Grupos de investigación

Planteamiento teórico y metodológico

La cuestión del lugar de la filosofía en las instituciones modernas de producción y transmisión de conocimiento es, probablemente, tan vieja como estas mismas instituciones, y la idea del “conflicto de las Facultades” (y de su adecuada gestión), en su formulación kantiana, está aún en los fundamentos de la Universidad de Humboldt y, por extensión, de las universidades ilustradas en general. Este conflicto, sin embargo, resurge bajo un nuevo planteamiento en el siglo XX, en virtud de lo que Husserl llamó la crisis de las ciencias europeas, que es también la expresión intelectual de las profundas mutaciones sociales, políticas, económicas y culturales, que pusieron en cuestión el papel que habían de desempeñar, no solamente la filosofía, sino el conjunto de las llamadas “humanidades” en la formación del tipo de ciudadanía que se perfilaba después de la época de las guerras mundiales. Recordemos, solamente como síntoma de la profunda crisis de la universidad en general y de la filosofía en particular, que algunas de las más influyentes figuras intelectuales de este momento se encontraban, a mediados del siglo pasado, sin venia docendi por su pasado político, como Heidegger, desarrollando su obra al margen de la academia institucionalizada, como Sartre o, como Ortega y Gasset, intentando fundar un “Instituto de Humanidades” independiente de la Universidad que le había apartado de sus aulas. Lo que había en el fondo de estas anomalías, de las que hablábamos en el contexto de nuestro proyecto de investigación Naturaleza humana y comunidad II, lo expresó alguna vez J.-F. Lyotard diciendo que se había roto con la “vieja universidad” aduciendo que no estaba adaptada a la actualidad, y que se estaba erigiendo otra universidad cuyo problema era que, justamente, estaba demasiado adaptada a esa actualidad como para poder gozar de la distancia crítica suficiente como para ejercer su labor propia. Este debate fue el que, con las muchas peculiaridades de la situación española, llegó a nuestro país en 1968, adquiriendo la forma de la discusión protagonizada por Manuel Sacristán y Gustavo Bueno sobre el lugar que le ha de corresponder a la filosofía en el conjunto del saber y, en definitiva, en la sociedad contemporánea.

En nuestro último proyecto de investigación, Naturaleza humana y comunidad III, centrado en la posibilidad de reformular en un sentido viable una propuesta “humanista”, concedíamos una gran importancia a la formulación de Th.W. Adorno en su conferencia sobre “La actualidad de la filosofía”, cuando señala que la filosofía ha sobrevivido «porque dejó pasar el momento de su realización». No es difícil comprender que, si ponemos esta afirmación en su contexto (1931), esa “realización” de la que la filosofía ha conseguido escapar es la que ha tomado forma en la violencia política que ya se estaba expresando en los sistemas totalitarios, precisamente porque la filosofía había perdido (bien porque había sido expulsada de ellas, bien porque ha intentado “superarlas”) las mediaciones institucionales —básicamente las del sistema educativo y de transmisión del conocimiento científico— que antes la amparaban, y había intentado “realizarse” directamente en la sociedad. Como dice Adorno, el fracaso (o al menos el éxito solamente parcial o temporal) de estas “realizaciones” le dio a la filosofía una tregua, en la cual pudieron desarrollarse las obras de los principales pensadores de la segunda mitad del siglo XX en su variada y múltiple extensión. Pero la cuestión volvió a reabrirse a finales del siglo pasado, cuando el viejo debate acerca del “conflicto de las Facultades” volvió a reavivarse, esta vez con ocasión del proyecto del Espacio Europeo de Educación Superior, que también estaba ligado a una importante transformación de la institución universitaria en particular y de los organismos de enseñanza en general, que había alcanzado concreciones importantes en América. No se trataba ya sólo de gestionar las relaciones entre Facultades “mayores” y “menores”, ni siquiera de la vigencia social del modelo de Humboldt o de los estudios de humanidades, pero tampoco, claro está, de cuestionar el tipo de “realización” social de este tipo de conocimientos que Adorno consideraba, acaso con demasiado optimismo, como una oportunidad felizmente perdida. Lo que desde entonces se ha abierto al debate es otro tipode “realización” de la filosofía o de las humanidades que no remite a la violencia política y que no contradice abiertamente la institucionalización del saber en las democracias sociales de derecho, pero que al pretender también una conexión y un aprovechamiento directo e inmediato de esos saberes para el tipo de rendimientos que presuntamente “demanda” la nueva sociedad tecnológica y globalizada del siglo XXI, supone igualmente su desinstitucionalización y el abandono de las mediaciones con vistas a una “realización” completa y sin residuos orientada a la satisfacción de esas demandas, que no son únicamente las del mercado de trabajo, sino también las de un floreciente mercado de las creencias y de las identidades culturales.

