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Estudio Caterina Ruta 2018


UNA NUEVA ETAPA DEL VIAJE POÉTICO DE JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS

 

Maria Caterina RUTA

Universidad de Palermo

 

Publicado en

Cartografía literaria: en homenaje al profesor José Romera Castillo

/ coord. por Guillermo Laín Corona, y Rocío Santiago Nogales

Madrid, Visor,  2018, pp. 811-825

ISBN 978-84-9895-208-7

 

 

El hombre José Manuel Lucía Megías viaja continuamente y lo hace en el doble sentido, tanto del movimiento concreto hacia un lugar distinto en que vive habitualmente, como del metafórico, el de moverse dentro de sí mismo, explorando los rincones más o menos secretos de su psique, del patrimonio anímico y simbólico que se ha ido construyendo durante los años. Se trata de dos perspectivas diferentes que, sin embargo, se entrecruzan con frecuencia en la producción poética de nuestro autor.

Por esta razón quiero volver a enfrentarme con la poesía más reciente de José Manuel Lucía Megías, en parte todavía inédita. Me refiero al poemario Aquí y ahora. Las cuentas claras, inédito, y a las “Cinco postales desde Palermo”, que cierran El único silencio, el volumen de la obra poética del poeta publicado en 2017 (Lucía Megías: 580-584). Los títulos de por sí reflejan la óptica desde la que me aproximaré a los poemas que componen las dos unidades en cuestión. Nos enfrentamos con dos actitudes del autor totalmente opuestas, que reflejan etapas distintas de su vida y en las que el lector puede encontrar una correspondencia de emociones y sentimientos con sus propias experiencias.

En el “Prólogo” a El único silencio señalé la escasez de referencias al padre en el conjunto de su poesía, indicando entre los raros poemas “24’00 horas. Dejarse morir” de Libro de horas (2017: 73-75, 2000), y  “A mi padre, que nunca estuvo en Roma” de Cuadernos de bitácora (2017: 239, 2007). En ambos, se pone énfasis sobre el prematuro fallecimiento del padre, cuando el poeta era solo un niño y sobre las muchas lágrimas, no lloradas en su infancia, y vertidas ahora en el silencio de la ausencia.

Aquí y ahora empieza con el poema “Las cuentas...”, y se cierra al final del conjunto con “...claras”, sugiriéndonos ya una dirección de lectura: después de haber leído las 28 composiciones que integran el poemario hay que conjugar la premisa inicial con la última página del libro para cerrar el círculo. En el poema inicial, el poeta quiere liberarse de los problemas diarios y dedicarse totalmente a escribir en la página en blanco:

 

Deshacerse.

Confundirse en la nada.

Tomar las medidas del folio en blanco

y abarcarlo en sus cuatro costados [...]

Poco a poco todo parece comenzar

como este amanecer. Este nuevo amanecer.

[...]

Estoy condenado al recuerdo,

a recordarme una y otra vez, una y otra vez,

a inventarme una y otra vez, una y otra vez,

las historias que me contaste siendo niño.

Esas que voy convirtiendo en versos y literatura,

esas que me devuelven la vida al amanecer,

tan falsas, tan necesarias como tus recuerdos. (“Las cuentas...”: 3 y 4)

 

 

Sabemos, por tanto, claramente que para el hijo ha llegado el momento de comprometerse en la búsqueda de todo lo que le pueda restituir la imagen de un padre fatalmente ausente en la mayoría de los años vividos desde su muerte hasta el día del especial cumpleaños de José Manuel, que cae en 2017.

La cantidad de las composiciones numeradas de 1 a 28 posiblemente alude a los días del mes de febrero, mes en el que falleció el padre de Lucía Megías. De los varios indicios diseminados a lo largo del poemario aprendemos que el hombre murió el 23 de febrero del año 1981, el mismo día del intento de golpe de estado que tuvo lugar, aquella tarde, en el Congreso de los Diputados de Madrid por el asalto de un numeroso grupo de guardias civiles, al mando del teniente coronel Antonio Tejero[1]:

 

Llegaban por la radio ecos de disparos

[...]

Las radios retransmitían el silencio

Y las venas se llenaban de historias,

[...]

Así había sucedido el 17 de julio

Y así volvía a repetirse un 23 de febrero (Lucía Megías, 2017: “3”, p. 8)

 

Te fuiste una fría noche de un febrero histórico (“26”: 33).

