Páginas personales

Prólogo de Luis Alberto de Cuenca (2009)

Trento (o el triunfo de la espera)

español/italiano

Traducción de Claudia Dematté

Bari, 2009


PRÓLOGO

 

En el amor, el ejercicio de la espera es obligado, si es que uno quiere arribar a puerto sano y salvo. Las prisas, en amor, no son aconsejables. Sin embargo, José Manuel Lucía nos habla en Trento (o el triunfo de la espera) de una coyuntura sentimental muy diferente de aquella en que el amante ha de urdir con paciencia los hilos de la seducción para atrapar en ellos al ser amado. En este caso, el enamorado ya ha capturado a su presa y ha sido, a su vez, capturado por ella, ya ha disfrutado de la condición de cazador y caza al mismo tiempo, de manera que la paciencia no se sitúa aquí en el territorio semántico de la conquista, sino en el de la (momentánea) pérdida. Hablando en román paladino, la situación es como sigue: el amante ha de pasar, por motivos profesionales, una pequeña temporada en la ciudad de Trento, en el norte de Italia, precisamente donde se celebró hace cuatro siglos y medio el Concilio homónimo donde se fijó la postura ortodoxa a raíz de las desviaciones protestantes y se patentó la llamada Contrarreforma. El caso es que es el amante no tiene más remedio que desplazarse a Trento, porque la estancia en su Universidad es importante para su andadura académica, y el caso es también que el ser amado no puede acompañarlo en ese viaje, suponemos también que por motivos profesionales. Como todo parece indicar que, en el momento de la partida del amante, el amor entre ellos iba viento en popa y a toda vela, no es imprudente aventurar que la separación entre ambos podía ser objeto de la escritura, por parte del amante —quien, además de catedrático universitario, es poeta, y de los buenos—, de todo un poemario que conmemorase la separación, siquiera transitoria y circunstancial, de los enamorados. Ese poemario es el que empieza donde terminan estas líneas preliminares.

         Aquí la espera triunfa porque el amor existe, y es auténtico. La espera es necesaria para conquistar el amor. Una vez conquistado, cualquier tipo de espera es peligrosa, porque al amante no hay nada que pueda dolerle más que separarse del ser amado, aunque sea por unas horas, por un fin de semana, por una temporada de esquí o por un mes de agosto en la playa. Vicente Aleixandre lo contaba muy bien en sus Poemas amorosos, el fantástico florilegio de Losada donde muchos adolescentes de aquella época aprendimos a descifrar el críptico lenguaje de la pasión. Los enamorados son avaros de sí mismos, conscientes de que la llama que los consume a ambos en una misma hoguera de destrucción y plenitud no es eterna, y, por lo tanto, conviene alimentarla con la presencia mutua, la visión cotidiana del amado, la compañía (en una palabra, dada la etimología del término, que se reduce a “compartir el pan” de cada día, con todo lo que eso conlleva). Ése es el drama planteado en Trento, el drama de una ausencia indeseada e inevitable que ha de traer consigo la ansiedad de no verse, de no poder tocarse, acariciarse, amarse, que es lo que quieren hacer todo el rato dos enamorados felices que se sienten y hasta se saben plenamente correspondidos.

Hora es de hacer notar que la sangre de esa desazón no llegará a teñir de sangre las límpidas aguas del río, porque los días académicos italianos tocarán a su fin, y los amantes volverán a reunirse como si el tiempo no hubiese pasado, dioses en el Olimpo de un amor que, a fuer de verdadero, no puede permitirse el más ligero desmayo, la más mínima huella de un olvido. José Manuel Lucía nos cuenta todo el proceso en versos sabios, conmovedores, palpitantes de vida y emoción. Como José Manuel ha estudiado en profundidad la lírica provenzal trovadoresca, el dolce stil novo y el petrarquismo, los laberintos amorosos son para él autopistas por donde deslizarse sin esfuerzo en el plano formal, por más que en el de contenido siga primando cierto grado de sufrimiento, imprescindible si quiere uno que su poesía cale en los ánimos lectores, como es el caso (o, al menos, es mi caso). Seguros de no defraudarte, te invitamos, lector, a pasear tus ojos y tu alma por las calles verbales de este Trento fantasmagórico que, de principio a fin, no es la histórica ciudad italiana, sino un espacio de desasosiego regido por la espera del amado.

 

                            LUIS ALBERTO DE CUENCA

                                   Madrid, 24 de diciembre de 2008.