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Carta a Catalina de Salazar y Palacios

José Manuel Lucía Megías

Soy Catalina de Salazar, mujer de Miguel de Cervantes

Madrid, Huso, 2021

Colección Palabras Hilanderas, nº 6



A modo de prólogo: Carta a Catalina de Salazar y Palacios

 

Mi querida Catalina,

¡Que injusta que ha sido la historia, el paso del tiempo contigo! ¡Qué injustos que hemos sido todos los hombres y mujeres en estos siglos que nos separan, en este silencio que hemos ido tejiendo a tu alrededor a base de tópicos y de lugares comunes!

            Desde hace años, en tu Esquivias natal, en tus tierras toledanas te recuerdan cuando llegan los fríos de diciembre. Desde hace años, se conmemoran con una gran fiesta popular tus desposorios con Miguel de Cervantes en la Iglesia de Santa María. Fue un 12 de diciembre de 1584. Y cada 12 de diciembre vuelves a recorrer tus calles, a encontrarte con tus parientes y amigos, y vuelves a renovar tus votos matrimoniales con un antiguo soldado y un renovado agente de negocios que con los años escribirá junto a ti algunos de los textos más conocidos e influyentes de la literatura mundial. Cada 12 de diciembre vuelves a tener Catalina 19 años así como cada 12 de diciembre Miguel de Cervantes vuelve a tener 37.

            Y se diría que tu vida comenzó en este día, que este 12 de diciembre en realidad recuerda tu nacimiento en la historia, en nuestra memoria, la entrada triunfal en la biografía de Cervantes. Como también parece, y solo parece, que un 22 de abril de 1616 se acabó tu vida en la casa alquilada en la calle León de Madrid. Parece, y solo parece, que tú también dejaste de respirar, de sentir, de vivir en el momento en que tu esposo, Miguel de Cervantes, entregó su alma y dejó caer la pluma de su mano. Y eso que todavía te quedaban más de 10 años por vivir. Una vida en ese Madrid que descubriste de la mano de tu marido, de tus cuñadas Andrea y Magdalena, de tu sobrina Constanza y de esa hija Isabel que te arrebataron los líos familiares, como la vida te arrebató también a tu nieta Isabelita a la edad de dos años.

            Mi querida Catalina, te has convertido en un lienzo en blanco, espejo de las sombras de tu marido, como si tu vida no tuviera sentido en sí misma, como si solo merecieras ser recordada como eco de su propia biografía. Un necesario contrapunto de sus deseos. Te hemos ido borrando en los detalles, en los matices, en los momentos cotidianos para cincelarte con los rasgos propios de los estereotipos. Tu risa solo la recordamos si Miguel era la causa o algunos de sus escritos. ¿Y qué sucede con tus lágrimas? ¿Y con tus sueños? ¿Y con tus alegrías y tus desilusiones? ¿Cuáles fueron tus pensamientos, tus anhelos cuando estabas en soledad?

            Y así también nos vamos construyendo nosotros. Así también vamos construyendo el recuerdo de nuestra propia memoria. Pero no te creas, Catalina, que eres una excepción, una rareza en nuestras biografías. Nos ha tocado vivir momentos muy duros, momentos en que el vidrio de nuestras vidas se ha ido empañando con una cotidianidad de muerte y de miedo nunca antes imaginada. Nos hemos alejado de los abrazos y de los besos y nos hemos visto obligados a recluirnos en nuestras casas, a mirarnos –por primera vez, en muchos casos- en los espejos de nuestros seres más queridos. Los más cercanos y los más desconocidos a un mismo tiempo.

            ¿Cuántas Catalinas de Salazar y Palacios hemos descubierto en estos meses de confinamiento a nuestro lado? ¿Cuántas mujeres de nuestra familia nos ha sorprendido que son también un lienzo en blanco para nosotros? ¿Acaso también nuestras abuelas, nuestras madres nacieron cuando nacimos nosotros? ¿Acaso sus vidas, como la tuya, no merecen un encuentro, una pregunta? ¿Cuántas experiencias cotidianas, cuántas historias atesoran y nos las estamos perdiendo por no escucharlas? Y las tenemos tan cerca. No como a ti, mi querida Catalina, de la que nos separan cientos de años y milenios de silencio.

            ¡Qué no daría por saber lo que recordarías de tu vida días antes de aquel 31 de octubre de 1626, cuando diste tu último suspiro en la calle de los Desamparados en Madrid? ¿A qué le dedicarías tus últimos pensamientos? ¿Qué olores y sabores de tu Esquivias de infancia serían lo que te devolverían la sonrisa? Y de Madrid, ¿qué lugares, qué recuerdos evocarías? ¿De quién y de qué te acordarías entonces? ¿Qué sueños, qué ilusiones te arrancarían un último suspiro?

            Esta es una ilusión a la que solo la literatura puede dar sentido. Pero no así la vida, la extraña vida que nos ha tocado vivir en esta pandemia mundial y que nos rodea como un mar de oportunidades. Ahora es el momento de dejar de escribir o de leer este libro –o de mirar la televisión, el móvil o el ordenador. Ahora es el momento de levantar los ojos y buscar la mirada de tu abuela, de tu madre, y preguntarles por los colores, los sabores que recuerdan de su infancia, por esas historias que son también las nuestras, las que nos han hecho lo que somos y las que necesitamos recordar para nunca olvidar lo que fuimos. Ahora es el momento para recuperar los matices de sus recuerdos, de esa memoria que es también nuestra vida.

            Catalina, fuiste una mujer de tu época, pero también una mujer singular, y, al mismo tiempo, te has convertido en espejo de todas las mujeres que hemos ido llenando de sombras a lo largo de los siglos. Eres una mujer pero también eres todas las mujeres.

            Mi querida Catalina, ha llegado el momento de llenar de colores y de historias el lienzo blanco de tu vida. Como el de nuestras abuelas, el de nuestras madres. Ha llegado el momento de llenar de vida los silencios de la memoria, y de escucharte, y de no perder ni un detalle de tus palabras, de tus recuerdos. Esos que son nuestra mejor creación. La tuya por encima de cualquiera de las creaciones de tu esposo. Ha llegado el momento de subir el telón del tiempo y escucharte en los últimos días de tu vida.

            Tu humilde servidor,

José Manuel Lucía Megías

 

Madrid, febrero de 2021