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Reseña José María Balcells (2019)


JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS,

Versos que un día escribí desnudo

Madrid, Bala Perdida, 2018

 

José María Balcells Doménech

Universidad de León

LECTURA Y SIGNO, 14 (2019), pp. 143-146

 

El corpus poético del filólogo y poeta ibicenco José Manuel Lucía Megías ha sido compilado en dos volúmenes complementarios publicados en 2017 y 2018 por el sello editor madrileño Sial. Se está haciendo referencia, respectivamente, a El único silencio (Poesía reunida. 1998-2017), y a Yo sé quién soy. Inventario de una noche (Antología poética). El primero lleva un estudio introductorio de Caterina Ruta, y contiene también observaciones propias y ajenas sobre su poesía. El segundo lo fir- ma M. Moro Rodríguez, a quien se debe asimismo la selección de los poemas, entre los cuales se incluyen composiciones per- tenecientes a la obra titulada Los últimos días de Trostski, no recogida en El último silencio, y que puede leerse entera en la edición de 2015, a cargo de Calambur.

Incorporar esa muestra de dicho faltante no fue la razón principal para que recién llamase complementarios a los referidos títulos. Hay una causa de mucho más peso: para la mejor recepción de un poeta son valiosísimas, casi indispensables, un par de iniciativas, la de juntar las obras escritas hasta la fecha en la que un corpus se reúne, y la de proveer a los lectores de muestras poéticas suficientes de la poesía del autor de que se trate, y ambos supuestos se han dado en los libros de 2017 y 2018 que mencionábamos antes, y que, en su virtud, se conjugan complementándose entre sí.

La lectura de uno y otro son provechosas para acercarse a la lírica, así como a la veta lírico-dramática, de este creador balear. Y puede ser indiferente el orden que se siga en leer tales entregas, porque funcionan implementándose mutuamente. Y aún cabe añadir que tanto la poesía reunida como la antología suponen una suerte de estado de la cuestión de José Manuel Lucía Megías como poeta, de su trayectoria hasta el momento en el que, fruto de su constante creatividad literaria, ha visto la luz en la primavera de 2018 un nuevo conjunto, Versos que un día escribí desnudo.

Este libro fue publicado por Bala Perdida en el mes de mayo, haciendo constar la editora, muy probablemente con la aquiescencia cómplice del poeta, que se acabó de imprimir justo el 15 de ese mes, día del santo Patrón de la villa del oso y el madroño, de la que era natural. Así se remarcaba el carácter madrileño del editor, y el estrecho ligamen biográfico y profesional de José Manuel Lucía Megías con la ciudad, en la que desde hace muchos años ejerce como docente e investigador. Esas tareas las desempeña en la Universidad Complutense, en la que es catedrático de Filología Románica, y desde donde sigue proyectándose sobre todo su esforzado e infatigable fervor cervantino. Uno de los resultados de esa dedicación tan sostenida ha sido, en 2019, el tercero de los tomos de índole biográfica sobre el autor del Quijote, bajo el título de La plenitud de Cervantes: una vida en papel.

A la denominación Bala Perdida, esta editora ha asociado el lema «Los románticos del siglo XXI», cabecera secunda- ria pero significativa en la que se refleja muy bien el espíritu del libro de Lucía Megías, impregnado de una visión románti- ca del erotismo primordial de sus poe- mas, que no es sino el que esencialmente impregna su poesía. En Versos que un día escribí desnudo se desgranan vivencias dispares, a veces contradictorias, de una historia de amor fingida como propia que a un tiempo puede leerse como un amor fehaciente plasmado como imaginario. En una de las composiciones, la que lleva el número 46, se dice de estos poemas que responden a una voz poética «a ti debida», y esa intertextualidad de carácter dúplice, pues remite a Garcilaso de la Vega y a Pedro Salinas, invita a leer el libro como un constructo amoroso que se crea y recrea, a partir de un sentimiento empapando la palabra poética.

