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El buen profesor (visto por los alumnos)

Publicado en 2013 en mi antiguo blog sobre docencia universitaria. 

 
 
¿Qué cualidades debe reunir un buen profesor universitario? La primera idea que nos viene a la mente son los requisitos formales exigidos para cada plaza (titulación, acreditación, experiencia docente, publicaciones…), en función de los cuales diseñamos en gran medida nuestra carrera. Alcanzar una mayor puntuación en dichos baremos nos hará (teóricamente) mejores profesores; y por tanto, incrementará (de nuevo teóricamente) nuestras posibilidades de continuar avanzando en nuestra profesión.

En nuestro sistema, estas exigencias se orientan en gran medida a evaluar conocimientos (doctorado, otra formación reglada) y habilidades investigadoras (capacidad de escribir artículos científicos, de obtener proyectos competitivos…). Muy poco se puede deducir de un currículum al uso sobre las habilidades docentes del candidato; a falta de otros indicadores como las evaluaciones de los estudiantes (cuyo grado de fiabilidad depende de distintos factores), se asume que cuanto más prolongada en el tiempo haya sido la docencia, mayor será su calidad.

Ya que el estudiante es el principal protagonista de su propio aprendizaje, gran parte de la responsabilidad en dicho proceso es suya: por mucho que se le motive, quien se esfuerza activa o pasivamente por no aprender acabará por no hacerlo. Pero no olvidemos tampoco que el aprendizaje de nuestros alumnos, mayoritariamente jóvenes de entre 18 y 22 años, está influido de forma muy notable por la propia personalidad del profesor. De forma consciente o no, su mayor edad y experiencia le convierten en un referente (positivo o negativo), que transmite actitudes y valores más allá de los contenidos de la asignatura.

Para explorar cómo perciben los estudiantes estas cualidades actitudinales del profesor, independientes de sus conocimientos y habilidades técnicas como especialista en su materia, recabé las opiniones de una muestra de mis alumnos utilizando tres métodos: encuesta (respuesta individual por escrito a tres preguntas abiertas), entrevista (preguntas de varios de ellos a uno de sus compañeros, voluntario, para obtener más detalles sobre experiencias concretas) y grupo de discusión, moderando el intercambio de opiniones por parte de todo el grupo*. El resultado fue una serie de siete “actitudes del buen profesor” en las que coincidieron ampliamente la mayoría de las respuestas tanto orales como escritas:
 
  • Empatía: saber ponerse en el lugar del estudiante para entender cómo responderá éste a la clase. El profesor debe recordar sus propias vivencias como alumno y plantearse cómo le habría gustado a él recibir las clases. Esto le permitirá también mostrarse paciente con los errores que cometan sus estudiantes, dificultades para entender determinados conceptos, etc. 
  • Organización: informar sobre la planificación de la asignatura, y seguir el orden y los contenidos del programa para evitar crear confusiones. Evitar la improvisación. Explicar desde el primer día sus expectativas sobre el trabajo de los estudiantes, detallando con claridad cuál es el nivel de exigencia requerido tanto para aprobar como para obtener notas altas. 
  • Pasión por la asignatura: los estudiantes coinciden en que el entusiasmo del profesor es contagioso, e incluso (sorprendentemente) puede transmitirse en materias por las que a priori el alumno sentía rechazo. Esta motivación impulsa a todos a esforzarse, incluso aquéllos menos preocupados habitualmente por las tareas académicas. 
  • Asertividad: el profesor debe tener suficiente carácter para evitar que se aprovechen de él; pero sin llevar esta autoridad hasta extremos innecesarios, abusando de su poder o creando una sensación de miedo en la clase. Debe saber cuándo mostrar una cierta dosis de flexibilidad, encontrando el punto de equilibrio adecuado. 
  • Respeto: considerar a los estudiantes como adultos, razonando con ellos en lugar de imponerles sus argumentos por la mera autoridad o experiencia. Los alumnos perciben instintivamente si alguien siente desprecio hacia ellos, y son conscientes de cuándo se les intenta manipular. Esto incluye el sentido de la justicia: no sólo en cuanto a las calificaciones, sino en el más amplio de igualdad de trato a todos en clase, dándoles las mismas oportunidades de participar y expresarse. 
  • Creatividad: evitar utilizar siempre los mismos métodos de enseñanza, por ejemplo el Power Point. Combinar la clase magistral con otras técnicas como el debate o el trabajo en pequeños grupos; y añadir experiencias u opiniones personales que complementen los apuntes, el libro de texto, etc. 
  • Cercanía: no tener miedo del trato individual con los alumnos; saber escuchar y tener buena disposición a recibirles fuera de las horas de clase. Mostrar interés por el bienestar de cada uno de ellos, incluso preguntándole directamente si se observa que sus circunstancias personales pueden estar afectando a su rendimiento. 

* Respuestas de 14 estudiantes (7 hombres y 7 mujeres), de distintas nacionalidades (2 españoles y 12 extranjeros: estadounidenses, latinoamericanos y de Oriente Medio).