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Epílogo de La juventud de Cervantes

Miguel de Cervantes, los huesos

(a modo de epílogo en construcción)

 

            El 22 de abril de 1616 muere Miguel de Cervantes Saavedra en su casa madrileña de la calle León, esquina Francos (hoy calle Cervantes). Con él se encontraban su mujer, Catalina de Salazar, su sobrina Constanza, los dueños de la casa, la familia Gabriel Martínez, su hijo, Francisco, capellán en la cercana iglesia de San Bartolomé, en el convento de las Trinitarias Descalzas y varios hermanos de la Venerable Orden Tercera de San Francisco, de la que Cervantes era hermano profeso desde el 2 de abril de 1616.

            Poco sabemos del entierro de Miguel de Cervantes al día siguiente. Al ser hermano profeso, su cuerpo sería amortajado con el sayal franciscano, con el rostro y una parte de la pierna derecha al descubierto. En su casa, los hermanos terceros, postrados de rodillas, rezarían las oraciones del Santo Sudario, y estos mismos hermanos, “de hábito descubierto”, en comitiva llevarían el cuerpo a la iglesia cercana, donde recibiría sepultura entre el repicar de campanas. Pocos son los que oyeron tal sonido, los que serían testigos de la comitiva. Madrid aquel 23 de abril estaba volcada en la procesión de la Santísima Virgen de Atocha desde el convento de Santa María al de Santo Domingo en rogativa por la lluvia. Madrid se ahogaba por la sequía de los últimos meses.

            Blas Nasarre, del que tuvimos ocasión de hablar al contar los entresijos del descubrimiento de la partida de bautismo de Miguel de Cervantes, es también protagonista de un documento relacionado con su muerte. En 1749, en el prólogo de su edición de las Comedias y entremeses de Cervantes, que publicó en Madrid Antonio Marín, incluye por primera vez la partida de defunción de Cervantes, conservada actualmente en la cercana Parroquia de San Sebastián:

En 23 de abril de 1616 años murió Miguel de Cervantes Saavedra, casado con Doña Catalina de Salazar, Calle del León. Recibió los Santos Sacramentos de mano del licenciado Francisco López. Mandose enterrar en las Monjas Trinitarias. Mandó dos misas del alma, y lo demás a voluntad de su mujer, que es testamentaria, y al licenciado Francisco Núñez, que vive allí.

            En el convento de las Trinitarias fue enterrado Cervantes en 1616, pero sus restos,  ¿permanecen desde entonces en la iglesia? Martín Fernández de Navarrete en 1819 se hacía eco de las transformaciones sufridas en el convento ya en el siglo XVII, y que los huesos de Cervantes se movieron de su ubicación inicial:

Cuando en el año 1633 se establecieron las religiosas trinitarias en el nuevo convento de la calle de Cantaranas, exhumaron y trasladaron a él los huesos de las religiosas que habían fallecido desde la fundación, y los de aquellos parientes suyos que por costumbre o devoción se habían enterrado en la iglesia de su primitiva residencia. Es natural que los restos de Cervantes tuviesen igual suerte y paradero (p. 195).

            Con el triunfo de la Revolución de 1868, conocida como la “Gloriosa”, por la que se destrona a la reina Isabel II y da comienzo un periodo denominado como sexenio democrático (tres años del reinado de Amadeo I y otros dos de la Primera República Española), que terminó con la restauración borbónica en 1874 en la figura de Alfonso XII, el convento de las Trinitarias Descalzas estuvo a punto de ser demolido para construir una plaza. Las monjas entonces solicitaron ayuda a la Real Academia Española y los restos de Cervantes, ahora reivindicados por su presidente, el Marqués de Molins, obran el milagro. El 10 de marzo de 1870 la RAE aprueba el “probatorio del enterramiento de Cervantes” presentado por el Marqués de Molins, y en esa misma fecha se decide colocar en la fachada una placa de mármol de Carrara realizado por uno de los escultores más importantes del momento, Ponciano Ponzano, con el siguiente texto:

A

Miguel de Cervantes Saavedra,

que por su última voluntad yace

en este convento de la Orden Trinitaria,

a la cual debió principalmente su rescate, la Academia Española.

