Vacunación e inmunidad de grupo en una ola de COVID-19 diferente

Sabíamos que tarde o temprano llegaría, pero, ¿imaginábamos que sería en julio? La denominada “quinta ola” de la pandemia de SARS-CoV-2 en España eleva sin parar la incidencia acumulada a catorce días, a la vez que el ritmo de vacunación toma carrerilla. ¿Cómo es posible que aumenten los contagios con casi más de medio país con la pauta de vacunación completa? ¿No funcionan las vacunas? ¿Necesitaremos una inmunidad de grupo mayor? Salvador Iborra, investigador del Departamento de Inmunología, Oftalmología y ORL de la Universidad Complutense de Madrid resuelve el mar de dudas que deja la nueva ola.

 

 

La piel va acumulando el daño y no se regenera. / Shutterstock.

La quinta ola se ha cebado inicialmente con la población joven no vacunada. / Shutterstock.

Estamos inmersos en la quinta ola de infección por la Covid-19 en España. Esta ola tiene, en mi opinión, cuatro importantes diferencias con respecto a las anteriores.

La primera es que la ola llega a una población en la que una de cada dos personas mayores de 12 años ya ha recibido al menos una dosis de vacuna (60 % según el informe del Ministerio de  Sanidad y casi la mitad (47,4%) la pauta de vacunación completa.

La segunda diferencia, en parte consecuencia de la anterior, es que la quinta ola se ha cebado inicialmente con una población joven no vacunada. Y la tercera, a su vez como consecuencia de las dos primeras, es que, aunque los contagios se han disparado, los ingresos hospitalarios y las defunciones se han estabilizado o han bajado notablemente.

Por último, la variante delta, detectada en India por primera vez, empieza a ser dominante en los contagios (alcanzando un 15 % en la semana del 28 de junio a 4 de julio). Existen suficientes evidencias que demuestran que esta variante tiene un 60 % más de propagación que otras como la alpha. Sin embargo, no existen suficientes pruebas para pensar que es más patogénica.

Patología reducida, transmisión no erradicada

Aumenta la población vacunada, pero también la contagiada. ¿Cómo?, nos preguntaremos. En un mundo ideal, una vacuna debería prevenir la infección y el contagio del virus. Las vacunas actuales contra la COVID-19 previenen muy eficazmente la patología, reducen la cantidad de virus y, por lo tanto la capacidad de contagiar del vacunado, de tal forma que tiene un 50% menos de riesgo de contagiar a convivientes. Sin embargo, no previenen por completo su transmisión.

Aunque los contagios se han disparado, los ingresos hospitalarios y las defunciones han bajado

En este sentido, estas vacunas frente al SARS-CoV-2 no son “esterilizantes”. Esto no es ninguna excepción. Las vacunas frente al rotavirus, por ejemplo, tampoco previenen la infección, pero disminuyen el riesgo de sufrir gastroenteritis graves. Otro ejemplo es la vacuna IPV frente a la polio, que consiste en un virus inactivado que previene la enfermedad, pero no la infección. En cambio, existe una alternativa, la vacuna oral (OPV), basada en un virus atenuado, que previene la transmisión, pero no puede ser administrada a personas inmunodeprimidas, por los posibles efectos adversos.

El Doctor Eduardo López Bran. / E. L. B.

La pauta completa previene la patología. / Shutterstock. 

Para que una vacuna elimine por completo la posibilidad de contagio, debería generar anticuerpos neutralizantes que, por ejemplo, eviten que el virus se una a su célula diana, en una cantidad suficientemente alta y en el sitio adecuado, como la mucosa nasofaríngea.

Por otro lado, la inmunidad celular, basada en la generación de linfocitos T citotóxicos o "asesinos" requiere de cierto tiempo para eliminar el virus. Estos linfocitos de memoria residen en los ganglios linfáticos y en el bazo, y necesitan que un tipo particular de células de nuestro sistema inmunitario, las células dendríticas, transporten y les presenten los antígenos del tejido infectado.

Ese viaje desde el tejido, activación del linfocito en el ganglio y viaje del linfocito desde el ganglio al tejido infectado, lleva un tiempo, en el que el virus puede replicarse. No obstante, ciertas vacunas podrían generar linfocitos de memoria en el tejido infectado, que reconocerían al virus rápidamente, evitando su propagación.

La vacuna intranasal frente a la Covid-19, desarrollada por el equipo de Luis Enjuanes en el CSIC podría cumplir estos dos requisitos: generar anticuerpos neutralizantes y favorecer la acumulación de linfocitos “asesinos” de memoria que residan en la mucosa nasofaríngea y, por lo tanto, lograr una inmunidad esterilizante..

Seguir confiando en la vacunación

En definitiva, mientras no se pueda administrar una vacuna que otorgue inmunidad esterilizante, el virus podría seguir circulando en la población, incluso con un 70% de la población vacunada –porcentaje que se había estimado suficiente para mantener al conjunto de los individuos protegidos.

Para protegernos a nivel individual frente a la patología de la COVID-19, es irrelevante que la vacuna sea o no esterilizante

Además, debemos tener en cuenta que vivimos en un mundo globalizado y en muchos países del mundo el porcentaje de personas vacunadas será insuficiente, por lo que tendremos que esperar para comprobar si es necesario buscar un tanto por ciento mayor de esa inmunidad de grupo. ¿Debemos entonces seguir confiando en la vacunación?

Para protegernos a nivel individual frente a la patología de la COVID-19, es irrelevante que la vacuna sea o no esterilizante. Por otro lado, no existen evidencias de que la aparición de variantes se asocie a unas vacunas no esterilizantes.

Una pauta completa de vacunación previene la patología, incluso tras la infección con la temida variable delta. Además, aunque al vacunarnos no eliminemos por completo la transmisión del virus, estaremos contribuyendo a que se reduzca considerablemente, y con ello a la aparición de dichas nuevas variantes. Más aún si seguimos respetando las medidas de prevención.


 

      
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