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Prólogo de Francisco Peña

PRÓLOGO

por

Francisco Peña

 

            Pedro Salinas, uno de los grandes poetas de la Literatura Española, y con cuya obra el propio autor de este Cuaderno de bitácora deleitó a sus alumnos de Pekín, escribió unos versos que pueden servir como espléndido prólogo a este espléndido libro de viajes:

 

...la verdad trasvisible es que camino

sin mis pasos, con otros,

allá lejos, y allí

estoy besando flores, luces, hablo.

Que hay otro ser por el que miro el mundo

Porque me está queriendo con sus ojos.

 

            O podíamos titularlo como los anuncios de perfumes: Torreiglesias, Roma, Pekín, marcando tres de los lugares destacados del libro, bueno, quizás Torreiglesias tenga algo de valor sentimental por la vinculación con Segovia de este humilde prologuista. A su lado se nos ofrecen, abiertas y vivas, las imágenes de Salamanca, Helsinki, Buenos Aires, Beirut, México...

            Y resalto lo de vivas porque, como para Salinas, la poesía es para José Manuel una manera de recuperar no sólo el espacio sino también el tiempo. El foro romano, por ejemplo, deja de ser esa ruina desolada que todos conocemos para salir, como reiterada Ave Fénix, de sus cenizas: Al esconderse el sol tras el escenario de las cúpulas, / las ruinas de Roma, todas las ruinas de Roma despiertan. O en México, entre los diferentes rincones, aparecen de repente, vivos y ardientes, Frida Kahlo y Diego Rivera: Yo también he dormido con Frida...

            Y en China, uno de los parques de nombre impronunciable se abre de pronto en una imagen que supera el espacio y el tiempo y se convierte en algo cercano, vivo y, sobre todo, impregnado del deseo, de la ausencia del otro, que revive, como las imágenes del parque, las sensaciones del aire erotizado. Estoy componiendo un poema amoroso junto a mis amigos / bajo la luna luminosa. Y estas palabras, que el poeta lee en una inscripción del pasado, son las mismas que el poeta repite para fundir presente y pasado en un mismo cuerpo: Estoy componiendo un poema amoroso bajo la luna de neón, / rodeado de los recuerdos de tu tiempo, de tu boca, de tus dientes.

            Cuaderno de bitácora es un libro de viajes pero es, también, un libro de silencio, de ausencias, de nostalgias, de soledades amorosas. Cada espacio dibujado por José Manuel es como el marco en el cual puede encerrar al otro. Incluso formalmente, muchos de los poemas se presentan divididos en dos bloques nítidamente marcados: el primero, el amplio, es la descripción soñada del lugar; y al final, con un breve apunte de dos o tres versos, surge la imagen de la ausencia, el silencio o la soledad. Este silencio que se funde con mis huesos / y que duerme en la tumba de las palabras.

            El viaje a Salamanca es más un viaje al interior del tiempo, el silencio y la nostalgia que a la propia ciudad. Vemos Roma, México, incluso la desolación de Beirut, pero Salamanca es sólo una excusa para añorar al otro... o ¿a sí mismo en el otro? Este viaje lo podríamos titular “Amor y tiempo” porque en él, el poeta va desde su propio mundo, desde su propia infancia -mientras lamenta la destrucción de la naturaleza en la Sierra de Guadarrama- a identificar en cada imagen del paisaje, obsesivamente, la figura del amado: Y pasamos el túnel y los cristales se vuelven transparentes / y en los tejados veo escrito tu nombre / y la forma de tus dedos a lo largo de los caminos.

            Frente a Salamanca, China es, sin embargo, una explosión de plasticidad. Los colores de las cometas se perfilan en el aire de la plaza de Tian’anmen; el contraste expresionista nos ofrece la primera imagen de la tumba de Mao: Sólo iluminada la cara; la sala oscura, oscuro el traje; el brillo de la luz: los destellos cegadores del sol sobre los tejados dorados de los palacios; el aire tenue del incienso se mezcla con el sonido de los tambores para captar la imagen de la realidad plenamente: El humo de los pebeteros se mezcló con el trinar de los timbales; los olores invaden todos los contornos y el poeta se acerca a ellos desde el erotismo: ¡Huele a incienso, a un incienso pegajoso como el deseo!, pero en el verso siguiente de este magnífico poema dedicado al Templo de los Lamas, el poeta detiene el tiempo y el espacio en el mismo instante del pasado con un verso absoluto y sugerente: ¡Incluso el aire parece ser espejo de la paz de las estatuas!

            En este discurrir por la plasticidad de China no podían faltar las referencias a la plasticidad simbólica del círculo. El círculo es, por un lado, una imagen perfecta, estéticamente bella, y al mismo tiempo encierra toda la simbología mítica de la eternidad: Todo es circular en el mausoleo de Sun Yatsen.

            En este apartado del mundo chino, el poeta ha fundido con acierto la realidad exterior y su dimensión plástica, el mundo interior como fuerza descubridora e impulsora de los instintos y el significado trascendente de una civilización que hunde sus raíces en un pasado remoto y sugerente.

            La poesía de José Manuel parte de una especial originalidad pero no podemos dejar de ver en muchos de sus versos un guiño hacia los poetas que él tan bien conoce, que ha leído, que ha estudiado y que ahora mismo está explicando. Recuerdo el magnífico estudio que hizo sobre el toro y Alberti. Alberti, Lorca, Aleixandre, Guillén... dejan una impronta enriquecedora en su poesía.