 

            ¿Dónde, en qué parte del convento o de la iglesia se encontraban los restos de Cervantes en concreto? Esta es la pregunta a la que quiso dar respuesta hace unos años un historiador, Fernando Prado, como un medio de revitalizar la zona, convertir el Convento de las Trinitarias en un foco turístico y cultural más allá de las placas que se han ido superponiendo dentro de la Iglesia después de la inaugural de 1870. El telón de fondo de Shakespeare y de la gran labor que se ha realizado en Stratford-upon-Avon, con su casa natal a la cabeza, era uno de los argumentos para intentar algo similar en Madrid, la verdadera ciudad de Cervantes, donde el escritor vivió la mayor parte de su vida y donde escribió toda su obra, que vio publicada en varias de las imprentas más importantes de la villa y corte. 

            Los trabajos para buscar la ubicación exacta de los huesos de Cervantes en la Iglesia del Convento de las Trinitarias de Madrid comenzaron el 28 de abril de 2014. Más que las fotos con el geo-radar que recorrieron todo el mundo, que fueron portada de periódicos y abrieron numerosos telediarios, me interesa recordar la hipótesis de trabajo inicial, tal y como su promotor, Fernando Prado, la expuso a los medios de comunicación. La búsqueda se hacía por primera vez utilizando los medios tecnológicos más avanzados, y se esperaba poder identificar el esqueleto de Cervantes, aunque estuviera mezclado con otros huesos, por una serie de datos anatómicos que se conocían de Cervantes: “Aparte de las lesiones dentales, el radio y el cúbito de su brazo izquierdo los tenía Cervantes muy dañados por el disparo que recibió en la batalla de Lepanto, en la que tan bravamente combatió. […] El otro dato es que Cervantes sufrió además un arcabuzazo en el pecho, por lo cual su cavidad torácica conservará secuelas detectables por los especialistas”. Se buscaba un esqueleto completo con marcas del pasado, y todos estábamos ansiosos –y curiosos- de que tal descubrimiento terminada por devolverle la vida a un barrio maltratado por la historia y por los presentes etílicos. El 7 de octubre de 2014 se dieron a conocer las conclusiones del trabajo con el geo-radar, destacándose cuatro enterramientos localizados: la cripta, con treinta y seis nichos con restos; cuatro enterramientos en la nave de la Iglesia; otros cinco posibles enterramientos, y por último, un enterramiento de la primitiva iglesia.

            Los trabajos de excavación en la cripta comenzaron el 24 de enero de 2015 y acabaron el 28 de febrero, con un equipo multidisciplinar coordinado por la Sociedad de Ciencias Aranzadi, dirigido por Francisco Etxeberría. El Arzobispado de Madrid dio permiso a que se realizaron las excavaciones, pero con una condición: todos los trabajos se habían de hacer en su interior. De esta manera, al tiempo que se realizaban las excavaciones, se montó un laboratorio de campaña para realizar el estudio antropológico de los restos óseos exhumados. La pequeña cripta del Convento de las Trinitarias Descalzas se llenó no solo de personas, equipos, utensilios sino también de la esperanza de encontrar alguna pista que pudiera identificar los restos de Miguel de Cervantes.

            Se decidió comenzar los trabajos con los treinta y seis nichos. Lo primero, era utilizar una cámara endoscópica para visualizar el interior, y saber si conservaba o no enterramientos. Tan solo siete ofrecían enterramientos de adultos, el resto o lo eran de capellanes (7), de niños (20) o estaban vacíos (2). De los adultos, según el estudio osteológico de los huesos, se comprobó que eran mujeres. Pero junto a los cuerpos se encontraron numerosos objetos, y nada más abrir una de las criptas sin inscripción funeraria apareció la sorpresa. Era tal la expectativa mediática que a estas alturas la búsqueda de los restos de Cervantes había despertado en los medios de comunicación, que nadie dudó de a quién se referían las iniciales que se encontraron en una tabla: “M.C.”

