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Algunos poemas de Versos que un día escribí desnudo

[Escribo desnudo]

Escribo desnudo.

Ante mí, el mar,

un mar que deja a sus espaldas

los cipreses de la corrupción.

Escribo desnudo.

Huyendo de las imágenes y de las metáforas.

Huyendo de esconderme

detrás de las palabras,

detrás de los versos,

detrás de las mentiras.

Una vez más. La última.

Escribo desnudo ante el mar

y de vez en cuando aparece alguien a mis espaldas,

y de vez en cuando siento voces

que me devuelven más allá del verso,

de este cuadro de verano de sal,

de lágrimas y de muchas distancias.

Escribo desnudo ante el mar

y una piedra se me clava en la espalda.

Y por más que me duela,

por más que note su presencia interrogante

no soy capaz de moverme,

de buscar un lugar más ameno y confortable.

Lejos del mar.

Lejos de tu recuerdo.

De la distancia punzante de tu recuerdo.

 

[Para seguir viviendo hay que cometer]

Para seguir viviendo hay que cometer,

una vez más, el error de la esperanza,

creerse que ese error es posible,

que nos espera y que estamos por alcanzarlo.

Para seguir viviendo tendría que volver

a soñar que cada día me despierto

inaugurando una nueva vida,

esa que en sueños me he creado

y en sueños se vuelve tan real

como las rejas de mentiras y silencios

en que hemos convertido nuestros abrazos,

esos que ya no queremos seguir viviendo,

esos que hace tiempo que ni soñamos.

Pero solo somos hombres. Hombres tan solo.

Hombres sin sueños. Hombres sin esperanza.

Hombres que siguen temblando ante los espejos.

Hombres que añoran las palomas mensajeras,

el grito de amor colgado de su vuelo.

 

[Me miras]

Me miras.

Me he quedado dormido a tu lado

mientras me miras.

Aunque he cerrado los ojos, poco a poco,

aunque la respiración va agotándose

en la marea acompasada del sueño,

noto que me miras,

que tu mirada va acariciando mi silencio,

parándose en mi nariz,

recorriendo cada esquina de mis labios,

contando cada pelo de mi barba,

asombrándose por la ligereza de mi calva

y el perfecto acabado de mis orejas.

Me miras en silencio

mientras yo me quedo dormido a tu lado.

Me miras

y sonríes, sin poder dejar de soñarme.

 

[El pescador se va, abandona el paisaje]

El pescador se va, abandona el paisaje

con las manos vacías.

Cientos de palomas revolotean sobre su cabeza.

Son su corona y sus más tiernas preocupaciones.

A lo lejos llegan los acordes repetidos de una canción

que ponen una estúpida banda sonora

a esta que no es más que otra estúpida historia de amor.

Otra historia más, con sus canciones, sus gestos,

sus reproches, y sus memorias acodadas en la cola

somnolienta de unos versos escritos al atardecer,

versos que podrían ser también los más tristes, los más salados,

si no fuera porque están escritos con una luz distinta,

esa luz que deja a sus espaldas el reflejo de la luna,

el Mediterráneo azul, la música inoportuna,

el recuerdo suicida, las lágrimas cristalizadas

y el regusto amargo del amor

en la cuenca redentora de las gargantas.

El pescador abandona las rocas

y ni una última mirada merece este atardecer,

este final que me ilumina desnudo, solo

con las manos vacías y los versos inacabados.