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DÍA INTERNACIONAL DE LA TIERRA. 22 DE ABRIL DEL 2020

22 ABR 2020 - 23:23 CET

Paisajes sin paisanaje

 

José Antonio Sotelo Navalpotro

Director del Instituto de Ciencias Medioambientales (UCM)

 

 

“¡Qué país, qué paisaje y qué paisanaje!”

Miguel de Unamuno 

 

Se habla demasiado –escribía Julián Marías en un artículo publicado en el diario ABC, el 4 de diciembre de 1997, titulado “Para empezar el siglo XXI”–, de “globalización”; bajo esa palabra se oculta la falacia de que el mundo actual es uno. No es verdad: hay varios, no enteramente comunicables, imperfectamente comprensibles; pero todos están presentes, y hay que tenerlos en cuenta. Nos sirven estas palabras para referirnos a esos territorios que, en nuestro país, España, padecen de manera finisecular lo que ha dado en denominarse “despoblación” (uno de los más graves problemas medioambientales de los prolegómenos del siglo al que se refería don Julián).

 

Se mezclan de esta manera los elementos fisiográficos y los culturales, los fenómenos naturales observados o percibidos en un espacio concreto, y los culturales, el espacio sentido y vivido, que escritores como Miguel de Unamuno dieron en denominar, con expresión certera, paisanaje. El paisaje se crea y se recrea con la contemplación humana, variando según las miradas que lo contemplan; “un paisaje nace –señalaba Pedro Laín Entralgo, en su obra A qué llamamos España– con la luz de cada día y muere con ella… Tal es el paisaje, tal la emoción con que nos conmueve. Un trozo de naturaleza se ha hecho paisaje por la virtud de una mirada humana, la nuestra, que le da orden, figura y sentido. Sin ojos contemplativos, no hay paisaje”. De aquí que se relacione el medio físico con las costumbres de una zona, comarca o región, pasando a ser el espíritu de sus gentes, sus “placideces” y melancolías, sus anhelos…, todas ellas, convirtiéndose en un estado del alma.

 

Todo esto se transforma, desaparece, cuando un espacio geográfico se vacía, se despuebla, deja paso al silencio de la soledad de los campos. De esta forma, si el primer problema medioambiental es la pobreza, en la España rural se suma la despoblación y el riesgo de desertización. La solera de su patrimonio genera, en no pocos casos, un cambio de funciones; ayer culto, hoy cultura, otrora espiritualidad, en la actualidad consumo de masas, más o menos ligado a las actividades turísticas, siempre inquietud y zozobra. Las zonas rurales de Aragón, Castilla y León, interior de Galicia, y tantas otras regiones, sobre todo en sus áreas montañosas, o en sus proximidades (Sistema Central, Sistema Ibérico, Macizo Galáico…), sus pueblos están olvidando la sonrisa y los gritos de los niños, con unos jóvenes que se marchan en busca de quimeras en un modelo de desarrollo que en nuestro país es cada vez más “adaptativo-normativo” a los Reglamentos y Directivas de la Unión Europea.

 

Se ha superado con creces la dualidad medio urbano vs. medio rural, consolidándose la realidad “rururbana”. Tal y como señalan algunos estudiosos (Guillermo Morales, Daniel Marías, Luisa María Frutos…), la base de la actual conformación demográfica se encuentra en el éxodo rural más el basculamiento centro-periferia de la población urbana, que hoy alcanza a cuatro quintas partes de la población española; de hecho, la población rural se asienta sobre grandes espacios naturales, agropecuarios, mixtos, o incluso en pequeñas ciudades, que van desde las villas gallegas y asturianas de unos dos mil habitantes, hasta las agrociudades castellanas, leonesas, manchegas o andaluzas, con menos de diez mil habitantes, en hábitat concentrado. Como señala Luisa María Frutos, se producen algunos efectos no deseados que alertan a los poderes públicos, planteando la necesidad de pasar a la acción: el vaciado demográfico y el fuerte envejecimiento; la agrarización extrema del rural profundo; la pérdida de competitividad de la agricultura y la ganadería tradicionales y la excesiva intensificación como respuesta; una evolución muy desigual de las rentas, en función de los recursos, características y oportunidades de los distintos medios rurales; el aislamiento viario y de otras redes de comunicación, que congelan toda iniciativa de diversificación y modernización; el deterioro ambiental producido por la tecnificación e intensificación de la actividad agropecuaria, la sobreexplotación de determinados recursos naturales, la construcción de obras públicas de fuerte impacto ambiental, el abandono de amplias zonas y, en contraste, la urbanización creciente tanto en zonas orientadas al turismo y ocio como en las áreas de influencia directa de las ciudades, provocando vertidos, contaminación y destrucción de paisajes. Nos olvidamos demasiado a menudo que, en palabras de Miguel Delibes, la ciudad viene a ser “una desesperación resignada”.

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