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Prólogo de Luis Alberto de Cuenca

PRÓLOGO

por

Luis Alberto de Cuenca

Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo

(CCHS, CSIC)

 

No sé de mejor olvido

que recordar muy despacio

las cosas que han sucedido.

 

  1. A. DE C.

 

 

Acabo de leer Versos que un día escribí desnudo de José Manuel Lucía Megías y me he dado cuenta, una vez más, de que lo que cuenta un poeta desde lo más profundo de su alma vale para todos los hombres, que el poeta es el portavoz más fiable de los sentimientos colectivos. Para ello basta con que ese poeta finja que es dolor el dolor que de verdad siente, como recordaba Pessoa. Les aseguro que el dolor que transmite el nuevo libro de José Manuel está maravillosamente fingido y gloriosamente padecido, con lo cual cumple con las dos premisas enunciadas por el vate portugués.

         Versos… es un ajuste de cuentas, un diálogo con aquello que se perdió, pero que necesita plasmarse en palabras para que todo pueda encajar de nuevo, porque la vida sigue y no hay, no suele haber, marcha atrás. José Manuel Lucía escribe desnudo sobre unas rocas de la costa mediterránea, despojado de todo lo que no sea evocación de un gran amor perdido, de todo lo que no sea la huella que un cuerpo y un espíritu dejaron en su cuerpo y en su espíritu, de todo lo que no sea recuerdo del tiempo transcurrido en pareja, cuando todo se multiplicaba por dos y no existía la soledad.

Y lo hace en 59 poemas que funcionan a modo de diario de a bordo de una travesía angustiosa marcada por la ausencia del ser amado, como coda de una historia que exige ser escrita para poder borrarse del todo. Como en la soleá que preside estas líneas preliminares, José Manuel ha recordado hasta el delirio los pormenores de su amor pretérito con un solo objetivo: ser capaz de olvidarlo. Cernuda escribió aquello de “olvido de ti, sí, mas no ignorancia tuya”. Es eso lo que busca el poeta desnudo en una playa cualquiera de Levante: olvidar —no ignorar—, ante la anonadante inmensidad del mar, la pequeñez hiriente de un corazón llagado.

Porque la ignorancia no funciona en asuntos de amor, hasta el punto de que nos resulta imposible ignorar lo sucedido, aunque podamos olvidarlo. De eso hablan estos versos de José Manuel Lucía, tejidos con la gasa inconsútil con que se tejen los recuerdos, entreverados a veces de episodios oníricos propiciados por la fiebre —adivinamos una enfermedad en medio de la redacción del poemario—, acribillados de mensajes cifrados que traen en el pico unas palomas mensajeras en vías de extinción que al final no son sino gaviotas que sobrevuelan el intenso azul del cielo que cobija al poeta, Prometeo en el Cáucaso lacerante  de la memoria. “Nadie nos dijo nada, nadie nos avisó / de las alambradas de espino en la vereda, / de las ruinas humeantes ni de las avenidas calcinadas, / del agua putrefacta de los pozos contaminados…”. Y, sin embargo, eso es tan solo lo que tenemos: amor camino de la muerte, versos para escribir desnudo bajo un sol abrasador, muralla de silencio ante el asedio de preguntas que no tienen respuesta y terminan dictando en el vacío las palabras que ahorman nuestra precaria condición humana.

 

Madrid, 13 de abril de 2018