (BRAH Ms. 33, ca. 930), el Beato I (BNE VITR/1471, 1ª mitad s. X) y el Beato de El Escorial 1 (RBME Ms. &-II-5, ca. 1000), lo que es un signo claro de la relevancia que tuvo como centro intelectual y de producción artística. De los 35 testimonios conservados de la obra de Beato (manuscritos y fragmentos), 26 son manuscritos iluminados.

Los beatos fueron utilizados por las comunidades monásticas para enseñar y comprender las sagradas escrituras así como lectura entre la Pascua y Pentecostés ya que desde el IV Concilio de Toledo (633) la lectura del Apocalipsis se había impuesto como obligatoria en la liturgia hispana; a partir del siglo XI también incluyeron usos de carácter funerario. Las tubas apocalípticas de las imágenes del Beato retumbarían en los folios de pergamino a través de la lectura en voz alta y encontrarían eco en las melodías interpretadas entre los muros del monasterio leonés.

PIEZAS SELECCIONADAS

Beato de Fernando I y doña Sancha
[Beato de Liébana]: autor del texto original (ca. 776 – 784); copista: Facundus
1047
[León, Monasterio de San Pelayo y San Juan]
Manuscrito iluminado, pergamino
UCM – FGH FAG 245-0 / BNE VITR/14/2

Los comentarios al Apocalipsis realizados por Beato de Liébana dieron lugar a un corpus de manuscritos de excepcional belleza. Se conservan ejemplares realizados entre los siglos IX y XIII. Este Beato destaca, no solo por su interés político y religioso, también por la calidad de sus iluminaciones y su riqueza cromática. En 1572 Ambrosio de Morales lo localizó en la iglesia de San Isidoro de León y realizó un primer estudio que fue fundamental para su reconocimiento y puesta en valor. Actualmente los Beatos forman parte de la Memoria del Mundo por la UNESCO.

Crucifijo de Fernando I y doña Sancha
León, Taller Real
Hacia 1050 – 1060
Talla en marfil, azabache, oro y lapislázuli
Madrid, Museo Arqueológico Nacional, 52340

Crucifijo con un receptáculo para albergar un fragmento del lignum crucis. Su programa iconográfico se basa en el oficio de difuntos y expresa el mensaje de la salvación eterna. Su novedosa tipología rompe con la tradición hispánica de brazos patados para dar paso a la cruz latina y supone la primera representación escultórica de Cristo crucificado en la Península. La inscripción recoge el nombre de los monarcas FREDINADVS REX/ SANCIA REGINA. Donaciones de estas características se remontan a la tradición bizantina iniciada por el emperador Justino II y su esposa Sofía con la donación de una cruz relicario a la ciudad de Roma.

Píxide de al-Mughira
Córdoba, talleres reales (tiraz) de Madinat al-Zahra
968
Marfil de elefante tallado
París, Museo del Louvre. Departamento de Artes del Islam. OA 4068

Esta píxide, recipiente de uso cosmético, es una de las piezas de marfil más destacadas del arte andalusí. Gracias a su inscripción sabemos que fue realizada en el año 968 como regalo para al-Mughira, hijo del califa Abderramán III y hermano menor de al-Hakam II. Realizada en marfil, en su superficie se mezclan escenas cortesanas amenizadas con música, animales reales y fantásticos y una rica decoración de ataurique. Los motivos y la técnica de estas piezas pervivió en la producción eboraria peninsular cristiana.

Tablilla de cera
Anónimo
ca. 1300
Marfil de elefante, tallado
Londres, British Museum, 1856,0509.2

Las tablillas de cera, simples o formando un díptico, se utilizaron como soporte escriturario desde la Antigüedad, tanto en Asiria y Egipto, como en el ámbito grecolatino. Su usó se mantuvo durante la Edad Media, en materiales económicos, como la madera, o en marfil, convirtiéndose en objetos suntuarios como las que aquí se muestran. Se utilizaron como herramientas para el aprendizaje, a modo de cuadernos de notas o para la realización de borradores de textos. Tuvieron un papel fundamental en relación con la composición escrita. En los folios de nuestro Beato numerosos personajes llevan tablillas en las manos en representación de los textos sagrados.

Trompa de barro
Autor desconocido
Siglo XXI Cerámica cocida
Buño, Malpica de Bergantiños, La Coruña

Desde la Antigüedad los instrumentos se utilizaron para dar una señal, si bien a esta función se le añadió un valor simbólico relacionado con los ángeles heraldos, ejecutores de la justicia de Dios. En el propio Apocalipsis (1,10) el sonido de la tuba se equipara con la voz de Dios. En los folios del Beato las tubas apocalípticas, similares a esta trompa de barro, anunciaron la caída de Babilonia y sirvieron de medio ejecutor del poder divino. Las palabras e imágenes del Beato se mezclarían con los sonidos de instrumentos durante su lectura.

Armario
Atribuido a talleres granadinos o toledanos
Siglo XV
Madera policromada, ensamblaje
Madrid, Museo Nacional de Artes Decorativas, CE02397

El armario es un mueble de almacenamiento que fue muy utilizado a lo largo de la Edad Media, tanto en ambientes religiosos como laicos. Realizados en madera con herrajes de metal, con varios estantes, podían ser exentos, como este ejemplo, o empotrados, una solución habitual en espacios monásticos. Estaban destinados al depósito y protección de elementos variados, siendo uno de los muebles utilizados para depósito librario junto a arcas y arcones.