Párkinson: más de dos siglos en busca de la ‘llave’ que arregle el motor

El 11 de abril celebramos el Día Mundial del Párkinson coincidiendo con el aniversario del nacimiento de James Parkinson, quien diagnosticó por primera vez en 1817 la enfermedad que lleva su nombre. Este trastorno neurodegenerativo, que afecta a unas 150.000 personas en España, surge a partir de una compleja interacción de factores genéticos, metabólicos y ambientales, siendo el principal la edad. Según la Organización Mundial de la Salud, el número de afectados podría triplicarse en los próximos 30 años debido al envejecimiento de la población.

 

Los síntomas más comunes temblores o pérdida de equilibrio. / Shutterstock

Los síntomas más comunes temblores o pérdida de equilibrio. / Shutterstock

“Movimiento tembloroso involuntario, con potencia muscular disminuida, en partes del cuerpo en reposo e incluso estando apoyadas; con una propensión a inclinar el tronco hacia delante.” Así describió por primera vez la enfermedad de Parkinson el neurólogo británico James Parkinson.

¿Cómo se origina?

En el párkinson se produce un proceso degenerativo progresivo que comienza en una región del cerebro donde reside un conjunto de neuronas encargadas de controlar el movimiento. Estas neuronas se llaman dopaminérgicas porque producen una sustancia llamada dopamina, la cual utilizan para enviar mensajes a otras partes del cerebro y así coordinar los movimientos del cuerpo.

Cuando una persona padece párkinson, sus neuronas dopaminérgicas mueren y por tanto la producción de dopamina disminuye. El resultado final es que el cuerpo del enfermo no recibe los mensajes que necesita para moverse con normalidad.

Por eso, los síntomas más comunes de la enfermedad incluyen temblores, dificultad para mantener el equilibrio, alteración de la coordinación o problemas para ponerse de pie o andar.

¿Qué la caracteriza?

Pero no es párkinson todo lo que tiembla, ni todo temblor es párkinson. De hecho, la variedad de síntomas que presentan los pacientes dificulta el correcto diagnóstico de la enfermedad. De ahí que los pacientes de párkinson tarden hasta 3 años en obtener un diagnóstico correcto. Por eso, uno de los principales retos actuales en investigación científica es la identificación de biomarcadores (sustancias que nos permiten medir el riesgo de sufrir una enfermedad) que faciliten un diagnóstico precoz.

Actividad de juguetes adaptados. / M.M.

El 11 de abril se celebra el Día Mundial del Párkinson. / Shutterstock.

El factor principal que dificulta este diagnóstico es la tendencia a asociar párkinson con síntomas motores como temblores o problemas para mantener el equilibrio. Es cierto que este tipo de alteraciones motoras son los síntomas más característicos, pero no siempre se manifiestan en todos los pacientes y no tienen por qué ser los primeros en aparecer al inicio de la enfermedad. Es más, existen otros síntomas que no son de naturaleza motora y que podrían aparecer hasta 15 años antes de iniciarse la enfermedad.

Cuando James Parkinson describió la enfermedad, ya dejaba claro que el síntoma predominante era la alteración en el movimiento. De hecho, su trabajo se tituló “Un caso de parálisis agitante” subrayando la lentitud y rigidez del paciente (“paralisis”) junto al temblor predominante (“agitante”). Por esta razón, tradicionalmente la enfermedad se ha considerado como una patología del sistema motor con un enlentecimiento de los movimientos, rigidez de extremidades y temblor de predominio en reposo. Sin embargo, los neurólogos apreciaron rápidamente que los enfermos padecían múltiples síntomas que deberían explicarse por alteraciones en otras áreas dentro del sistema nervioso.

Más allá del trastorno motor

Todos estos síntomas diversos se han denominado globalmente como “sintomas no motores” que, por cierto, no es decir mucho conceptualmente. Engloba síntomas producidos por disfunción del sistema nervioso autónomo, síntomas gastro-intestinales, alteraciones perceptivas y trastornos cognitivos. Algunos de estos síntomas pueden aparecer precozmente en el curso de la enfermedad, como la reducción de la capacidad olfativa, el estreñimiento o las bajadas de tensión arterial (también denominado ortostatismo).

En otras ocasiones, suelen asociarse y progresar junto a los síntomas motores los problemas vesicales con urgencia miccional o disfunción sexual, así como problemas al tragar. Los trastornos cognitivos y neuropsiquiátricos son también frecuentes, aunque suelen aparecer tardíamente en el curso del cuadro clínico.

Hay pacientes en los que estos síntomas “no motores” generan una mayor disfunción y mala calidad de vida que los síntomas “clásicos” por lo que es clave para el neurólogo su diagnóstico precoz y abordaje terapeutico.

Se puede llegar a la conclusión de que la enfermedad de Parkinson es mucho más que un trastorno motor. Por todo ello, el médico debe estar alerta tanto al inicio como en el curso de la misma a otros múltiples síntomas que empeoran el pronóstico y la calidad de vida.

