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Prólogo de La juventud de Cervantes

Carta dedicatoria al lector

 

            Esta que ves aquí, lector ocupadísimo, no es una biografía de Miguel de Cervantes. O no es una biografía al uso que intente descubrir a Miguel de Cervantes, las andanzas y aventuras de Miguel de Cervantes, gracias a la escasa documentación que ha ido dejando a lo largo de su vida, a sus escritos, al testimonio de otros escritores o al cúmulo de investigaciones que se han ido sucediendo desde 1738 hasta nuestros días. Hay y ha habido muchos Miguel de Cervantes a lo largo de la historia. El Miguel de Cervantes real, el que vivió entre 1547 y 1616, el del día a día, el de carne y hueso, el de las dudas y el de los golpes de fortuna (con mayúscula y minúscula), el de las risas y el del sudor, aquel que estrechó mil veces la mano a cientos de otros personajes reales –e igualmente desconocidos- como él. Pero también existe el Miguel de Cervantes que se proyecta, que se inventa, que se convierte en personaje de ficción en la utilización de las vivencias personales y en el recuerdo en los escritos del propio Miguel de Cervantes, comenzando por la redacción de las preguntas para la conocida como Información de Argel en 1580. Un Miguel de Cervantes sin matices, una imagen idílica, un personaje más en la paleta sorprendente de su obra literaria. Hay otros autores que han hecho de sus recuerdos, de la evocación de sí mismos una de sus mejores creaciones literarias (de Petrarca a Marguerite Yourcenar). En Miguel de Cervantes no podemos ir tan lejos, pero sí que es posible transitar los caminos de la autorrepresentación para preguntarnos por su sentido. Y, por último, hay un Miguel de Cervantes que se ha llenado de Historia y de las historias de los cientos de biógrafos y de cervantistas que desde el siglo XVIII se han acercado a su vida para intentar comprender al mito en que se ha convertido ya Miguel de Cervantes, un nombre que hay que escribir en mayúsculas. Datos de una vida que son los cimientos para intentar explicar una obra; una obra magnífica, única, donde, de manera inevitable, el mito cervantino termina por entremezclarse con el mito quijotesco. Vidas que terminan siendo paralelas. Vidas que se terminan justificando en el papel. La de don Quijote de la Mancha, en la lectura de los libros de caballerías; la de Miguel de Cervantes, en la lectura de sus biografías, algunas tan fantasiosas, tan hiperbólicas, tan cercanas a lo maravilloso (y hagiográfico) que parecerían uno más de esos libros de caballerías de entretenimiento que seguían gozando del favor de los lectores a principios del siglo XVII.

            ¿A qué Miguel de Cervantes prestarle atención? O dicho de otro modo, ¿por qué prescindir de alguno de ellos, del Miguel persona, del Miguel personaje o del Miguel mito? Este es el reto del libro que ahora tienes entre manos, lector amantísimo: el viaje a los orígenes de Miguel de Cervantes, a ese Miguel que es el cimiento del otro Miguel que es el creador de una obra literaria que aún hoy, cuatrocientos años después, sigue sorprendiéndonos, nos sigue admirando y enseñando, alzándose por encima de las geografías y del tiempo como un mito universal. ¡Y qué pocos son los autores que han conseguido semejante universalidad, una predicación tan generalizada a lo largo del tiempo! Este libro es una primera etapa de nuestro viaje hacia la galaxia Miguel de Cervantes, a esta galaxia que, a pesar de estar tan cerca sigue siendo una desconocida por seguir viviendo en los tópicos y en los lugares comunes que, en ocasiones, lo convierten en una caricatura de sí mismo. A mí lo que me gusta de Miguel de Cervantes es la complejidad de su vida y la variada recepción de la misma, la apropiación que cada época, cada movimiento literario, artístico o político ha hecho de su biografía. Las simplificaciones de un titular de prensa no me interesan.

