Líquenes, superhéroes al rescate de nuestros pulmones

No paramos de respirar. Diafragma arriba, diafragma abajo. Pulmones llenos, pulmones vacíos. Y en este baile que nos traemos con el aire que nos rodea, aspiramos y espiramos oxígeno, pero muchas otras cosas más. No las vemos, no las sentimos, pero ahí están. Y es que ya nos decía Mecano lo que era el aire: oxígeno, nitrógeno y argón. Aunque no exactamente en las mismas proporciones.

Podemos encontrar líquenes en cualquier sitio, hasta en la Antártida. / Shutterstock.

Podemos encontrar líquenes en cualquier sitio, hasta en la Antártida. / Shutterstock.

De hecho, cuando respiramos, la mayor parte de lo que entra a nuestros pulmones es nitrógeno: el 78%. De lo que queda, el 21% es oxígeno. Y en el 1% que queda, ¿qué nos encontramos? Pues ahí está el famoso argón que cantaba Ana Torroja, pero hay mucho más: dióxido de carbono (¡el famoso CO2 del efecto invernadero y el cambio climático!), dióxido de azufre (SO2: el de la lluvia ácida), metales pesados y unos compuestos que llamamos hidrocarburos aromáticos policíclicos que son el resultado de quemar gasolina, carbón, petróleo, basuras, tabaco y todas esas lindezas de las que nos hemos rodeado en el siglo XXI. Vaya joya de 1% atmosférico.

Ya lo estaréis imaginando, pero esos hidrocarburos aromáticos policíclicos (en adelante, HAPs), esos metales pesados e incluso la mayoría de ese CO2 no deberían estar ahí. ¿Y sabéis quién los ha soltado en esta atmósfera que respiramos? Pues efectivamente: hemos sido nosotros, es decir, el ser humano. La mayor parte de los HAPs no se disuelven en agua, así que se encuentran principalmente en estado sólido, ligados a partículas que se encuentran suspendidas como contaminación atmosférica. Son muy pequeñitos, pero están ahí. Y, por si fuera poco, los HAPs son moléculas cancerígenas. Uno de ellos, el benzopireno, es el primer carcinógeno químico descubierto y es uno de los muchos carcinógenos que se encuentran en humo de cigarrillo. Hay que ver cómo somos los humanos: llenamos la atmósfera de cosas que nos perjudican y luego no las sabemos quitar.

La magia de la cooperación alga- hongo

¡Pero que no cunda el pánico! La naturaleza tiene un pequeño superhéroe que puede solucionarnos esta papeleta. Y lo mismo que ocurría con Superman, que no se sabía si era un pájaro o era un avión (¡es Superman en acción!), este superhéroe no se sabe si es un hongo o es un alga. ¿O acaso es las dos cosas? ¡Señoras y señores, con todos ustedes, los líquenes!

Un liquen es una asociación entre un alga y un hongo. Tanto el alga como el hongo salen beneficiados, así que más que organismos simbióticos podemos considerarlos organismos mutualistas. El alga proporciona azúcares al hongo (le da de comer), mientras que el hongo aporta el agua y los minerales que el alga necesita. Pero esta unión mutualista no es tan fácil como parece. El alga, por ejemplo, puede ser de muy distintos tipos. Siempre serán microscópicas, pero pueden ser algas verdes o algas verdeazuladas. ¿Es un asunto de colores? ¡Para nada! Las algas verdes son organismos complejos, eucariotas como nosotros, que producen un azúcar simple llamado ribitol. Sin embargo, las algas verdeazuladas son procariotas (¡aquellas antiguas cianobacterias que aparecieron casi al principio de la vida!) y producen un azúcar mucho más familiar para nosotros: la glucosa. De hecho, las llamamos algas verdeazuladas por tradición, porque en realidad son más bacterias que algas.

