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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Martes, 19 de marzo de 2024

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Entrevista a Carlos Saura: "No me interesan nada mis películas, porque son como la vida, que la vas dejando atrás"

Parece un tópico, pero la casa de Carlos Saura es un remanso de paz al pie de la montaña. Vive allí tranquilo, con su familia, sus perros, sus libros, sus cientos de cámaras de fotos y sus premios, a los que no parece tenerles demasiado aprecio porque ocupan estantes bajos, alfeizares de las ventanas o huecos en cualquier mesa, así que empezamos hablando precisamente de esos premios.

- A lo largo de su carrera ha recibido todo tipo de galardones, entre ellos siete doctorados honoris causa, contando con el último de la Universidad Complutense de Madrid. Lo que puede diferenciar a esta última de las anteriores es que en la UCM también fueron honoris causa Berlanga y Buñuel, aunque este último no lo pudo recoger por estar enfermo. ¿Le hace ilusión coincidir en un premio con esos dos directores?
- Es cierto que tengo ya siete honoris causa. La primera vez fue en Zaragoza, pero hace ya 20 años, y esta de la Complutense es la segunda vez en España porque antes me lo han concedido en Francia, en México, en Bulgaria y en Estados Unidos. De todos modos sigue siendo un honor y sobre todo aquí en Madrid porque al fin y al cabo es donde he vivido casi toda mi vida. Y mucho mejor con eso que me dices de Berlanga y Buñuel porque eso significa que la Complutense se ha preocupado del cine, que es una cosa rara.


- ¿Cree que el cine no tiene el reconocimiento que se merece?
- Lo que quiero decir es que el cine es, de todas las artes, la más popular pero también la más desacreditada desde el punto de vista artístico. Cuando se habla de arte suele querer decir literatura o pintura, pero el cine pertenece a otro mundo, a un mundo social, de fiesta, de premios, de Oscar, de chicas guapas, mucho más que de películas. Quizás pasa también en otras artes, pero en el cine es mucho más evidente.


- ¿Existe alguna razón para que sea así?
- Es un espectáculo muy popular, muy amplio, muy extenso y que ha tenido, y que todavía tiene, una enorme repercusión en la vida de la gente. Aunque a veces sea sólo en las listas de modas y en temas del corazón como que si una actriz se ha divorciado o ha tenido un niño o se ha ido con su papá. Yo qué sé (risas).


- ¿Cree que sigue teniendo repercusión a pesar de la bajada de espectadores?
- En un momento en que los cines ya están pasando las películas con DVD de alta definición o con pastillas en proyectores digitales, lo que ha hecho que se abarate tanto la distribución, ¿por qué hay que subir tanto las entradas? ¿Por qué no es mucho más barato el cine? Yo no lo entiendo. Aparte de eso, y para responder a tu pregunta, creo que sí que sigue teniendo repercusión a pesar que ha cambiado mucho y va a cambiar más todavía. En parte ha pasado lo mismo que con la fotografía que ha dado un vuelco total, se ha democratizado y hoy cualquier persona puede hacer una buena o una mala foto. Lo que ocurre con el cine es que el futuro de hacia dónde va a cambiar no lo sabe nadie, pero por el momento ya está mutando.


- ¿Las salas están perdiendo la batalla frente al cine en casa?
- Ese es otro problema, que hoy se puede ver el cine en muchos sitios. Yo todavía tengo un televisor pequeño, pero voy a ver si me compro uno más grande en cuanto pueda, porque son una maravilla. También tengo un proyector y es verdad que lo del cine en casa se ha convertido en una opción. Puedes ver una estupenda película en tu casa con muy buena calidad y antes no podías. Es una revolución total.


- Ha comentado antes que la fotografía se ha democratizado y cualquiera puede hacer fotos. ¿Ha ocurrido lo mismo con el cine o todavía hacen falta grandes equipos?
- Ese es el dilema. Cuando yo era profesor en la Escuela de Cine mi sueño era ese, tener unos medios que facilitaran que cualquier persona medianamente preparada pudiera hacer una película, y ahora se puede hacer. El problema es quién ve ese producto y quién va a decir que esa película es maravillosa. A lo mejor hay en el mundo ahora mismo cuatro millones de películas, no sé, y seguro que alguna es una maravilla, pero ¿dónde está? La cuestión es que la cantidad está ocultando la calidad, es decir que puede haber un Orson Welles por ahí, aunque también se me ocurre que hay otro problema negativo, y es que la facilidad implica una cierta banalidad. Cualquier persona puede hacer una película, es verdad, pero puede hacer una mierda de película. La cuestión es que a los directores magníficos que haya les va a costar mucho trabajo salir porque la competencia es brutal, mucho más que antes.