            El viaje que te propongo para acercarnos a la vida de Miguel de Cervantes tiene dos etapas, dos momentos bien diferenciados. Un primer momento de construcción, de búsquedas, dinámico, donde las posibilidades se multiplican y el futuro está por escribirse en las diferentes geografías en que se mueve Miguel de Cervantes, en que se construye Miguel de Cervantes. Y un segundo momento, de consolidación, de voluntad, estático, que tiene un único espacio de desarrollo (la corte de la Monarquía Hispánica) y una única preocupación (la merced solicitada, apoyada su petición en los trabajos y servicios prestados en el primer momento de su vida). En esta segunda etapa de su vida, a pesar de situar a Miguel de Cervantes en Madrid, Lisboa, Valladolid, Sevilla o los diferentes lugares que visitó obligado por su oficio de comisario general de abastos, en realidad Miguel de Cervantes siempre estuvo en la corte, siempre se mantuvo en el cerco de la corte hispánica a la espera de su “merced”. La corte le presta unidad a su vida, a esa nueva vida que comienza en 1580 cuando vuelve del cautiverio de Argel y que se prolongará hasta 1616, cuando muere en el corazón de Madrid. Una vida que, estando en el corazón de la corte, vive en la búsqueda de una “merced” que le permita salir de su círculo. Cervantes sueña con una nueva geografía: América. Sueños, también en construcción, que acaban en 1590 cuando recibe la contestación final en el margen de su petición para cubrir alguno de los cuatro puestos vacantes que han quedado en América: “Busque por acá en que se le haga merced”. Y esa “merced” no tendrá que buscarla muy lejos: representante de su Majestad en los pueblos andaluces como comisario general de abastos; pero, como suele ser habitual en Cervantes, el portazo final de esa “merced” será el principio de una nueva vida, ahora proyectada en la literatura, esa literatura en la que el otro Miguel de Cervantes, el personaje ideal, siempre se ha sentido cómodo. Una obra literaria que le permitirá alejarse del Miguel de Cervantes de carne y hueso. Una obra literaria que será el pedestal donde brillará con luz propia el bronce de la efigie de su mito.

La vida literaria le regalará a Cervantes la fama que nunca consiguió en la vida real. Una fama que le llegará con el tiempo, con la lectura de verdaderos entusiastas y aprendices de Miguel de Cervantes en tierras inglesas, francesas y alemanas a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Una fama que hizo de su nombre, Miguel de Cervantes, una oración, y de su biografía, un enigma, una geografía en la que proyectar la genialidad de su obra, hasta el punto de considerar sus citas literarias como documentos históricos. El Miguel de Cervantes convertido en un mito que esconde a lo largo de su obra, como pistas para el avezado biógrafo, datos perdidos del Miguel de Cervantes hombre.

            Estas son las razones, desocupado lector, que me han llevado ahora a indagar y detenerme en el primero de los momentos biográficos de Miguel de Cervantes, ese momento de construcción, ese momento en que el joven Miguel va en busca de un trabajo, que creo que, en sus orígenes, ha de vincularse al nuevo espacio que los “letrados” están conquistando día a día en la corte, en el complejo espacio clientelar de la corte de la Monarquía Hispánica; una construcción que pasa por una carrera militar que comienza en 1570 y que se estrena en una de las batallas más recordadas de todo el siglo XVI, la batalla de Lepanto, a pesar de ser una victoria de papel antes que de resultados prácticos en el reparto de poder en el Mediterráneo; una carrera que le lleva a volver a España en 1575 para solicitar una patente de capitán, y así poder volver a Italia al mando de una de las compañías que se estaban formando en la península ibérica. Una vida que tiene que volver a construirse en el cautiverio de Argel hasta 1580; una vida futura que pasa por los trabajos allí realizados, en especial, el de “passeur”, es decir, el que ayuda por dinero a otros cautivos adinerados a conseguir su libertad. Del cautiverio de Argel siempre se vuelve –tarde o temprano-, pero nunca se vuelve de la misma forma de como se llegó. Y así le sucederá a Miguel de Cervantes, a ese otro Miguel de Cervantes que llegó a la corte en 1580 solicitando su “merced”. Este primer espacio, que suele ocupar unas pocas páginas de las biografías tradicionales, más volcadas a indagar y comentar las obras literarias escritas en su segunda etapa, en especial, a partir de los años gloriosos –en el campo de la literatura- que comienzan en 1605 con el triunfo de la primera parte del Quijote, es el tema de este libro, de nuestra investigación.

            Una investigación que pretende situar al Miguel de Cervantes hombre en su época, en las costumbres y modos de su tiempo; que se acerca tímidamente al Miguel de Cervantes personaje, tal y como él se quiere proyectar y que se recuerden sus actos durante estos primeros años –con la finalidad de contar con el máximo de apoyos para conseguir la “merced” que va a solicitar-; y por último, una investigación que quiere también comprender cómo se ha ido construyendo el Miguel de Cervantes mito, indagando en el origen de algunos de los iconos en que se sustenta, como los espacios preservados de su pasado (la casa natal de Cervantes, la cueva de Argel…) o el origen de algunas de las leyendas sobre su vida, en especial, su participación en la batalla de Lepanto, con esa imagen de don Juan de Austria yendo a visitarle al hospital donde se encuentra herido, o el momento exacto del descubrimiento de un documento, que permite añadir un dato histórico a la vida cervantina. Estas tres perspectivas del análisis unidas al acopio de materiales, algunos novedosos, en que se sustentan, y el apoyo iconográfico, esencial para la configuración del mito y para la comprensión actual de los Siglos de Oro, me han obligado a configurar la biografía de Cervantes en dos momentos, en dos libros.

