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Jornada sobre salud mental y sinhogarismo

7 DIC 2022 - 11:57 CET

1 de diciembre de 2022, por Pablo González López.

Este pasado jueves 1 de diciembre desde la red de entidades por las personas sin hogar FACIAM (Federación de Asociaciones Y Centros de Ayuda a Marginados), se celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la decimosegunda jornada sobre sinhogarismo, a la que asistimos desde el IUDC. Este año, la jornada se planteaba bajo el tema general de la salud mental en relación con las personas en situación de sinhogarismo y exclusión residencial (en adelante, PsSH). La salud mental es un tema que, según apuntó Susana Hernández, Presidenta de FACIAM, parece estar de moda. Esto es sin duda algo positivo que podría llenar el vacío aún existente en la concepción de la salud como algo meramente fisiológico (y no, como ya consideró la OMS en 1946, como un “estado de completo bienestar físico, mental y social”), pero a pesar de ello desde FACIAM no querían dejar de señalar el hecho de que no siempre se incluye en esta conversación sobre la salud mental a amplios sectores de personas afectadas por problemas de este tipo, ya sea porque su situación de exclusión social las aparta de prácticamente cualquier participación en sociedad o porque muchas veces sus problemas particulares no parecen tener cabida en esa concepción “clasemediatizada” de salud mental sobre la que se advirtió en la jornada. Esto, además, se reveló como una importante cuestión de desigualdad social cuando en el período de confinamiento por la pandemia del coronavirus pudo vivirse, en función del lugar de residencia, en unas “casi vacaciones” o en un verdadero infierno de aislamiento. Como pudo comprobarse con el informe de investigación “El impacto de la pandemia en la salud, el bienestar y las condiciones de vida de las personas sin hogar”, publicado el año pasado por el IUDC en colaboración con FACIAM, las personas sin hogar sufrieron especialmente esta situación sobrevenida.

Precisamente fue con una exposición y análisis de los resultados de esta investigación que Esteban Sánchez, Director del IUDC, abrió la serie de ponencias programada para la jornada. Como punto de partida, esta exposición dejó claro que nos encontramos ante una verdadera emergencia social: un 67% de las PsSH presenta un posible caso de mala salud mental, porcentaje que puede llegar a ser mayor aún cuando la exclusión residencial se intersecta con algunas variables sociodemográficas como el sexo, la edad o el origen (siendo la imagen de mayor vulnerabilidad la de una mujer joven migrante en situación de calle). Como argumentó Esteban, no sólo podemos ver esta problemática a partir de los datos extraídos en el informe, sino que el sólo hecho de que muchos de estos datos no existieran anteriormente o no hubieran sido tomados desde 2014 (mediando casi una década y toda una pandemia con la actualidad) revela ya la invisibilización a la que sistemáticamente, también desde la academia, son sometidas las PsSH. Pues la generación de conocimientos, sobre todo en este caso, no tiene únicamente un fin intelectual: también es fundamental para una intervención social eficaz. Así, a partir del informe y de los datos cuantitativos y cualitativos extraídos del mismo, Esteban pudo remarcar uno de los ejes fundamentales de discriminación hacia estas personas, que sería también uno de los principales puntos de debate durante toda la jornada: el bloqueo del derecho a la comunidad y el cortocircuito total de cualquier red relacional regular. En efecto, es algo probado que las bajas tasas de apoyo social en las PsSH están muy correlacionadas con los deterioros en su salud mental, y aunque unas tasas mayores probablemente no llegarían a anular estos problemas, sí que los amortiguarían significativamente. Esto, además, es algo de lo que las propias personas afectadas suelen ser conscientes, y de ahí la reivindicación de una atención más integral y continuada desde una perspectiva de la comunidad, que sobrepase las insuficiencias de un modelo basado en la “visita al psicólogo cada tres meses”.

Tras esto comenzó la segunda parte del programa, consistente en la ponencia de dos personas especializadas en dos temas relevantes para la jornada: Marta Carmona, psiquiatra y presidenta de la Asociación Madrileña de Salud Mental, y Martín Zúñiga, investigador y Doctor en Trabajo Social. Tanto una como otra lograron, a partir del diagnóstico general ya presentado, aportar otras perspectivas que trataban de contextualizar el problema en un marco más amplio. En el caso de Marta Carmona, el foco de interés se puso en las determinaciones del actual sistema social y económico que están empujando hacia la reproducción de estas exclusiones. Toda una serie de crisis (económica, climática, sanitaria…) atraviesan nuestras sociedades en la actualidad, y esto hace que, por ejemplo, el sistema sanitario público esté siendo expoliado de su atención primaria (generalmente, garante de la accesibilidad y de la equidad). Pero no sólo el problema es, según Carmona, producto necesario de un sistema a nivel macro en el que constantemente se generan sectores de población vulnerable y exclusiones a las que se ven sometidos; también las mismas soluciones están desde el principio insertas en esas mismas lógicas y pueden llegar a ser, en muchos casos, parte del problema. Esta sería la razón por la que, a pesar de que las instituciones de ayuda a estas poblaciones de excluidos cuenten con profesionales impecables y muy comprometidos con su labor, estas terminan siendo para las personas que reciben su atención un foco de retornos de muchas de las experiencias traumáticas y expulsiones ya sufridas anteriormente. Por ejemplo, las redes de rehabilitación psicosocial, al haber nacido privatizadas desde un primer momento, tienen que preocuparse mucho por contar siempre con el 100% de sus plazas cubiertas, lo que filtra un tipo de pacientes muy específico (el de los “clientes perfectos”, que no dan problemas y son constantes) y provoca una fricción constante con los “usuarios que no se ajustan al perfil buscado”. La “persona que no da el perfil” se convierte así en “la migraña de los trabajadores de todos los niveles”, y esto, a pesar de ser vivido por estos trabajadores como una dificultad individual y personal, no deja de ser “congruente con el sistema social más amplio”.

