Proyectos de Innovación

Soportes y Formatos

El desarrollo de la escritura corre paralelo a la evolución de los soportes susceptibles de recibirla que comprende una serie de materiales tan diversos como arcilla, piedra y pizarra, marfil, plomo, bronce, hojas de palma, amate o ámatl, tiras de bambú, corteza de abedul, tejido libérico o liber, madera, papiro, cuero o pergamino, piel de venado, tela y papel, por no hablar de los medios electrónicos actuales, soportes todos ellos utilizados alternativamente por las diferentes culturas del mundo a lo largo de diferentes épocas, que fueron configurados en distintos formatos, desde el volumen o rollo, el libro acordeón, las tabletas de madera y el codex hasta la más actual tablet.

El primero de los distintos tipos de libros conocidos fue el mesopotámico, el tuppu, término que dio en latín tabula y en español tabla. Estaba modelado en arcilla, un material escriturario barato, cuya duración era superior a la de otros materiales como la madera, la piel o el papiro y que permitía rapidez en la escritura. Esta arcilla se cortaba en pequeñas planchas rectangulares, planas o ligeramente abombadas, ocasionalmente en forma de conos, cilindros o prismas huecos. La escritura, de izquierda a derecha, se presentaba en columnas muy apretadas. Primero se escribía en la parte convexa y luego en el reverso donde figuraba el colofón que incluía el título de la obra y a veces el nombre del propietario de la tableta y el del escriba, la fecha y algunos consejos para su conservación. Para mantener la arcilla húmeda el escriba tenía a mano un recipiente con agua. Una de las obras literarias más importantes de la cultura mesopotámica, la Epopeya de Gilgamesh, se ha transmitido en tabletas de arcilla cuyos fragmentos se descubrieron en la biblioteca de Asurbanipal en Nínive.

En el Egipto de los faraones el formato del libro por excelencia fue el rollo (en latín rotulus o uolumen) compuesto de tiras de papiro, cuyo uso se extendió durante toda la Antigüedad grecolatina.

El papiro es una planta que crece en abundancia en las tierras húmedas del valle y del delta del Nilo y puede alcanzar entre los tres y seis metros. Sus tallos fibrosos tienen en su interior una serie de filamentos envueltos en una sustancia viscosa que se pueden extraer con facilidad y permitieron preparar un soporte que iba a revolucionar el mundo de la escritura. Según refiere Plinio el Viejo en su Historia Natural XXX, los filamentos interiores se extraían y se colocaban unos junto a otros. Sobre esta capa se superponían perpendicularmente otros filamentos más cortos y la trama resultante se prensaba. Las hojas, que los griegos llamaban kollema y los romanos plagulae, se empalmaban una sobre otra, formando tiras, se pegaban con pasta de almidón, se prensaban de nuevo y finalmente se pulían para que la superficie quedara lisa y la caña no tropezara al escribir. Cada hoja podía tener una altura de entre 15 y 40 cm y las tiras resultantes podían tener varios metros. Plinio distingue varias clases en función de su calidad y formato, entre las que destacaba la augusta regia. Los egipcios, además de utilizar el papiro como soporte para la escritura, le dieron otros muchos usos domésticos para fabricar esteras, cuerdas, ropa, calzado y pequeñas y ligeras embarcaciones. Lo exportaron por toda la cuenca mediterránea y representó para Egipto una fuente de riqueza considerable, lo que lo convirtió en un producto caro que obligaba a su reutilización y reescritura. Como alternativa al papiro los egipcios utilizaban otros materiales como la piedra calcárea o el barro cocido para las anotaciones menos importantes y el cuero cuando querían preservar el contenido por más tiempo. Aparte están los usos epigráficos en las paredes de sus templos y enterramientos.

También los griegos utilizaron para escribir distintos materiales o soportes. Su elección estaba determinada por el uso y capacidad de conservación. Para trasladar mensajes breves e improvisados, así como para escribir el nombre de los que iban a ser desterrados, usaban los ostraca, fragmentos de cerámica cocida. Para uso escolar o doméstico utilizaban las tablillas de madera recubiertas de cera o resina, sobre las que se podía escribir y borrar con gran facilidad. Estas podían formar series unidas por anillas o cordones de dos (díptico), tres (tríptico), o más tablas (polípticos). Cuando se buscaba una mayor durabilidad, para exponer leyes, decretos o bandos de interés para la población, las tablillas solían estar recubiertas de yeso.

Cuando el texto era de cierta extensión se prefería el rollo, por lo general de papiro, aunque también podía ser de pieles curtidas de cabra y oveja o incluso de lino. En la Pérgamo de época helenística la técnica del curtido de pieles para confeccionar hojas de escritura alcanzó una gran perfección, por lo que estas empezaron a llamarse pergaminos. Pero, como decimos, el papiro siguió siendo el material predominante, por ser más barato, por lo que los griegos, que llamaban a la planta del papiro byblos, aplicaron este término por extensión a la materia escriptoria que finalmente pasó a significar también lo escrito, un libro.

Los rollos griegos, de menor dimensión que los egipcios, estaban formados por hojas de dimensiones variadas en función de su calidad: las mejores podían medir 33 por 23 cm cada una; mientras que las de calidad inferior podían medir 25 por 19 cm.

Para leer o escribir sobre el rollo de papiro el escriba lo desenrollaba con la mano izquierda y lo enrollaba con la derecha a medida que iba escribiendo. Se escribía por la cara en que los filamentos aparecen en forma horizontal paralelos a la línea de escritura; se enrollaba hacia dentro, con lo que el texto quedaba protegido. En latín se conocía como uolumen que deriva de uoluere, enrollar, al rollo que se desenrollaba en horizontal y rotulus, al que tenía un desarrollo vertical, diferente al rollo de bambú, seda o papel de los chinos, que escribían en columnas verticales de derecha a izquierda, pero que para leer o escribir necesitaban sujetar el rollo en horizontal.