            La palabra construcción será la más repetida a lo largo de las páginas de este primer libro. Pues así veo esta primera parte de la vida de Miguel de Cervantes, la más desconocida pero, por otra parte, esencial para comprender cómo se va configurando, engrandeciendo Miguel de Cervantes a su llegada a Madrid con la simbólica edad de treinta y tres años.

No fue fácil vivir en la Castilla de los Siglos de Oro. No era fácil vivir sin el apoyo de una casa familiar, de un blasón nobiliario o de unas tierras que produjeran rentas suficientes. La vida en los Siglos de Oro es una aventura, una construcción continua. Se construye el hidalgo pobre en su lugar. Se construye el noble que ha de luchar cada día por su posición en la corte, atento a los cambios en las facciones de poder, al humor del rey o de sus validos (y, posteriormente, de sus secretarios). Se construye la mujer que tiene que estar atenta a los cantos de sirena de los matrimonios secretos. Se construye a todas horas. Y así lo harán también las ciudades, los puertos, los mares. No hay nada que sea uno, inamovible a lo largo de los Siglos de Oro. Ni las prebendas, ni los premios, ni las designaciones. Ni tampoco los castigos o las desilusiones. Un día un lugar ve cómo ha de inventarse de la noche a mañana porque ha sido designada, por primera vez, espacio fijo de la corte; y años después se levanta con la noticia de que deja de serlo, y ha de volver a inventarse, a añorarse, a buscar nuevas posibilidades, a luchar para volver a serlo. Tejer y destejer, ese es el día a día de un imperio, el de la Monarquía Hispánica, que no para de crecer y, en su propio crecimiento, no para de destruirse. Un rey, Felipe II, que lo controla todo, que deja huellas de su trabajo diario en los márgenes izquierdos de tanto papel que pasa por sus manos, y que de todo duda y a todos teme. Y no siempre a los mismos. Y no siempre de las mismas cosas. Unos nobles que ya no tienen fe en sus apellidos y que tienen que sobrevivir en una corte que es un tablero del juego de la oca, donde el azar de los dados de la fortuna tienen también su importancia. Castellanistas o papistas. Cristiano viejo o nuevo. Hombre o mujer. Todo es dual. Todo está en construcción durante los Siglos de Oro. Uno es lo que es también dependiendo del momento, del lugar, de los amores y de los odios.

            Se construye en estos años la guerra en Europa, en acuerdos y en desavenencias que tienen que ver mucho con el comercio en el Mediterráneo y la expansión de ese nuevo mundo que se comunicará con el Atlántico.

            Se construyen en estos años nuevas reglas religiosas donde la ortodoxia se decide en monasterios, palacios y salones, y a golpe de batallas, y de victorias y derrotas, de pulsos de poder más allá de las disputas teológicas.

            Se construye en estos años una nueva geografía, donde el Mediterráneo balancea en sus aguas tranquilas entre el poder otomano y el cristiano, lugar propicio para el corso berberisco, pero donde el Atlántico está poniendo las bases de un nuevo orden mundial que dará sus frutos en los siglos posteriores.

Se construye en estos años la cultura en Europa, con la expansión de la imprenta, ese nuevo medio que permitirá, por fin, la consolidación de una industria poderosa alrededor del libro (una industria que dejará en ridículo a la que ya existió en la Roma clásica o en la Europa medieval, y que será, a su vez, ridícula en comparación a la imprenta industrial del siglo XIX).

Se construye en estos años la vida a base de escritos, de papeles. Los letrados se multiplican porque de cada gesto, de cada movimiento hay que dejar una huella en forma de letra. El negro sobre blanco se convierte en el respirar de una sociedad que va perdiendo la memoria.

            Una época de construcción. Día a día. Se vive en los márgenes en más ocasiones de las que pensamos, y todo está por hacerse, aunque todos saben el final, el verdadero final, porque en esta construcción, sobre todo, en la construcción diaria de la Monarquía Hispánica, no hay en realidad movimiento. Y mucho menos, movimiento social. Uno es lo que es según su nacimiento, al margen de toda construcción. Los archivos, las bibliotecas están llenos de informaciones que fijan una vida en papel, una única vida de papel en el testimonio de varios testigos, que ya son otros cuando se alejan de la mesa del escribano público. Pero ahí queda su testimonio –ese sí fijado en la tinta de la escritura, inalterable, para siempre, verdad por encima del tiempo-, como si fuera su vida. La única real. La única que va a ser recordada.