 

El instante en el que la radio anunció por la voz del Rey que el asalto militar había sido rechazado, que “todo había terminado”, el niño José Manuel se dio cuenta de que también en su caso “Todo acabó en un instante.”, pero asimismo que “Todo comenzó en aquel instante.” (“3”: 8). El 23 de febrero queda en la memoria de la historia colectiva española y mundial, pero también marca un hito en la historia individual de un chico, que de repente se encuentra huérfano de padre.

A esa fecha histórica le corresponde la otra referencia temporal del día del cincuenta cumpleaños del poeta, lo repito. Aquí y ahora nace de la necesidad de reconstruir la historia de la relación del hijo con el padre, ahora que el hijo está viviendo la misma edad que el padre tenía cuando falleció:

 

Ahora que podría tener tus años,

Los años que un día abandonaste. (“1”: 5)

 

El momento en que se desencadena el deseo de proceder a esa recuperación, está marcado en el poema “1” por la anáfora “Ahora”, que encabeza algunas estrofas de extensión variable, cuya conclusión reza: “Ahora / que vuelve aquel niño a hacer las paces con los espejos. // Ahora... / o nunca” (“1”: xxx). El espejo, que se convierte en un objeto simbólico, permite que dos hombres de cincuenta años puedan compararse, porque ahora comparten muchos más aspectos de su vida, tienen los mismos problemas físicos y las mismas señales de la edad. Un ejemplo, entre otros, es el de la tos que sacude durante muchos días el pecho de José Manuel adulto, evocando inevitablemente aquella tos que salía del cuarto al final del pasillo, donde el padre transcurrió los dolorosos días de su enfermedad:

 

Toso y algo de mí lucha por desprenderse

de este cuerpo que ya no me pertenece

porque no es más que un reflejo de tu cuerpo,

de tus gestos delante del espejo en el baño

o de los dolores de una tos seca y tajante.

Indicios vehementes de una muerte cercana. (“16”: 22)

 

Al espejo, como a la mirada de los demás, no se puede mentir, nos refleja así como somos, aunque uno quisiera verse como era antes, en la etapa de su juventud, cuando se proyectaba hacia un futuro de sueños impalpables:

Los espejos se empeñan en hacernos compañía.

Los espejos que se vuelven diminutos como nuestra miopía

y solo nos queda mentirnos, inventarnos imágenes

que sustituyan a los rasgos reflejados e invertidos

que nos devuelven los espejos de todas las miradas. (“20”: 27)

 

Este acercamiento al padre en una fecha especial suscita un deseo de fusión total con él, que se expresa en el juego de los pronombres de primera y segunda persona:

 

Te conozco porque estás ahí, al alcance de mi mano.

Te conozco porque eres yo, este yo que ahora se ha vuelto tú,

Que cumplirá este año de vida la cifra triunfal de tu muerte. (“15”: 21)

 

Aprovechando una licencia poética, el verso permite formular una frase que la gramática académica no admitiría, “he comprendido lo que soy tú”[2]. Pero en este mismo instante el poeta tiene también que aceptar que “Ha llegado el momento de vivir los años que nunca compartiremos”, y que, a partir de ahora, tiene que enfrentarse en su triste soledad con la noche del porvenir.

Después de constatar el significado del reciente cumpleaños, Lucía Megías intenta recuperar la figura paternal a través de los recuerdos que guarda de los escasos años que vivieron juntos. La relación padre/hijo duró un tiempo insuficiente para acercar a los dos en una atmósfera de recíproca comprensión, una comprensión que la diferencia de edad y, quizás, una diferente mentalidad en aquel entonces impidió que se realizara. Leamos algunos versos del poema “13”:

 

Vuelvo a casa solo [...]

Vuelvo a casa en silencio, concentrado tan solo

en poner mis pies en las huellas que dejaron tus pisadas,

en el camino de barro que permanece lluvioso y gris

por más que hayan desaparecido todas las nubes del cielo.