Y aquí viene la magia: el alga del liquen es capaz de convertir el CO2 atmosférico en O2, el oxígeno que respiramos. Lo puede hacer porque, básicamente, esto es lo que hace cualquier planta. Y nuestras algas liquénicas no iban a ser una excepción. Pero es que aún hay más: los líquenes también tienen mallas de filamentos de hongos que absorben la contaminación y la metabolizan en forma de minerales. Son como esponjas que acumulan contaminantes de la atmósfera. Y son capaces de acumular más contaminantes que ningún otro organismo vivo. Y aún no hemos terminado: resulta que los líquenes no necesitan tener raíces y, de hecho, no las tienen. Así que todo lo que los líquenes retienen se lo quedan ellos y no lo filtran al suelo o al entorno. Toma ya.

Actualmente, los líquenes absorben, por ejemplo, el dióxido de azufre (SO2), del que retienen aproximadamente el 30% que pulula por la atmósfera, los óxidos de nitrógeno, los metales pesados y los famosos y terribles HAPs que ya conocemos. Y sabemos el nombre de algunos de estos superhéroes, porque Hypogymnia physodes, un liquen que pertenece a la familia Parmeliaceae, ha demostrado que tiene altas capacidades. ¿Es que es superdotado? Más o menos: tiene altas capacidades para acumular HAPs y retirarlos del medio ambiente. ¡Muchas gracias, don Hypogymnia! 

Capacidad para trabajar en cualquier situación

Y hemos hablado de la familia Parmeliaceae, que es una de las más diversas de la tierra, pero líquenes podemos encontrar por todas partes. Literalmente por todas partes, porque los líquenes no tienen ningún mecanismo para almacenar el agua en el interior de sus células, es decir, pierden o ganan agua a través de su membrana y dependiendo de la cantidad de agua que haya disponible en el medio. Cuando un liquen se seca, puede absorber agua rápidamente, ¡hasta un 300% de su peso seco! Y esa agua también arrastra sales minerales y sustancias contaminantes del suelo o de la superficie en la que se encuentre el liquen. Este mecanismo permite a los líquenes vivir en condiciones muy extremas: pueden permanecer durmientes, pero vivos, en climas extremadamente secos. Y cuando reciben agua de lluvia o del rocío de la atmósfera la absorben enseguida y se ponen a hacer la fotosíntesis como si nada hubiera pasado.

Así que encontramos líquenes en cualquier sitio: en cálidos desiertos, en desiertos fríos como la Antártida, en regiones árticas, en la cima de las montañas… En todos estos entornos los líquenes, de hecho, son muy abundantes porque cubren grandes superficies en lugares donde otros seres vivos son incapaces de sobrevivir. Pero también encontramos líquenes en espacios más agradables: en regiones templadas, en selvas tropicales y en nuestros bosques mediterráneos. Allí los encontraréis, probablemente, sobre troncos y ramas de árboles y sobre las rocas del paisaje.

Y, por si todo esto no fuera suficiente, los líquenes no tienen ningún mecanismo de excreción, como podría ser, por ejemplo, la caída de las hojas en los árboles. Y, además, crecen muy despacito, incluso a lo largo de miles de años, en el mismo sitio, sin moverse. Así que pueden estar acumulando contaminantes atmosféricos y purificando el aire durante milenios. En realidad, llevan haciéndolo muchísimo más tiempo, pues los registros fósiles nos hablan de 400 millones de años. A día de hoy, conocemos unas 20.000 especies de este organismo tan maravilloso que, se despide de nosotros convirtiéndose en nuestro cómplice: en la Península Ibérica, muchos líquenes se utilizan como indicadores de buena calidad del aire. Son los que tienen forma de pequeños arbustitos. Así que, ya sabéis: si salís al campo, buscad esas manchitas amarillas, grises, pardas, blancas o verdes en los troncos de los árboles. ¡aprovechad para respirar profundo! ¡Si el liquen parece un arbusto, el aire es puro!

 

Los autores de este texto son Pradeep Kumal Divakar y José Antonio Valdés González, doctor y estudiante de doctorado respectivamente del Departamento de Farmacología, Farmacognosia y Botánica de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid.


 

      
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