Filomena y sus lecciones sobre la gestión del arbolado urbano en Madrid

La nevada histórica acontecida en el centro peninsular nos ha dejado muchas estampas bucólicas en la capital, pero también un reguero de ramas y árboles caídos sin precedente que ha sido calificado como “la peor tragedia ambiental sufrida en Madrid en los últimos años”. En las últimas semanas numerosas/os expertas/os han analizado en los medios de comunicación la situación del arbolado de la capital, aportando su visión desde distintas disciplinas. ¿Qué lecciones sobre la gestión del arbolado urbano nos ha dado Filomena?

 

El turista de la era “COVID-19” busca, ante todo, seguridad y tranquilidad. / Alfonso Cerezo.

Uno de cada tres árboles en Madrid sufrió las consecuencias de Filomena. / Javier Sánchez.

Enrique Andivia, 22 de enero.-A pesar de que profesionales de la meteorología nos avisaron de la magnitud de Filomena, los efectos de esta borrasca nos han desbordado. En buena parte de la Comunidad de Madrid se superaron los 50 cm de espesor de nieve después de más de 30 horas de precipitación continuada.

¿Cuáles han sido las consecuencias para el arbolado de la ciudad? A falta de una completa evaluación de los daños, se estima que uno de cada tres árboles de la capital se ha visto afectado, registrándose los mayores daños en los parques históricos (Retiro, Capricho u Oeste, entre otros) donde la afección se eleva hasta el 60-70% de los ejemplares. Dicho de otro modo, casi 650.000 de los 1.8 millones de árboles de la ciudad han sufrido daños.

Cabe destacar que estos daños abarcan desde la rotura de una rama hasta la caída completa del árbol por lo que, a falta de datos oficiales, es razonable pensar que en la mayoría de los casos los daños sufridos no comprometen la supervivencia de los individuos. No obstante, su cuantía hace necesaria una profunda reflexión que analice las causas de este desastre y proponga soluciones para la gestión del arbolado urbano en un contexto donde los eventos extremos serán más frecuentes como consecuencia del cambio climático.

Selección de especies: ¿resistentes a nieve o sequías?

Gustavo Romanillos coordina la primera edición del Máster en Ciudades Inteligentes y Sostenibles - Smart Cities. / G. R.

Árbol caído en la Calle de Segovia, en el centro de la capital. / Alicia Pastor

Uno de los argumentos que más debate ha generado estos días en la prensa es la selección de especies. Entre las especies más afectadas se encuentran las coníferas de gran porte, como el pino piñonero, los cedros y los cipreses, y las frondosas de hoja perenne como las encinas, los madroños y otras especies mediterráneas.

Es cierto que muchas de las especies que conforman el arbolado de la ciudad de Madrid han sido seleccionadas desde un punto de vista ornamental, en base a su capacidad de crecimiento y/o estética. Sin embargo, es indudable negar el carácter autóctono y la adaptación al clima del centro de la Península de especies como el pino piñonero o la encina, dos de las especies más comunes en los parques de la ciudad y de las más afectadas por la nevada. Su carácter perenne y su falta de adaptación a nevadas copiosas, sirva de ejemplo la pomposa copa tan característica de los pinos piñoneros, son las principales causas de la mayor afección sufrida.

Pero entonces, ¿tenemos que seleccionar las especies por su capacidad de adaptación a las nevadas? Pues esto dependerá de cuánto riesgo estemos dispuesto a asumir. El cambio climático no solo supone un aumento generalizado de la temperatura de nuestro planeta, si no que a consecuencia de ello sufriremos más eventos climáticos extremos. Así, el aumento de las temperaturas disminuye la probabilidad de sufrir olas de frío y nevadas en áreas continentales como Madrid, pero podría aumentar su intensidad debido al calentamiento de los océanos y a la debilitación de la corriente en chorro.

El IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) considera en su informe sobre eventos climáticos extremos, que el riesgo es el resultado de la interacción entre la exposición y la vulnerabilidad. Cabe pues pensar que la selección de especies debería ir enfocada a minimizar el riesgo ante los eventos a los que estamos más expuestos.