Vuelvo solo porque no quise reconocerte en la tarde,

no quise darle voz al grito imperdonable de la sangre. (19)

 

Una vez caído enfermo el padre, al niño lo circunda el silencio de los familiares, engendrado por el deseo de atenuar en él el dolor provocado antes por la enfermedad y luego por su fallecimiento. En el joven José Manuel, en cambio, se crea una profunda sensación de desorientación y ansiedad. El movimiento silencioso de los que están cuidando al padre en los últimos días de su vida, excluye la esperanza de una improbable curación: “Pero la muerte se demoraba en las esquinas / y cada amanecer abría la caja de un nuevo dolor ...” (“14”: 20). Finalmente al fondo del pasillo, en el dormitorio del padre, poco a poco cesan los suspiros y las palabras y se cierra la puerta, como señal de que la muerte se ha llevado a alguien. Los que están esperando fuera de la habitación comprenden:

 

Y todos supimos que todo había terminado,

Que ya no habría suspiros ni últimas palabras,

Que habría que inundar de negro los armarios

Y llenar de lágrimas los ojos de las visitas. (“14”: 20)

 

El final del poema “3” se cierra con una aparente notación meteorológica: “Hacía frío aquel inevitable mes de febrero. / Nunca, desde entonces, ha dejado de hacerlo”; es evidente que el frío atmosférico refleja un frío interior que a partir de aquel fatal instante invade el ánimo del poeta. En los años del colegio, la sensación del frío se convierte en estado permanente, incluso cuando cambian las estaciones y no se justifica esa sensación: “No importa que las rodillas se llenen de asfalto / o que la hierba tiña de verde los pantalones. / Sigue haciendo frío” (“13”: 19).

El vacío de la ausencia ha necesitado una lenta elaboración para que se convirtiera paulatinamente en la tolerable añoranza de todo lo que no se pudo realizar y de los conflictos que no se supieron solucionar. Pasan rápidamente los cumpleaños, proponiendo puntualmente el ritual de los festejos, aludidos en forma metonímica con los versos ‘tartas [que] se llenan de velas” (“9”: 14) y “papeles de regalo cada vez más grises” (“9”: 14), hasta llegar a este último aniversario, tan simbólico. Por fin, Lucía Megías consigue comprender la condición de vida del padre que le resulta parecida a la suya. Para colmar el vacío de tantos años nace en él el deseo de inventarse un pasado que, no solo se ha ido borrando en su memoria, sino que no pudo ser percibido por el poeta, entonces demasiado joven:

 

 

¿Acaso es suficiente escribir,

escribirte a nuestros cincuenta años compartidos

para comenzar a recordarte,

para comenzar a darme cuenta de todo

lo que te he echado de menos durante este tiempo? (“4”: 9)

 

La memoria es la única vía para construir un patrimonio de afinidades y contrastes, de efímeras alegrías y de dolorosos fracasos, “Voy construyendo el edificio de tu memoria / con las filas horizontales de los caminos torcidos ...” (“12”: 18), aunque hay que inventar a veces datos y circustancias, porque “No somos más que nuestros escasos recuerdos. / No somos más que nuestra capacidad de inventarlos.” (“12”: 18)

Las fotografías amarillas ayudan en esa reconstrucción de los paisajes de la infancia, de las comidas de los domingos, de las conversaciones abortadas , pero todo resulta difícil, porque la voluntad de reconstruir el retrato del padre fue gravemente perjudicada por el silencio de los familiares después de su fallecimiento: “Nadie volvió a pronunciar delante de mí tu nombre” (“6”: 11); al poeta le queda solo la herencia del apellido. No es fácil de entender si el camino del silencio fue mejor que el de mantener viva su presencia hablando continuamente de él en el círculo familiar. Ahora, en el presente de sus cincuenta años, no queda nadie que pueda hablarle del padre, ni sus hermanos, ni sus padres, ni sus amigos: “No queda nadie que en realidad te recuerde” (“18”: 25).

Entre los elementos significativos del léxico que enriquece las composiciones del poemario, encontramos dos que adquieren un sentido peculiar: ‘las voces’ y la ‘ventana’. Las primeras, resonando en el oído del poeta, le evocan acentos familiares y aspectos de la vida de la estación infantil:

 

Oigo voces lejanas

Desde la ventana abierta

[...]

Son voces familiares

Que me devuelven los acentos

de un tiempo marcado por la dictadura

ancestral del crecimiento del trigo

y de la sed milenaria de las vacas” (“8”: 13)

 

La vida del campo marcó los primeros años de José Manuel dejando en él una sensación de ininterrumpido cansancio, que perjudicaba su deseo de dedicarse al estudio en el colegio:

 

No había mucho tiempo para soñar

Ni para aprender a leer en la escuela.

