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Claves de una dramaturgia Voces en el silencio

CLAVES DE UNA DRAMATURGIA

por

Carlos Jiménez

 

Cuando leí por primera vez el libro de José Manuel Lucía Megías, Y se llamaban Mahmud y Ayaz (Seis voces en el silencio) me percaté de la carga dramática que contenían esos poemas y le propuse escribir una obra de teatro que pudiera subirse a la tablas encarnada a través de tres personajes: los dos protagonistas y una tercera voz que aglutinara las reflexiones de un observador que protagonizara la denuncia frente al silencio que se aloja en la sociedad desarrollada ante sucesos luctuosos como el que protagonizan estos personajes.

De esta voluntad surge Voces en el silencio, una obra de teatro que sin perder la esencia que el autor del poemario quiso dar a su obra, se transforma en una nueva herramienta de denuncia a través del lenguaje dramático. Tras una primera versión que respetaba más el texto original del libro de José Manuel Lucía Megías, estrenada en el Centro Cultural Fernán Gómez de Madrid, el 10 de junio de 2014 dentro del ciclo «Los martes, milagro», que yo dirigía, le propuse una segunda versión, planteándole que escribiera nuevos textos que facilitaran el acercamiento al hecho teatral.

En paralelo, yo introduje un primer acto sobre la base de un poema escrito en julio de 2014:


Este cielo preñado de las grúas del miedo
donde la luna esculpe los perfiles del odio,
es el cielo de Irán, de Sudán, o Nigeria,
y aquí la vida vale lo que cuesta segarla:
unos minutos tensos y un signo de ignominia.

 

En esta tierra inmunda, de tétricos parajes,
la muerte se dibuja como fiera indomada
detrás de cada esquina, en el filo de un guiño,
en la esencia de un roce clandestino en la noche…

 

En esta tierra inmunda de Irán o de Somalia,
de Mauritania o Yemen, o de Arabia Saudí
donde el amor del hombre por el hombre se salda
con el miedo y la muerte,
yo quiero ser el hombre y ser todos los hombres
que desplazan su palma hasta el fruto prohibido
sin temer la sonrisa de la maldita parca…
un ser humano vivo después de una caricia,
un ser humano abierto al cálido deseo,
sin que la soga aceche, sin que otro ser humano
siegue la espiga tersa del grano florecido.

Pero el terror nos vence y cala hasta los huesos.
Si me miras, entonces quizás me comprometas.

Yo quiero ser el hombre y ser todos los hombres
que no teman cruzarse con tus ojos de miedo
en el parque Daneshju o en la plaza arbolada
de miradas aviesas cuando rozo tu mano.

Ni quiero que me avise tu gesto intencionado
de la advertencia cierta de una muerte segura
cuando lanzas al cuello tu dedo amenazante.

Ni quiero que te escondas detrás de las mujeres:
y entonces me amenaces creyendo estar salvado,
porque al final ocurre, aunque tú no lo creas,
que ambos nos perderemos detrás de esa mentira.

Quiero volver la vista y encontrar tu mirada,
pero temo que aniden los cuervos de la noche
en las cuencas ajenas de los ojos del odio
y denuncien pasiones que no quiero evitarlas,
y enlacen a mi cuello la soga de la muerte.

Yo quiero ser el hombre y ser todos los hombres
de todos esos pueblos que arrancan amapolas
del campo y que lo agostan de vida y de ilusiones,
y plantar en los surcos un grano de esperanza
que florezca en otoño para dorar la tierra.

Si puede ser…contigo

 

¿Pero, no has entendido que no quiero seguirte,
que esa noche ha supuesto solamente una noche
de sórdido deseo para no repetirlo?

Yo puedo ser cualquiera que pase por tu lado,
en cualquier territorio inhóspito al afecto,
en Irán o en Somalia, en Nigeria o en Yemen,
donde el amor te acerca a los pies del cadalso.

Fui tu pasión de un día y tampoco quisiera
que vieras en mi gesto algo más que el deseo.
Olvídate de todo…La soga nos acecha.

En cualquier territorio vedado a la caricia,
dos hombres que reclaman ser dos seres humanos,
perdidos en sus dudas, en eternas incógnitas.
Desnudos ante un mundo que les niega el abrazo,
cubiertos solamente con la capa del miedo
dibujando en su rostro una mueca de espanto.

 

Este poema, con algunas rectificaciones y eliminado una parte del mismo, conformó la primera escena de la obra, que pretendía ser una presentación de la trama que se desarrollaría a través de los versos de José Manuel Lucía.

La obra teatral se configuró en dos bloques diferenciados, una primera denuncia genérica de la persecución de los homosexuales en distintos países y en diferentes escenarios históricos, y un segundo bloque específico en el que se relata  lo que hemos podido conocer del luctuoso final de estos dos jóvenes condenados a muerte por el único motivo de mostrar su amor.

Entre ambos bloques, se introdujo un pequeño cuento que escribí al encontrarme por casualidad con una historia de amor sucedida mil años atrás en el mismo territorio por dos hombres que respondían a los mismos nombres de los jóvenes protagonistas del libro de José Manuel: Mahmud y Ayaz (acto 5 de la obra). Ignoro si responde a la realidad, si es historia o leyenda, pero eso ahora no es relevante. Se cuenta que el amor entre estos dos hombres, el sultán Mahmud y su esclavo Ayaz, sirvió de inspiración a los poetas sufís a lo largo del devenir de los tiempos.

Esta nueva versión con las incorporaciones mencionadas fue estrenada el 16 de diciembre de 2014 en el citado ciclo de «Los martes, milagro», y repuesta en abril del año siguiente.

De ese trabajo mano a mano entre José Manuel y yo, surge esta obra de teatro con voluntad de romper el silencio frente a las injusticias que condicionan el desarrollo del sentimiento en el ser humano.