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Algunos poemas de Cuaderno de bitácora

I. GEOGRAFÍA DE ROMA

 

cama

Mi cama en Roma es un desierto,

silenciosa como un desierto,

huidiza como un espejismo en el desierto.

En vez de sábanas, en mi cama en Roma

hay dos nubes que amenazan tormenta,

dos mantas de truenos y relámpagos;

pero en mi cama romana nunca llueve,

se diría que es una cama de sequía,

una cama que de estar en un museo

sería pieza central de porcelana.

 

foro romano

Dormidas, que no muertas, están las ruinas de Roma.

Creedme. Yo las he visto.

 

Dormidas, que no muertas, están las ruinas de Roma.

Al esconderse el sol tras el escenario de las cúpulas,

las ruinas de Roma, todas las ruinas de Roma despiertan.

Despiertan las ruinas debajo del asfalto gris del parlamento.

Despiertan las ruinas debajo de los mármoles renacentistas.

Despiertan las ruinas debajo de los arcos de medio punto,

de las iglesias barrocas, de los templos que trafican corazones.

Yo las he visto. Creedme.

Yo las he visto calentarse con clásicas antorchas

mientras paseaba en las Saturnales por la Vía Sacra.

Creedme. Dormidas, sí, que no muertas.

Desesperadas, quizás. Quizás solemnemente aburridas

al pasar los días posando como esfinges pensantes,

ante los instantáneos cuadros de los ojos cíclopes.

Imperturbables quizás a la lluvia ácida de Coca-Cola...

pero no muertas. No. Creedme... yo las he visto.

 

Dormidas, que no muertas, están las ruinas de Roma,

como mujer torturada por el ejército de los siglos,

violada durante horas, durante meses, durante años,

y que a la aurora de la luna se levanta como un amanecer,

polvo en la cara, vestido de harapos en las manos

con grietas mayúsculas entre las arrugas de su cara, triste...

pero hermosa.

            Creedme.

Hermosa como el primer día de primavera,

aquel que olvida del invierno la pesadilla.

            Creedme.

                                                                          

Dormidas, que no muertas, están las ruinas de Roma.

Yo las he visto.

 

farolas de Roma

Omnipresentes y misericordiosas farolas de Roma,

espadas de Damocles sobre la cabeza de los autobuses,

besos puntiagudos en la cara oculta de las esquinas,

devoradoras de los ojos y sonrisas de vírgenes y santos,

tigres al acecho que se alimentan de besos prohibidos,

juego calidoscópico mientras el sol se pierde en el oeste,

dedos que dibujan un círculo en el aire contaminado.

 

Roma es una ciudad poblada de farolas.

Bien pudiera recorrerla una ardilla de norte a sur,

de este a oeste sin pisar jamás ni el asfalto ni las aceras.

 

recuerdo infantil desde Roma

Recuerdo, o quizás solo me lo contaron,

que hace tiempo me perdí en un bosque de tormenta.

 

Niño-lobo entre rugidos de ramas salvajes

que sin piedad ni descanso se golpeaban,

entre troncos que como la mecedora de la abuela

crujían cada vez que creían alzar el vuelo.

Quizás mirara el cielo sin comprender

el origen de aquellos fuegos artificiales,

quizás a cada resplandor se me escapara un grito

que como un eco me devolvía el trueno,

quizás corriera durante toda la noche

cayendo varias veces sobre las hojas mojadas      

y me rompiera las rodilleras de mis pantalones nuevos,

quizás terminara por quedarme quieto, solo,

de cuclillas debajo de un árbol esperando,

con la garganta áspera de tanto gritar

y enrojecidos los ojos por el filo de las hojas.

 

Quizás este recuerdo no sea más que otra mentira,

quizás durante aquella noche salvaje de tormenta

en la que los rayos partieron dos árboles en el bosque

yo durmiera tranquilamente entre sábanas blancas

y mi abuela quizás rezara a santa Bárbara bendita

sentada con los pies en alto en su mecedora.