 

Al principio de la obra en la primera hoja, denominada protokollon, se solía consignar el título acompañado de la fórmula Incipit liber… Al final del texto en el eschatokollon o colofón figuraba la expresión Explicitus est liber con el significado de Ha sido desenrollado este libro que contiene… seguido del título, el nombre del copista y la fecha. El uso del colofón se mantuvo cuando el rollo se transformó en códice. 

Los rollos escritos se guardaban en jarras, cajas de madera o bolsas de piel. En ocasiones el título del papiro figuraba en los receptáculos en que se guardaba, pero con frecuencia figuraba en una etiqueta exterior.

El texto se distribuía en columnas, selídes, de un cierto número de líneas, stichoi, versus. Al igual que en el rollo egipcio los griegos acostumbraban a escribir por un lado del papiro. A fin de facilitar su conservación a veces el final de rollo se reforzaba con una tira de pergamino pegada. A otros se les adhería unas varillas, omphalos, en latín umbiculus, que podían estar adornadas con unos remates, cornua, de hueso o madera. La expresión explicare ad umbilicum o ad umbilicum peruernire se utilizaba para indicar que se había desenrollado totalmente, es decir, que se había llegado al final de texto. Para su identificación en algunos se ponía el título en la parte de fuera. Igualmente era corriente colocarles unas etiquetas colgantes de papiro o piel.

El formato del rollo de papiro fue útil a la humanidad durante tres largos milenios. Permitía recoger textos de cierta extensión con la garantía de integridad de la obra, tenía buena apariencia, resultaba agradable al tacto, se podía escribir, borrar con agua lo escrito e ilustrarlo con dibujos en color. No pesaba y era fácil de trasportar, por lo que era un material superior a las tablillas de arcilla y los rollos de piel y se convirtió en el vehículo de expresión escrita de los egipcios, de los griegos y posteriormente de los romanos, entre los que alcanzó gran prestigio. Miles de rollos se guardaban en las bibliotecas públicas, de las que sin duda la más famosa es la que fundaron en Alejandría los gobernantes griegos de Egipto, modelo de tantas otras que se extendieron en la Antigüedad y cuna de la filología y la bibliografía.

El principal inconveniente que presentaban los textos copiados en rollos era la dificultad para encontrar un pasaje concreto, su fragilidad, la necesidad de utilizar dos manos para su lectura, el riesgo de que se embrollara y la necesidad de tener que ser nuevamente enrollado al terminar la lectura. Por ello durante los primeros siglos del Imperio Romano empezó lentamente a adoptarse un nuevo formato de libro, el codex o códice de papiro y luego de pergamino, que se almacenaba y transportaba más fácilmente, ofrecía mayor capacidad de contenido textual, admitía escritura por ambas caras, resultaba más barato y manejable, duraba más y los pasajes se localizaban en su interior con más facilidad.

El códice consistía en un conjunto de pliegos o bifolios de papiro o pergamino plegados juntos y cosidos para formar un cuaderno o fascículo que posteriormente se encuadernaban. El nombre que reciben los cuadernos o fascículos está determinado por el número de pliegos o bifolios que conforman cada uno de los cuadernos: singulión, binión, ternión, cuaternión, quinión, senión, septenión, octonión, etc.

 

Algunos ven su antecedente en las tablillas de madera de dos, tres o más hojas preparadas con cera o resina para recibir la escritura. La gran innovación técnica consistió en sustituir las tablillas de madera o marfil por un material blando como el papiro o el pergamino. Como ocurrió con otros términos que servían para definir partes del rollo de papiro y que posteriormente pasaron al códice, con el término chartes que pasó al latín charta y luego al castellano, raíz de palabras como carta, cartel, cartera, cartucho, etc. los griegos se referían al rollo de papiro en blanco, es decir, sin usar; en época medieval empezó a designar cada una de las hojas del codex que pronto se numeraron en el recto, facilitando así la localización de los pasajes.

El paso del rollo al códice fue un proceso gradual que culminó al final de la Antigüedad y supuso un logro de tal envergadura que puede considerarse como el fenómeno más importante de la historia del libro, con implicaciones en todos los ámbitos, técnico, material, social, cultural e ideológico. A comienzos de la Edad Media, el cambio a formato de códice o libro estaba ya consumado y el rollo solo se mantuvo en algunos usos arcaizantes, como por ejemplo en mundo judío para copiar la Torá. La ocupación árabe de Egipto en el año 641 supuso poco a poco una limitación de las exportaciones de papiro al mundo cristiano que empezó a usar de forma sistemática el más caro pergamino para confeccionar los códices. Eso tuvo un efecto devastador en la circulación de libros en la Edad Media, mucho más limitada por efecto del elevado coste del material utilizado.

En el mundo islámico, por el contrario, floreció la cultura en papiro durante el periodo abasí y eran centenares los libreros de Bagdad en los siglos IX-X, momento en el que Ibn al-Nadim, digno sucesor de los bibliotecarios de Alejandría, confeccionó su Fihrist o catálogo de los miles y miles libros accesibles en la capital del califato. Por entonces había empezado ya a circular el papel por el mundo árabe, soporte inventado por los chinos y traído por los árabes a Bagdad, Damasco y Marruecos hasta que en el siglo XII aparecen los primeros molinos papeleros en Europa (Italia y España). Su confección supuso una inmensa difusión de la cultura que nos llevará ya al Renacimiento.

 

 

Arantxa Domingo Malvadi

Departamento de Literaturas Hispánicas y Bibliografía
Universidad Complutense de Madrid