¿De qué se aburren los abuelos?

Hoy, 26 de julio, se celebra en algunos países del mundo, incluido España, el Día de los Abuelos, en homenaje a esos miembros de nuestros núcleos familiares que han hecho posible nuestra existencia, que nos han acompañado, en mayor o menor medida, a lo largo de nuestras vidas y que nos han regado generosamente con la sabiduría que les proporciona la edad.

 

 

Los mayores se aburren tanto o más que el resto.  / Shutterstock.

Los mayores se aburren tanto o más que el resto.  / Shutterstock.

26 de julio de 2022. La figura de los abuelos ha cambiado mucho con el paso de los siglos y difiere de unas culturas a otras, pero siempre se ha asociado con el rol del cuidado de la prole y la transmisión del conocimiento entre generaciones. Si echamos la vista atrás, muy atrás, es fácil comprender que habría sido imposible nuestra evolución como especie sin su presencia. La instauración de la gerontocracia en la prehistoria favoreció, sin duda, el éxito de las sociedades cazadoras-recolectoras y aquello en lo que hemos derivado después.

Hemos mantenido este patrón durante toda la historia porque es altamente beneficioso para todas las partes, en cualquier término que se pueda imaginar. Los abuelos proporcionan cohesión a la institución familiar, generan arraigo social y contribuyen a la estabilidad económica y emocional de los hogares. Su labor constituye una realidad tan asumida que, a veces, la pasamos por alto y se nos olvida mostrarles el agradecimiento que merecen.

Por contrapartida, el valioso papel que desempeñan les otorga un propósito en la última etapa de su viaje, confiriéndoles sentido a sus días y evitando las tres grandes plagas que afectan negativamente al proceso del envejecimiento: la soledad no deseada, el sentimiento de inutilidad y el indeseable aburrimiento, que hacen que la vida no merezca la pena ser vivida.

La experiencia continuada de uno de estos peligrosos males, el aburrimiento, afecta al bienestar físico y mental de las personas mayores. Se trata del tedio, el hastío, esa desagradable sensación que nos asola cuando nos vemos inmersos en situaciones o actividades carentes de interés, repetitivas o forzosas, que no aportan significado a nuestra cotidianeidad.

Desmontando mitos: el aburrimiento en la tercera edad existe

Todos nos aburrimos de vez en cuando, eso es un hecho. Lo habitual es que diseñemos estrategias de huida que podamos poner en práctica para escapar del malestar que nos producen ciertas fuentes de aburrición. En ocasiones, no obstante, nos quedamos atrapados en el dolor, cuando no somos capaces de dar con la clave para promover el paso a lo siguiente o cuando no nos está permitido realizar aquello que nos resulta más gratificante.

En nuestra sociedad está extendido el estereotipo de que los mayores no se aburren porque ya han hecho todo lo que tenían que hacer en la vida, porque carecen de proyectos y de sueños o porque sus gustos son muy sencillos y sus necesidades de estimulación cognitiva muy bajas. Aliviamos nuestras conciencias asumiendo la falacia de que los abuelos son felices solo con sentarse en un banco durante horas a ver pasar el tiempo.

Sin embargo, una reciente investigación en la revista Health, Aging and End of Life –dirigida por la autora de este texto- , concluye que los mayores se aburren tanto o más que el resto de las personas de los distintos grupos etarios. Su aburrimiento parte de las mismas premisas, pero, además, una de las principales causas de su hastío vital es la ausencia de oportunidades para cuidar de los demás y para compartir con el mundo su conocimiento

Implicar a los abuelos en las tareas de cuidado —por ejemplo, de los nietos— y compartir con ellos las responsabilidades en el entorno doméstico y familiar, puede ser un potente remedio contra el aburrimiento, pero no debemos olvidar que el exceso, lo siempre igual o lo que se convierte en una obligación también genera tedio. No son pocas las veces que abusamos de su confianza, su cariño y su entrega, ignorando—consciente o inconscientemente— que ellos son los únicos dueños de su tiempo y quienes han de decidir en todo momento cómo quieren ocuparlo.

Si bien sabemos que los abuelos, en general, se sienten realizados en las dinámicas del cuidado y la colaboración familiar y social, esto no puede erigirse como un pretexto que los reduzca a meros medios para conseguir nuestros fines. Cada caso es distinto y ha de primar siempre el respeto y la comprensión hacia sus deseos y sus necesidades. Más aún, quienes convivimos con ellos, tenemos la obligación de aplanarles el camino para que esas estrategias de huida que diseñan en sus mentes para desasirse del hastío se materialicen en la medida de lo posible. 

La vida institucionalizada dispara exponencialmente el riesgo de que los mayores sufran aburrimiento de forma crónica, como también se apunta en el citado artículo. En nuestros centros se ha dado prioridad a la seguridad, obtenida a través de la rutinización, la estandarización y la repetición, en detrimento de la espontaneidad, la personalización y la variedad que previenen el tedio. Sobre esto nos queda mucho por aprender.

Entre tanto, ahora que con gran ahínco se rechaza la expresión “nuestros abuelos” para referirnos a los mayores, insto a cualquiera que me lea, no a usarla, sino a interiorizarla, para fomentar un trato digno y empático hacia todas las personas que conforman este colectivo, como si con ellas nos uniesen lazos de sangre. ¡Feliz Día de los Abuelos!

 

La autora de este texto es Josefa Ros Velasco, investigadora del Departamento de Filosofía y Sociedad de la UCM.


 

      
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