 

Solo sé que a la mañana siguiente alguien comentó

que un niño se había perdido en el bosque por la noche

y que mi madre nada dijo al ver mis pantalones rotos,

nada al encontrar hojas todavía húmedas en sus bolsillos.

 

angelo di Roma

Inesperadamente apareciste en la oscuridad,

como si en realidad siempre hubieras estado allí.

Imposible imaginar un tiempo antes,

aquel lugar sin segundos de tu oscura presencia.

Sí, Angelo di Roma, eras un sueño.

La oscuridad te rodeaba porque tú eras la oscuridad;

casi sin perfil, casi sin costados, casi sin alas,

casi solo suspiros, sin boca, sin garganta, sin labios.

Sonreí sin saber que tus ojos eran sombras

que soportaban los negros muros de la calle.

Sonreí porque sentí cerca tu presencia;

tus ojos, tu boca, tus manos tal vez fueran sombra

pero no tu cuerpo, pero nunca tu cuerpo...

Sonreí porque tuve miedo de tocarte,

de sentir mi mano traspasar tu cuerpo sin acariciarlo,

o rozarlo y sorprender que tu cuerpo era polvo.

Sonreí porque sentí que tú también sonreías

mientras tu mano deslizaba mi mano ausente

por tu pecho de estatua negra y oscura,

justo donde un corazón humano se desangraba.

 

a mi padre, que nunca estuvo en Roma

Aquella noche, noche que siempre se repite,

me faltaron lágrimas para llorarte.

            Lo sé.

Volcanes en vez de ojos hubiera deseado

para llorar tu ausencia con lava ardiente.

 

Ni una lágrima, ni una lágrima siquiera.

 

Te fuiste como el viento antes de la tormenta:

acompañado de un fresco olor a tierra mojada,

sembrando a tu espalda un muro de silencio.

Sueño. Solo sueño. Sueño. Nada más que sueño,

me repetía inútilmente invocando el engaño.

Jamás he vuelto a mirarme a los ojos

sin reconocer en ellos tus propios ojos muertos.

 

Lo sé, día a día, minuto a minuto lo repito:

me faltaron lágrimas para llorarte, querido padre;

me faltó corazón para empezar a sufrir tu ausencia.

 

amanecer romano. ii

Amanece y vuelvo a estar vivo.

 

Es un milagro la luz de la mañana,

estos rayos que tras luchar contra las nubes

se deslizan iluminando y descubriéndolo todo,

inventando lentamente el viejo mundo.

En mis ojos aún brillan imágenes

de aquella lejana oscuridad nocturna,

sombras ya de un mundo sin sol ni fuego.

Es un milagro la luz de la mañana

como toda oscuridad es una amenaza.

 

Es un milagro amanecer teniéndote tan lejos,

creer que sin ti puedo seguir sobreviviendo.

 

amanecer romano. iii

Aunque el día se deslice por la ventana nublado,

aunque me duela la ausencia del sol de tus ojos,

aunque una lluvia de angustia me bañe el sueño...

 

... amanezco abrazado a la almohada de tu cuerpo.

 

insomnio en via Etiopia

                                          

                                                A Ivana Macheti

Dos gatos se pelean en la acera intentando arrancarse los ojos sin córneas

ante los faros atónitos de un coche con muletas que intenta cruzar la calle.

La luna resbala cada segundo intentando hacer canasta entre los edificios

y dos luces casi de improviso intentan aparearse en medio de esta ciudad oscura.

A lo lejos están intentando despertarse los tambores del atasco matutino

mientras dos cuerpos intentan agitarse como hielo en la coctelera del deseo.

Mañana será otra mañana gritan en un intento de engañarse mis oídos.

Mañana quizás se consume la anunciada huelga general de los espejos.

 

piazza della Repubblica (già Piazza Esedra)

Me vendo por un puñado de caricias envueltas en un panal,

por una sonrisa de acuarelas que me devuelva el sabor de la brisa,

por una mano que del suelo recoja en un gesto infantil mis manos,

por un beso, un solitario beso, que me sepa en el desayuno a tierra mojada.

 

Vendo mi cuerpo, lo sorteo en la lotería nocturna de las miradas

esperando -siempre esperando- que tu número recuerde mi nombre.

