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Notas textuales de Cuaderno de bitácora

Notas textuales

Cuaderno de bitácora (Madrid, Sial, 2007)

por

José Manuel Lucía Megías

Publicado en José Manuel Lucía Megías, El único silencio (Poesía reunida, 1998-2017), Madrid, Sial/Contrapunto, 2017, pp. 596-600

 

El viaje es uno de los elementos esenciales de mi poesía y de mi vida. Así lo supo recalcar y ver Selema Simonatti en su artículo “Notas de un viajero: nella «geografía ansiosa» di José Manuel Lucía Megías”, publicado en el nº 8 de la revista italiana Artifara: “Addentrandoci nei paesaggi e nelle ossessioni che delineano i versi di José Manuel Lucía, ci accingiamo a percorre spazi distanti e differenti, avanzando per luoghi e geometrie che fanno del viaggio, fin dagli esordi del Libro de horas, un vettore determinante della sua scrittura”.

            Viajar. Vivir. Escribir.

            La publicación de un libro cada año se explica por la posibilidad que me dieron en la editorial Sial de rescatar poemas y proyectos en los que llevaba trabajando un tiempo. En este caso, junto a los poemas sueltos que venía escribiendo desde el año 1998 (“Otras geografías”), rescaté versos distanciados en el tiempo, pero unidos por haber nacido de la fascinación que me produjeron dos geografías: Roma y China (en concreto, Beijing y Nanjing). En la primera estuve viviendo varios meses en 1995; a la segunda viajé en el año 2000. Geografía de Roma permaneció inédito hasta que se publicó en este libro, pero no así le sucedió con el Diario de un viaje a la tierra del dragón, que se editó por primera vez en la editorial Ollero & Ramos en el año 2004, gracias a Julio Ollero, en una edición cuidada, a cargo de Emma Martín, que hizo una verdadera joya a partir de mis textos, de las fotografías que tomé de cada uno de los espacios en que se desarrollaba el diario. Siguiendo las recomendaciones de Manuel Borrás, uno de los primeros lectores del libro, el diario se publicó en prosa.

            Hay pocos libros de los que uno pueda decir el momento exacto en que nació. Este es uno de ellos. El 26  de octubre a las 11’30 estaba sentado en un banco en el Parque Tiantan Gongyuan de Beijing. Estaba cansado. Desde hacía unos días, los días en que me había abandonado mi guía por un equívoco lingüístico, no dejaba de disfrutar en silencio de las maravillas de Pekín (la Plaza de Tian’anmen, la Gran Muralla, el Mausoleo de Mao, el Palacio de la Suprema Armonía, el Pabellón de la Mente Ejercitada…), y no podía comentarlo con nadie, compartirlo con nadie. Y ahí estaba yo. Cansado. Absorto en los recuerdos. Intentando comprender el mapa e intentando hacerme un itinerario con mi guía, cuando a lo lejos, vi una anciana que recogía castañas con una bolsa roja. Y no pude dejar de mirar su trabajo, su esfuerzo, Ni tampoco dejar de recordar su sonrisa satisfecha y su saludo de despedida. Aquí está la fotografía que no me deja mentir.

Y ahí comencé a escribir mi Diario de un viaje a la tierra del dragón. El primer poema del libro. Luego vendrían otros para rescatar las sensaciones y vivencias de los días anteriores. Y así, a partir de este momento, mi cuaderno rojo se convirtió en mi interlocutor, en mi compañero del viaje, incluso cuando viajé a Nanjing para participar en un encuentro de hispanistas, convocados por Chen Kaixian.

Años después tuve la ocasión de entregarle un ejemplar de este libro a José Manuel Caballero Bonald, que me contestó al regalo con este correo electrónico del 20 de mayo de 2009:

 

Estimado amigo:

he leído con especial agrado el Diario de un viaje a la tierra del dragón y deseo manifestarte que me siento muy próximo a esa prosa-poesía tuya tan singular e inteligente. Tanto la materia lingüística como el ahondamiento en la vida narrada me resultan especialmente atractivos. Eso es todo. Gracias por dedicarme tan hermoso libro.

