Crecimiento, políticas económicas y desindustrialización en Europa
10/12/2025
Resumen:
La manufactura es un sector clave para el desempeño económico y la autonomía estratégica. Sin embargo, muchas economías avanzadas han experimentado desindustrialización. Tradicionalmente, la desindustrialización se ha visto como un proceso natural, producto del desarrollo económico. En realidad, más que un proceso es inevitable, la desindustrialización se encuentra mediada por instituciones y políticas nacionales, como la política laboral, fiscal, financiera e industrial.
La manufactura es considerada un sector central para el desempeño económico por diversas razones. Primero, por sus niveles y el crecimiento de su productividad, que suelen estar por encima de los del resto de actividades de la economía. Segundo, la manufactura es fuente de innovación, es decir, de nuevos productos y procesos que luego son empleados por otras industrias, así como de generación de nuevas capacidades que también se transfieren al resto de la economía y que favorecerán su eficiencia y complejidad. Tercero, la mayor parte del comercio internacional es comercio de bienes, por lo que aquellos países con un sector manufacturero más robusto y competitivo suelen presentar menores desequilibrios por cuenta corriente y aliviar la restricción de la balanza de pagos al crecimiento. Cuarto, la fabricación de productos industriales complejos, con ciertos niveles de tecnología incorporada, es clave para la autonomía estratégica de los países, así como para llevar a cabo la twin transition o transición dual (verde y digital).
Sin embargo, la desindustrialización, entendida como la caída del peso de las actividades manufactureras sobre la producción y el empleo, es una forma de cambio estructural que afecta a las economías modernas, especialmente las avanzadas. Desde un punto de vista histórico, todo proceso de desarrollo implica cambio estructural que toma la forma de industrialización, primero, y terciarización, después. Conviene señalar que la desindustrialización es particularmente preocupante para las economías en desarrollo, en caso de que la sufran de forma prematura. Y es que una parte de la literatura afirma que la fase industrial es una suerte de etapa que hay que atravesar (por las razones ofrecidas en el primer párrafo) y que, de no ser así, se podría comprometer el crecimiento de la renta per cápita en el largo plazo.
Para las economías avanzadas, la desindustrialización excesiva también presenta problemas. En Europa se ha registrado una pérdida de peso generalizada del sector manufacturero y, a su vez, una polarización de las capacidades productivas, reflejada en la concentración de la actividad industrial en el centro y este de Europa y una fuerte desindustrialización en el resto de los estados miembros, con especial incidencia en las economías mediterráneas. Aunque estos eventos no eran vistos como problemáticos y han permanecido fuera del foco de la política económica de la Unión Europea (UE), la creciente desigualdad de capacidades, junto con las crisis del 2008 y del Covid-19, ha hecho que la UE se marque como objetivo relanzar el peso del sector hasta el 20% del PIB y se vuelva a hablar de la política industrial.
Los estudios de cambio estructural conciben la desindustrialización como un proceso económico más o menos natural derivado de un conjunto factores o drivers:
- La evolución de los precios relativos con respecto a los servicios: la mayor productividad y exposición internacional de la manufactura implica que los precios de los bienes tienden a crecer más lento que los servicios.
- El crecimiento de la renta per cápita: el consumo de servicios ocupa un peso mayor en la cesta de consumo de las familias conforme crece su renta.
- Los procesos de externalización u outsourcing: actividades de servicios antes realizadas por empresas industriales se externalizan por razones de costes, pasando a formar parte del sector servicios.
- El comercio internacional: el sector industrial crece a través de las exportaciones, pero se reduce a través de las importaciones a causa de la compra de bienes finales e intermedios al extranjero, esto último indicando deslocalización productiva.
En un reciente artículo (link), en coautoría con Miguel Casaú, planteamos que la desindustrialización, más que un proceso inevitable, es un evento mediado por las instituciones y políticas nacionales características de los modelos de crecimiento europeos. Para ello, estudiamos dos casos paradigmáticos dentro de la UE, que reflejan la polarización de capacidades: Alemania, que ha logrado contener la desindustrialización mientras ha crecido a través de las exportaciones y con una demanda doméstica estructuralmente constreñida, y España, que antes de la crisis de 2008 sufrió una fuerte desindustrialización a la vez que crecía a través de una demanda interna estimulada por el endeudamiento, y que, después de la crisis, transitó hacia un modelo de crecimiento más equilibrado, a la vez que se detuvo la desindustrialización.