            Pero nada en Cervantes puede ser así de simple. En realidad, esta madera pertenecía al enterramiento de un niño realizado en el siglo XIX, dado que todas las piezas de metal son idénticas, muestra de que se hicieron en época industrial.

             Hagamos una pausa en el relato y tomemos aire para una reflexión. Hasta este momento del proyecto –desde sus promotores a los científicos de las distintas áreas implicadas- no estaba buscando al Miguel de Cervantes hombre enterrado en la Iglesia; se estaba buscando al Miguel de Cervantes mito, a ese que llenaba minutos y minutos, páginas y páginas, bits y bits en los medios de comunicación analógicos y digitales. Se buscó en la iglesia porque no se podía pensar que el escritor genial pudiera haber sido enterrado en un lugar menos solemne. Se siguió buscando en los nichos de la cripta porque allí es donde el imaginario colectivo colocaría a quien es considerado uno de los mejores escritores de todos los tiempos. Pero nadie se había preocupado, nadie hasta este momento había vuelto la vista al hombre, a ese Miguel de Cervantes que había sido enterrado casi sin acompañamiento unos siglos antes, a ese Miguel de Cervantes que tendrá que esperar a que los lectores ingleses le valoraran y le impusieran la corona de la genialidad literaria, llegando, ni más ni menos, que a ser considerado el padre de la narrativa moderna.

            Será en este momento cuando se vuelva la vista al hombre, se busque al Miguel de Cervantes que vivió en la calle de Francos y que fue enterrado, como uno más, en un pequeño convento, fundado cuatro años antes, y que nunca ha destacado por nada en la compleja vida de Madrid, a no ser por haber tenido entre sus enterramientos el cuerpo anónimo de Miguel de Cervantes Saavedra.

            Será en este momento de la investigación, casi un año desde que empezaran los trabajos con el geo-radar en abril de 2014, cuando se intente buscar en la documentación –es decir, en las huellas que la historia cotidiana va dejando grabadas en los miles de pliegos y folios que conservan nuestros archivos y bibliotecas- alguna traza, alguna pista que permita seguir avanzando a los equipos que se habían adentrado en el Convento de las Trinitarias con su tecnología de última generación, y con resultados nulos al propósito que se les había encomendado. La labor de revisión de las fuentes y la redacción del informe histórico del proyecto recayó en el historiador Francisco José Marín Perellón, bibliotecario del Ayuntamiento de Madrid. La consulta de la rica documentación conocida y de los nuevos documentos que consiguió descubrir entre febrero y marzo de 2015 permitió dar al equipo de arqueólogos la pista para saber dónde deberían excavar, donde deberían haber comenzado a excavar un año antes, volviendo inútiles todos los trabajos que se habían llevado a cabo utilizando la más avanzada tecnología.

            Desde 1612 a 1630, mientras el Convento estuvo bajo el gobierno y amparo de su fundadora, Francisca Romero Gaitán, se habían realizado en la primitiva iglesia diecisiete enterramientos: once adultos (seis hombres y cinco mujeres) y seis niños. Gracias al libro de defunciones de la Iglesia de San Bartolomé conocemos el nombre y fecha de enterramiento de todos ellos:  

Enterramientos en las Trinitarias 1609-1630

Fecha de defunción

Nombre

Julio 1613

Francisco de Villafaña

Abril 1616

Juana López

Abril 1616

Miguel de Cervantes

Agosto 1620

Francisco Martínez

Septiembre 1621

Francisco de Santiago

Septiembre 1622

María Gaitán

Noviembre 1622

Gabriel Martínez

Mayo 1623

María Gutiérrez

Enero 1624

Francisco Martín

Octubre 1626

Catalina de Salazar

Abril 1627

Niño de Pedro Paraller

Abril 1627

Niño de Pedro Paraller

Julio 1627

María de Padilla

Noviembre 1627

Niño de Pedro Cáceres

Febrero 1628

Niño de Juan Sánchez

Octubre 1628

Niño de Miguel Salinas

Octubre 1628

Niña de Miguel Sánchez

           