Los músculos seguían tensos en el sueño

Y las sombras de la noche eran fronteras

De un reloj que desconocía el abismo

Entre los primeros y los últimos rayos del sol (“10”: 15)

 

La ‘ventana’ es el medio a través del cual pasan las voces, como una pared divisoria entre el dentro y el fuera, entre la realidad pasada y el sueño del presente. A través de ella pasan los ruidos del amanecer del hoy, el canto de los pájaros que recuerda el canto de los de la infancia, cuando eran “los únicos que te hacían compañía / los primeros que eran testigos de tu sonrisa” (“11”: 17).

Esparcidos en los veintiocho poemas asoman varios recuerdos de los años infantiles del poeta: las colillas robadas casualmente, los juegos en el mar Mediterráneo de Ibiza, las fiestas (bautizos, bodas, funerales) en las que se repiten las historias familiares que lentamente se transforman en novelas. Pero asoman también recuerdos más desagradables como el del callejón sin faroles, de solo cinco metros, que comunicaba la casa de la abuela con la de los primos, donde a los juegos se mezclaron disgustos e insultos según la crueldad de la que los jóvenes son capaces en su implacable inmadurez. (“23”: 30).

Muy peculiar es la representación del padre mientras dispone las cartas del solitario sobre la superficie de la mesa camilla y luego procede a descubrirlas como si detrás de ellas se escondiera lo imponderable:

 

Todo era nada delante del abismo de las cartas

desplegadas como un ejército de posibilidades

sobre el campo arrugado de la mesa camilla (“17”: 23).

 

Al misterio, que en su composición guardan los naipes, le corresponde la normalidad de una noche pasada entre la televisión, la cena y las cotidianas conversaciones, con, al final, el habitual beso de la despedida nocturna. En este orden familiar llega un momento en que lo que antes era acostumbrada repetición, fatalmente se encamina hacia un fin doloroso. Ante la angustia de la pérdida el solitario con su costante “... posibilidad de volver a comenzar” le sugiere a la familia, en forma de desesperada consolación, que “Siempre hay una oportunidad de volver a comenzar. / Siempre hay una oportunidad de soñar con otros finales posibles” (“17”: 24).

Si de cualquier forma José Manuel puede intentar una recomposición de esos fragmentos del pasado, los recuerdos que guardaba el padre, en cambio, se han perdido con él, eran solamente suyos: “Los años que viviste y los recuerdos atesorados antes de ser yo / te pertenecen, los tuyos, aunque ahora ya sean de nadie” (“15”: 21).

En el “aquí y ahora” de los pocos meses en que padre e hijo comparten la misma edad, es fuerte la nostalgia de todo lo que José Manuel no pudo aprender del padre junto con el pesar de no haber cumplido nada de lo que él esperaba de su hijo: no siguió la carrera militar, no se dedicó al cuidado del campo, no fue a llevarle flores al cementerio, sin embargo el poeta está seguro de que “ahora” el padre estaría contento de sus resultados “ahora sí que sonreirías si pudieras verme” (“19”: 26). Es de noche, cuando el poeta quisiera escribir sus versos para recuperar esa figura paternal casi borrada de su memoria:

 

Abro el cuaderno en medio de la noche

con la esperanza de seguir describiéndote

en la inmensidad de la página en blanco,

que se llena del rojo nervioso de tu recuerdo. (“24”: 31)

 

Al despertar quisiera que esta obsesiva búsqueda de detalles se convirtiera en la regular aceptación de un epitafio y una tumba certeros y familiares. Al final la experiencia de la escritura, practicada como única terapia aconsejable, permite el renacer del hombre Lucía Megías preparado a vivir su propia vida en el convencimiento de que todo acaba con la muerte:

 

Ahora, justo ahora que cumplo cincuenta años,

[...]

Comienzo a ser yo,

comienzo a dejar de ser tú.

[...]

Vivir. Comenzar en este justo instante a vivir.

[...]

Vivir

sabiendo que la muerte es nuestro único destino,

el único que vamos a compartir a partir de este momento (“28”: 35-36).

