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XVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca (2017)


XVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca

Salamanca, 7 y 8 de octubre 2016

 

Gran encuentro de poesía en homenaje a León Felipe y Juan Ruíz Peña

La presente edición del evento reunirá a 50 poetas de 18 países iberoamericanos. Habrá participantes procedentes de Paraguay, Argentina, Colombia, Bolivia, Venezuela, Costa Rica, México, Uruguay, Portugal, Ecuador, Cuba,Brasil, Honduras, Perú, Chile, Guatemala, Sefarad (Israel), y España. Además, Italia acudirá como país invitado. Al igual que el poeta chileno Juan Cameron (Premio Internacional de Poesía "Pilar Fernández Labrador"), el poeta Jacobo Rauskin, (Premio Nacional de Literatura de Paraguay) recibirá la distinción de Huésped Distinguido de la Ciudad de Salamanca. Los profesores de la Universidad de Salamanca Alfredo Pérez Alencart y Carmen Ruiz Barrionuevo se harán cargo de dos antologías dedicadas a los poetas homenajeados y también se exhibirán una muestra de retratos de León Felipe, Juan Ruiz Peña y de los poetas participantes, que son obra del pintor Miguel Elías.

Algunos de los poetas participantes del encuentro

Además de otros participantes españoles, en representación de Salamanca estarán presentes los poetas José Amador Martín, Marian de Vicente, Ignacio González, Sofía Montero y María del Carmen Prada.Algunos de los muchos participantes iberoamericanos serán los siguientes:Ana María Rodas (Guatemala), Marisa Martínez Pérsico (Argentina), Paura Rodríguez Leytón (Bolivia), Minerva Margarita Villarreal (México), Laura Cracco (Venezuela), Salvador Madrid (Honduras), José Antonio Mazzotti (Perú), Álvaro Alves de Faria (Brasil), Ramón Fernández Larrea (Cuba), José Eduardo Degrazia (Brasil), Ana Cecilia Blum (Ecuador), Eduardo Espina (Uruguay), Paulo de Tarso Correia de Melo (Brasil), Marcelo Gatica (Chile), Miguel Aguilar Carrillo (México), Álvaro Mata Guillé (Costa Rica) o David Leite (Brasil).


Poemas

 

Ensayo de un poema prometeico

(homenaje a León Felipe)

 

Se va del salmo al llanto,

del llanto al grito,

del grito al veneno.

¡Arte! ¡Arre!

¡Y se gana la luz desde el infierno!

En este tiempo de esperas programadas a golpe de altavoz,

de calendarios electrónicos de memoria ampliable,

de nubes dadas la vuelta en el horizonte ovalado del viaje,

vuelven el poeta, el salmista, el sabio y el blasfemo en su carroza

a llenar de gritos, de oraciones, de declaraciones y de veneno los cuadernos.

 

Aquí llega, de nuevo, la carroza

y, de nuevo, es el blasfemo quien tiene las bridas,

unas bridas nuevas, unas bridas que se hunden en lo ya escrito

por más que ya nadie lea, nadie recuerdo tus versos,

blasfemo poeta de verdades salmodias y sabias.

 

Para volver a la luz ha sido necesario llegar al infierno.

Para alcanzar la luz ha sido necesario abandonar el infierno.

El infierno de los titulares comprados en el mercado de la mentira.

El infierno de los eslóganes fabricados en el desconsuelo de las estadísticas.

El infierno de las siglas reiventadas de gaviotas moribundas.

El infierno de las ilusiones ahogadas en la podredumbre de la corrupción

y en los ojos cristalizados de las ventanillas de los bancos.

 

¡Arre! ¡Arte! ¡Arre!

Que todavía estamos a tiempo.

¡Arte! ¡Arre! ¡Arre!

Que todavía hay caminos inexplorados

que esperan nuestros gritos, nuestros llantos, nuestros versos.

¡Arre! ¡Arre! ¡Arte!

Que todavía un poema puede ser veneno, puede ser medicina

que debemos escupir a la cara a tanto ladrón

de tanto hielo instalado en la cuenca de los ojos.

 

Aunque nunca nos creyeron,

aunque siempre pensaron que estarían a salvo

escondidos tras sus mentiras repetidas y sus perversas siglas internacionales,

lo cierto es que la carroza sigue en pie

y ahora, más que nunca,      podemos soñar

                                               debemos soñar

                                               tenemos la obligación de soñar.

 

Y el poeta sueña un mundo de palomas mensajeras.

Y el salmista repite un tequiero que le brota

de unos labios que en la noche de los besos siguen siendo vírgenes.

Y el sabio ha comenzado a vomitar fórmulas químicas

con las que vuelve a recuperar la visión miope de sus gafas.

¡Arre! ¡Arte! ¡Arre!, grita el blasfemo,

y estas palabras ya no están proscritas de los diccionarios,

exiliadas de las librerías o del polvo de las notas a pie de página.

 

La poesía ha vuelto a sonreír.

