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Notas textuales de Trento

Trento (o el triunfo de la espera)

español/italiano

Traducción de Claudia Dematté

Bari, 2009


Notas textuales 

Trento (o el triunfo de la espera) / Trento (o il trionfo dell’attesa) (Bari, 2009)

por José Manuel Lucía Megías

Publicado en José Manuel Lucía Megías, El único silencio (Poesía reunida, 1998-2017), Madrid, Sial/Contrapunto, 2017, pp. 609-611

 

Dio la casualidad que este mismo año se publicó en Bari, en la editorial del gran Emilio Coco, este libro al que tengo especial cariño, y que, en realidad, creo que se leerá por primera vez en esta ocasión, pues al ser publicado en Italia no pudo distribuirse en España más allá de los ejemplares que repartí entre amigos y conocidos. Un libro que tuvo una composición rápida (los dos meses en que estuve en Trento como profesor invitado en el año 2008) y que se enriqueció con las traducciones al italiano de Claudia Dematté, que fue, con su invitación y hospitalidad y amistad, la verdadera “culpable” de la existencia de estos versos. De nuevo, volvía a un género querido por mí: el “diario poético”, donde se deja constancia tanto de las leyendas que me contaban del Trentino Alto Adige o de las lecturas de los libros de Laura Mancinelli (como Gli occhi dell’imperatore), como de los “recuerdos” de un Concilio de Trento más presente en nuestro imaginario hispánico que en la realidad de la ciudad o de las propias clases.

El libro se publicó con un prólogo de Luis Alberto de Cuenca, a quien nunca podré agradecer lo suficiente sus lecturas generosas, sus adjetivos acertados, su compañía sincera:

 

En el amor, el ejercicio de la espera es obligado, si es que uno quiere arribar a puerto sano y salvo. Las prisas, en amor, no son aconsejables. Sin embargo, José Manuel Lucía nos habla en Trento (o el triunfo de la espera) de una coyuntura sentimental muy diferente de aquella en que el amante ha de urdir con paciencia los hilos de la seducción para atrapar en ellos al ser amado. En este caso, el enamorado ya ha capturado a su presa y ha sido, a su vez, capturado por ella, ya ha disfrutado de la condición de cazador y caza al mismo tiempo, de manera que la paciencia no se sitúa aquí en el territorio semántico de la conquista, sino en el de la (momentánea) pérdida. Hablando en román paladino, la situación es como sigue: el amante ha de pasar, por motivos profesionales, una pequeña temporada en la ciudad de Trento, en el norte de Italia, precisamente donde se celebró hace cuatro siglos y medio el Concilio homónimo donde se fijó la postura ortodoxa a raíz de las desviaciones protestantes y se patentó la llamada Contrarreforma. El caso es que es el amante no tiene más remedio que desplazarse a Trento, porque la estancia en su Universidad es importante para su andadura académica, y el caso es también que el ser amado no puede acompañarlo en ese viaje, suponemos también que por motivos profesionales. Como todo parece indicar que, en el momento de la partida del amante, el amor entre ellos iba viento en popa y a toda vela, no es imprudente aventurar que la separación entre ambos podía ser objeto de la escritura, por parte del amante —quien, además de catedrático universitario, es poeta, y de los buenos—, de todo un poemario que conmemorase la separación, siquiera transitoria y circunstancial, de los enamorados. Ese poemario es el que empieza donde terminan estas líneas preliminares.

Aquí la espera triunfa porque el amor existe, y es auténtico. La espera es necesaria para conquistar el amor. Una vez conquistado, cualquier tipo de espera es peligrosa, porque al amante no hay nada que pueda dolerle más que separarse del ser amado, aunque sea por unas horas, por un fin de semana, por una temporada de esquí o por un mes de agosto en la playa. Vicente Aleixandre lo contaba muy bien en sus Poemas amorosos, el fantástico florilegio de Losada donde muchos adolescentes de aquella época aprendimos a descifrar el críptico lenguaje de la pasión. Los enamorados son avaros de sí mismos, conscientes de que la llama que los consume a ambos en una misma hoguera de destrucción y plenitud no es eterna, y, por lo tanto, conviene alimentarla con la presencia mutua, la visión cotidiana del amado, la compañía (en una palabra, dada la etimología del término, que se reduce a “compartir el pan” de cada día, con todo lo que eso conlleva). Ése es el drama planteado en Trento, el drama de una ausencia indeseada e inevitable que ha de traer consigo la ansiedad de no verse, de no poder tocarse, acariciarse, amarse, que es lo que quieren hacer todo el rato dos enamorados felices que se sienten y hasta se saben plenamente correspondidos.

