Páginas personales

Presentación de Rafael M. Mérida (2019)


NOTAS PARA UNA PRESENTACIÓN

Librería Animal Sospechoso (Barcelona, 1 de marzo de 2019)

Versos que un día escribí desnudo

Madrid, Bala Perdida, 2018

 

Rafael M. Mérida Jiménez

(Universitat de Lleida)

 

Muy diversos investigadores y poetas, de indudable valía, han glosado uno o varios poemarios de José Manuel Lucía Megías, como, por ejemplo, Rosa Navarro, Jaime Jaramillo, Francisco Peña, Fernando Gómez Redondo, Caterina Ruta, Pablo Moro o Luis Alberto de Cuenca, entre otros. Poco podré aportar yo en esta presentación, pues muchas de las diversas aproximaciones a su poesía han sido atentas y perspicaces, tanto en lo que atañe a las plurales formas que José Manuel ha practicado, desde la publicación de su Libro de horas,[1] como a los temas transitados. A mi juicio, José Manuel es un poeta con un bagaje literario extraordinario que hace fácil lo difícil, según muestran, también, sus versiones al castellano de la poesía francesa e italiana medieval o su traducción del rumano Mihail Eminescu.[2]

José Manuel Lucía Megías es un poeta que se me mueve con soltura en territorio de símbolos y de metáforas, sobre todo a través del cauce de los versos de arte mayor, que le permiten desarrollar un tono meditativo y meditabundo a un tiempo, donde el yo lírico dialoga con un abanico de circunstancias y sentimientos muy generoso, de forma directa e indirecta. Y, sobre todo, donde el yo lírico acaba interpelando a sus lectores, a su conciencia ética, como muy bien sabrá quien haya leído, por ejemplo, Y se llamaban Mahmud y Ayaz, publicado en 2012 y que ha conocido nueva vida en varios montajes teatrales.[3]

También nos interpela en tanto que su poesía se proyecta sobre nuestra experiencia íntima: mucha de la mejor poesía de José Manuel se teje con los mimbres del amor y del desamor, del conflicto entre una diáspora de recuerdos forzosos y de olvidos forzados hasta cierto punto muy personal e intransferible, pero que logra universalizar. Es así como puede valorarse el único paratexto interior de este libro, una cita del argentino Ernesto Sábato que abre el poema nº 4: “Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos” (p. 16).

Así es, en efecto, como también podría afirmarse lo contrario. Uno de los poemas más breves de Versos que un día escribí desnudo lo confirma de manera casi lapidaria: es el nº 56 (p. 70):

 

¿Cuál es mi condena?

¿Cuál es la condena que me ata al anillo

de las conversaciones calladas y los reproches repetidos?

 

No es, por ello, poesía amable la suya: el diálogo rompe fronteras, pero también exige interrogarse sobre este mundo nuestro. De hecho, este poemario sería todo él una reflexión sobre las incertezas y las paradojas del sentimiento amoroso: en palabras de Luis Alberto de Cuenca, en su prólogo, “un ajuste de cuentas, un diálogo con aquello que se perdió, pero que necesita plasmarse en palabras para que todo pueda encajar de nuevo” (p. 7).

No sé yo si esta condición paradójica es motor o brújula, pues ignoro el trasfondo biográfico que propicia la génesis de este libro. Unos poemas me remiten a escenas que parecen proceder de la vivencia más autobiográfica (por ejemplo, el nº 40, p. 54: “aquella noche en aquel bar / bajando lentamente aquellas interminables escaleras”). Otros, en cambio, me remiten a la ineludible ficcionalización (poema nº 12, p. 12: “Y te estoy recordando ahora que te escribo. / Y te estoy inventando a medida que te leo”).

José Manuel Lucía Megías se mueve en la paradoja del conocimiento, en el abismo que se abre entre los versos como puños y los encabalgamientos. Uno de los mejores ejemplos, a mi gusto, sería el que sugieren las tres estrofas del poema nº 28 (p. 42), que se cierra categórica y fluidamente:

 

No dejo de escribir un libro que no es un libro,

ni unos versos que no pueden ya serlo

por más que se entrelacen en este libro

y todo tenga la apariencia de un poema,

un oleaje de poemas que nunca serán nuestro libro.

 

Versos que un día escribí desnudo, así, se antoja sinónimo y antítesis del disfraz. Un poemario a contrapelo que no quiere ser un libro, pero que no puede dejar de serlo. Una confesión ensimismada que debe proclamarse a los cuatro vientos. Una pública obsesión que debe ser libro para ser libre. Celebremos la intensidad de la libertad conquistada.

 

[1] Libro de horas (Madrid, Calambur, 2000).

[2] Me refiero a los volúmenes titulados El libro de Perceval (o El cuento del Grial) (Madrid, Gredos, 2000), Antología de la antigua lírica italiana (de los primeros textos al Dolce Stil Novo), con Carlos Alvar (Madrid, Sial, 2008) y Poesías, de Mihail Eminescu, junto con Dana Giurca (Madrid, Cátedra, 2004).

[3] Y se llamaban Mahmud y Ayaz (Madrid, Amargord, 2012). Cfr. José Manuel Lucía Megías, “De Y se llamaban Mahmud y Ayaz a Voces en el silencio: del poema al texto teatral”, en Estudios sobre teatro hispánico en homenaje a Josep M. Sala Valldaura, ed. Rafael M. Mérida Jiménez, Lleida: Universitat, 2019, pp. 119-131.