En 1630 el Convento consiguió un nuevo Patronato. El 20 de diciembre de este año, María de Villena y Melo, marquesa viuda de Villena, firmaba el documento por el que se comprometía a hacer frente con sus rentas y bienes en Castilla y Portugal de la dotación de la comunidad de las Trinitarias Descalzas. En este momento comenzaron unas largas obras de remodelación de la iglesia primitiva, que solo fueron terminadas en 1730, cuando se dan por finalizados los trabajos de remodelación de la antigua cripta. De tal manera, los primeros enterramientos de la primitiva iglesia, mientras se estaban haciendo los trabajos de remodelación, fueron trasladados, en su conjunto, a un lugar del convento indeterminado a la espera de ser de nuevo enterrados en el nuevo espacio acondicionado a tal efecto. “Donde haya lugar” es lo único que dice la documentación. Este es el espacio que ocuparon los huesos de los primeros enterramientos mientras se realizaban las obras, que terminaron durando un siglo.

            Cuando en 1730 se habilitó la cripta para los nuevos enterramientos, con sus criptas para los capellanes de la orden, se entierran todos los huesos juntos en la propia tierra.

            Este será el dato (nada glorioso, nada mítico, todo él documentado) que permitió avanzar en su búsqueda al equipo de investigación: no hay que buscar tumbas, ni nichos, no hay que buscar ataúdes sino un conjunto de huesos, enterrados directamente en la propia tierra. Este es el destino de los huesos reales de un hombre real por más que su obra le haya convertido en un mito. Y en efecto, en la cripta, justo en la esquina contraria a los nichos, que habían ocupado la atención en los dos primeros meses de excavaciones, a una cota de 135 centímetros bajo el suelo enlosado, se documentó la presencia de una reducción de huesos, directamente enterrados en la arena. En la organización del terreno de la cripta, se le asignó el nombre de Osario/depositario nº 32.

            Después de analizarlo se han podido identificar quince cuerpos diferentes: diez adultos (cuatro hombres, dos mujeres y otros cuatro de imposible identificación) y cinco niños. Además, mezclados con los huesos, hay restos de tejidos del siglo XVII y varias monedas de 16 maravedís de la época de Felipe IV.

             Este gráfico de la Iglesia de San Bartolomé en el Convento de las Trinitarias Descalzas muestra claramente el lugar exacto donde terminaron siendo enterrados los huesos de Cervantes –con el resto de los enterramientos primitivos- en 1730, después de las obras de remodelación que sufrió la iglesia.

            Los resultados de la investigación del lugar del enterramiento de los restos de Cervantes se dio a conocer en una multitudinaria (sofocante y acalorada) rueda de prensa el 16 de marzo de 2015. El 11 de junio de este año, se inauguró una nueva placa en el interior de la Iglesia de San Bartolomé, que cubre un nicho donde se han depositado todos los huesos encontrados en el osario/depositario nº 32. La Real Academia Española, para la ocasión, eligió unos versos del Persiles, en que el corrector de algún ordenador le cambió el título a la forma habitual que se tiene de nombrar esta obra, que no es otro que Los trabajos de Persiles y Sigismunda (y no el moderno Segismunda que ha quedado grabado en la nueva placa).