 

Y para cerrar las cuentas hay que despedirse serenamente de la sombra del padre, de esta sombra que ha aparecido insistentemente el otro lado del espejo:

 

Tú y yo que nos despedimos con un abrazo,

Aquel que nunca pude darte,

Aquel que ahora, por fin, se llena de lágrimas

Y de reflejos, y de sonrisas, y de un golpe de espalda.

 

Solo tú y yo.

 

Solo yo ahora que has venido para irte,

Para ser mi reflejo deseado al otro lado del espejo.

 

Aquí y ahora (“...claras”: 37).

 

En “Cinco postales desde Palermo”, el poeta describe con inmediata urgencia la experiencia de un viaje a Sicilia, siguiendo la costumbre, practicada durante toda su vida, de explorar nuevos lugares, culturas y personas diferentes, tanto en relación con los eventos históricos como en función del aporte del pequeño detalle cotidiano. Entre los libros del poeta en los que las impresiones de viaje adquieren un lugar preminente recuerdo con especial atención Canciones, Cuaderno de bitácora y Trento, que se extienden de Europa a Asia y Latinoamérica.

El panorama completo que Palermo ofrece de lejos al observador es el de la “Conca d’oro”, una forma semicircular protegida por las colinas que la circundan, que, un tiempo, estaban repletas de naranjos y limoneros formando ese color dorado indicado en su nombre. Lo curioso es que desde la ciudad no se ve el mar sino desde pocos lugares peculiares que lo brindan a la vista:

 

Así se dibuja Palermo en una entre tantas mañanas.

Arropada por las montañas, abrazada por sus colinas.

Y de espaldas al mar, a ese mar que un día le dio la vida (Lucía Megías, 2017, I “Desde la terraza del Hotel Amabasciatori”: 580).

 

Justo desde la terraza de un Hotel del centro de Palermo, Lucía Megías se encanta frente al panorama de cúpulas y torres del casco histórico, expresión de la peculiar mezcla de las distintas culturas que a lo largo de los siglos atravesaron la vida de la ciudad. Por su refinada experiencia comprende que las artes de las muchas presencias se siguieron superponiéndose y dando vida a monumentos que, conjugando lo fenicio con lo romano, lo árabe con lo cristiano, lo bizantino con lo normando, lo francés con lo aragonés, reflejan en el presente una unidad muy especial: “Y aquí todo es uno. Siempre uno. Solo uno” (I “Desde la terraza del Hotel Amabasciatori”:580) o “...una geografía de serpientes, / de civilizaciones que son una no siendo ninguna.” (III “El claustro del Duomo de Monreale”: 582).

A la mirada atenta no le escapan las heridas que guardan algunas paredes y balcones de las casas del centro de la ciudad, como testimonios del tremendo bombardeo que Palermo sufrió durante la segunda Guerra mundial, a pesar de la poderosa obra de recuperación llevada a cabo en las últimas décadas.

No pudiendo enumerar la mayoría de los sitios artísticos, el poeta se sirve de sencillas referencias que aluden a un determinado monumento, por ejemplo, en el verso “-improvisados observatorios astronómicos pisanos-” (580) está recordando el Palacio real con su torre pisana, encima de la cual está situado un antiquísimo Observatorio astronómico. O cuando, en relación con un espléndido ejemplar del barroco de Giacomo Serpotta, comenta:

 

Espero sentado en las escaleras de Santa Zita

a que los mármoles mixtos recobren la vida,

a seguir conversando con los estucos

de batallas solo ganadas por propaganda,

y compartir risas y juegos con los angeles

que se esconden tras lienzos de risas primerizas. (II “en la calle Valverde”:581)

 

El poeta quiere sugerir el movimiento que anima las paredes de la iglesia, decorada con mármol y estucos que, junto con otras figuras, representan los putti jugando entre ellos y, en la parte superior de la pared con las dos puerta de entrada, la batalla de Lepanto. ¿Quién mejor que él puede permitirse el comentario “batallas solo ganadas por propaganda”, al recordar la empresa en la que Miguel de Cervantes, su Miguel de Cervantes, quedó ‘manco’?[3].