Hora es de hacer notar que la sangre de esa desazón no llegará a teñir de sangre las límpidas aguas del río, porque los días académicos italianos tocarán a su fin, y los amantes volverán a reunirse como si el tiempo no hubiese pasado, dioses en el Olimpo de un amor que, a fuer de verdadero, no puede permitirse el más ligero desmayo, la más mínima huella de un olvido. José Manuel Lucía nos cuenta todo el proceso en versos sabios, conmovedores, palpitantes de vida y emoción. Como José Manuel ha estudiado en profundidad la lírica provenzal trovadoresca, el dolce stil novo y el petrarquismo, los laberintos amorosos son para él autopistas por donde deslizarse sin esfuerzo en el plano formal, por más que en el de contenido siga primando cierto grado de sufrimiento, imprescindible si quiere uno que su poesía cale en los ánimos lectores, como es el caso (o, al menos, es mi caso). Seguros de no defraudarte, te invitamos, lector, a pasear tus ojos y tu alma por las calles verbales de este Trento fantasmagórico que, de principio a fin, no es la histórica ciudad italiana, sino un espacio de desasosiego regido por la espera del amado.

 

Y no ha sido el único escritor que ha escrito sobre estos versos de espera y de esperanza. Por estos años, conocí a Medardo Fraile, a quien admiré y sigo admirando desde el primer día que coincidí con él, desde el primer día que lo leí. Leyó el libro y escribió su lectura en la columna “La Raya” en Cuadernos del Sur

 

       La espera, esperar, es un tema insondable y este año me ha vuelto a herir su espuela con Trento, poemario de unidad caleidoscópica, libro de José Manuel Lucía Megías, publicado en Italia en edición bilingüe con el subtítulo “o il triunfo dell’attesa.”

       Todo lo absurdo, necesario, esperanzador, misterioso, desesperante e inexplicable de ese tema que –queramos o no- nace, muere y renace en el tabernáculo de nuestras vidas y es compañero inevitable de amor y desamor, alegría y tristeza, mentira y verdad, lo va desgranando en su libro, a oscuras o en resquicios de luz, este poeta genuino que, millonario en lenguas, enseña Lingüística y Filología Eslava en la Universidad madrileña. En el último poema de Trento, Lucía Megías vuelve a lo divino lo que parecía ser una espera terrenal o se atreve a decirnos que lo terrenal y lo divino se funden en el misterio de esperar.

 

Pietro Taravacci, catedrático de literatura española en la Università degli Studi di Bari y gran lector y traductor de poesía, me regaló un magnífico estudio, del que rescato tan solo estos fragmentos, que dan cuenta de los grandes temas que se agolpan en el libro, que lo convierten en uno de los motivos esenciales de mi poética:

 

Le sedici poesie di Trento (o el triunfo de la espera) formano dunque un piccolo canzoniere che traccia una distinta sequenza, da un punto all’altro d’una vicenda amorosa che si svolge lungo le linee ritornanti dell’attesa, di una espera che cambia volto e si rinnova nella serie di incontri con la città o la natura, ma ribadisce se stessa, punto d’arrivo necessario cui converge ogni componimento, quasi seguendo un’ossessione declamativa che, per l’effetto compositivo che rende, ci piace accostare al “nothing more” e al “nevermore” del Corvo di Poe.

Ma, soprattutto, il sottotitolo rivelatore di questo breve e coerente ciclo poetico, “triunfo de la espera”, conferma la natura di poeta dell’amore, amore pieno e rivelatore, di cui José Manuel ha dato prova in Acróstico: quando contempla l’essere amato da vicino con sospensione quasi mistica, quando lo desidera da distanze reali che da lui lo separano, o dagli abissi di assoluto che il semplice “te quiero” gli apre attorno. E forse non è un caso che quest’ultimo canto d’amore, nato in un paesaggio dolomitico straniante, recuperi la stessa dinamica della terza parte di Acróstico, dedicata all’amore, che si apre con l’immagine della “barca de la espera” per concludersi con l’apparizione dell’essere amato, “sempre tú”, la cui presenza, celebrata in un balbettio emozionato vicino a certa afasia di Juan de la Cruz, trionfa su ogni insufficienza dell’io e dà un senso a ogni cosa.

L’itinerario disegnato da Trento (o el triunfo de la espera), dunque, va dalla prima necessità di “trionfare sull’attesa”, di vincerla o sopportarla stoicamente, fino al “trionfo dell’attesa” stessa. Quasi senza rendersene conto, il poeta disegna il tracciato di un intimo svelamento. A questo cammino di formazione dell’io innamorato e quasi esiliato, a questa storia di un amore che si tormenta e si conosce de lonh, assiste la parola poetica, consapevole del suo limite, dell’ineffabilità cui è costretta di fronte alla pena d’amore, alla struggente nostalgia e alla speranza. Ma, insieme e paradossalmente, come per tanti mistici e tanti poeti che amiamo (da Goethe a Rilke, da Valéry a Jabès, a Bonnefoy, da Guillén a Salinas, a Valente), la parola è l’unico strumento per dar forma all’emozione vissuta, per conoscerla e riconoscerla, nel canto.