             Si he querido terminar aquí esta primera parte de la biograf la perspectiva de los otros, élunos versos del Persiles y Sigismundacubrirse el segundo intento de fuga.ejiendo el rico telar día cervantina, con esta noticia que ha dado la vuelta al mundo y que ha permitido comprobar cómo el mito de Cervantes sigue vivo –y bien vivo- al poco tiempo de conmemorarse los cuatrocientos años de su muerte, no ha sido tanto por acabar con una novedad editorial y bibliográfica ni tampoco para denunciar que, por diversas circunstancias, al no contar desde un primer momento con los cervantistas y expertos en la materia (o en la búsqueda documental), se han tirado a la basura cientos de miles de euros de dinero público y el tiempo de arqueólogos y forenses, que han trabajado en balde para la finalidad para la que se les había convocado. Otro cantar es la valiosísima información obtenida de enterramientos de los siglos XVIII y XIX, sobre todo de una gran población infantil, que permitirá comprender mejor cómo era el centro de Madrid por estos años. Nada de eso. Me interesa acabar con esta historia la primera parte de este acercamiento biográfico a Miguel de Cervantes, el de sus años de construcción, para mostrar la necesidad que tenemos todavía de rescatar al hombre que fue Miguel de Cervantes frente a la montaña de sombras que supone el mito Miguel de Cervantes. Si el uno está lleno de matices, de lugares oscuros, de una supervivencia que le convierte en un luchador, el mito se ha llenado de bronces, de mármoles, de lugares comunes y de falsedades que se repiten como puños. En estos meses de circo mediático, de largos artículos en la prensa y de debates encendidos en los medios de comunicación, los “cervantistas” de un día han aflorado como las setas en otoño. Hablar ex cátedra desde el mito es muy fácil. Solo hay que saber ensamblar algunos tópicos y hacerlo con la seguridad de saber que al día siguiente tendrás los micrófonos, los platós y los titulares de la prensa a tu disposición. Pero hablar desde el hombre, desde el conocimiento, desde el acercamiento a una época que aún hoy sigue admirando a propios y extraños, como son los Siglos de Oro, eso es otra cosa.

            Esta primera parte de la biografía de Cervantes acaba justo en el momento en que nuestro autor vuelve a Madrid, a ese espacio fuera de toda geografía que es la corte. Vuelve para quedarse. Vuelve para hacer de Madrid el espacio en que se desarrollará finalmente como persona, como padre de familia, como escritor, como funcionario de la compleja administración de la Monarquía Hispánica.

            Se ha evaluado en más de 200.000 euros el costo directo de la búsqueda del lugar exacto de los huesos de Miguel de Cervantes en el Convento de las Trinitarias, en el corazón del madrileño Barrio de las Letras durante el año en que se ha llevado a cabo la investigación. ¿Y con qué finalidad se ha llevado a cabo esta enorme inversión? ¿Para poner una nueva placa en el interior de la Iglesia en sustitución de una imagen de San Antonio de Padua, donde al poder municipal (alcalde de Madrid) y académico (director de la RAE), se le añadieron el militar y el religioso, para conmemorar a Cervantes con unos versos del Persiles y Sigismunda? ¿Para seguir alimentando un mito que es ya universal, que mira por encima del hombro estas y otras iniciativas realizadas al margen de cualquier conocimiento, viviendo de las rentas de las lecturas mal recordadas en el colegio, con el que muchos de los políticos se creen con la autoridad de pontificar de lo que no saben (que es casi todo)?

            El Miguel de Cervantes hombre, el que se construyó, palmo a palmo, día a día, en una de las épocas más fascinantes de nuestra historia, como es la conocida como Siglos de Oro, la época del momento de esplendor de la Monarquía Hispánica, merece también su homenaje. Merece también nuestro recuerdo. ¿Y qué mejor recuerdo, qué mejor homenaje que rescatar no tanto el lugar exacto donde fueron enterrados sus huesos después de haber sido trasladados en el siglo XVII, como los lugares exactos donde vivió, donde construyó su vida, donde escribió y vio la cara a los primeros lectores de sus obras, esas que se imprimieron en las prensas de Madrid?