Vendo mi cuerpo como quien se deshace en la noche de San Juan

de sus viejos muebles: iluminando con su desorden la derrota,

andando descalzo por los tizones ardientes del deseo pagado,

del deseo que no da de comer ni alimenta mis sentimientos.

 

Vendo mi cuerpo entre sonrisas sin dientes y manos sin dedos,

entre miradas sin fondo y besos prohibidos sin denominación de origen.

 

Me vendo por una caricia, una sonrisa, una mano o un beso...

 

... pero nadie me compra esta noche,

a nadie le interesan mis deseos de saldo.

 

lluvia

Odio la lluvia de Roma.

Odio la gente que dice que ama la lluvia en Roma.

Odio la gente que dice que la lluvia le acaricia.

Odio la lluvia de otoño,

de esta estación estéril en que vivo.

Odio la lluvia que sorprende

y la lluvia que se espera.

Odio la lluvia que limpia el cuerpo

y la que se estanca en la boca y se pudre.

Odio la lluvia que lava las heridas

y la que se pierde en las grietas de los monumentos.

                       

Odio la lluvia en Roma,

esta pertinaz lluvia que me cierra los ojos

mientras me sorprendo gritándole al cielo.

 

Despedida de Roma

¿Cómo te recordaré entonces, mi amada Roma,

cuando te disfraces de un aroma triste y gris,

cuando el polvo de tus columnas caídas

se confunda con el de mis huesos torturados?

 

¿Ciudad pintada con las acuarelas de un niño?

¿Escandaloso zoo de gatos al aire libre?

 

No lo sé. No soy capaz hoy de imaginarte, Roma.

En estos meses, tú has envejecido un segundo,

yo algo más de tres milenios y dos silencios.

¡Cómo podré evocar tu sinuosa geografía, Roma,

cuando yo esté lejos, a mil millones de años luz,

bajo el peso de toneladas de escombros y ruinas de asfalto;

cuando tú, egoísta Roma, te hayas olvidado de mí,

y no recuerdes quien en el ayer recorrió tu geografía

como caricias nocturnas en silenciosos paseos!

 

Esta noche me despido de tus abrazos, Roma,

de tu sonrisa que creo descubrir en cada esquina,

como la que queda entre Caravaggio y Piazza Navona.

 

Volveré mañana a visitarte, a evocar, Roma,

una vez más tu geografía llena de farolas.

Pero mañana ya no seré yo, este yo que hoy se despide,

sin saber cómo podré recordarte ni cómo podré vivirte,

por más que haya intentado en estos versos

acariciar el sinuoso itinerario de tu geografía, Roma.

II. Otras geografías

 

Viaje a Salamanca. I

Ante tu tristeza,

ante esos ojos, lagos que esconden su fondo,

ante esas manos temblorosas,

verdaderos pañuelos blancos en las ventanillas de un tren,

me siento como un camaleón;

me siento transparente en medio de la carretera:

puro asfalto, puro polvo, puro andén.

 

Te dejé esta mañana enmarcado en la puerta

y tu sonrisa –escapulario de mi amor-

me recorrió la espalda como una caricia.

 

El metro balancea mi cuerpo y tu maleta;

los párpados se me cierran, pero no hay sueños.

El camaleón de tu mirada me acompaña en este viaje.

A veces como una pesadilla.

A veces como una muda.

A veces como ese billete que escondo en el bolsillo,

billete solo de ida…

que le gustaría convertirse en juego de damas.

 

Pero es todo mucho más sencillo

-como casi siempre sucede fuera del mundo de las palabras.

 

Tu cara sonriente,

tu pelo alborotado, a las puertas de la estampida,

tus manos cariñosas,

y tus besos como el tacto de una fuente,

todo me recuerda que esta mañana nos dijimos adiós,

que esta mañana en realidad los dos escuchamos te quiero.