No cabe duda de que la obra de arte a la que le dedica versos de gran emoción es el conjunto de Duomo y Claustro en el cercano pueblo de Monreale. También en estas descripciones aparece el profesor de Filología románica que se llena de estupor al contemplar columnas, capiteles, mosaicos como lo han hecho millones de seres desde que la bruta piedra, nacida “en los remotos tiempos de la creación”, se convirtió, por mano de miles de arquitectos, albañiles, artesanos y artistas, en la maravilla que los turistas de hoy admiran. El visitante va descubriendo las historias que se esculpieron en los capiteles: la masacre de Herodes, los reyes Magos delante del niño Jesús, los cruzados combatiendo. Le encanta la disposición de las columnas, veinte por lado, que “...a un paso se esconden y resucitan”.

La gran labor que exigió la construcción de los dos monumentos se sintetiza en uno de los cuadros del mosaico

 

en que el rey Gullermo segundo

le entraga a la Virgen su más preciosa joya:

Un Duomo de oro, un Duomo de infinitos mosaicos

que llenan de sentido unas piedras huérfanas

que un día fueron simples e inhóspitos muros

y que hoy son galería sorprendida de miradas,

de gestos que crean un universo dorado

y lo llenan de sentido, de vida, de Corte. (III, “El Claustro del Duomo di Monreale”: 582)

 

Entre las muchas dominaciones, que pasaron por la tierra siciliana, una ha dejado una huella imponente en su grandiosa dimensión e indescriptible belleza, la del Valle de los Templos griegos de Agrigento. “Las ocho columnas del Templo de Hércules”. “los rincones más secretos del Templo de la Concordia”, “las columnas lejanas del Templo de los Dioscórides” y “un gigante del que solo se conservan algunas piezas” (el Talamón que junto con otras figuras gigantescas sostenía el Templo de Júpiter) son los detalles que resumen el panorama que el turista va descubriendo en la tarde de abril que incendia el “horizonte azul” del Mediterráneo.

Sin embargo, durante el camino entre los monumentos asoman también fragmentos del presente: la compañía de Chiara, la hija de la deliciosa huésped que ilustra la historia del lugar, o el ángel de metal, escultura del hoy que ocupa un espacio privilegiado para dar constancia de la continuidad en el tiempo entre las artes: “Y un ángel caído cuyo peso transforma en tierra / el bronce expuesto a soñadas caricias metálicas” (V “por la Vía Sacra, Agrigento”: 584). El atento observador, además, percibe el peligro de “una piedra puntiaguda”, trozo avanzado de las ruinas que se esconden en las sendas del recorrido, o contempla “las encinas centenarias y la recuperada espiral de las cabras”, cuyo aspecto probablemente se mantiene parecido al de la antigua Vía Sacra que lleva a los templos.

Al final de la excursión, la Vía se convierte en “la Vía Sacra de las conversaciones compartidas”, porque el tren, en el que los viajeros tenían que volver a la capital, no puede continuar su carrera y para llegar a la meta se recurre a otro medio de transporte lentísimo. El tiempo del regreso se dilata, el cansancio acomete a los viajeros, a los que no les queda más remedio que seguir hablando y tejer “una biografía a dos voces”. Han sido unos turistas como miles de otros y, por tanto: “Tan solo las columnas lejanas del Templo de Dioscórides / ahora, después de tantos siglos, nos recuerdan” (V “por la Vía Sacra, Agrigento”: 584).

No sé si el lector se ha dado cuenta de que, de propósito, he saltado el poema IV, cuyo título reza “(en el despacho de Caterina Ruta)” (582-583). Cierto recato me sugiere que no desvele del todo su contenido, pero, al mismo tiempo, tengo que agradecerle al poeta haberme hecho objeto de una de sus composiciones. Demorando un par de horas en una de las habitaciones de mi casa, José Manuel lo observa todo, los libros, los papeles, las fotocopias, los discos, los cuadros, el ordenador y comprueba en estos pormenores las aficiones que han marcado las pautas de una vida de estudio y de trabajo. Si el papel de Aguilar con el retrato de “Gerardo Diego pintado por Borges”, recuerda el primer interés de mi investigación, interés que se ha extendido a varios poetas de los siglos XX y XXI, los numerosos Quijotes y Novelas ejemplares, presentes en los estantes de las librerías, atestiguan la larga atención dedicada a la obra de Miguel de Cervantes. Encontrándose como encerrado entre los libros y los papeles, el poeta y el estudioso concluye sus consideraciones con la exaltación de “la palabra”:

 

Dentro de unos segundos, tan solo unos segundos

los libros se abrirán, una vez más,

y, una vez más, se consumará el milagro

de la lectura, de esa voz de acentos sibilinos,

que hace revivir, una vez más, los textos del pasado

para siempre, para siempre vivir en el abismo

de las palabras. Las palabras ecritas. Las palabras (“en el despacho de Caterina Ruta”: 583)

 

Una vez más el viaje le ha permitido a José Manuel ponerse delante de otras historias y otras costumbres y dialogar con otros seres, conocidos o anónimos, en un perpetuo proceso de ahondamiento de la realidad histórica y de experiencia humana y social.

