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COP 27: Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático 2022

23 NOV 2022 - 11:03 CET

COP 27: Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático 2022

Por Pablo González López.

            Tal y como estaba previsto, estas últimas dos semanas –del 6 al 18 de noviembre de 2022– ha tenido lugar la 27ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en la ciudad de Sharm el-Sheij, en Egipto. Con la única excepción de 2020, debida a la situación producida por la pandemia del coronavirus, este evento ha reunido cada año, desde 1995, a las partes firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (1992). Actualmente, esta Convención cuenta con 197 partes, incluidos todos los estados miembros de NN.UU., que, se entiende, concuerdan en el reconocimiento de que “las actividades humanas han ido aumentando sustancialmente las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera” y de que “los cambios del clima de la Tierra y sus efectos adversos son una preocupación común de toda la humanidad”.

            Así, estas reuniones anuales están en principio enfocadas en torno a preocupaciones comunes que además requieren de una cooperación general para su resolución. Y sin embargo, cualquier persona que haya seguido mínimamente el desarrollo de alguna de las 27 Conferencias habidas hasta ahora puede reconocer que lo habitual es que estas sean anticipadas sobre todo con un amplio despliegue de preocupaciones, controversias y tensiones. La Conferencia de este 2022 no ha sido diferente en este sentido, y a las inquietudes ya habituales por la insuficiencia o ausencia de avances en materia de acción climática se sumaron, en esta ocasión, las generadas por la guerra de Ucrania y las críticas por las particularidades del emplazamiento escogido. En efecto, la ciudad de Sharm el-Sheij es, además de una sede ya habitual para diversas cumbres internacionales y un receptor de importantes proyectos de desarrollo (con más de 650 millones de dólares invertidos) enfocados a la sostenibilidad del enclave, un foco de atracción para un turismo de masas que ha promovido, en medio de un ecosistema especialmente árido, la construcción de centenares de piscinas artificiales a través del uso nada sostenible de desalinizadoras. Más aún, la organización de la COP 27 en Egipto ha recibido multitud de críticas por el cuestionable historial de su gobierno en cuanto a Derechos Humanos desde que el actual presidente, Abdelfatah El-Sisi, dirigió un golpe de estado con el apoyo del ejército en el año 2013. De acuerdo con la “Arabic Network for Human Rights Information”, se estima que en la actualidad podría haber alrededor de 65.000 presos políticos en el país. Por otra parte, existía también cierta sensación de urgencia para las conversaciones de este año después de los preocupantes fenómenos climáticos que ya se han podido observar y que parecen estar innegablemente relacionados con el calentamiento del planeta. Entre ellos, el Secretario General de NN.UU. Antonio Guterres quiso destacar tres: las inundaciones en Pakistán, que dejaron un tercio del país completamente bajo el agua, las olas de calor en Europa, que llevaron a registrar este verano como el más cálido en 500 años, y el huracán Ian, que llegó a provocar un apagón total en la isla de Cuba.

            Pero la principal preocupación era, en realidad, la manifiesta falta de avances en el último año en la lucha global contra el cambio climático. En la COP 26, celebrada en Glasgow (Reino Unido), las partes estuvieron de acuerdo en que un aumento de la temperatura global de 2ºC con respecto a los niveles preindustriales sería catastrófico, y consecuentemente se retomó el límite de los 1’5ºC postulado ya en los Acuerdos de París (2015); sin embargo, sólo 24 de los 193 países implicados en esa cumbre han mejorado desde entonces en su reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Así, si bien se considera que las emisiones globales deberían de reducirse a la mitad para 2030 si se quiere tener alguna posibilidad de no superar ese límite de 1,5ºC, con la proyección de la evolución actual se estima que estas emisiones aún experimentarían un incremento de más del 10% para esa fecha. No en vano, en 2021 se produjo el mayor incremento de concentración de metano en la atmósfera desde que este comenzó a medirse en 1984. Y no sólo eso sino que, además, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) el apoyo económico a los combustibles fósiles por parte de 51 gobiernos analizados alcanzó en 2021 la cifra de 697 mil millones de dólares, casi duplicando lo registrado en 2020. Todo esto, comprensiblemente, generaba serias dudas sobre las posibilidades de esta nueva cumbre climática.