- ¿Para sobresalir quizás hace falta hacer algo novedoso?
- Eso es muy difícil, es un poco como en la pintura, que también está en una recesión porque qué vas a pintar ahora, qué vas a pintar después de Picasso y después de todos los grandes avances que ha habido. En el cine es igual, también hay una especie de sobredosis de temas. Es muy difícil hacer una película novedosa, se puede hacer, pero es cada vez más difícil, y la tendencia es a lo opuesto, a la banalidad, a productos baratos o carísimos, como los de Estados Unidos, donde toda la parafernalia de efectos digitales maravillosos en el fondo están tapando una historia estúpida, casi siempre. Lo que llama la atención del público actual es la imagen por la imagen, mucho más que la historia. Yo me quedo clavado en la butaca, cuando voy con mi hija al cine, y digo "qué maravilla estos monstruos, cómo es posible que los hayan hecho así, y esta explosión, y la Tierra cayéndose, qué barbaridad". Es una cosa impresionante, pero en general debajo de todo eso no hay nada. Están también las mismas historias de policías corruptos, lo que me ha hecho reflexionar a mí sobre si la sociedad americana, que es la que domina el cine mundial, cuando hace estas películas de la corrupción lo hacen como para cubrirse diciendo que esto no les va a pasar a ellos o si es un síntoma de que su sociedad se dirige a ese tipo de corrupción total. Es un tipo de imaginación muy perversa, muy peligrosa.


- ¿Ese reflejo de la corrupción es algo nuevo en el cine americano?
- No, mira por ejemplo El padrino. Es una película preciosa, pero es una de las películas más inmorales que se han hecho nunca porque hay que matar a quien sea, a un hermano incluso con tal de mantener a la familia. Creo yo que el nacimiento de la corrupción es la familia, siempre lo ha sido pero cada vez más. Ahí está el cristianismo que aboga siempre por la defensa de la familia mediterránea, que es precisamente de donde ha salido la mafia.


- En este panorama de películas repetidas, inmorales y banales, usted no se ha dejado llevar por la corriente e insiste en hacer su cine personal.
- Eso es por otra razón y es que yo siempre he hecho las películas que me han apetecido, las que me gusta hacer. Nunca he hecho nada que no me gustara, aparte de que sean buenas o malas películas o incluso que fuesen un encargo. Ahora me gustaría hacer la película sobre los 33 días que duró el proceso creativo del Guernica porque es un tema precioso. Además estamos preparando una película en coproducción con India en la que se relaciona el flamenco con los bailes hindúes y sus costumbres. He estado quince días en India localizando sitios y viendo cosas, y no sé si saldrá porque en esto del cine nunca existe la certidumbre, pero son temas muy hermosos. A mí todo lo que es baile y música me relaja mucho. Las películas que hago de música y baile no me cuestan trabajo. Las hago como un divertimento y en ellas además se permite mucha experimentación, como las luces, la decoración, el movimiento de cámara... Puedes hacer más que en cualquier filme de ficción donde estás muy limitado porque cualquier exceso técnico parece exagerado.


- Volveremos luego a esas películas musicales, pero ahora me gustaría saber si es cierto que con 18 años quería ser bailaor.
- Sí, es cierto y yo pensaba que se me daba muy bien. Hasta que una mujer que estaba preparando un libro sobre flamenco me llamó a mí para hacer las fotografías y comencé a meterme más en el mundo del flamenco. Me dije entonces que por qué no iba yo a bailar también flamenco, porque yo bailaba de todo, así que fui a casa de una gitana que era la Kika, donde daba clases y me dijo: "tienes muy buena planta", porque por aquel entonces estaba yo muy delgado. Me puso un disco y yo me puse a bailar y entonces me dijo: "Saura, es mejor que te dediques a otra cosa". Fue muy honesta y yo se lo agradecí mucho (risas). También quise ser piloto de motocicletas, pero siempre había alguien más bruto que yo, que entraba con más fuerza en las curvas y que me echaba incluso. Me dije entonces que lo dejaba porque la cabeza hay que cuidarla porque es lo único que tiene uno.