En estas condiciones, y al hilo de los resultados obtenidos en los episodios anteriores de esta investigación genéricamente titulada Naturaleza humana y comunidad, nos ha parecido necesario someter ese debate, en los nuevos términos en los que está planteado, a una investigación acerca de cuáles son las condiciones para el ejercicio de lo que J. Derrida llamaba “la filosofía como institución” en las circunstancias planteadas por esta discusión reavivada. Claro está que esta investigación puede acometerse desde muchos flancos. Lo que nosotros nos proponemos no es observar este problema desde una óptica sociológica o pedagógica, sino que más bien nos interesa averiguar qué es lo que los filósofos y la filosofía tienen que decir acerca de este asunto, teniendo en cuenta la tradición de la que proceden pero también sus posibilidades de futuro. Es decir, lo que queremos intentar es una investigación desde la filosofía acerca de cuál es hoy su lugar en el campo de las humanidades (que también incluye a las artes), cuáles son sus relaciones con el resto de los ámbitos de conocimiento científico y, en suma, cuál es su papel en el entramado de la polis contemporánea.

Para llevar adelante este proyecto, nos hemos impuesto una neutralización metodológica que nos evite convertir sus resultados en un simple intento de “justificación de la filosofía”, más o menos hagiográfico, que como profesores de esta materia nos consuele en la teoría de sus muchas desventuras prácticas, puesto que ello supondría cegar desde el principio la investigación en cuanto tal con el anticipo de unos resultados forzosamente satisfactorios, al menos desde el punto de vista afectivo y retórico. En concreto, desechamos de antemano incluir en nuestras hipótesis de trabajo consideraciones acerca del carácter de “barrera moral” de la filosofía contra la barbarie, así como evitamos partir del supuesto de la gran “utilidad” que la filosofía puede tener en sus aplicaciones sociales, tecnológicas, profesionales, etc. Repetimos que se trata en este caso de una investigación filosófica acerca del posible lugar de la filosofía en las actuales circunstancias, y por tanto hemos de comenzar por no presuponer la validez de todo tipo de prejuicios y tópicos que se acumulan acerca de esta problemática, especialmente los derivados de nuestra pertenencia profesional a la filosofía. No podemos partir de una idea de filosofía y de universidad que constituya de antemano una condena de la sociedad existente (pues los profesores de filosofía también han contribuido, en su modesta medida, a configurar esa sociedad), del mismo modo que tampoco podemos aceptar como un dogma que la universidad clásica ilustrada, como institución, ha dejado en nuestros días de ser posible. Eso es, entre otras cosas, lo que hemos de cuestionar.