            No era fácil vivir en los Siglos de Oro. Nunca lo ha sido, pero mucho más en una época donde no hay nada que se mantenga en el tiempo. En el tiempo de un imperio. En el tiempo de una corte. En el tiempo de una vida. En el tiempo de un recuerdo.

            Miguel se construyó a lo largo de su vida, desde su nacimiento en Alcalá de Henares hasta su muerte en Madrid, sin olvidar la geografía en que fue construyéndose a lo largo de su vida, esa geografía europea y africana, que pudo, rondando los cuarenta y tres años, haberse vuelto americana. Se construyó como así también lo había hecho su abuelo, el licenciado Juan, y como lo tuvo que hacer su padre, Rodrigo. El primero para dar rienda suelta a su ambición; el segundo, por las limitaciones de una sordera que, con los años, dejó de construirse para instalarse del todo en su día a día.

            Miguel de Cervantes se construyó en los viajes, en las geografías que conoció siendo niño acompañando a sus padres en su propia construcción por tierras castellanas y andaluzas; en los viajes que emprendió a Italia, cuna de la cultura humanística, pero también tierra fértil para la soldadesca imperial, su verdadera meta y destino; en los viajes por todo el Mediterráneo al servicio de su Majestad, ya fuera en diferentes compañías, ya fuera en el silencio y el anonimato de los despachos personales del rey Felipe II; en los viajes por las calles sinuosas de la corte de Madrid –y de ahí a la de Valladolid-; en los viajes por los pueblos donde le recibían con el gesto torcido y los puños cerrados siendo, gracias a la merced conseguida, el representante de su Majestad para recaudar los impuestos para la Armada Invencible; en los viajes, por último, que emprendió con cada una de sus obras literarias, un viaje que le llevó de los géneros de moda –las comedias, los libros de pastores, los libros de caballerías- a jugárselo todo a obras destinadas a un público minoritario: la novella, el poema didáctico o la novela bizantina. Un viaje de palabras igualmente en continua construcción.

            Miguel de Cervantes también se ha construido en la mirada de sus biógrafos, en el correr del tiempo, a lomos del éxito universal de su Don Quijote y del resto de sus obras. Una mirada que se ha construido a base de silencios y de voluntades. Un silencio que comenzó a llenarse de voces en 1738 cuando Mayans y Siscar publica la primera de las biografías cervantinas como tal. Un silencio que se construye en la voluntad inglesa de convertir el Quijote en una sátira moral de carácter universal, alejándolo de su primera construcción como un libro de caballerías castellano. Una biografía que no se ha dejado de construir desde entonces. A partir de la búsqueda de los documentos. A partir de la necesidad de situar los datos a la altura que el mito de Cervantes como escritor ha ido adquiriendo a lo largo de los siglos.

            Miguel de Cervantes ha gozado desde 1738 de muchas y de buenas biografías. Y también de muchos y malos biógrafos, que han proyectado antes sus miedos y sus sueños, su visión del mundo y la lectura de sus obras en la vida cervantina que buscado un relato en el diálogo sereno y fructífero con las fuentes, con la época que le tocó vivir a Cervantes. Hace tiempo que las obras cervantinas dejaron de ser estudiadas como si fueran islas en la producción literaria de su tiempo, sin fuentes ni influencias. Hace tiempo que Cervantes ha bajado de los bronces y de los mármoles para volver a ser un hombre de carne y hueso.

            Construir supone una voluntad. Construir en los Siglos de Oro era una necesidad. De ahí, que, a lo largo de estos meses de escritura, haya sido el grito de “Yo sé quien soy” de don Quijote el que me haya guiado en mis dudas y en mis teorías en construcción. Yo sé qué es La juventud de Miguel de Cervantes. Una vida en construcción: un homenaje al hombre Miguel de Cervantes, un diálogo con las fuentes y el conocimiento construido a partir de ellas a lo largo de estos siglos, y la voluntad de rescatar una época que permita comprender mejor al hombre Miguel de Cervantes, que, siendo uno más de su tiempo, en continua construcción, fue capaz de fijar con sus escritos una vida de papel que perdura –y perdurará-, en el tiempo.

“Yo sé quien soy”, lector ilustre o quier plebeyo, y ahora es a ti, con tu lectura, nuevo eslabón de este texto en continua construcción, al que le toca decidir “que puedo ser”, hasta donde puede llegar este Miguel de Cervantes que ahora te entrego.