 

Los viajes van más allá de cualquier geografía y de cualquier tiempo. Por eso, en este ir y venir por tierras y épocas, quería acompañarme de uno de los mejores profesores que nunca tuve, un magnífico poeta, Francisco Peña, que fue mi profesor de literatura en COU, y que me animó a seguir amando la literatura. Su prólogo incide en algunas de las ideas que creo cruciales en mi poesía y que, ahora que se han situado en un mismo volumen, adquieren una nueva luz, un nuevo resplandor:

 

Cuaderno de bitácora es un libro de viajes pero es, también, un libro de silencio, de ausencias, de nostalgias, de soledades amorosas. Cada espacio dibujado por José Manuel es como el marco en el cual puede encerrar al otro. Incluso formalmente, muchos de los poemas se presentan divididos en dos bloques nítidamente marcados: el primero, el amplio, es la descripción soñada del lugar; y al final, con un breve apunte de dos o tres versos, surge la imagen de la ausencia, el silencio o la soledad. Este silencio que se funde con mil huesos / y que duerme en la tumba de las palabras.

            El viaje a Salamanca es más un viaje al interior del tiempo, el silencio y la nostalgia que a la propia ciudad. Vemos Roma, México, incluso la desolación de Beirut, pero Salamanca es solo una excusa para añorar al otro... o ¿a sí mismo en el otro? Este viaje lo podríamos titular “Amor y tiempo” porque en él, el poeta va desde su propio mundo, desde su propia infancia -mientras lamenta la destrucción de la naturaleza en la Sierra de Guadarrama- a identificar en cada imagen del paisaje, obsesivamente, la figura del amado: Y pasamos el túnel y los cristales se vuelven transparentes / y en los tejados veo escrito tu nombre / y la forma de tus dedos a lo largo de los caminos.

            Frente a Salamanca, China es, sin embargo, una explosión de plasticidad. Los colores de las cometas se perfilan en el aire de la plaza de Tian’anmen; el contraste expresionista nos ofrece la primera imagen de la tumba de Mao: Solo iluminada la cara; la sala oscura, oscuro el traje; el brillo de la luz: los destellos cegadores del sol sobre los tejados dorados de los palacios; el aire tenue del incienso se mezcla con el sonido de los tambores para captar la imagen de la realidad plenamente: El humo de los pebeteros se mezcló con el trinar de los timbales; los olores invaden todos los contornos y el poeta se acerca a ellos desde el erotismo: ¡Huele a incienso, a un incienso pegajoso como el deseo!, pero en el verso siguiente de este magnífico poema dedicado al Templo de los Lamas, el poeta detiene el tiempo y el espacio en el mismo instante del pasado con un verso absoluto y sugerente: ¡Incluso el aire parece ser espejo de la paz de las estatuas! […]

La inmersión del poeta en el erotismo se impregna de fuerza telúrica para poder trasmitir las sensaciones  -de dentro hacia fuera y de fuera hacia dentro- que embarga al poeta en la explosión de los futuros amantes. El poema nº 17 de Geografía de Roma, el que se titula “En el autobús nº 38”, es, sin lugar a dudas, uno de los mejores del poemario. La imagen de los amantes, apenas dibujada entre sonrisas, se nos ofrece en cinco estrofas encadenadas por la anáfora Y sabía... que van desgranado la fuerza del amor unido a la de la tierra en un abrazo insondable y eterno: la mano de tierra... ararte el cuerpo... la más añorada de las cosechas..., blasfemia de fuegos... Como Aleixandre, José Manuel funde la caricia y el trigo, un maravilloso acierto poético que lanza al amor por encima –o por debajo- de la somera realidad.

            Pero junto a esta visión trascendente de la relación erótica, José Manuel es capaz de acercarnos a la imagen más cotidiana, a la vida diaria de un pueblo castellano del que nos invita a disfrutar con cada detalle. Será por lo que me toca: porque yo también he cogido La Rápida cientos de veces, o porque he visto el amarillo de los pajares, o los bautizos nocturnos en el pilón, o el paloteo al son de la dulzaina y el tamboril y he intentado triunfar en el ensayo de un beso... pero el poema del “Pregón de Torreiglesias”, su pequeño pueblo de Segovia, vive el recuerdo de una juventud añorada –como todas las juventudes, faltaría más- a través de un recorrido por los detalles de lo nostálgico. Y me identifico con él y descubro, con él, los mil sabores del cordero asado.