La poesía ha vuelto a vestirse con la falda de los colores

que un día estrenó en el verbo femenino de las horas.

La poesía ha vuelto a salir a la calle

y acompaña a los tambores de vida que iluminan los edificios.

 

¡Ay, ay ay!

Una riada poética limpia las cloacas de las mentiras

que llenan de deshaucios las sentencias de los jueces.

(¡Muerte a la mentira judicial!, grita el blasfemo).

 

¡Ay, ay, ay!

Un terremoto poético destruye los edificios dogmáticos

que llenan de oraciones repetidas los vacíos ritos religiosos.

(¡Muerte a la mentira religiosa!, brama el blasfemo).

 

¡Ay, ay, ay!

Un tsunami se lleva tras de sí las siglas de los partidos

que se han quedado sin tierra en la que seguir robando.

(¡Muerte a la mentira política!, escupe el blasfemo).

 

¡Ay, ay, ay!

ha llegado el tiempo del podemos.

ha llegado el tiempo de la luz de la voluntad,

de gritar a los cuatro vientos de los campos sin mancha:

 

“Yo sé quien soy”.

 

Nosotros sabemos quiénes somos.

El poeta.

El salmista.

El sabio.

El blasfemo.

 

Tú, yo, ese nosotros que vuelve a sonar verdadero en un verso.

 

¡Arre! ¡Arte! ¡Arte!

La revolución permanente se ha subido a la carroza

de las verdades, de las sonrisas, de las caras iluminadas.

 

¡Arte! ¡Arre! ¡Arte!

¿Acaso tú, ese tú que es un nosotros desde hace unos meses,

vas a quedarte en silencio, una vez más,

en la bacanal de los velos desgarrados y las soledades nocturnas?

 

¡Arte! ¡Arte! ¡Arre!

La carroza de la verdad está llamando a tu puerta.

Ahora eres tú el que puede acabar estos versos,

el que puede poner un punto final a estas palomas mensajeras

que llevan atado en sus minúsculas y débiles patitas

el titánico mensaje de la verdad revelada.

 

¡Hoy también hemos ganado la luz desde el infierno!

 

¡Arte! ¡Arte! ¡Arte!

 

Este es el poeta,

tú eres el salmista,

eses es el que llora,

tú eres el que grita…

Yo soy el blasfemo,

yo la llevo, yo llevo hoy la carroza.

Yo la llevo.

 

“Yo soy el gran blasfemo”, León Felipe

 

Pero ahora no

(Homenaje a Juan Ruiz Peña)

 

A Pablo Moro, sin palabras

También yo sentía que todos los días eran otoño,

que se caían todas las hojas de los chopos…

… Pero ahora no.

 

También yo vi cómo el agua de la vida

llenaba de recuerdos únicos, transparentes, los puentes…

… Pero ahora no.

 

También yo me perdí en los bosques amarillos

buscando en el crujir de las hojas mi corazón..

… Pero ahora no.

 

También yo me quedé en silencio ante las estrellas

que parpadean lucientes y mudas en el clamor de la noche…

… Pero ahora no.

 

También yo sentí el viento atroz de la muerte

mientras mis ojos se perdían en la tierra parda…

… Pero ahora no.

 

También yo me dejé arrastrar por la noche helada

siguiendo el viento de mis pasos en el bosque blanco…

… Pero ahora no.

 

También yo oí el gorjeo de los pájaros en tejados

teñidos de nieblas y de vientos dominicales e irreales…

… Pero ahora no.

 

También yo me encontré en la vereda salvajemente solo

queriendo sorber la vida como un tronco en primavera…

… Pero ahora no.

 

Ahora que he disfrutado del vendaval de tu risa,

que tus labios han recorrido los secretos de mi geografía,

que en tus ojos me he visto por fin reconocido,

que tu cuerpo ha sido puente primaveral de aguas brillantes,

¡cómo sentirme solo en un mundo que grita tu nombre!

 

Todo me lleva a ti.

Todo a ti me conduce.

Todo se encierra en tu sonrisa

y en el tequiero con que amaneces cada día

llenando de pájaros atronadores nuestra cama,

el hogar que hemos creado con nuestras miradas.

 

Ahora que te he conocido, dejo de sentir esa angustia en el pecho

que me ha acompañado desde mi juventud olvidada.

 

Nunca solo en la noche,

Nunca solo en el puente, en el frío.

Nunca solo entre las estrellas que parpadean lucientes.

Nunca solo entre las solitarias calles de esta ciudad en ruinas.

Nunca solo: he encontrado por fin lo que tanto buscaba.

 

Alzo los ojos, miro la ribera

de los chopos y gozo en lo creado

mientras la vida dice su secreto

a un corazón que canta

“Otoño desde un puente”, Juan Ruiz Peña

 

SE NOS ESTÁN MURIENDO LOS POETAS

(en la muerte de Juan Gelman,
José Emilio Pacheco y Félix Grande)

Se nos están muriendo los poetas,
están quedando sin versos las avenidas
y las gargantas mensajeras que solo saben volver,
una y otra vez,
a esta voz que un día le dio la vida,
que un día las creó a su imagen y semejanza.
¡Qué gris, qué desolador, qué muerto un mundo
sin poetas y
sin poesía!
¡Qué deshabitado! ¡Qué inhumano! ¡Qué mudo!

