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"No he querido saber, pero he sabido..."

Javier Marías, en su casa de Madrid. Foto de Gianfranco Tripodo, The New York Times.

Por Manuel Tapia Zamorano

“No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados”.

Así comienza “Corazón tan blanco”, la novela que Javier Marías publicó hace treinta años y de la que se vendieron más de dos millones de ejemplares en todo el mundo. Y Javier Marías, que era tan blanco de corazón, nos ha abandonado hace unos días. Con su marcha ha dejado en la orfandad a una legión de fieles lectores del eterno candidato al Nobel de literatura.

 

 

Si grande fue su dimensión como escritor, no menos notable fue su faceta de articulista. Desde hace algún tiempo -casi veinte años-  y desde “La zona fantasma”, su hábitat de la revista dominical de El País, aprovechaba esas páginas para reflejar su enfado con el mundo.

Gruñón, coqueto, sencillo, divertido, generoso, hiperestésico… Se dicen tantas cosas de las personas cuando se mueren. Mejor quedarnos con el sentimiento de algunos de los habituales lectores de las columnas de Marías en el suplemento de El País:

“He sentido profundamente su pérdida, me produjo una sensación de vacío y orfandad literaria. Sus artículos eran para mí una especie de terapia semanal, una forma de orientar mi pensamiento y de confirmar mis convicciones en una época que me produce tanta extrañeza”.

“Era ya una tradición tomar el café del domingo leyendo su columna, comentar luego: ‘De qué se queja hoy Marías’. No coincidía en muchas de sus opiniones, ni falta que hacía. Lo seguía leyendo”.

“Cuando se prohibió fumar en los establecimientos públicos, hizo una larga protesta en sus artículos sobre la libertad de fumar y lo retrógrado de la ley. Muy insistente. Un día me lo encontré en la librería ‘Jaimes’, de Barcelona, y lo saludé sonriente con un: ‘Fumar mata’. Él me respondió: ‘A veces se puede escoger de qué morir”.