Un par de intertextualidades nuestras, basadas en sendos títulos de Manuel Altolaguirre y Luis Cernuda, acaso pudie- ran orientarnos hacia una de las claves de esta obra, nacida como fin de un amor, de una historia de amor, tras la desolación de la quimera de convertir, por galopante en- tusiasmo, una historia, por fuerte que sea, en sinónima del amor concebido como entrega permanente, inquebrantable y sin caídas traumáticas. Quimera, pues, la de un amor más bien soñado, pero que devino historia amatoria, y que el hablante se resiste a dejar en el olvido, a que aca- be siendo una más, por mucho que diga y quiera convencerse de intentar a toda costa un final sin vuelta atrás posible.

Comprende Versos que un día escribí desnudo 59 composiciones cuyo contenido cabría interpretar como una transición al olvido al venirse abajo los castillos en el aire del amor mientras se van escribiendo los castillos en la arena del recuerdo. La desnudez del sujeto hablante se conforma como osmosis de la desnudez con la que se pretende desnudar una historia que un día se vistió con prendas extraordinariamente férvidas. La escritura corpórea biológica, física, alienta en el cuerpo textual de la escritura como simbólico palimpsesto.

En esta obra de José Manuel Lucía Megías palpitan sentimientos de una car- tografía del amor derivada en desamor. Y en ese mapa geográfico imaginado y descrito durante tanto tiempo como sendero feliz y perdurable hubo caminos plácidos, pero también contristados recovecos punzantes. Con todo, continúan persistiendo movimientos síquicos que son guadianas por donde lo finalizado reaparece, resurge, e incluso refulge, reanimando rescoldos de las brasas pretéritas. Siendo así, la línea inicial del poema primero del libro, «Estos son los últimos versos que te escriba.», bien pudiera traducirse como un brindis al sol de quien ofrece su cuerpo, su escritura, a la intemperie, desnudos al unísono ante el mar.

Como un paréntesis en el centro de la radiografía del crudo proceso hacia el desencuentro amoroso, el dicente se para a reflexionar sobre qué pueda ser la felicidad, y entonces lo que se origina son varios poemas metafísicos que están entre los más logrados del libro, en alusión a los textos 25 y 26. En estos versos se indaga, mediante interrogantes que se dejan en el aire, acerca de una posible ontología an- tropológica del existir humano, así como del sentido de una escritura nacida y ali- mentada en el amor.

No es ésta la primera vez que divago acerca del poeta de Versos que un día escribí desnudo. La experiencia de lecturas anteriores me ha permitido apreciar en- seguida el cambio de tono que ofrece este libro respecto a los precedentes. Quien no esté familiarizado con ellos podrá hacerlo merced a la antecitada antologóa Yo soy quién soy. Si así lo hace, comprobará bien la modificación que en el discurso poético más característico del autor imprime esta obra de 2018, porque su lirismo ya no es exultante, sino transido de vivencias patéticas, y ese distingo crucial se traduce en resultados textuales acordes con ellas.

Las extensiones poemáticas de otros momentos han visto cortadas sus alas, y las germinaciones enumerativas y anafóricas, los paralelismos y yuxtaposiciones, tan propios de los registros más habituales de Lucía Megías, también. En la hora de la desafección no caben versos expandidos a borbotones. Los trances anímicos que abocan al punto de no retorno se hacen entrecortados, porque lo exige el abatimiento.

Ese es el paisaje que deja la escritura después de una batalla amorosa que fue vivida como plena. Si bien el instinto se encamina en ocasiones a la querencia, nada será igual en el sujeto que, ante las rocas y olas marítimas, ha recibido un contundente baño, pero de realidad, convirtiéndose en un náufrago desesperanzado, aunque aún y siempre en espera. ¿Y qué decir de las imágenes? El temor del hablante a valerse de la palabra «nosotros», sin objeto ni justificación ya, repercute en una metaforía que plasma distancias donde hubo cercanías muy estrechas, simbolizadas en una expresión, la de «palomas mensajeras», que al atravesar el libro transluce variadas polisemias.