 

Buenos Aires-Ginebra

Desde Azul
(recuerdo de la calle Maipú)

A Nora Gómez

Las sílabas de la Enciclopedia Británica siguen revoloteando por el papel
que siembra de primavera las escasas estanterías de las paredes.
Deslumbrantes flores como manchas de humedad en las esquinas
y el árbol de una lámpara plantado en medio del salón.
Siempre había alguien que le ayudaba a cruzar la calle Maipú,
siempre había una palabra de gratitud que caía de sus labios.
Todavía las aceras, las indisciplinadas aceras de Maipú
conservan el cuidadoso roce de su bastón y de sus zapatos ciegos.
No me imagino cuántas habitaciones tendrá la casa,
cuántos muebles viejos, escasos en sus sombras, permanecerán almacenados,
gritando polvo, cada vez más silenciosos, cada vez más acobardados.
Hay una placa en la fachada, justo al lado del gran portón,
una placa que recuerda que ahí, justo en el segundo piso,
en el número 994 de la calle Maipú vivió el poeta toda su vida
desde que abandonó sus sueños fundacionales de Palermo.
Seguro que debajo de las alfombras disecadas sobrevive un cuento
y que es posible seguir el hilo de los versos por el pasillo.
La casa de la calle Maipú sigue desde hace años vacía.
¿Quién se atreve a convivir con las pesadillas de Jorge Luis Borges?

 

735

Hay vida en el cementerio de Plainpalais de Ginebra.

Los coches marcan los límites de los muros

con el pegajoso deslizar de sus contenidas ruedas,

pero dentro los pájaros se han adueñado de los árboles

y la hierba crece sorda, entre las tumbas,

ajena a la grandeza que esconde y les alimenta.

Hay vida en el cementerio de Plainpalais de Ginebra,

alrededor de la tumba 735 –en el plano D6-,

alrededor de esa piedra que sueña en anglosajón

y de las flores, de esas hierbas que levantan

el boceto de un cuerpo en otros tiempos glorioso.

Todo se oscurece ante las puertas que se abrieron para él,

todo se ciega ante un nombre que, tallado sobre la piedra,

sueña que vive eternamente en su Recoleta:

“Jorge Luis Borges. 1899-1986”

 

Dos poemas desde los valles calchaquíes

 

Para Marta Haro y Ana Marín

Cae una gota de lluvia,

sonríe la Pachamama

y lo hace con sonrisas

azules, de azul quebrada.

Solo una gota de lluvia

y los cardones se alzan

sobre las grises laderas

con sus centenarios brazos,

cardones que son ejércitos

en los libros de historia,

cardones con uniformes

de victoriosos soldados

que van dejando cenizas,

fuego y humo a su paso.

Hace tiempo que el zurí

no danza sobre la tierra.

Lejos queda ya la última

risa de la Pachamama.

 

 

No son ángeles los niños

de Llullallaico. No son ángeles

que murieron en la montaña

a seis mil metros de la nada,

a seis mil metros del altar

que convirtió su inútil sacrificio

en una improvisada tumba.

Infantiles sonrisas sobre sus caras

que la helada transformó en muecas.

No son ángeles los niños

de Llullallaico. No somos dignos

de profanar el silencio

de las cuencas de sus ojos invisibles.

 

Nocturno santafereño

Lejos de ti las horas se desbocan

entre los raíles de los tranvías

y las calles van cambiando su nombre

por fracciones de tablas aritméticas.

 

Lejos de ti, la pantalla del cine

solo vende rosas en blanco y negro

y los asientos de los autobuses

se deslizan ajenos a las curvas.

 

Lejos de ti, esta ciudad se enmarca

en el viaje nocturno de los cerros

a espaldas del mar y de las aceras,

 

ciudad que se confunde en mi distancia

que acoge mis suspiros al sentirme,

lejos de ti, como un gato sin dueño.

 

SMS a mvils

Tns k vnir ya; l otñ se sta apodrndo d paris

kuento ls mnutos; kuento ls mnutos y tu ausncia s ace matmtica: cmo si la cncia hbiera dskbierto l scrto d ls agjers ngros!

No ay nda cmo ts bsos; nda cmo la cricia d ts bsos, nda cmo l ttuaje n ms lbios d ts bsos, ni l vrde amrgo d ls mviles, ni ste scrbrns al msmo tmpo.