Sin duda, es difícil pensar en los veranos pasados con temperaturas gélidas y placas de hielo en las calles, pero si echamos la vista atrás debemos recordar que desde 1965 siete de los diez años más cálidos de la historia de nuestro país se han dado en los últimos 20 años. Además, algunas de las sequías más importantes han ocurrido en las últimas décadas y la frecuencia e intensidad de estos eventos extremos se incrementará en los próximos años. En este contexto, parece razonable que las especies forestales más abundante en la ciudad de Madrid sean el pino piñonero y la encina, dos especies autóctonas y resistentes a eventos de sequías.

Estado vulnerable previo a Filomena

Si por razonas de exposición parece más razonables seleccionar especies adaptadas a la sequía que a las nevadas, solo nos queda actuar sobre la vulnerabilidad para poder reducir el riesgo.

Una gran parte del arbolado de la ciudad presenta un estado sanitario mejorable lo que aumenta su vulnerabilidad no solo ante nevadas si no también ante temporales de viento que sí son más frecuentes. La falta de espacio y el deficiente diseño y selección de lugares óptimos para su desarrollo son otros factores claves que podrían explicar los daños ocasionados por Filomena, especialmente en los árboles de mayor edad.

Alumnos de Tomelloso ante el microscopio. / M.M.

Imagen del barrio de Moratalaz tras la nevada. / Alicia Hernández.

El espacio está íntimamente relacionado con la adquisición de otros recursos claves para el desarrollo de un árbol, como la luz o los nutrientes del suelo. Así, muchos árboles crecen en torno a fachadas o en parques con densidades elevadas siendo más proclives a inclinarse y desarrollar ramas delgadas en busca de la luz. Además, la mayor asignación de biomasa al crecimiento en altura, unido a una falta de preparación adecuada del terreno impiden un correcto desarrollo del sistema radicular aumentando el riesgo de caídas.

Por otro lado, el mantenimiento y gestión del arbolado también influye en su vulnerabilidad a nevadas como las provocadas por Filomena. Un ejemplo característico son las podas excesivas a las que son sometidos los plátanos de sombras y otras especies para evitar que sus copas se expandan, alterando la propia estructura del árbol.

Como en cualquier sistema complejo, las relaciones causa-efecto en los ecosistemas urbanos suelen ser múltiples y requieren un estudio pormenorizado de las mismas desde un punto de vista holístico. No obstante, no debemos perder la perspectiva del asunto. La magnitud de la nevada acontecida en la capital no tiene precedente en la historia reciente. Si buscamos un paralelismo en el medio natural, algunos de los picos de mortalidad más importantes ocurridos a lo largo de la historia en el monte de Valsaín en la Sierra de Guadarrama tienen su causa en nevadas intensas. Es decir, los daños al arbolado como consecuencia de grandes nevadas parecen inevitables, incluso para especies mejor adaptadas a la nieve.

Mantenimiento adaptado a necesidades y no a estética

De nuevo debemos centrarnos en reducir el riesgo y para ello debemos trabajar para tener árboles urbanos más resilientes, especialmente en un contexto de cambio climático. En este sentido, estudios recientes apuntan a la necesidad de seleccionar las especies basándonos en sus características morfológicas y funcionales y en adecuar las especies y ecotipos a las condiciones particulares del lugar de plantación. Además, la gestión y mantenimiento del arbolado debería ajustarse más a criterios técnicos de arboricultura que consideran sus características estructurales y no tanto a criterios estéticos o relacionados con minimizar el espacio ocupado por los mismos.

Los árboles urbanos no solo aportan belleza en un océano de hormigón y asfalto, si no que nos proporcionan múltiples servicios relacionados directamente con nuestro bienestar y salud, como la captación de la contaminación o la mejora de la biodiversidad de nuestro entorno.

Filomena ha supuesto un desastre para el arbolado urbano, pero seamos positivos y veamos esto como una oportunidad de replantar el futuro de nuestra ciudad diseñando unas zonas verdes más diversas, con más proporción de especies autóctonas y más resilientes a los impactos del cambio climático.                                


 

      
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