            En este Cuaderno de bitácora viajamos desde lo más tradicional a lo más exótico. Así son los viajes. La gracia y el acierto están en saber trasmitir cada vivencia con el pulso adecuado. Un libro de viajes a la usanza tradicional no deja de ser un recorrido por una realidad seleccionada desde los ojos del narrador, un libro de viajes poético es una inmersión en la realidad que esconde y expresa todas las variables vitales del autor. Pero por eso mismo, las plazas de Roma, o las calles de Beirut dejan de ser meras plazas o calles para ser recintos del amor soñado o del dolor sufrido.

            En este poemario, el autor ha sabido fundir con pleno acierto el paso de lo ajeno a lo propio, o al revés, para que los lectores podamos descubrir no solo el brillo de los dragones sino el significado transgresor y eterno de un autobús.

Selena Simonatti en su artículo de 2008 también incide sobre el pulso entre la vida y el recuerdo, ese espacio de silencio donde brota la poesía, al menos mi poesía:

 

Cuaderno de bitácora è soprattutto una navigazione nella memoria, un’immersione temporale del corpo che ricorda. I paesaggi del Diario de un viaje a la tierra del dragón, riproposti con qualche aggiustamento nella penultima sezione del libro, ci conducono con più forza e sistematicità dentro una cadenza diaristica. Constatiamo che è con sempre più consapevolezza che si propone il viaggio come un modo necessario ―e privilegiato― di concepire e realizzare la scrittura poetica. Dal Libro de horas al Cuaderno de bitácora è il tempo del viaggio a strutturare la parola in versi, e i versi a strutturarsi in luoghi significanti. Il gusto per l’esostismo e per il particolare curioso ha un’importanza del tutto marginale: «no el ansia de color exótico, ni el afán de ‘necesarias’ novedades», come avverte la nota che precede il Diario de un poeta recién casado (1917), di cui si fa eco la Canción para Azul che chiude il Cuaderno di Lucía Megías, dove scorgiamo un richiamo al valore cromatico del mare ―immensa geografia acquatica che arriva ad identificarsi col viaggio― e allo smarrimento ‘linguistico’ causato dal nuovo continente, metaforizzato in New sky, il ‘cielo nuovo senza nomi e senza storia’. Azul, materializzato nella «ciudad cervantina de la Argentina», crocevia di impressioni e reminiscenze letterarie ―tra Don Quijote e Rubén Darío― è il colore inatteso della scoperta: «¿Y que era el azul antes de conocerte, Azul? [...] ¿Y qué es el azul ahora que te conozco, Azul? [...] Y te canto, Azul, desde la atalaya de tus nombramientos».

 

Anche le radici e le ali di Cuaderno de bitácora «vuelan» e «arraigan» dentro colui che annota le geografie ‘camminate’ della propria storia. In questo senso, credo sia possibile parlare di una ‘poesia del ri-conoscimento’: un luogo verbale dentro cui perseguire accanitamante il proprio nome, con l’ansia di specchiarsi nell’unica remota salvezza «sin maquillaje ni máscaras» della propria verità. Tutto il resto, intorno, è «continua red de expresiones binarias», vasto acrostico illeggibile. La figura retorica si offre, così, come una chiave d’accesso secondaria, connessa a una ‘poetica del viaggio’ e a una ‘scrittura dell’osservazione’: la comprensione del mondo si cela nei segni in cui è possibile scorgere anche il proprio volto. A quanto pare, è una poética a la que intenta aplicarse anche il “caminante” José Manuel che, con la sua voce, traccia il perimetro di un’esperienza mai risolutiva, in cui rimane aperta la tensione tra la realtà nominata e il ricordo di averla posseduta.

El libro se cierra con una coda a la que le tengo especial cariño: Canción para Azul, el discurso poético que pronuncié en el cantoncillo de Santa Margarita en Azul (Argentina) cuando en abril de 2008 la nombraron Ciudad Cervantina de la Argentina. Un discurso poético escrito aquella misma noche, homenaje a todo lo que significa Azul, ejemplo de todo lo que puede hacerse en una comunidad cuando se coloca lo cultural y educativo como un eje central de su desarrollo.