No t clles ni 1 t kiero: ls kiero tdos. Sn mi tsoro.

Prmro acrcat a mi bca, a mi bca... slo ntoncs l pcho s m yena d pjaros.

No t qdes n l umbrl d la snrisa; rgalam la cmbre d ts dients.

Dvorm l corazn, sn piedd: s l unko kniblsmo k no sta prsguido.

Sta nche no as vnido a vrme. Otr nche q s kda sn sntido.

Bnas nches, mi amor, ¡k impsible s m ace sobrvvir sn ls mreas d tu kuerp!

M gsta vrte d splds. M gsta llnart d rios ls plyas d tu splda.

Ablas, ablas y ablas cn ts silncios. Dja ls plbrs y susurram bsos n ls labios.

Vn, no tngas mied. Sta nche m an purifikdo ts plbrs.

Caen ls ptlos d ls rsas n la vntna. Caen ls ptlos y rkuerdo ts abrzs, ls dulcs ptalos d ls rsas d ts bsos.

Crrado cmo l flr amrilla dl hbicus. Rplgado n mi blnk sldad nctrna. Ausnte ljs dl rjo amncr d ts lbios.

 

III. Diario de un viaje  a la tierra del dragón

 

A Alberto Porqueras Mayo y Chen Kaixian

25 de octubre: 12’00 horas

(Delante del Palacio de la Suprema Armonía)

Al embajador le habían informado de los destellos

cegadores del sol sobre los tejados dorados de los palacios,

de los dragones que protegían las fronteras de los patios

y de las miradas amenazantes de los eunucos en las esquinas,

siempre invisibles, siempre vigilantes.

Le habían hablado del trono que se alzaba por encima de las cabezas,

del olor a resina que se escapaba del palisandro perfumado

y de las grullas que sostenían la soberbia de la inmortalidad,

con las que el emperador se divertía mientras hablaba.

Contó de memoria mientras cruzaba la Puerta de la Suprema Armonía

las veinticuatro columnas que vería en el interior del palacio,

y se imaginó la expresión de los seis dragones que las protegían,

el verde que pintaba el techo de una eterna primavera.

El humo de los pebeteros se mezcló con el trinar de los timbales,

y delante de los ojos vio a lo lejos los dragones en bajo relieve

que, por un instante, habían sostenido el cuerpo del Hijo del Cielo.

El emperador no era más que un niño, una tierna caña

ante la que el embajador debía quebrar su espalda cargada de años,

de la experiencia de haber recorrido más de un océano.

Le hablaron de las fiestas que se habían celebrado allí mismo

hacía tan solo unos días por la proclamación de nuevos funcionarios,

los que debían ser, a un tiempo, los oídos y los ojos del emperador,

sus manos más allá de donde el sol es capaz de hacer sombras.

Nadie calló la belleza de la emperatriz tras su velo de misterio

ni de la arrogancia de la que siempre se jactaron las concubinas.

Desde que comenzara el viaje, el embajador había soñado cada noche

con el instante de verse cara a cara con el Hijo del Cielo,

de recorrer con solemnidad la Puerta de la Suprema Armonía

hasta llegar con su embajada al centro mismo del Universo...

 

¡Lástima que todo lo estropearan los gritos de los turistas

que en aquel momento habían entrado en la Ciudad Prohibida!

 

27 de octubre: 12’00 horas

(Caminando por Guozijan Jie)

¡Maldita niebla!

 

Esta mañana ha madrugado por encima de los semáforos,

dejando las ventanas empañadas de paisajes mudos.

Ciudad sin horizontes, ciudad sin rascacielos, ciudad casi sin coches.

 

¡Maldita niebla que ha devorado las esquinas de los edificios,

los detalles milagrosos que costaron la vida a cientos de artesanos!

 

Guozijan Jie se va descubriendo al ritmo de mis pasos:

no hay más geografía que las luces de los coches y de los restaurantes.

El claxon y los gritos marcan los límites de las aceras.

 

¡Maldita niebla!

