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La escritura es una herramienta social poderosa: su poder reside en la habilidad, capacidad o competencia para adquirir conocimiento, construir pensamiento y comunicarse con los demás. El desarrollo de esta competencia permite la formación personal, la participación social, el empleo y el aprendizaje; y todo ello repercute en los diferentes ámbitos o esferas de acción en que se mueve el individuo: el personal, el público, el profesional y el educativo.

 



Cada vez parece más evidente que, en el siglo XXI, la escritura o alfabetización forma parte de casi toda actividad humana. La economía, la ley, el gobierno, la documentación burocrática, el conocimiento, el periodismo, la literatura, las profesiones y el entretenimiento dependen y se estructuran en torno a la producción y distribución de textos.

Por otro lado, se dice con razón que la informática ha transformado la escritura. La tecnología digital, y especialmente la Web 2.0, hacen posible que todos seamos escritores, ya que la composición digital se utiliza para compartir, para dialogar, y principalmente para participar. Esto supone que la gente escribe hoy como nunca lo hizo antes, tanto en papel como on line.

Podríamos afirmar, por todo ello, que comprender y expresarse por escrito son ejes fundamentales de la cultura, estrechamente relacionados con el funcionamiento humano, en cuanto que regula y controla el intercambio social mediante las prácticas discursivas correspondientes a los distintos ámbitos: institucionales, medios de comunicación, académicos, literarios…

 

Conviene precisar que, en la práctica diaria de una persona letrada, es casi imposible separar las destrezas de escritura de las de lectura, si bien hay que admitir que la  escritura no ha gozado del empeño y de la estima social que siempre ha tenido la lectura. La razón, como dicen Hamilton y Barton (1985), reside en que escribir, más que solo leer, proporciona voz a la gente, y, por tanto, poder, en cuanto que la escritura se asocia principalmente con participación y desavenencia. Mediante el acto de escribir, los escritores aprenden sobre sí mismos y sobre el mundo, y comunican a los otros sus percepciones. Escribir confiere el poder de crecer como persona e influir en el mundo.

Por otra parte, la escritura requiere más trabajo que la lectura, pero, paradójicamente, recibe menos atención en los ámbitos educativos. Esta es la razón principal que justifica la necesidad de trabajar de manera sistemática las competencias escritas en las que se requiere: hablar para leer y escribir; leer para aprender; leer para hacer esquemas, mapas conceptuales, resúmenes, para planificar; leer para redactar y hacer borradores; revisar y reescribir los borradores o textos intermedios, hasta llegar al texto final; leer para editar y adoptar el formato conveniente; leer para presentar oralmente en público. Dicho de otra manera, saber usar la lengua para exponer información.