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Lectura del Elogio del intante


LECTURA DE ELOGIO DEL INSTANTE de José Manuel Lucía Megías

Javier Lostalé

(leído en la Librería Rafael Alberti el 27 de enero de 2022)

 

Es un libro signado por la gratitud: a los poetas cuya lectura le ha acompañado. A sus profesores. A sus alumnos. A lugares visitados y a obras de arte, ambos entrañados en su vida. Y un homenaje también, diría yo, a la realidad, a lo cotidiano porque, como piensa José Manuel, “la literatura convierte la cotidianidad en algo eterno”.

A modo de relámpagos voy a expresar lo que he sentido al leer algunos de los dieciocho poemas de que está compuesto Elogio del instante.

En los tres primeros poemas, Teoría, Sonidos desde la cama y Sonidos desde el metro, se nos revela la naturaleza del instante cotidiano que, escribe, nace para desaparecer. Instantes íntimos de una mirada, un beso; instantes históricos o momentos de la creación. Se nos revela asimismo la interrelación entre alguien que está en la cama y lo que escucha en el exterior. Escucha todo, pero a través de unas palmas que imprimen hondura y misterio a la noche. Ello hace que la interrelación entre el interior y el exterior cree biografía en el poeta. Y luego toma cuerpo el silencio, tan importante en esta poesía, como señala Caterina Ruta. En cuanto a los sonidos en el metro nos llegan a través de un retrato microscópico de pensamientos, movimientos, gestos. La capacidad de observación, la mirada abriendo lo que mira, es otra de las características de su poesía.

La necesidad de la poesía, la existencia que ella construye: pues fecunda la memoria, es el pulso de nuestro tacto y canaliza también nuestras ansias de libertad. Esta necesidad aparece en el poema Se nos están muriendo los poetas.

Dos manos se funden en el poema Concierto de guitarra: la mano del concertista, que desaparece en las notas que amanecen, que es ya solo música, y la de quien acaricia el pelo de su amante. Fusión que presta su sentido último a la música. Y en Postal desde Helsinki, a partir de una acuarela de su maestro Carlos Alvar, contempla un paisaje que se escribe dentro del poeta a través de una mirada sin límites, en donde los versos son, le cito,” las ramas de algunos abedules/ como telarañas geométricas en el horizonte”. No hay límite para la mirada ni hay tiempo. No hay tampoco regresar: todo es consumación permanente en esa postal.

Ese considerarse un eslabón de toda la cadena de escritores que le precedieron aparece en su poema 17 de Julio. Escribe, porque no puede conversar con los poetas que en cada momento lee. Versos, por cierto, escritos, que termina sentado en el andén del metro. Pero antes que surja el poema, lo provoca la realidad vivida que intenta iluminar: la realidad de un vendedor de linternas y bolígrafos en el metro a quien nadie hace caso. Más tarde, en el poema En el Museo de la Historia Judía, Berlín, se pone en la piel de las víctimas al revivir el Holocausto, y reflexiona sobre la barbarie que continúa agitando a Europa, llámese violación de derechos humanos, llegada de pateras… Y la invisibilidad de los pobres, puesto que nunca los vemos aunque pasemos a su lado, se nos transmite en el poema Son invisibles

En otro de los textos, seguimos nuestro itinerario relámpago, Lampedusa, nos ponemos en contacto con el mar de la dicha, de la cultura y de la tragedia. Por eso mientras el cuerpo del poeta se tuesta al sol en esa única y momentánea existencia paradisíaca, “negros cuerpos exhaustos”, le cito, llegan a la playa y ha de arropar con su toalla a uno de ellos. La brisa feliz del mar se convierte al final del poema en lágrimas.

Un bellísimo y emocionante poema de amor es el titulado A las puertas de Cartago (que me gustaría que después leyera). Y es que el amor concibe el verdadero espacio, y da sentido a la historia de los lugares. Su ausencia borra la memoria.

Finalmente, en este recorrido incompleto, y repito relampagueante, por los versos de Elogio del instante, hay una última parte titulada “Lecturas y homenajes”, que se abre con el poema Yo sé quién soy (Inventario de una utopía cervantina). Para saber quién es José Manuel no tiene más remedio que acudir a Cervantes, al Quijote, a “una mano que empuña una lanza”. Es su circulación sanguínea. Para saber quién es se funden dos rostros, se funden pasado y presente. Es, creo, este poema, una honda reflexión sobre la existencia. A este poema siguen homenajes a Góngora, con el que mantiene un diálogo íntimo sentado delante de la Biblioteca Nacional, al que se suman Luis Alberto de Cuenca y Dámaso Alonso que pasan por allí. Diálogo mientras escribe un poema en el que respiran los cuatro: la intemporalidad germinada por el cordobés. Homenajes a Góngora, a León Felipe, al jerezano Juan Ruiz Peña y a Federico García Lorca, con el que se cierra el libro. Es un Nocturno a dos voces (Y un mismo aliento) Se trata de una escena en la que los dos protagonistas hablan del amor con las metáforas y el pulso del lenguaje de Federico. Los amantes se encienden dentro de su sueño. No olvidemos que el teatro es otras de las pasiones de José Manuel Lucía Megías.

Elogio del instante convierte a este en eternidad.