 

Y todo parece lejano en la miopía de las horas que pasan,

los minutos que van calando los huesos del antiguo Templo de Confucio.

 

¡Qué diferente sería todo si ahora estuvieras a mi lado!

¿A quién le importaría esta niebla que me empaña los ojos,

esta lengua que dibuja jeroglíficos en cada una de sus vocales!

 

¡Maldita niebla!

¡Hay tantos modos de nombrar la melancolía!

 

27 de octubre: 23’30 horas

(Desde Phoenix Palace Hotel, Nanjing)

¿Qué son seis horas en el círculo grandioso de la tierra?

¿Qué son seis horas en el fluir de las semanas y de los meses?

Pasamos más tiempo iluminando las carreteras en los atascos,

más en buscar como depredadores un asiento libre en el metro,

en ensayar sonrisas que se deshacen al salir del cuarto de baño.

Las luces de una desconocida Nanjing iluminan el ventanal,

anuncios que llenan la noche de aburridos fuegos artificiales.

Fuera, el acelerador de un coche, solo un coche lento y solitario.

¿Qué se hicieron de los atascos, de la maraña de bicicletas

de las calles de Beijing, siempre pronta para romper el tráfico?

Seis horas nos separan; seis horas y miles de kilómetros.

Seis horas que han trastocado cada uno de nuestros horarios

y me vuelvo loco deseándote las buenas noches en la siesta,

a darte los buenos días cuando comienza nuestra almohada

a sentir el leve cosquilleo de tu cabeza llena de pájaros.

¿Qué son seis horas en la circunferencia de los relojes?

¿Qué son en el diseño anual de las hojas de los calendarios?

 

Un suspiro cuando me encuentro entre tus brazos.

Una vida cuando son las horas que cronometran nuestra distancia.

 

29 de octubre: 23’00 horas

(Nocturno en Nanjing)

La noche de Nanjing se ha llenado de fiestas,

y las luces de la avenida parece que han explotado

inundando de rojos y de amarillos las aceras.

 

La torre del hotel se derrite en bengalas como una tarta

y las luces de los coches van disparando serpentinas

que se quedan colgando en los brazos de los semáforos.

 

El río Yangtze es un dragón de dientes afilados

y las luces de los vestidos que se estrenan los escaparates

queman el misterio financiero de las operaciones matemáticas.

 

Mi habitación, por fin, ha dejado a un lado sus tonos grises,

y la luz verde del móvil ilumina la Puerta de la Felicidad,

que me lleva hasta el Templo Sagrado de tu Sonrisa.

 

Ahora sí que es tiempo de fuegos artificiales por las calles:

las luces de tu voz convierten Nanjing en un banquete

que voy devorando con los palillos afilados del deseo.

 

30 de octubre: 21’00 horas

(Avenida de Hunan)

La luna es un adorno más entre los globos de la Avenida de Hunan.

Los escaparates llenan de luces y sombras las aceras improvisadas

por las siluetas de los zapatos comprados en la tienda “Don Quixote”.

Todo es posible por la noche en la Avenida de Hunan.

Un gigantesco árbol de luces intermitentes y dioses protectores

ha sido plantado a la puerta del túnel de la luz.

En frente, como en la desordenada fila de los colegios,

se suceden los puestos ambulantes y un Kentucky Fried Chicken.

Los abuelos de la calle se confunden con el anuncio luminoso,

y un joven vende manzanas de caramelo convertido en estatua:

solo el brillo codicioso de su mirada delata su verdadera naturaleza.

 

No hay espacio para más tiendas en la Avenida de Hunan,

el altar iluminado para la adoración nocturna de los nuevos dioses.

No hay espacio para más fotografías en la Avenida de Hunan.

 

31 de octubre: 5’00 horas

(Insomnio)

¿Duerme Nanjing bajo la aparente tranquilidad de las mantas del sueño?

La niebla ha devorado los rascacielos y el horizonte, el río Yangtze.

Solo las farolas –inútiles rayos de sol- iluminan las calles solitarias;

solitarias las antenas, las aceras, los pasillos de los hoteles.

Los uniformes militares –tan solemnes durante las horas del día-,

se entretienen en practicar posturas obscenas en los armarios.