- ¿Aquella pasión suya por el baile es lo que le llevó a hacer sus películas musicales?
- La verdad es que sí, que dejar el baile me ha permitido dedicarme a hacer esos musicales. De alguna manera me he descargado en los demás, en el placer de ver bailar bien a artistas maravillosos. El baile es muy interesante, y sobre todo el flamenco es una revolución porque no se baila así en ninguna parte del mundo. Esa cosa de bailar con las manos al aire no la ves en ningún otro lugar. Hay algo parecido en India, pero no llegan a esa maravilla de los dedos y las manos.


- De entre todas sus películas ¿este cine musical es el que ha creado más seguidores?
- Puede ser. Mucha gente me ha copiado, como por ejemplo Wim Wenders. A mí también me hubiera gustado hacer una película en Cuba, pero no hubo manera. Recuerdo que Robert Wise, que era el director de la Academia de Hollywood cuando yo estaba nominado por Carmen a la mejor película extranjera, me dijo: "Mira Saura, tú estás iniciando un camino del cine musical nuevo que debes continuar porque me parece fantástico". Y me lo dijo él, a quien yo admiraba tanto por películas como West Side Story, y la verdad es que eso me animó mucho. Así fui poco a poco creando un estilo y a partir de Sevillanas fue cuando decidí que tenía que eliminar todo lo superfluo y dejar solamente una especie de estructuras metálicas que se pueden mover. Yo creo que fue un hallazgo porque eso permite dar mucha mayor fuerza a los artistas. Y veo que ahora incluso los propios flamencos lo copian, a veces muy mal hecho, pero por ejemplo Sara Baras me dijo que me había copiado y yo le dije que estaba para eso, pero que lo dijese (risas).


- ¿Cuánta influencia ha tenido Vittorio Storaro en estas películas musicales?
- Él no estuvo allí en mis primeras películas, sino que vino en Flamenco, y su mayor aportación es la del color porque al principio me parecía a mí que había que mantener unos tonos grisáceos. Él introdujo el color dentro de las estructuras y eso fue muy interesante porque articulamos algo que a mí no se me había ocurrido en Sevillanas, que era crear una especie de recorrido de la luz a través del espectáculo que relacionase los números y que culminaba, normalmente, en la mitad de la noche. Sin la ayuda de Vittorio yo eso no lo habría hecho jamás.


- En 2013 ha estrenado en los escenarios El gran teatro del mundo. ¿Se ha valido, para la puesta en escena, de la escenografía de sus musicales?
- Sí, sí. Lo que pasa es que en este caso, mientras se contaba la historia, había proyecciones y también sombras. Los actores, por ejemplo, se vestían y se desvestían detrás creando unas sombras chinescas preciosas, dando la impresión de que había un segundo mundo detrás del primero. Si es que yo ya no sé hacer otra cosa (risas). Ahora mismo tengo que hacer un musical en Argentina que me lo han propuesto y estoy dándole vueltas para ver cómo hago algo distinto.


- Aparte de haber dirigido la ópera Carmen en cinco ocasiones y esta obra de teatro de 2013, en 2002 hablaba de llevar al teatro El rey Lear. ¿Llegó a hacerlo?
- Es verdad que pensé en esa obra de teatro y de hecho me propusieron hacerla en lugar de la obra de Calderón de la Barca. Estudié el texto de Shakespeare y llegué a la conclusión de que no iba a saber hacerlo. No es que fuera complicado, es que los textos eran apabullantes, además pensé que ya lo había visto hecho por unos ingleses y que iba a ser muy difícil mejorarlo, porque aquello era en inglés, y aunque yo no lo entendía me lo creía todo. Lo que sí estaba haciendo el año pasado era escribir una obra de teatro, aunque la he dejado un poco abandonada, que es una obra de teatro similar a la Shakespeare, pero con tres hijas que se reparten una herencia.


- ¿Hay también alguna película que le gustaría haber hecho?
- Nunca pude hacer el filme sobre la guerra civil, así que escribí la novela ¡Esa luz!


- Rodó ¡Ay, Carmela!
- Es verdad, y es una película muy interesante. Se le ocurrió a Andrés Vicente Gómez que me animó a que fuese a ver una obra de teatro estupenda. A mí me cuesta mucho trabajo ir al teatro pero fui y me gustó muchísimo. Así que me propuso hacer una película sobre este tema y le dije que sí, pero yo no lo veía como en la obra, con esa cosa como celestial de ver todo desde el cielo, así que lo cambié con Rafael Azcona.