            Por desgracia, el balance final de la COP 27 parece haber confirmado las sospechas de que los avances significativos serían escasos. Del texto finalmente acordado, titulado “Sharm el-Sheikh Implementation Plan”, podríamos destacar como positivo, además de cuestiones relativamente menores como la inclusión novedosa de conceptos como el de las “nature-based solutions” o el de los “puntos de inflexión” (que viene a reconocer el hecho de que el cambio climático no es un proceso perfectamente gradual y lineal, sino uno que llegado a determinado momento de su progresión podría entrar en bucles de retroalimentación que escalarían sus efectos rápidamente con consecuencias catastróficas), dos secciones: por una parte, se avala la iniciativa “Early Warnings for All” de Antonio Guterres, con la que se pretende implementar un sistema global de alerta temprana para emergencias climáticas que podría marcar una gran diferencia sobre todo para determinadas zonas del mundo en desarrollo en las que se estima que la población es hasta 15 veces más proclive a morir como consecuencia del clima extremo; por otra parte, y este fue sin duda el principal punto de discusión en esta cumbre, se da luz verde por primera vez a la creación de un nuevo fondo internacional dedicado a cubrir los daños y pérdidas asociados con los efectos adversos del cambio climático, no sólo los derivados de desastres naturales sino también los más lentos pero igualmente reales como el crecimiento del nivel del mar (amenaza existencial para numerosos países isleños y archipelágicos del Pacífico) o la desertificación, así como los impactos no económicos como la pérdida de lenguajes y culturas.

            Estos avances oficiales son sin duda una buena noticia en una cumbre que en ocasiones parecía destinada a enquistarse en las tensiones geopolíticas y las acusaciones cruzadas. Sin embargo, el hecho de que la atención se centre en la previsión, minimización y redistribución de los efectos adversos del cambio climático, sin pretender intervenir seriamente en las causas de este, puede ser también un motivo de preocupación. Es cierto que, más allá de esta decisión final conjunta, varios países han aprovechado la cumbre para aunar sus esfuerzos en la lucha contra el cambio climático de diversas formas: llegando a importantes compromisos como el de la donación de 20 mil millones de dólares a Indonesia para ayudar a este país a abandonar de forma justa su dependencia del carbón, creando alianzas para la cooperación en acciones climáticas como la de Brasil, Indonesia y República Democrática del Congo (los tres países con mayor superficie de selvas del mundo), anunciando planes nacionales como el que promete, para 2030, reducir en un 30% los gases de efecto invernadero emitidos por México, o simplemente reanudando las conversaciones climáticas paralizadas como sería el caso de China y EEUU. Pero esto no puede ser suficiente si, de forma paralela, llegan también noticias que apuntan justamente en la dirección contraria: es el caso, por ejemplo, de India, país que tres días antes del comienzo de la cumbre apostó públicamente por una mayor inversión en la producción de carbón y celebró la mayor subasta (de entre las 6 celebradas en los últimos años) de permisos para el minado de este combustible fósil altamente contaminante en su territorio. También África es una región que actualmente, motivada por la demanda de gas natural por parte de Europa como consecuencia de la guerra de Ucrania, parece determinada a impulsar la extracción de este tipo de recursos en su territorio, lo que tiene además la controversia añadida por el hecho de que, como argumentó en la cumbre Nj Ayuk, Presidente Ejecutivo de la Cámara de Energía Africana, mientras que el norte global ha llegado a su nivel de desarrollo actual apoyándose en buena medida en los combustibles fósiles, el continente africano, precisamente porque no ha tenido ese mismo desarrollo, ha contribuido en menos del 4% a las emisiones mundiales relacionadas con la energía y aun así se ha convertido en una de las regiones donde más preocupantes son los efectos del cambio climático.

Como puede verse, existen actualmente dos tendencias en tensión en la sociedad internacional, que por un lado reconoce la amenaza existencial común del cambio climático y afirma la necesidad de enfrentarse a ella, y por otro se manifiesta en desigualdades e intereses enfrentados. Las cumbres climáticas pueden tratar de promover que los diferentes actores internacionales se enfoquen más en la primera tendencia y menos en la segunda, pero no tienen nada fácil eliminar la misma tensión de la que en realidad también son expresión.  La COP 27, de hecho, no podría haber hecho más evidente esto cuando, tras el discurso inaugural de Antonio Guterres, en el que señaló que nos encontrábamos “en una autovía hacia el infierno climático con un pie en el acelerador”, el presidente de Emiratos Árabes Unidos (anfitrión previsto para la próxima COP 28) aprovechó su tiempo de intervención para asegurar a sus compradores de petróleo que su país continuaría siendo un “proveedor responsable”.

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