            Madrid es la ciudad de Miguel de Cervantes. La única de las ciudades en que no tiene casa, no tiene un espacio donde se le recuerde. Alcalá o Valladolid tienen sus casas –escenarios míticos de su infancia, de su fracaso siguiendo las huellas del traslado de la corte-. Argel tiene su cueva. ¿Y Madrid? Madrid dejó morir su recuerdo, su cordón umbilical con Miguel de Cervantes cuando a principios del siglo XIX no hizo nada para preservar la casa que le vio morir. Corría el año de 1833 cuando Mesonero Romanos publica un artículo en la Revista Española, justo el día 23 de abril, denunciando las prisas con que se estaba derribando una casa en el centro de Madrid, concretamente “la casa número 20 de la manzana 228 [de la calle León] que hace esquina y vuelve a la de Francos”. Y estando allí pensativo, se le acerca Roberto Welford “joven inglés de ilustre nacimiento” que le pregunta si aquella casa es la suya.

“-No, no es mía, ni un sentimiento material y mezquino es lo que me ocupa en este momento; más sublime es la idea que me hacen nacer esas ruinas, y V. sin duda participará mi sensación cuando le diga que en esa casa que desaparece ante nuestra vista vivió y murió pobremente Miguel de Cervantes Saavedra.

-¡La casa de Cervantes…! […]  ¡Es posible!-, exclamó con resolución. ¿Y quién se atreve a profanar la morada del escritor alegre, del regocijo de las musas?

-El interés, míster, el interés sin duda”.

Y así sucedió finalmente: en abril de 1833, la especulación inmobiliaria de Madrid acabó con la última casa en que vivió Miguel de Cervantes, la casa en la que murió y de la que fue trasladado al cercano convento de las Trinitarias Descalzas. De nada sirvió el interés que el rey Fernando VII prestó al tema después de leer el artículo y su deseo de comprarla antes de ser definitivamente derruida, de nada las presiones del Comisario General de la Cruzada, el Ministro de Fomento o el propio alcalde de Madrid, Luis Franco; su dueño se salió con la suya y en unos días no quedaba ya memoria de uno de los pocos espacios históricos que recordara la vida de Cervantes en la villa y corte. Eso sí, al año siguiente se instaló una placa en la fachada del nuevo bloque de apartamentos –con los que el propietario seguramente revalorizó su inmueble-, donde puede leerse aún hoy en día: “Aquí vivió y murió Miguel de Cervantes Saavedra, cuyo ingenio admira el mundo”. Y este mismo año de 1834, para cerrar la cuadratura del círculo, el recién nombrado alcalde de Madrid, el marqués de Pontejos, decide realizar un desagravio a la figura y la memoria del escritor alcalaíno, y ordena cambiar el nombre de la calle Francos por el de Cervantes, para que así la puerta de la nueva casa dé a la calle de uno de sus más insignes vecinos (unas casas más allá está la de Lope de Vega). Grave error, pues la casa original, la que nunca debimos perder y siempre debemos recordar, en realidad daba a la calle León, justo al lado del Mentidero de los representantes, y no como la actual.

            Miguel de Cervantes se fue construyendo a lo largo de toda su vida. Se construyó desde el infortunio y la ambición. “Yo sé quien soy”… pero sobre todo “yo sé quien quiero ser” será su grito de vida. No es casual que estas palabras salgan de la boca de don Quijote a la vuelta de su primera salida, cuando, solo y herido, derrotado según la perspectiva de los otros, es capaz de levantarse por encima del barro de la miseria cotidiana y cabalgar a lomos de sus palabras, que no son más que sueños hechos realidad en el negro sobre blanco que multiplicará por todo el mundo la imprenta. Y en este engranaje de identidades, de mitos, soñadores y hombres, el Miguel de Cervantes de carne y hueso merece nuestra atención y nuestro respeto. Solo así podremos también nosotros, lectores curiosísimos, acercarnos a sus obras, a sus sueños, con la seguridad de que nos enriqueceremos con su lectura. Con la memoria de su lectura.

Vale.