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De Chueca al cielo


Autores

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  • Sara Levesque
  • Sofía Rhei
  • Txus García.

De Chueca al cielo

(coordinado por Lawrance Schimel)

Madrid, Ayuntamiento, 2018

Libro completo

 

Lo que intento con este libro es reflejar la pluralidad y diversidad que representa Madrid. Por eso, cohabitan en estas páginas estilos poéticos, generaciones, identidades de género u orientación…, de la misma manera en que cabemos todos en estas calles. Hay poemas abiertamente reivindicativos y otros que pueden no parecerlo (aunque, como he manifestado antes, el mero hecho de escribir sobre nuestras realidades es también un acto reivindicativo). Hay pasiones y desamores, encuentros fortuitos y pérdidas, nuevos amores y largas relaciones. Hay poemas de maternidad lésbica y de poliamor. No hay ninguna ideología única, ni en cuanto a poesía (por ejemplo, encontraremos poemas con y sin rima) ni de experiencias. Algunos de los poetas viven en Chueca actualmente y otros solo lo conocen como símbolo. El poder de Chueca en el imaginario es algo que traspasa las fronteras nacionales.

Lawrance Schimel


Chueca, mon amour

 

Chueca siempre ha sido Chueca, aunque Chueca nunca se ha pronunciado de la misma manera, con el mismo tono y, sobre todo, con idéntico volumen. Hubo un tiempo –no muy lejano- en que Chueca se pronunciaba a media voz y detrás de sus dos sílabas se escondían mil imágenes sacadas de manuales de conductas oscuras y prohibidas. Chueca siempre ha sido la frontera de nuestros sueños, los confesados y los que uno siempre se guarda en las entretelas de su silencio. Pero Chueca fue y es también la tierra de las risas, de los encuentros y de los contactos. Todo está por construirse en Chueca. Ayer y hoy. Los mismos deseos de ayer que son los de hoy. Unos deseos que pueden llevarse de la mano por sus aceras, acostumbradas ayer a las palabras ambiguas y a las córneas torturadas. Y lo mismo sucede con la poesía, con la poesía nacida en, de, para y sobre Chueca. Nuestra poesía.

José Manuel Lucía Megías es poeta. Dice que además se pasea por el mundo dando conferencias y cursos sobre la Literatura Medieval, Cervantes y las Humanidades Digitales. El poeta José Manuel Lucía ha publicado diez libros de poesía, todos reunidos en El último silencio (Madrid, Sial, 2017). Su último libro se titula “Versos que un día escribí desnudo” (Madrid, Bala Perdida, 2018).

 

[Díptico de la calle Almirante]

I.

He salido a buscarte por las calles de Madrid.

Absurdo. Inútil.

Le he enseñado tu foto a los semáforos

-que me han despedido con sus monótonos parpadeos-,

a las señales de prohibido

y a las aceras imberbes en esta ciudad en ruinas.

En la calle Almirante los frenos de los coches

marcaban el ritmo de estos versos tan inútiles,

tan absurdos como mi búsqueda nocturna.

Hasta que ha llegado un camión de la basura

con su carnaval y sus ruidos de botellón

llenando la noche del sabor de tus recuerdos.

Estás cerca.

Ahora, más que nunca, estás cerca.

Se para un coche y me pregunta por ti.

No soy el único que te busca en la noche.

(¿No soy el único que te disfrutó la otra noche?).

El camión de la basura pasa a mi lado

y su caricia es dolorosa, tanto como tus caricias,

tanto como el recuerdo de otras caricias nocturnas,

de aquellos besos que robamos aquella lejana noche.

 

II

Técnicamente se puede decir que estoy borracho.

Una autopsia hablaría de las dos botellas de Rioja,

el aperitivo y la cerveza que sombrearon la cena.

Quizás mi estómago todavía conserve recuerdos

del whisky que ayer atrapó tu nombre

 en el fondo azulado de un vaso de hielo.

Técnicamente puede decirse que estoy borracho

y que solo un borracho se pararía en medio

de la calle a escribirte versos que nunca leerás,

que se deja querer por los frenazos de los coches

y las miradas vidriosas que se esconden tras las gafas.

Técnicamente estoy borracho.

Otra cosa bien distinta es lo que deja traslucir la realidad:

que estoy esta noche contigo, entre tus brazos,

mientras sueño que deambulo borracho por Madrid

intentando descubrir tu sonrisa en el parpadeo de los semáforos.

 

***

 

Se me llena la boca con tu nombre,

ese que me susurran a la espalda

mientras mis manos se pierden

buceando entre los cruces de piernas.

 

***

 

Te siento tan dentro, tan dentro, tan dentro…

que me vuelvo torrente entre tus brazos.

 

****

 

Imaginar historias de piratas

cuando descubro una cicatriz en tu frente,

la de imaginarte, pecho al viento,

luchando contra quince gigantes

o saltando las verjas prohibidas de los huertos

que esconden tesoros príapeos.

Todo, menos imaginarte niño

que se hizo una brecha jugando

a las muñecas con sus primas en el pueblo.

 

*****

 

No hablar. No mirar. No pensar. No reír.

Dejar que la lengua dibuje sonrisas de saliva

que se confunden con los gemidos sonrosados

que vierten desconocidas pasiones blancas.

 

*****

 

Tu boca en mi boca.

Su boca entre tus muslos.

Mi boca buscando otras bocas.

Pechos estériles; pechos ahumados.

Manos entrelazadas y espaldas sudorosas.

Las huellas de la pasión dejan estelas

blancas camino de los baños públicos.

 

***

 

Mirarte a la cara

cuando nos cruzamos en el vagón del tren,

en el oscuro pasillo del metro;

mirarte a los ojos,

esos ojos azules de acantilado,

para así evitar tu mirada,

para así poder justificarme

que tú nunca me hayas mirado.

 

****

 

Cierro los ojos y se hace la luz.

Cierro los ojos y siete fuentes blancas

me bañan con sus gemidos

anónimos, sus dulces trenzas de minutos,

esos que, sin saberlo, hemos compartido

en las tardes robadas a los lugares comunes.

 

***

 

No hablar. No hablar. No hablar. No hablar.

No perder el tiempo con las palabras

cuando detrás de una puerta te espera

una geografía desafiante de muslos insaciables.

 

****

 

No dejarme llevar, nunca,

por los sufijos de las vocales…

la de hacer de las sílabas una profesión

y el sí un acto de fe,

que busca seguir ganando, por unanimidad

todos los premios que no se convocan.

 

****

 

Gemidos que salpican las nucas

de calles desconocidas y de esquinas

en las que nunca hay una farola.

Los pantalones por los tobillos,

los calzoncillos por los muslos

y un grito ahogado en la garganta.

Unos dedos que te buscan, que te intuyen.

Unos dedos que terminan por encontrarte.

 

****

 

Verte. Lo que se dice verte, no te vi.

Pero ahí estabas.

Como siempre.

Ahí estabas: cuerpo desnudo y abierto,

espaldas anchas y crema entre las piernas,

soñando con triunfar, una noche más,

-como siempre-

en la embestida del unicornio negro.