Por su parte, Martín Zúñiga enfocó su intervención en el concepto de “comunidad” al que apuntan muchos, si no la mayor parte, de los planes de intervención social para poblaciones excluidas. Primeramente, se advirtió sobre la complejidad y ambigüedad del término, que además está cargado de connotaciones positivas y por ello es empleado constantemente como legitimación de todo tipo de proyectos e iniciativas, cualquiera que sea su contenido. Pero además de estas consideraciones, Zúñiga también trató de plantear una posible forma de entender el concepto en la actualidad. Su propuesta trataba de tomar como elemento central el de la participación, según el cual ser parte de una comunidad es equiparable a tomar parte en algún proyecto comunitario, independientemente de cuál sea este. De este modo, la comunidad no se entiende como una estructura estable e inmutable sino como un proceso en construcción permanente, dinámico, cambiante y, sobre todo, necesariamente heterogéneo. Por último, sin embargo, Zúñiga concluyó con una reflexión sobre los límites que también esta idea de comunidad presenta: las comunidades están basadas en relaciones humanas que son complejas y en ocasiones conflictivas, el mundo actual parece ir en contra de la construcción de comunidades, estas no pueden ser tomadas más que como algo local, y, como ya anticipaba Esteban al inicio, son algo complementario a otros aspectos de la protección social y no pueden pretender ser la cura de todos los males.

Finalmente, la jornada incluyó también un diálogo con cuatro personas con experiencia en el trabajo con personas en exclusión social: Pablo Ruiz, Coordinador Técnico de Bizitegi, Gisela Sepúlveda, psicóloga de la fundación La Merced Migraciones, Rafael Fdez. García-Andrade, coordinador del Equipo de Calle de Salud Mental de Madrid (ECASAM) y Cristina Balanzategui, técnica de la Unidad de Calle de la Fundación Albergue Covadonga. Estas cuatro personas ofrecieron unas imágenes más concretas de la realidad con la que trabajan, caracterizada, según nos informaron, por una importante generalización de problemas en cuanto a salud mental, y a partir de estas formularon también sus propias reflexiones sobre los retos que aún tenemos por delante. Por ejemplo, Pablo Ruiz remarcó la importancia de establecer una relación de simetría moral especialmente con respecto a las personas a las que se trata de ayudar, de forma que de alguna manera se aborde la dinámica de poder existente. Gisela Sepúlveda, por su parte, afirmó que, por muchas diferencias que existan derivadas de la variedad de los orígenes sociales, no existe una barrera cultural absoluta entre las personas que trabajan en la intervención social y las que reciben esa intervención, de modo que el entendimiento es posible si abandonamos una perspectiva etnocéntrica. Rafael Fdez. García Andrade apostó por la unión de lo sanitario y lo social como clave del éxito y, aunque reconoció que no tenía respuesta a la pregunta de cómo coordinar esa bicefálea entre salud e intervención social, también se mostró optimista al considerar que la forma de salvar las distancias de esta división que por el momento funciona es la de las ganas que le ponen las personas comprometidas con ello. Por último, Cristina Balanzategui concluyó la ronda de intervenciones, de forma que casi recababa todo lo dicho en la jornada, poniendo el énfasis nuevamente en la comunidad no sólo como algo en lo que trabajar sino también como el único lugar legítimo desde el que hacerlo.

Con esto, tras el cierre final de la mano de Xabier Parra, Vicepresidente de FACIAM, terminó esta decimosegunda jornada dedicada a todas las personas en exclusión social, especialmente a las PsSH, y a las que desde muy diferentes lugares tratan de hacer frente a esta emergencia social que nos cuestiona como sociedad. Como hemos podido ver, los impedimentos para que se resuelva esta problemática son casi tan grandes como la urgencia de los esfuerzos por afrontarla, y estos últimos quizás estén destinados a ir contra corriente respecto al sentido general de nuestra sociedad. Hemos de ser conscientes, sin embargo, que no sólo nuestros esfuerzos pueden cambiar su dirección en favor de una mayor atención hacia estas personas, sino que también este sentido general de la sociedad podría llegar a cambiar. Aunque, como argumentó Marta Carmona, pueda parecer impensable que nuestro mundo pueda cambiar tanto como para llegar a no excluir a determinados sectores de población vulnerable, es importante tener en mente que son precisamente esos esfuerzos los que por el momento pueden al menos apuntar hacia esa realidad y hacer de ella algo a lo que es posible aspirar. En este sentido, esta jornada no sirvió tan sólo como una llamada de atención sobre una realidad preocupante, también lo hizo como recordatorio de que el trabajo por una mayor inclusión social puede dar resultados.

Jornada sobre salud mental y sinhogarismo - 1

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