La explosión de sabores de la cena llena de colores el estómago:

cabeza de león al vapor acompañada de medusas y brotes de bambú,

pescaditos de plata, flor de perlas y frijoles cuatros estaciones,

bocadillo de esmeraldas, la siempre sabrosa sopa de serpiente

y las flechas de carne que se disparan desde el barco del río.

¿Acaso ha llegado el momento de la venganza de los palillos,

torturados sin piedad por los dedos de nuestros deseos infantiles?

En mi estómago se escuchan los ecos de sus himnos de guerra

que, poco a poco, van devorando los minutos consagrados al sueño.

 

Nanjing, por momentos, se va abriendo al azul de un nuevo amanecer.

La ciudad, por instantes, se llena de ruidos y de guiños de ventanas,

de la danza macabra que comienza a bailar el rosario de los despertadores.

 

31 de octubre: 11’30 horas

(En el Parque Shouxihu, Yangzhou)

 “Estoy componiendo un poema amoroso junto a mis amigos

bajo la luna luminosa”, dicen que dice el letrero junto a la estatua.

El poeta acaba de levantar la mirada mientras la pluma

conserva la vibración del arco creativo recién tensado.

No le faltan las palabras sino el corazón para escribirlas:

su corazón se encuentra muy lejos, a miles de kilómetros de distancia.

Rodeado de crisantemos, sonríe acompañado de sus amigos.

El bambú es un abrazo en la arquitectura de la puerta de entrada.

Mientras, los turistas agotan con sus prisas la tranquilidad del parque,

los puentes suspiran sobre los canales que va serpenteando el lago

y un grupo de niños grita y posa ante el cuadro de la fotografía.

 

Estoy componiendo un poema amoroso bajo la luna de neón,

rodeado de los recuerdos de tu cuerpo, de tu boca, de tus dientes,

de esa manera tuya de susurrarme te quiero en cada uno de tus gestos,

de esos gestos que coloco junto a la estatua del poeta en medio del parque:

ofrenda diaria para convertir en piedra y cobre un te quiero.

 

Coda.

Canción para Azul (ciudad cervantina de la Argentina)

 

A Carlos Filipetti

¿Y qué era el azul antes de conocerte, Azul?

“El color de los ensueños, el color del arte,

un color helénico y homérico”, como dirían

los esdrújulos acentos modernistas de Rubén Darío.

Un color más en la gama milagrosa del arco iris,

el color de unos ojos y el de los ojales de las canciones

que dictan lecciones en aulas vacías y bostezantes,

de unos pantalones que recorren los aeropuertos

al ritmo de los retrasos y de la incertidumbre de las maletas.

 

¿Y qué es el azul ahora que te conozco, Azul?

Ciudad mítica en que los sueños se hacen realidad,

ciudad que transforma en ilusión lo que para otros

es intriga y necedad, falsedad y simple provecho,

ciudad que, día a día, va reescribiendo el diccionario,

que terminará convirtiendo Azul en sinónimo de generosidad,

ejemplo de las raíces de una tierra que vive en sombras,

ejemplo de las luces que iluminan a lo lejos los claros del bosque.

Ciudad que mira el futuro con ojos cristalinos,

que se baña en las aguas de los proyectos alcanzados,

de las nuevas ilusiones que se sueñan cada día, a cada instante.

Ciudad en que las ideas encuentran tierra bien abonada

y un cielo que hasta convierte en azules las tormentas y la niebla.

 

Y te canto, Azul, desde la atalaya de tus nombramientos,

de los oficiales y de los que todos nosotros atesoramos

en las esquinas torturadas de la milonga de nuestros corazones.

 

Te canto, Azul, desde la sorpresa, quitándome el sombrero

de la admiración ante todos los azuleños que aquí aplaudimos

tus nombramientos hechos cerámica, tus éxitos que son los nuestros.