Algunos síntomas del párkinson. / Freepik.

Algunos síntomas del párkinson. / Freepik.

Llegar antes al diagnóstico, el gran reto

En lo referente al diagnóstico, los esfuerzos actuales en investigación biomédica están encaminados a desarrollar métodos que permitan identificar factores de riesgo genéticos implicados en el desarrollo temprano de la enfermedad, como por ejemplo el desarrollo de chips de ADN que permitan identificar cambios genéticos en personas con riesgo de padecer párkinson.

Otra estrategia clave es la determinación de biomarcadores que puedan ayudar en el diagnóstico. Desde hace años sabemos que una proteína, la alfa-sinucleína, se acumula en el cerebro de los pacientes con enfermedad de Parkinson. Esta alfa-sinucleína se agrega formando los denominados cuerpos de Lewy, el elemento histológico característico de la enfermedad. La determinación de alfa-sinucleína en el líquido cefalorraquídeo o, mejor aún, en el torrente sanguíneo es un biomarcador prometedor y relativamente accesible.

Recientemente se han realizado estudios que examinan la cantidad de dicha proteína en una biopsia de piel analizando su acumulación en las fibras nerviosas del tejido dérmico. Todo un espectro de posibilidades que pueden revolucionar el diagnóstico en los próximos años.

El tratamiento, asignatura pendiente durante medio siglo

En cuanto al tratamiento, ninguna de las terapias actuales puede prevenir, ralentizar o detener la progresión de la enfermedad. En los últimos 50 años se ha avanzado muy poco en el tratamiento del párkinson. El principal medicamento sigue siendo la levodopa, que se empezó a utilizar con éxito en los años 60 del pasado siglo. Este fármaco, aunque inicialmente restaura los niveles de dopamina, no supone una cura para la enfermedad, y además con el tiempo deja de funcionar.

En los últimos 50 años se ha avanzado muy poco en el tratamiento, el principal medicamento sigue siendo la levodopa

No obstante, actualmente disponemos de otros fármacos que potencian o mejoran la estimulación dopaminérgica, aunque lamentablemente siguen sin modificar significativamente el curso de la enfermedad. Por esta razón, el descubrimiento de nuevas terapias más eficaces es uno los principales objetivos de la investigación científica actual.

Las investigaciones actuales van encaminadas a mejorar la técnica de “estimulación cerebral profunda”, que al implantar electrodos en el cerebro producen pequeñas descargas que permiten corregir los síntomas motores. Uno de los avances más recientes es generar una estimulación similar a la de esos electrodos profundos, pero mediante el uso de ultrasonidos de alta frecuencia. Con esta técnica se pretende conseguir un efecto análogo, pero sin la necesidad de realizar una intervención quirúrgica, evitando así sus riesgos.  

También está en estudio el desarrollo de una vacuna que permita a nuestro organismo crear anticuerpos contra la alfa-sinucleína, la cual podría estar relacionada con la muerte de las neuronas dopaminérgicas.

A la espera de que la investigación científica de sus frutos, existen otras medidas que pueden ayudar a retrasar la aparición y avance de la enfermedad, así como mejorar la calidad de vida de los pacientes ya diagnosticados:

   
Hacer ejercicio de manera habitual Puede ayudar a disminuir los síntomas motores y no motores, ayudando a los pacientes a mantener el movimiento y el equilibrio necesarios para la vida diaria. La ciencia sigue investigando el papel del ejercicio para ralentizar el deterioro de la función motora y modificar el curso del párkinson.
Seguir una dieta sana y equilibrada Mejora nuestro estado de salud general. Lo que es bueno para nuestro corazón, es bueno para nuestro cerebro.
 Estar bien informados La información es el mejor remedio contra bulos y noticias falsas que muy lejos de ayudar, contribuyen a empeorar nuestra salud. Hay que acudir siempre a fuentes fiables de información, como personal sanitario y científicos.

 

En palabras del actor estadounidense Michael J. Fox, diagnosticado de párkinson a los 29 años, “aceptar no significa resignarse. Significa comprender que las cosas son como son y que siempre existe una manera de afrontarlas En el momento en que entendí que mi párkinson era la única cosa que no iba a cambiar, empecé a mirar las cosas que sí podía cambiar, como la forma en que se financia la investigación”. Fox tiene una fundación privada dedicada a financiar proyectos de investigación en párkinson por todo el mundo.

Por el momento, una de las pocas cosas a las que podemos aferrarnos es a la investigación científica. Conocer el párkinson es el primer paso para combatirlo.

 

Los autores de este artículo son José A. Morales-García, investigador del Departamento de Biología Celular de la Universidad Complutense de Madrid y David Pérez Martínez, Jefe del Servicio de Neurología del Hospital Universitario 12 de octubre de Madrid.


 

      
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