            El surrealismo lorquiano de Poeta en Nueva York, por ejemplo, le va a servir a José Manuel para perfilar la violencia afilada de algunas imágenes de Roma: espadas de Damocles, besos puntiagudos, tigres al acecho... y que se repiten incesantes en el poema titulado “Fortuna”: cara de hiena, sonrisas putrefactas en las uñas, llorar sangre, caprichos afilados... o el verso final que recuerda algunos de los más desgarradores de Lorca: como ese niño momificado en el vientre de su madre.

            Pero donde las imágenes del surrealismo lorquiano más violento e implacable se muestran con toda su crudeza es en el poema titulado “Nocturno en la plaza de Tian’anmen”  -que nos lleva de inmediato al “Nocturno del Brooklyn Bridge”- y que creo que es uno de los mejor conseguidos de este libro. La anáfora de las estrofas... Hace horas... marca el discurrir del tiempo hacia la muerte, calculada y precisa, a través de la reiteración de lo oculto: la niebla y una espesa nube de contaminación lo esconden todo..., o los pasos subterráneos; y todo envuelto en las imágenes repetidas del frío aliento, de la escarcha del recuerdo, de los gritos que se alzaron contra el cielo...

            Contra el “Grito hacia Roma” de Lorca, José Manuel lanza el silencio desgarrado de Blas de Otero. En este excelente poema, la escalera de “noes” jalonan el silencio del dolor. Como lo expresan las reiteraciones machaconas de la desesperación en el poema “Beirut”. Otra vez las negaciones –no, ni, nadie- le sirven al poeta para centrarnos en la imagen del viento ensangrentado.

            Pero si Lorca late bajo las palabras de estos poemas, también José Manuel nos lanza un guiño hacia otro de los poetas del 27: Jorge Guillén. Los amaneceres romanos son, como en Guillén, un canto a la ilusión del mundo, a la creación constante que late en cada mirada: Abrimos los ojos / como quien recibe un regalo, dice el poeta. Y en el segundo amanecer resalta Es un milagro la luz de la mañana, / (...) inventando lentamente el viejo mundo. Y como en otros poemas, toda la perfección del mundo se dirige de pronto hacia el otro: Es un milagro amanecer teniéndote tan lejos.

            La inmersión del poeta en el erotismo se impregna de fuerza telúrica para poder trasmitir las sensaciones  -de dentro hacia fuera y de fuera hacia dentro- que embarga al poeta en la explosión de los futuros amantes. El poema nº 17 de la “Geografía de Roma”, el que se titula “En el autobús nº 38”, es, sin lugar a dudas, uno de los mejores del poemario. La imagen de los amantes, apenas dibujada entre sonrisas, se nos ofrece en cinco estrofas encadenadas por la anáfora Y sabía... que van desgranado la fuerza del amor unido a la de la tierra en un abrazo insondable y eterno: la mano de tierra... ararte el cuerpo... la más añorada de las cosechas..., blasfemia de fuegos... Como Aleixandre, José Manuel funde la caricia y el trigo, un maravilloso acierto poético que lanza al amor por encima –o por debajo- de la somera realidad.

            Pero junto a esta visión trascendente de la relación erótica, José Manuel es capaz de acercarnos a la imagen más cotidiana, a la vida diaria de un pueblo castellano del que nos invita a disfrutar con cada detalle. Será por lo que me toca: porque yo también he cogido La Rápida cientos de veces, o porque he visto el amarillo de los pajares, o los bautizos nocturnos en el pilón, o el paloteo al son de la dulzaina y el tamboril y he intentado triunfar en el ensayo de un beso... pero el poema del “Pregón de Torreiglesias”, su pequeño pueblo de Segovia, vive el recuerdo de una juventud añorada –como todas las juventudes, faltaría más- a través de un recorrido por los detalles de lo nostálgico. Y me identifico con él y descubro, con él, los mil sabores del cordero asado.

            En este Cuaderno de bitácora viajamos desde lo más tradicional a lo más exótico. Así son los viajes. La gracia y el acierto están en saber trasmitir cada vivencia con el pulso adecuado. Un libro de viajes a la usanza tradicional no deja de ser un recorrido por una realidad seleccionada desde los ojos del narrador, un libro de viajes poético es una inmersión en la realidad que esconde y expresa todas las variables vitales del autor. Pero por eso mismo, las plazas de Roma, o las calles de Beirut dejan de ser meras plazas o calles para ser recintos del amor soñado o del dolor sufrido.

            En este poemario, el autor ha sabido fundir con pleno acierto el paso de lo ajeno a lo propio, o al revés, para que los lectores podamos descubrir no sólo el brillo de los dragones sino el significado transgresor y eterno de un autobús.

            Tras el éxito de su Libro de horas (2000) y los esplendidos versos de otros libros como Acróstico (2005), este Cuaderno de bitácora es un hito más hacia la madurez del poeta. Las metáforas se asientan en la naturalidad de lo sencillo –ya sabemos que no hay nada más profundo que la sencillez- para acercarse a la perspectiva de lo heterogéneo: Torreiglesias,  Roma, Pekín. Un buen perfume.

            Y una despedida que no termina, como la que cierra el viaje a China:

 

Nunca termina un viaje cuando parte de tu corazón ya no te acompaña,

cuando el deseo de volver se adelanta a los abrazos de despedida.