Entre los miembros del equipo investigador propuesto hay un buen número de profesores que han dedicado una parte importante de sus publicaciones a este asunto, ya sea directamente a los problemas de articulación entre filosofía, universidad y sociedad, a la función política de la academia y de las instituciones de enseñanza en el mundo actual, o más en general a la estructura del conocimiento filosófico, humanístico o artístico con vistas a determinar las peculiaridades de su aprendizaje y de su transmisión, no desde un punto de vista psicopedagógico ni sociocultural, sino en la medida en que se derivan de esa estructura históricamente configurada. Pero nos hemos esforzado en conceder también un papel destacado a otros investigadores —a los que la dinámica de la universidad española nos obliga a considerar “jóvenes”— que, teniendo bien acreditada la brillantez de su trabajo en filosofía, no solamente aportan la solidez de sus publicaciones sino una experiencia de las modificaciones habidas en el ejercicio profesional de la filosofía en las instituciones y de las nuevas condiciones para la evaluación de sus capacidades y de su producción científica, y desde luego la necesidad de pensar este problema en un horizonte de futuro viable.

 

Hipótesis de partida

 

De acuerdo con estos principios de «neutralización metodológica» de ciertos tópicos y actitudes con que suele afrontarse la denominada “defensa de la filosofía”, el planteamiento expuesto puede condensarse quizá en una hipótesis de partida como la siguiente:

Por razones que no son meramente contingentes ni puramente históricas, lo que hoy podemos todavía entender por “filosofía académica” está ligado a la recreación a partir de los principios de la Ilustración de una institución medieval, la Universidad, en un contexto de profunda crisis europea (y en un proceso que presenta, por cierto, paralelismos importantes con la reconfiguración de otra institución medieval: el Parlamento). La Universidad proyectada por Humboldt y Schleiermacher no sólo fue una respuesta modernizadora y profunda a esa crisis en el momento de su nacimiento, sino también una realidad determinante de la cultura europea durante casi dos siglos. Ahora bien, el axioma común del que, a finales del siglo XX, partió la construcción europea de un espacio europeo de educación superior fue la tesis del final de la universidad humboldtiana.

No pretendemos negar los cambios sociales y estructurales de nuestras sociedades que motivaban la convicción de la necesidad de esa liquidación. Solo queremos explorar, a través del estudio de algunos debates del siglo XX, la sospecha de que esa forma institucional universitaria que conocemos como el modelo humboldtiano de la Universidad, y más exactamente: el modo filosófico y humanista como se articularon en ella las difíciles relaciones de poder, libertad y verdad, podría no ser tan sólo una configuración histórica concreta, sujeta sin más al devenir general de las constelaciones históricas. Partiremos de la sospecha de que esa comprensión de la Universidad, y la forma como se decidió en ella “el lugar de la filosofía” en los estudios superiores y en el conjunto del saber, podría estar vinculada con la estructura esencial del proyecto político moderno que todavía reconocemos como el nuestro. Dicho con otras palabras: exploraremos la hipótesis de que el proyecto de Humboldt contiene un elemento normativo al que no nos es posible renunciar sin renunciar con ello a lo que Husserl denominó «estructura espiritual de Europa» y vinculó a la cultura racional.

 

Objetivos generales


Los objetivos generales de esta investigación son tres:

  1. Recuperar la memoria de los fundamentos espirituales, racionalistas, ilustrados y republicanos de la Universidad moderna, mediante la edición y traducción al castellano de los textos fundamentales de la reflexión filosófica sobre la Universidad durante los siglos XIX y XX.
  2.  Analizar, mediante en un estudio específico de ciertos debates filosóficos europeos, el estallido del “conflicto de las Facultades” durante el siglo XX, y la problematización desarrollada por la filosofía de su propio concepto, de su lugar en la cultura científica y política, y de sus propias instituciones; para lo cual se tomará como punto de partida para ello los argumentos de Manuel Sacristán y Gustavo Bueno en su debate de la segunda mitad del siglo XX.
  3. Propiciar una reflexión desde la filosofía, con investigadores y docentes de diferentes disciplinas, sobre la cuestión de la enseñanza de la filosofía en los diferentes niveles del sistema educativo y sobre el papel de las humanidades en la cultura de nuestro tiempo.