 

Te canto, Azul, mientras don Quijote sigue paseándose

por tu plaza San Martín, por delante del resucitado Teatro Español;

hace dos años, esbelta estatua de latón sobre cuatro ruedas,

y hoy, Quijotes y Sanchos de infantiles carne y hueso,

Quijotes envueltos en las fecundas locuras de las páginas impresas,

Quijotes difuminados tras las máscaras de las barbas postizas,

Quijotes que se inventan cabalgaduras a partir de objetos reciclados,

Quijotes sobre las monturas de infantiles miradas sin tormenta.

 

Te canto, Azul, mientras los niños siguen coloreando la sonrisa

de don Quijote ante el espejo imaginado por Walt Disney

que el “Tiempo” multiplicó en un nuevo milagro contable

en la siembra necesaria de los corazones infantiles, la luz,

la llama encendida de ese futuro que se llama libertad.

 

Te canto, Azul, sentado en los palcos del Teatro Español

que, desde hace dos años, conserva los susurros del asombro,

los gritos de curiosidad y las miradas en actitud interrogante

de las miles de personas que fueron deshojando su tiempo

ante las vitrinas de la exposición “De la Mancha a la Pampa”;

palcos que hoy han rescatado romances españoles, ritmos sefardíes,

y los gritos modernos de notas torturadas en risas adolescentes.

 

Te canto, Azul, entre las habitaciones de la casa Ronco,

junto a ese espacio detenido, a ese segundo fugaz

de los anteojos sobre la mesa, la plumilla con tinta aún fresca,

junto a los lomos de los libros, que ayer como hoy,

multiplican el nombre de don Quijote por sus estantes.

Libros que hace dos años reinaban solemnes y majestuosos

en las jaulas cuadriculadas de las ventanas de las vitrinas

y que hoy han recuperado de nuevo el ritmo cotidiano

de unas estanterías, el polvo dorado de la certidumbre.

 

Te canto, Azul, evocando una vez más la figura majestuosa

de Bartolomé Ronco, recordando una vez más, como siempre,

la de su mujer, la “santa” María de las Nieves Jiménez,

raíz de tanto amor, de una pasión que no conoció atajos,

que se consagró a su hija Margarita, en vida y después de ella.

Margarita hoy tan cerca de nosotros, tan cerca de nuestra mirada.

 

Te canto, Azul, paseando, una vez más, como hace dos años,

con Morena, desde la Biblioteca Popular a la casa Ronco,

compartiendo conmigo, con su bracito sobre mi brazo,

sus recuerdos de aquella casa, sus recuerdos de amistades,

los más cotidianos detalles que me devolvió el instante

en que el doctor Ronco estaba acabando el último de sus juguetes.

 

¡Cuántos sueños hemos recorrido juntos en tan poco tiempo!

¡Cuántas geografías me has ido descubriendo, Azul, en el atlas

de los corazones abiertos y de las sonrisas generosas!

¡Cuántos, pero cuántos sueños vividos, los dos de la mano!

¿Cuántos sueños, cuántos proyectos quedan aún en las albardas

de Sancho Panza, en los libros que se salvaron del escrutinio

de la biblioteca, tan leída, tan querida, de Alonso Quijano?

 

“¡Temblad, gigantes del mundo, que viene don Quijote!”

se oyó gritar a un niño mientras jugaba en su habitación.

¡Temblad, gigantes del mundo, que venimos los azuleños!

Que nos hemos acostumbrado a soñar en voz alta,

a soñar todos un mismo sueño en este lugar tan manchego,

en este lugar al que todos los que somos de tierras lejanas volvemos,

lugar de los territorios de La Mancha, de cuyo nombre

todos nos acordamos: Azul, ciudad que lleva a don Quijote

por las venas de sus avenidas, de sus calles, de sus corazones.

Ciudad que ha puesto color a La Mancha imaginada por Cervantes.

¡Temblad, gigantes del mundo! ¡Temblad, molinos de viento

de la desidia y del aburrimiento, de los lugares comunes,

que los azuleños hemos comenzado a soñar todos juntos,

que este solo es el principio de nuevas aventuras quijotescas!

 

¡Temblad, gigantes del mundo, temblad que aquí estamos los azuleños!

(Azul, Chacra de Carlota Azcona, 23 de abril 2007)