En nuestro marco conceptual, el impacto de las políticas se produce a través de los drivers mencionados. Concretamente, exploramos cuatro ámbitos institucionales: la regulación laboral, la política fiscal, la regulación financiera y la política industrial.
El gráfico recoge nuestros resultados sobre la evolución del peso de la manufactura en el valor añadido bruto y la contribución de los drivers de la desindustrialización.
Crecimiento acumulado del peso del sector industrial y evolución de los drivers de la desindustrialización
Nota: El área gris indica los periodos de recesión. La evolución del peso de la industria (Gross value-added) es el resultado de la suma de los drivers en cada año.
Los resultados indican que las políticas que apoyan el crecimiento impulsado por las exportaciones están asociadas con una trayectoria de desindustrialización más contenida, mientras que ocurre lo contrario con las políticas que promueven un crecimiento impulsado por la deuda. En el primer caso, la implementación de políticas de devaluación salarial, un sistema coordinado de relaciones laborales y una política fiscal conservadora se asocia con la moderación de los efectos de precios, ingresos e importaciones, al restringir el poder adquisitivo de los salarios y reducir la demanda interna. En el segundo caso, por el contrario, la desregulación financiera se correlaciona con una desindustrialización más intensa al acelerar esos mismos efectos. Además, esta política puede compensar potencialmente el impacto de la moderación salarial, ya que la expansión del crédito y los efectos riqueza financian temporalmente el consumo privado.
Adicionalmente, la desindustrialización tiende a acelerarse mediante la reestructuración del sector manufacturero a través de la subcontratación y la deslocalización, en un contexto de dualización del mercado laboral, lo que incrementa la brecha salarial entre manufacturas y servicios.
Curiosamente, nuestros resultados no apoyan que las políticas de liberalización del mercado laboral que inducen contención salarial (ya sea de forma homogénea entre sectores o más intensamente en los servicios) ayuden a contener la desindustrialización mediante el impulso de las exportaciones manufactureras. De hecho, tras la crisis, cuando en Alemania se da cierta reinstitucionalización del mercado laboral (aumentando los salarios nominales y los costes laborales unitarios) la contribución (positiva) de las exportaciones siguió siendo el factor más importante de contención de la desindustrialización. En cambio, tras la devaluación interna de España y el descenso de los costes laborales unitarios, el efecto exportador fue mucho más débil que en el periodo anterior.
Asimismo, la especialización productiva de Alemania está afectada por su política industrial, implícitamente vertical y más intervencionista, mientras, que, en España, la reestructuración productiva impulsada por la liberalización y las privatizaciones, junto con el limitado apoyo de política industrial no han logrado reforzar al sector manufacturero.
Estos resultados conducen a algunas conclusiones de política económica. En general, las políticas destinadas a contener la demanda interna y promover las exportaciones parecen ser la estrategia más directa y accesible para frenar la desindustrialización. Sin embargo, esto tiene contrapartidas muy significativas, como alteraciones en la distribución de la renta y menores tasas de crecimiento, particularmente en países especializados en bienes tecnológicamente poco sofisticados.
Además, una estrategia de crecimiento liderado por las exportaciones no puede ser adoptada simultáneamente por todos los países a la vez e implica una fuerte dependencia de la demanda externa. Como resultado, las economías de altos ingresos pueden enfrentarse a un dilema fundamental entre dos objetivos potencialmente incompatibles: lograr un alto crecimiento económico y un bajo desempleo, y evitar una mayor desindustrialización.
Para los países de la UE, la vía más viable para abordar esta tensión probablemente implique la implementación de políticas industriales activas y verticales dirigidas a sectores estratégicos, combinadas con políticas macroeconómicas coordinadas para fomentar un crecimiento más equitativo e inclusivo.