Quedaría aún por comentar los poemas desde el punto de vista estilístico y retórico. Habiendo examinado el conjunto de la producción poética del autor hasta la fecha odierna, no puedo no volver a confirmar ciertas características de su obra. En los poemas considerados prevalece el verso largo, a veces de veinte sílabas, dejándose a los cortos una posición de gran relieve, con función enfática, delante de algunos versos largos, véase, entre otras, la cita de arriba referida al poema “28” (pp. 35-36). Entre los recursos retóricos abundan las anáforas, figura de repetición privilegiada siempre por el poeta, pero también son frecuentes la aliteración, la paranomasia y el paralelismo. Un ejemplo especialmente significativo es el del poema “6”, en el que, además de algunos elementos que se repiten a lo largo del poema, el sintagma inicial “Tu nombre”, aparece seis veces y “Nadie” tres (11). El lector atento reconocerá también las numerosas metáforas, metonimias y sinécdoques, propias del lenguaje poético, cuya cifra queda siempre la capacidad de sintetizar el aparato conceptual que engendra el verso.

No faltan las reflexiones metatextuales justo en Aquí y ahora, un poemario que más que nunca confía a la escritura la función catártica a la que el poeta aspira. Falta, en cambio, por razones muy evidentes, la tendencia a la espectacularidad que, con frecuencia, caracteriza los libros de Lucía Megías. En Aquí y ahora el poeta recorre un proceso íntimo que, aunque está siempre colocado en realidades concretas, no necesita una exposición exterior. Más teatral es el marco del segundo conjunto, pero se trata de un teatro de escenas naturales y monumentales que, más que vivencias personales, atestiguan la historia que por varios siglos se ha desarrollado en la más grande isla del Mediterráneo.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Cercas, Javier (2009). Anatomía de un instante. Barcelona: Mondadori.

Lucía Megías, José Manuel (2000). Libro de horas. Madrid: Calambur.

---- (2006). Canciones y otros vasos de whisky. Madrid: SIAL.

---- (2007). Cuaderno de bitácora. Madrid: SIAL.

---- (2009). Trento (o il trionfo dell’attesa). Edición bilingüe español/italiano, con traducción de Claudia Dematté. Bari: Levante Editori.

---- (2016a). La juventud de Cervantes. Una vida en construcción: retazos de una biografía en el Siglo de oro. Parte I. Madrid: Edaf.

---- (2016b). La madurez de Cervantes. Una vida en la corte: retazos de una biografía en el Siglo de oro. Parte II. Madrid: Edaf.

---- (2017). El único silencio (Poesía reunida, 1998-2017). Sial/Contrapunto.

---- (Inédito). Aquí y ahora. Las cuentas claras.

Ruta, Maria Caterina (2014). “La poesia neobarocca di José Manuel Lucía Megías”. En Libri, manoscritti, scartafacci e altre rarità. Studi in onore di José Luis Gotor, Loretta Frattale, Matteo Lefèvre e Laura Silvestri (eds.), 207-222. Firenze: Altralinea.

Ruta, Caterina (2017). “Prólogo”. En José Manuel Lucía Megías, El único silencio (Poesía reunida, 1998-2017), 11-34. Madrid: Sial/Contrapunto.

 

 

[1] Más que libros de Historia, prefiero citar a este propósito la novela de Javier Cercas, Anatomía de un instante.

[2] Es el único caso en que recuerda también lo que tiene de su madre: “La sonrisa, en cambio, comparte alegrías arrugas de mi madre”, “22”: 29.

[3] Lucía Megías es autor de la muy detallada biografía de Cervantes de la que han salido ya dos volúmenes. En este caso nos interesa el libro de 2016a.