- Por lo que veo sigue con el cine, la fotografía, el teatro, la escritura...
- Y con el dibujo. Hago unos fotosaurios que son fotografías que dibujo. Son las que normalmente me salen mal al ampliarlas y para no desperdiciarlas dibujo por encima, y tengo miles. Entre mis últimos dibujos están también Las señoritas de Collado Mediano, de las que tengo cientos porque me divierte hacerlas y colgarlas por casa, pero todo de manera muy provisional, que se pueda quitar y poner.


- Algunos directores como Berlanga aseguraban que su película preferida era siempre la última que había rodado. ¿Le ocurre a usted lo mismo?
- No. Por ejemplo, Buñuel y la mesa del rey Salomón no le gustó a casi nadie, pero a mí me parece mi película más divertida y valiente, la más experimental desde luego. En esa película hay muchas cosas de Luis Buñuel, pero en plan sorna aragonesa, si no se es aragonés cuesta trabajo entender esa película (risas). De todos modos, tengo que decir que a mí no me interesan nada mis películas, porque son como la vida, que la vas dejando atrás. El año pasado vi El dorado que no la había visto desde que la hice, en una copia espantosa y me gustó muchísimo, pero me parecía que no la había hecho yo. Me quedé allí viendo la película, como un imbécil, hasta el final y me sorprendió. Me despego mucho de mi trabajo, sobre todo del cine, y estoy mucho más preocupado por lo que voy a hacer que por lo que he hecho.


- ¿Así que no tiene ningún deseo de perdurar?
- Me están insistiendo en hacer una fundación, pero es mi familia, porque a ellos sí les importa (risas). Yo he disfrutado tanto de mis cosas, lo he pasado tan bien, que ya estoy pagado. En mi vida siempre he hecho lo que me gustaba. Tengo 82 años, ya he hecho un recorrido largo y me parece un milagro seguir vivo.

Luis Buñuel, el melómano entre Bergman y Fellini

Confiesa Saura: "La pasión por la música viene de mi madre, pero es mi gran frustración porque no sé leer música. Podría haber aprendido, pero siempre que he empezado a estudiarla me ha echado para atrás porque es muy difícil y requiere mucho tiempo. Me parece un lenguaje abstracto, dificilísimo y mágico, me parece un milagro que eso se convierta en música, me maravila que se pueda escribir lo que se escucha. Creo de verdad que es el único lenguaje universal que hay porque en todas partes del mundo se puede entender".
Frente a esta dificultad para leer partituras se encuentra Luis Buñuel, de quien se dice que en su juventud iba a los conciertos partitura en mano para seguir a los instrumentos. Saura no sabe si esta anécdota es cierta, pero lo que sí tiene claro "es que era un melómano, le gustaba la música con locura y sabía mucho de música, lo que pasa es que la sordera le destrozó y eso le dolía muchísimo porque solamente sentía los bajos en el estómago. Eso le ponía muy nervioso porque quería escuchar música y no podía".
Una actitud similar a esta de Buñuel aparece en Goya en Burdeos, rodada por Saura en 1999. "En ella Paco Rabal imita a Buñuel en toda la película porque se lo dije yo que lo hiciera así, y cuando pone el oído cerca del piano para poder escuchar la música, eso habría podido hacerlo Buñuel perfectamente".
Un ejemplo de que Buñuel era un melómano lo ve Saura en Las Hurdes: "Ahí hizo una cosa de un valor extraordinario, que fue meter un tiempo completo de una sinfonía de Brahms de arriba a abajo. Algo genial, y además en el año 1932. Nadie ha hecho un alarde como ese, porque además esa música ocultaba muchas cosas de las imágenes, ¡qué idea más preciosa!".
Entre los temas que más gustaban a Luis Buñuel estaba Tristán Isolda, algo que a Saura no le "extraña nada porque es precioso". El director de Cría Cuervos reconoce que en la película en la que homenajeó a su amigo, Buñuel y la mesa del rey Salomón, ha utilizado algunas de las músicas que le gustaban a Buñuel.
En cuanto a la influencia que haya podido tener Buñuel en la obra de Saura, este mismo reconoce que era más un amigo que un maestro. Añade que siempre ha soñado con hacer un cine muy imaginativo, pero "ya lo estaba haciendo Luis en un momento en el que España no lo hacía nadie. Estaba la imaginación nórdica puritana de Bergman y los excesos de Fellini. Y luego estaba Buñuel que era el punto justo entre los dos".

 

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