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Día Internacional del Multilateralismo y la Diplomacia para la Paz. 24 de abril

24 ABR 2023 - 19:52 CET

Por Jose Manuel Araya

Nos encontramos en una coyuntura histórica en la que el multilateralismo, y las formas de liderazgo político asociadas, requieren ser renovadas. Es un periodo de creciente inestabilidad sistémica, de erosión de los consensos internacionales preponderantes en décadas anteriores, y de cuestionamiento de los modelos dominantes de desarrollo y gobernanza global (Gill, 2011).

Si se piensa lo multilateral como principio político y ético, lo considerado como tal, debe ser indisociable de los fines para los que dicha práctica política es empleada. Una acción realmente multilateral sería así, aquella que transformase las relaciones sociales hegemónicas en beneficio de una mayor justicia, reconocimiento, reparación y redistribución para las fuerzas oprimidas y subordinadas, poniendo en el centro de la cooperación política los intereses de estos grupos marginados. En este sentido, las lógicas que han estructurado la hiperglobalización, como bloque histórico, han distado de ajustarse al principio de multilateralidad.

Los cimientos del multilateralismo de las últimas cuatro décadas son resultado de la ecuación de poder surgida tras la caída de la URSS, el agotamiento del ciclo de producción fordista, el desplazamiento del dinamismo económico del eje atlántico hacia el pacífico, y la profundización de las relaciones comerciales y financieras a nivel global.

La crisis del 2008, momento en el que aparecieron a ojos del Norte Global los efectos de la hiperglobalización, se presentó como una crisis orgánica de la economía política vigente, transnacionalizada y financierizada, cuyas formas de multilateralismo estaban contenidas en un régimen civilizatorio, que parece ya agotado, en tanto sus efectos ecosociales.  Demarcada por una crisis generalizada en los procesos de acumulación capitalista, la hiperglobalización se adaptó a la misma intensificando la explotación de la fuerza de trabajo y del entorno natural, y recrudeciendo de esta manera, las dinámicas de polarización de clase (incremento de las desigualdades inter e intra estatales) y las problemáticas de carácter ecológico. Estos modelos de desarrollo se articularon en torno a la primacía del mercado autorregulado, y del poder estructural del capital, en interés de las clases capitalistas transnacionales, y las oligarquías políticas de las periferias del sistema mundo.

Muchos de los procesos que han sostenido estos principios de socialización, y en torno a los que han girado el multilateralismo y el orden internacional de finales del s. XX y comienzos del s. XXI, están siendo puestos en entredicho por nuevos actores políticos y sociales. El cuestionamiento del dólar como medio de pago de las transacciones internacionales, o la crítica a la liberalización de los mercados comerciales y financieros, dan prueba de ello. También son revisados otros, como la internacionalización de las políticas macroeconómicas nacionales en promoción de la estabilidad de los tipos de cambio y el equilibrio presupuestario, o la expansión de la OTAN, como salvaguarda militar del orden político liberal.

Las tipologías de gobernanza global empleadas en las últimas décadas, apenas han intentado ocuparse de los problemas generados en los medios de subsistencia poblacional por el modelo de producción y de consumo global. Asuntos cruciales para la reproducción y el bienestar social, como la salud, la ecología, la alimentación o la energía, continúan cooptados por las formas dominantes de acumulación y poder. El multilateralismo en la hiperglobalización ha estado al servicio del sostenimiento de la mayor parte de lógicas inherentes al sistema histórico capitalista, promoviéndose a través de este, los procesos de mercantilización, privatización, y liberalización, especialmente desestabilizadores en las zonas periféricas.

La configuración de estas reestructuraciones ha discurrido a través de canales institucionales restringidos, autocentrados, y ajenos a la participación del Sur Global, como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico o las Instituciones Financieras Internacionales, monopolizadas en gran medida por estados occidentales bajo la fórmula ``pagar para decidir´´. El multilateralismo en el orden internacional liberal ha otorgado un papel de primacía a las instituciones financieras internacionales, a los clubs cerrados de lobbies público-privados, a los grupos de la sociedad civil de países desarrollados, y activistas de áreas urbanas y socioeconómicamente privilegiadas (estos dos últimos en menor medida). Nuevamente, lejos del cumplimiento del principio de multilateralidad.