Se nos están muriendo los poetas
que un día pusieron voz a nuestro grito de libertad,
a la alegría desbordada en las avenidas
de las revoluciones y los ideales compartidos.
Un día fuimos felices porque había versos
que echarnos a la boca,
que echarnos a la cara.
Un día fuimos humanos porque soñamos
con revoluciones permanentes, construidas con los versos
de tantos y tantos y tantos poetas.

Pero se nos están yendo todos,
una a uno.
Y uno a uno se van alejando de nosotros sus versos,
el verdadero murmullo de nuestras conciencias,
sombras en los espejos de la historia.

Uno a uno
somos cada vez menos humanos
a medida que
uno a uno
se nos van muriendo nuestros poetas,
llaga viva de nuestra conciencia, de nuestro destino.

 

TRENTO (O EL TRIUNFO DE LA ESPERA)

 3.

“Ven pronto,
mi amado.
Los racimos
de besos
están ya maduros”.

Apoyado en el balcón,
mirando al oeste,
espera cada noche
el milagro de un encuentro,
repitiendo como una oración
ese nombre extranjero
que le llena de miel los labios
y de sonrisas los amaneceres.

“Ven pronto,
mi amigo.
Lejos queda el invierno.
Ven pronto,
amado mío,
que ya me quema la espera”.

 

EN EL MUSEO DE HISTORIA JUDÍA, BERLÍN

 

A Ruth Fine, por tantas historias compartidas

Silencio.
Tan solo una luz.
Una luz lejana.
Una línea de luz a lo lejos.
Silencio.
Escucho tan solo mi corazón.
Las paredes están frías.
Frías como mi corazón.
Frías como mis caricias.
Frías como el recuerdo de tus besos.
Silencio.
Miro con mis manos las paredes de hormigón.
Y están frías.
Nada.
Silencio.
Intento esconderme en una esquina.
Y me siento pequeño.
Diminuto.
Inexistente.
Tan solo un latido.
Un lento y cansado latido.
Un latido que dejará de serlo.
Tan solo en unos segundos.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Paso mis manos por las paredes frías.
Y el frío me entra por la boca.
Rebota entre mis dientes y mi lengua.
Y me quedo mudo.
Silencio.
Dos lágrimas heladas
Recorren mi cara
Abriendo dos arrugas a su paso.
Dos nuevas arrugas
Que tú nunca podrás ver,
Que tú nunca serás capaz de ver.
Y sigo con mi mano en la pared.
Y el frío me congela el corazón.
Por fin. Ahora. Por fin.
Silencio.
Silencio.
Ahora podré existir.
Ahora que he dejado de vivir.
Ahora que muero solo.
Sin esperanza.
Sin memoria.
Sin nombre.
Sin pasado.
Muero en la alta torre de frío hormigón
Con las manos sobre las paredes.
Con la cabeza sobre la pared helada,
Mirando a un punto,
A ese único punto de luz
En lo más alto de mi pecho.
Este único punto de luz
Que no viene de ningún sitio.
No hay nada fuera de la torre.
No debe haber nada fuera de la torre.
Nada después de haberte tocado
Y estar tan frío como estas paredes.
Tan muerto como estas paredes.
Tan silencioso como estas paredes.
Nada.
Ni latidos.
Ni corazón.
Ni vida.
¿Para qué la necesito si ya no te tengo?

ESPÉRAME EN EL CIELO

 
Respirar. Tan solo respirar.
Dejar caer los brazos
en medio de las aceras
y buscar en el horizonte una playa
en la que poder respirar.
Abrir los pulmones al mundo.
Las aguas estancadas de los calendarios
se filtran por la alcantarilla de los candados.
Respirar sin abrir la boca, de perfil.
Respirar sin tener que pronunciar
sílabas atónitas de anonimato.
Cruzarse de brazos y de pies
y de manos. Cruzarse de alas.
Y respirar, respirar, respirar.
Buscar el aire de los atardeceres
y fumarse los últimos rayos de sol.
Y respirar el alcohol irascible
que compartimos la otra noche,
los bordes de los reproches injustos
y esos otros que nos callamos
y que nunca, ya, nos diremos.
Respirar. Respirar. Respirar. Respirar.
Recuperar la brisa de las alas
y volver a respirarte por la noche
entre almohadas y sueños sudados.
Respirar tu pecho y en tu pecho
buscar las sombras de otro tiempo.
Respirarte una vez más, la última vez.
Abrir los pulmones al mundo.
Dejar libres, por fin, tus alas,
y respirarte una vez más en un beso.
El último. El definitivo. El eterno.
Ese beso que se repite y multiplica
en las repetidas imágenes de estos versos.


(a partir de los ángeles de Ana Matías. Inédito)