Todo esto ha minado dos de los principios articulatorios de toda práctica multilateral: la confianza y la legitimidad; la primera asociada al fracaso ecosocial de los modelos de desarrollo propuestos por los enfoques noratlánticos, y la segunda, vinculada con los reducidos niveles de inclusividad democrática, con los que se construyeron y se implementaron dichos modelos. Hay que decir que el grado de democratización, aun incluyendo a los agentes subordinados en los espacios de diálogo, puede continuar siendo deficitario, si no se introducen mecanismos de igualación, que compensen las brechas financieras y técnicas que los separan de los actores más poderosos.

Las Naciones Unidas no han sido ajenas a esta crisis de acción colectiva, apareciendo estas contradicciones en su seno, en numerosas ocasiones, como durante la gestión de la pandemia de la Covid-19, o en la imposibilidad del Consejo de Seguridad de sancionar a las potencias que lo componen, como a EEUU en la invasión de Irak, o Rusia en Ucrania. Síntoma de ello también, ha sido la multiplicación de nuevos canales de interacción y cooperación formales e informales como el AUKUS, de las potencias anglosajonas, o el BRICS, integrado por los países emergentes y revisionistas (Mendéz-Coto, 2016).

Recentrar la posición de la ONU en la gestión de los bienes públicos internacionales es vital. Para ello, debe convertirse en la institución a través de la que se canalicen las reformas del multilateralismo.

La renovación de los procesos de interacción multilaterales debe pasar, por tanto, por los siguientes puntos (Kharas, Snower y Strauss, 2022): 1) el multilateralismo debería fomentar el interés social, y en concordancia, la promoción de un desarrollo sostenible, inclusivo y equitativo; 2) para ello, es necesario incluir a las sociedades civiles y sus intereses en la construcción de la agenda multilateral; 3) se presenta como fundamental también, el  respeto a la diversidad política, y a los caminos que las sociedades nacionales opten por recorrer para promover el modelo de desarrollo humano sostenible; 4) garantizar la robustez de la economía política internacional, revisando muchos de los principios estructuradores del capitalismo global y aportando medidas de prevención y de seguridad en los medios de subsistencia humanos; 5) reforma de la arquitectura institucional internacional en pro de una gobernanza más representativa y legítima, convirtiendo a las Naciones Unidas en uno de los ejes de cambio; y   6) construir una visión y manejo adecuados de los bienes públicos globales, y que entronque y limite al mismo tiempo, el interés individual.

 

Una de las medidas que parece encaminada a reclamar la posición de la ONU como orgánicamente multilateral, es la institucionalización en Naciones Unidas, del Día Internacional del Multilateralismo y la Diplomacia para la Paz, celebrado cada 24 de abril, desde 2019. Fue establecido tras la adopción en la Asamblea General de la resolución A /RES/73/127 en la que se reconocía la importancia del multilateralismo y la diplomacia para la paz y la seguridad internacionales. Durante esta fecha, se llevan a cabo eventos de mesas redondas de expertos, campañas de concienciación, diversos actos diplomáticos, y la puesta en marcha de proyectos de cooperación internacional.

El multilateralismo y la diplomacia son fundamentales en un sistema caracterizado por las interdependencias complejas, en el que cuestiones como el cambio climático, la pobreza, o la desigualdad sólo pueden ser abordadas por medio de la cooperación y la acción coordinada de los actores políticos.

Para finalizar este escrito, se comentarán las estrechas relaciones entre el multilateralismo y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. De manera transversal, el multilateralismo podría vincularse con dos de los lineamientos estructuradores de la Agenda 2030, el consenso y la noción de responsabilidades compartidas, pero diferenciadas.

Concretamente, podría vincularse con el ODS 17 centrado en las alianzas multiactor como elemento necesario en la promoción de los objetivos de desarrollo sostenible. Gobiernos, empresas y grupos de la sociedad civil deben colaborar en la construcción de un modo de desarrollo inclusivo y sostenible.

 

Referencias

Gill, S. (Ed.). (2011). Concepts of Global Leadership and Dominant Strategies. En Global Crises and the Crisis of Global Leadership (pp. 21–50). Cambridge: Cambridge University Press.

Kharas, H., Snower, D. y Strauss, S. (2022). El futuro del multilateralismo: una globalización responsable e inclusiva. Anuario internacional CIDOB, 72-86.

Méndez-Coto, M. (2016). Multilateralismo, gobernanza y hegemonía en la estructura económica internacional: del G7 al G20. Relaciones Internacionales, (31), 13–32.

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